MÉXICO, D.F. (Proceso).- 1.Los trágicos sucesos de
Tlatlaya y de Ayotzinapa, ocurridos el año pasado, han despertado a la
sociedad mexicana de un letargo de resignación.
En esos oscuros hechos hemos visto, como en una maqueta de
nuestra amplia geografía, que la inseguridad que campea en la Nación se
debe de forma principal a que el Estado y el Crimen se han convertido
en vasos comunicantes ligados por la Corrupción.
2. Hemos visto cómo hoy el
Estado y el Crimen cooperan en el pillaje a la sociedad, sin importar la
cifra de los muertos y desaparecidos que acumulan al hacerlo, ni la
inmoralidad con que han inundado a la Nación.
Hoy el Crimen y el Estado comparten a sus ejecutores: un
policía suele ser esbirro del Crimen, un gobernador puede ser su socio y
un juez es probable que responda al capo de su territorio.
3. Hemos visto así mismo que incluso en los espacios de
convivencia pacífica, la Corrupción destruye a la Nación. Por ella se
tuercen los mejores proyectos nacionales, se fugan de nuestro erario
cuantiosos recursos que debieran financiar la construcción de obras para
el Bien Común y nuestra Democracia se ha vaciado de sentido, al grado
que la sociedad carece de razones para votar en las elecciones que se
aproximan.
¿A qué elegir entre un candidato u otro, si cualquiera que
sea electo trabajará dentro de una casta cuyo sistema es la Corrupción?
4. A partir de las tragedias de Tlatlaya y Ayotzinapa, y
durante cinco largos meses, la sociedad mexicana, trascendiendo
separaciones de clase y de ideología, se ha pronunciado en cada espacio
público posible –en los medios de comunicación, en la prensa escrita, en
las redes sociales, en las marchas por las calles de nuestras ciudades–
exigiendo al gobierno federal que actúe para frenar las miles de
desapariciones y asesinatos de conciudadanos –muchos de ellos
perpetrados por las propias fuerzas gubernamentales–, así como para
detener el estado de impunidad que impera a escala nacional teniendo
como eje el mal de la Corrupción.
Que inserte entre las instituciones una nueva y autónoma
de los poderes políticos, para que así pueda ejercer la vigilancia, el
juicio y los castigos que dicten las leyes vigentes.
5. Pero a este acuerdo social manifiesto, el gobierno
federal ha respondido con dos simulaciones. Desde el Poder Ejecutivo con
la restauración de una Secretaría de la Función Pública, ahora como en
sus tiempos de ejercicio, carente de autonomía verdadera: por tanto, una
institución inútil para el propósito.
Y en su rama legislativa, el gobierno federal ha
respondido creando una Comisión Anticorrupción, de igual forma carente
de autonomía y de poderes, y por tanto igualmente inútil.
6. Entendiendo pues que la misma Corrupción inutiliza a la
casta política para seguir el mandato de la sociedad, es tiempo de que
los ciudadanos nos organicemos al margen del gobierno actual y elijamos
un curso común de acción. Un curso de acción pacífico y que nunca aparte
su rumbo de la meta en que nuestros deseos coinciden: expulsar a la
Corrupción de la República e inaugurar una etapa histórica donde la
Justicia rija en los haceres de la Nación.
7. La amenaza a la consecución de la meta son sin duda los
maximalismos; la tentación de agregar a la meta en la que coincidimos
por razones naturales todos los ciudadanos, otras metas que nos dividan y
separen. Sostener la sencillez del propósito, por el contrario nos
garantiza la unión y la unión nos garantiza su logro.
Vale pues desde el humilde minimalismo apalabrar otra vez
el propósito ya expresado por la sociedad: la creación de un organismo
nacional, con capacidades autónomas y suficientes para erradicar la
Corrupción y para fiscalizar con severidad la actuación de quienes
deberían dedicarse a procurar la impartición de justicia real y expedita
a todos los mexicanos.
8. Por tanto, este manifiesto propone a los ciudadanos una
Fiscalía por la Justicia formada por diez mil fiscales –ninguno de los
cuales debe contar con pertenencia a partidos políticos, o historia en
la función pública o, desde luego, historia delictuosa. Una Fiscalía por
la Justicia encabezada por un ciudadano con las mismas características,
que sea electo entre no más de cinco candidatos en un plebiscito
nacional, a más tardar dentro de dos meses.
9. Una vez formada, la Fiscalía para la Justicia exigirá
en forma pública a los poderes Legislativo y Judicial la legalización de
sus funciones y su sustento económico.
Respaldada por una mayoría de mexicanos, con un propósito
simple y sin duda noble, se antoja a la razón imposible que la exigencia
pueda ser ignorada.
10. En nombre pues de nuestros muertos y desaparecidos, en
nombre del saqueo sistémico de nuestros recursos nacionales; en busca
de la sanación de nuestra Democracia y la restauración de nuestra
dignidad de hombres y mujeres, y con la mira en una Patria donde el Bien
rija y prospere sobre el Mal, queda aquí impreso y público este
manifiesto a la Nación, para la mejor consideración de sus habitantes.
*Este texto se publicó en la edición 1999 de la revista Proceso, del 22 de febrero pasado.
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