DESDE LA LUNA DE VALENCIA
Por: Teresa Mollá Castells*
Cada
año cuando se acerca el 8 de Marzo, Día Internacional de la Mujer,
comienza el goteo de manifiestos de las diferentes organizaciones, los
carteles reivindicativos, los concursos de narrativa con temática de
mujeres, actos institucionales y alternativos y las manifestaciones por
doquier, para recordar y denunciar que la desigualdad entre mujeres y
hombres es un hecho constatable todavía hoy en los tiempos que corren.
Normalmente se habla del “Día internacional de la Mujer Trabajadora”. Y
a mí me pone de nervios cada vez que lo escucho. Y me pone de nervios
por varias razones. Las mujeres no somos un solo cuerpo ni real, ni
simbólico.
Las mujeres somos muchas tantas como existen en el planeta. Y somos
niñas, jóvenes, adultas o mayores, pero todas somos diferentes y
plurales.
Por tanto no somos “la mujer”, somos “las mujeres” en plural y bien
variado. Y en segundo lugar porque trabajadoras somos todas. Otra cosa
diferente es que tengamos empleo remunerado o no. O como dice mi amiga
Inma Bernabé: “Las mujeres queremos empleo, porque trabajo nos sobra”.
Por tanto para mí (y lo vengo defendiendo hace muchos años) la
denominación adecuada e inclusiva debería ser “Día de las Mujeres”.
Pero el “divide y vencerás” es una de las mejores bazas que siempre
juega el patriarcado para mantener sus posiciones prevalentes.
Un ejemplo de lo que digo: esta semana hablaba con una mujer cuyo
marido trabaja en un sector altamente feminizado, como la enfermería.
Hubo una reunión de ese equipo para organizar los turnos de vacaciones.
Había una clara mayoría de mujeres y, al parecer, sólo un par de
hombres.
Los turnos que salieron de la reunión no son los que desea uno de estos
dos hombres, pero no dice nada en la reunión puesto que “¿cómo me voy a
enfrentar a todas ellas que ya lo tenían repartido entre ellas?”.
Solución: por detrás se fue a pactar con el jefe sus propias vacaciones
desoyendo lo que se había acordado en la reunión con sus compañeras, y
al parecer hay visos de que consiga su objetivo vacacional, pasando por
encima de los intereses de “todas ésas que ya lo tenían pactado entre
ellas”.
Reacción de su mujer: “Es que no es justo de que porque sólo sean dos
hombres les discriminen de esa manera. Ellas se lo arreglaron con las
necesidades de ellas sin tenerles en cuenta, y al fin y al cabo ellos
son, los dos, padres de familia”.
Cuando le intento poner el ejemplo contrario y de que eso precisamente
ocurre a diario con nosotras, que el patriarcado lo dispone de ese modo
y que lo tenemos tan naturalizado que no lo percibimos.
Le expliqué con claridad que no hablaba sólo de los turnos de las
vacaciones. Me tachó de radical y le entraron las prisas para no seguir
escuchándome.
Otro ejemplo: un hombre a quien conozco hace más de 30 años y que se
acaba de jubilar. Su mujer es un poco más joven que él y también ha
trabajado fuera de casa toda la vida en un negocio familiar.
En el momento en que él se jubiló, ella dejó su trabajo para atenderle
a él. Era lo “normal”, según él mismo, pese a que reconoció que lleva
fatal lo de no ir a trabajar cada día y que no sabe qué hacer con su
tiempo, pero no para en casa porque se aburre terriblemente.
Pero el cometido de ella era el de estar en casa para atender sus
necesidades. Y lo peor de esta situación es que su hija de unos treinta
y pocos años estaba de acuerdo con el discurso de su padre. La madre lo
encontró todo muy normal y abandonó su trabajo para “atender” a su
marido, que no puede estar en casa porque se aburre.
Esa es la realidad que tenemos: la naturalización de un patriarcado feroz que marca sus posiciones según le convenga.
En ocasiones de forma feroz y agresiva, como por ejemplo los asesinatos
de mujeres por terrorismo machista, y en otras ocasiones de manera
sutil, como por ejemplo ejerciendo de agente presente cada vez que
naturaliza actitudes como la de esta señora defendiendo que no se puede
discriminar a los hombres.
Y quizás esa debería ser nuestra prioridad: ir señalando con el dedo
las conductas de mujeres y hombres que responden a la necesidad
patriarcal de mantenernos sumisas a sus mandatos, adoptando millones de
formas según les interese en cada momento.
Cada vez que cuestionamos la voz o la verdad de una mujer o sus
necesidades ayudamos al patriarcado a seguir creciendo, y a continuar
campando a sus anchas permitiendo que nos siga oprimiendo.
Vivimos tiempos difíciles y la alianza entre el patriarcado y el
capitalismo es muy solida, pero al tiempo se encargan de hacerla cada
vez más invisible.
Y me estoy refiriendo a la sociedad que mejor conozco, la nuestra, ya
que no quiero ni imaginar esta alianza en otros rincones del mundo en
donde si, además se suma el radicalismo religioso, las situaciones de
mujeres y niñas pueden ser terribles, como de hecho lo son. O en las
situaciones de conflictos armados abiertos o encubiertos.
Pero no quiero irme tan lejos, puesto que en nuestra casa también
andamos bien servidas de explotaciones y desigualdades variadas.
¿O acaso no es una situación de explotación la que soportan aquellas
mujeres que han de trabajar sin contrato y en situaciones pésimas, y
que al regresar a sus casas les quedan todavía las tareas de la casa
por realizar y las de los cuidados de los seres queridos también
pendientes?
Esta es otra de las caras del patriarcado, que adjudicando todo el
espacio doméstico y de los cuidados a las mujeres permitió al
capitalismo institucional liberarse de invertir en servicios públicos
que pudieran atender a la personas dependientes o menores, y por tanto
ahorrarse muchos millones de euros en esos temas, pero a costa de los
trabajos invisibles de millones de mujeres que no cobran ningún salario
por realizarlos, puesto que lo han disfrazado de “tareas relacionadas
con el afecto”, y de ese modo lo han convertido en trabajo gratuito que
recae en su mayoría sobre las mujeres.
La estafa llamada crisis que vivimos desde hace unos años junto con las
medidas tomadas por quienes nos han desgobernado en estos años, ha dado
al traste con las pocas medidas que se habían conseguido para ir
venciendo las desigualdades entre mujeres y hombres y mujeres a todos
los niveles.
Pero no podía consentirse por parte del patriarcado que esas medidas
encaminadas a igualar condiciones de vida de hombres y mujeres se
consolidaran.
Por tanto las primeras medidas fueron reformas laborales salvajes que
penalizan todavía más las condiciones laborales y sobre todo la vida de
las mujeres, que además y con la prácticamente muerte de la ley de
dependencia, tuvieron que volver a asumir todas las tareas de cuidado
de forma gratuita y sin retribución alguna.
El neomachismo actual es la cara amable del patriarcado feroz. No me
sirve quien denuncia la desigualdad de los hombres en espacios
laborales feminizados y se calla ante las desigualdades de las mujeres
en todos los espacios. No, no me creo ese discurso.
El pacto entre mujeres para ir desmontando el patriarcado es cada día
más necesario, puesto que éste se camufla cada día según sus propias
necesidades, e incluso en demasiadas ocasiones tiene voz de mujer como
en el caso que he comentado antes.
Se ha de desnaturalizar el hecho de que por ser mujeres hemos de asumir
que podemos ser intercambiables, usables, explotables a todos los
niveles, etcétera. No, eso no es cierto. Somos mujeres con derechos
plenos de ciudadanía y los hemos de exigir.
Somos personas completas y libres que no necesitamos ser tutorizadas
por la política ni las religiones. Somos seres libres y completas con
capacidades plenas para decidir si queremos o no seguir los patrones
patriarcales y con capacidad para decir NO. Y cuando decimos NO,
decimos claramente NO.
No quiero que me impongan modelos de vida desigual y que me dicten qué
he de hacer con mi vida por ser mujer. El patriarcado tiene muchos,
muchísimos rostros. Pero también somos muchas y cada vez más compañeros
que sabemos de sus disfraces y alzamos la voz, y le señalamos con el
dedo para acusarle de la situación de más de la mitad de la población
mundial que somos las mujeres.
Y por eso el objetivo ha de ser desmontar el patriarcado a todos los
niveles para poder desnaturalizar lo que hoy en día sigue siendo ser
hombre con privilegios, y ser mujer sin ellos para apostar por otro
modelo más equitativo, más respetuoso y más solidario.
Ahí me sitúo, ¿y tú?
Y, por cierto, ¿serán estos los objetivos de algún partido político que
se presenten para las elecciones que vienen? Ese análisis, para otro
artículo.
*Corresponsal en España. Periodista de Ontiyent.
Cimacnoticias | España.- CIMACFoto: César Martínez López
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