3/14/2015

Objetivo: desmontar al patriarcado


DESDE LA LUNA DE VALENCIA
Por: Teresa Mollá Castells*




Cada año cuando se acerca el 8 de Marzo, Día Internacional de la Mujer, comienza el goteo de manifiestos de las diferentes organizaciones, los carteles reivindicativos, los concursos de narrativa con temática de mujeres, actos institucionales y alternativos y las manifestaciones por doquier, para recordar y denunciar que la desigualdad entre mujeres y hombres es un hecho constatable todavía hoy en los tiempos que corren. 
 
Normalmente se habla del “Día internacional de la Mujer Trabajadora”. Y a mí me pone de nervios cada vez que lo escucho. Y me pone de nervios por varias razones. Las mujeres no somos un solo cuerpo ni real, ni simbólico.
 
Las mujeres somos muchas tantas como existen en el planeta. Y somos niñas, jóvenes, adultas o mayores, pero todas somos diferentes y plurales.
 
Por tanto no somos “la mujer”, somos “las mujeres” en plural y bien variado. Y en segundo lugar porque trabajadoras somos todas. Otra cosa diferente es que tengamos empleo remunerado o no. O como dice mi amiga Inma Bernabé: “Las mujeres queremos empleo, porque trabajo nos sobra”.
 
Por tanto para mí (y lo vengo defendiendo hace muchos años) la denominación adecuada e inclusiva debería ser “Día de las Mujeres”.
 
Pero el “divide y vencerás” es una de las mejores bazas que siempre juega el patriarcado para mantener sus posiciones prevalentes.
 
Un ejemplo de lo que digo: esta semana hablaba con una mujer cuyo marido trabaja en un sector altamente feminizado, como la enfermería. Hubo una reunión de ese equipo para organizar los turnos de vacaciones. Había una clara mayoría de mujeres y, al parecer, sólo un par de hombres.
 
Los turnos que salieron de la reunión no son los que desea uno de estos dos hombres, pero no dice nada en la reunión puesto que “¿cómo me voy a enfrentar a todas ellas que ya lo tenían repartido entre ellas?”.
 
Solución: por detrás se fue a pactar con el jefe sus propias vacaciones desoyendo lo que se había acordado en la reunión con sus compañeras, y al parecer hay visos de que consiga su objetivo vacacional, pasando por encima de los intereses de “todas ésas que ya lo tenían pactado entre ellas”.
 
Reacción de su mujer: “Es que no es justo de que porque sólo sean dos hombres les discriminen de esa manera. Ellas se lo arreglaron con las necesidades de ellas sin tenerles en cuenta, y al fin y al cabo ellos son, los dos, padres de familia”.
 
Cuando le intento poner el ejemplo contrario y de que eso precisamente ocurre a diario con nosotras, que el patriarcado lo dispone de ese modo y que lo tenemos tan naturalizado que no lo percibimos.
 
Le expliqué con claridad que no hablaba sólo de los turnos de las vacaciones. Me tachó de radical y le entraron las prisas para no seguir escuchándome.
 
Otro ejemplo: un hombre a quien conozco hace más de 30 años y que se acaba de jubilar. Su mujer es un poco más joven que él y también ha trabajado fuera de casa toda la vida en un negocio familiar.
 
En el momento en que él se jubiló, ella dejó su trabajo para atenderle a él. Era lo “normal”, según él mismo, pese a que reconoció que lleva fatal lo de no ir a trabajar cada día y que no sabe qué hacer con su tiempo, pero no para en casa porque se aburre terriblemente.
 
Pero el cometido de ella era el de estar en casa para atender sus necesidades. Y lo peor de esta situación es que su hija de unos treinta y pocos años estaba de acuerdo con el discurso de su padre. La madre lo encontró todo muy normal y abandonó su trabajo para “atender” a su marido, que no puede estar en casa porque se aburre.
 
Esa es la realidad que tenemos: la naturalización de un patriarcado feroz que marca sus posiciones según le convenga.
 
En ocasiones de forma feroz y agresiva, como por ejemplo los asesinatos de mujeres por terrorismo machista, y en otras ocasiones de manera sutil, como por ejemplo ejerciendo de agente presente cada vez que naturaliza actitudes como la de esta señora defendiendo que no se puede discriminar a los hombres.
 
Y quizás esa debería ser nuestra prioridad: ir señalando con el dedo las conductas de mujeres y hombres que responden a la necesidad patriarcal de mantenernos sumisas a sus mandatos, adoptando millones de formas según les interese en cada momento.
 
Cada vez que cuestionamos la voz o la verdad de una mujer o sus necesidades ayudamos al patriarcado a seguir creciendo, y a continuar campando a sus anchas permitiendo que nos siga oprimiendo.
 
Vivimos tiempos difíciles y la alianza entre el patriarcado y el capitalismo es muy solida, pero al tiempo se encargan de hacerla cada vez más invisible.
 
Y me estoy refiriendo a la sociedad que mejor conozco, la nuestra, ya que no quiero ni imaginar esta alianza en otros rincones del mundo en donde si, además se suma el radicalismo religioso, las situaciones de mujeres y niñas pueden ser terribles, como de hecho lo son. O en las situaciones de conflictos armados abiertos o encubiertos.
 
Pero no quiero irme tan lejos, puesto que en nuestra casa también andamos bien servidas de explotaciones y desigualdades variadas.
 
¿O acaso no es una situación de explotación la que soportan aquellas mujeres que han de trabajar sin contrato y en situaciones pésimas, y que al regresar a sus casas les quedan todavía las tareas de la casa por realizar y las de los cuidados de los seres queridos también pendientes?
 
Esta es otra de las caras del patriarcado, que adjudicando todo el espacio doméstico y de los cuidados a las mujeres permitió al capitalismo institucional liberarse de invertir en servicios públicos que pudieran atender a la personas dependientes o menores, y por tanto ahorrarse muchos millones de euros en esos temas, pero a costa de los trabajos invisibles de millones de mujeres que no cobran ningún salario por realizarlos, puesto que lo han disfrazado de “tareas relacionadas con el afecto”, y de ese modo lo han convertido en trabajo gratuito que recae en su mayoría sobre las mujeres.
 
La estafa llamada crisis que vivimos desde hace unos años junto con las medidas tomadas por quienes nos han desgobernado en estos años, ha dado al traste con las pocas medidas que se habían conseguido para ir venciendo las desigualdades entre mujeres y hombres y mujeres a todos los niveles.
 
Pero no podía consentirse por parte del patriarcado que esas medidas encaminadas a igualar condiciones de vida de hombres y mujeres se consolidaran.
 
Por tanto las primeras medidas fueron reformas laborales salvajes que penalizan todavía más las condiciones laborales y sobre todo la vida de las mujeres, que además y con la prácticamente muerte de la ley de dependencia, tuvieron que volver a asumir todas las tareas de cuidado de forma gratuita y sin retribución alguna.
 
El neomachismo actual es la cara amable del patriarcado feroz. No me sirve quien denuncia la desigualdad de los hombres en espacios laborales feminizados y se calla ante las desigualdades de las mujeres en todos los espacios. No, no me creo ese discurso.
 
El pacto entre mujeres para ir desmontando el patriarcado es cada día más necesario, puesto que éste se camufla cada día según sus propias necesidades, e incluso en demasiadas ocasiones tiene voz de mujer como en el caso que he comentado antes.
 
Se ha de desnaturalizar el hecho de que por ser mujeres hemos de asumir que podemos ser intercambiables, usables, explotables a todos los niveles, etcétera. No, eso no es cierto. Somos mujeres con derechos plenos de ciudadanía y los hemos de exigir.
 
Somos personas completas y libres que no necesitamos ser tutorizadas por la política ni las religiones. Somos seres libres y completas con capacidades plenas para decidir si queremos o no seguir los patrones patriarcales y con capacidad para decir NO. Y cuando decimos NO, decimos claramente NO.
 
No quiero que me impongan modelos de vida desigual y que me dicten qué he de hacer con mi vida por ser mujer. El patriarcado tiene muchos, muchísimos rostros. Pero también somos muchas y cada vez más compañeros que sabemos de sus disfraces y alzamos la voz, y le señalamos con el dedo para acusarle de la situación de más de la mitad de la población mundial que somos las mujeres.
 
Y por eso el objetivo ha de ser desmontar el patriarcado a todos los niveles para poder desnaturalizar lo que hoy en día sigue siendo ser hombre con privilegios, y ser mujer sin ellos para apostar por otro modelo más equitativo, más respetuoso y más solidario.
 
Ahí me sitúo, ¿y tú?
 
Y, por cierto, ¿serán estos los objetivos de algún partido político que se presenten para las elecciones que vienen? Ese análisis, para otro artículo.
 
 
*Corresponsal en España. Periodista de Ontiyent.
  Cimacnoticias | España.- CIMACFoto: César Martínez López


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