El
“narcofolklor”, en sus diversas representaciones, musical, literaria,
televisiva, es únicamente la manifestación más visible de un fenómeno
de creciente raigambre social en nuestro país: la narcocultura. El “narcofolklor” es relevante para el análisis, pero solo porque se trata del rostro más tangible de la narcocultura. No obstante, para una crítica más incisiva es preciso problematizar la narcocultura, criatura ideológica excremental de un pueblo hundido en una crisis.
La narcocultura
no es solo una subcultura más en la multiforme gama de “tribus”
culturales. Generalmente una subcultura representa un conjunto de
cualidades, símbolos e identidades que definen a un grupo de personas
por oposición a una cultura dominante. De manera consistente, hemos
sido testigos de un avance irrefrenable de esos elementos identitarios
que son característicos del narco, pero no en un sentido marginal o periférico, sino de un modo profundo y pujante. La narcocultura
alcanzó rango de “cultura reina”. Progresivamente, casi
imperceptiblemente, el “narco way of life” se naturalizó e integró en
el imaginario colectivo, en el hacer de la gente común en
México. En algunos estados como Tamaulipas o Nuevo León o Sinaloa,
cualquier crío se cree “capo” o “narcotraficante” de abolengo, solo
porque bebe cerveza sin alcanzar la mayoría de edad o consume cocaína
con dinero que sustrae del bolso de la mamá. En las escuelas de
educación básica, los niños remedan el léxico de los personajes de las narcoseries
o juegan a “ser narcos”. Es clownesco, caricaturesco, pero no por ello
menos preocupante e irritante. Ninguna subcultura “underground” o
“incómoda para el orden” alcanza esa omnipresencia por una cuestión de
azar. Y allí radica el problema. No se trata de una “identidad”
transgresora o discordante con la ley o el orden. Sin duda eso es lo
que piensan los crédulos e idiotas que miran e imitan sin
discernimiento la narcoestética. El desprecio por los valores o
la autoridad formal (no la autoridad real anónima) es algo más o menos
extendido en nuestra época. Es moda. La narcocultura es una
oferta en el menú de opciones para “desobedecer” (nótese el
entrecomillado). Pero la gente no repara que detrás de esa infracultura
sórdida se encuentra una maquinaria propagandística monstruosa, en
tamaño y en escrúpulos, que tiene una agenda inconfesable pero a todas
luces reconocible: crear una cultura colectiva dominante alrededor del
narco.
El epítome de esta agenda es la apología del “narcofolklor”, condensada en las narcoseries o las narcotelenovelas
o los narcocorridos. La celebración del “narcofolklor” omite el dolor,
el sufrimiento y la violencia que castiga tan virulentamente a la
familia mexicana. Y cuando llega a atenderla, a menudo la minimiza o
trivializa. No hay error en esa representación diluida del narco; hay
saña. Hay una intención mas o menos conscientemente concertada para
festejar el narcotráfico y la violencia. Nos están condenando
premeditadamente a la bancarrota cultural, al consumo y reproducción de
los antivalores del narco.
No es accidental que en la producción de narcoseries
intervengan algunos de los conglomerados mediáticos más cobijados por
los gobiernos de Estados Unidos, México y Colombia. Al respecto,
Florence Toussaint escribe en un artículo para la revista Proceso:
“Hay tres compañías campeonas en la producción de este tipo de
telenovelas. La principal es Telemundo que, en convenio bien con la
productora mexicana Argos, bien con Caracol Televisión de Colombia ha
elaborado telenovelas como El cártel, El cártel 2 o El cártel de los
sapos, Dueños del paraíso, Sin senos no hay paraíso, Ojo por ojo, Los
victorinos, El señor de los cielos, La viuda negra y Señora Acero… Las
obras que tienen por protagonista a mujeres son además de las
mencionadas arriba: Rosario Tijeras, Mariposa, Las muñecas de la mafia,
La viuda de la mafia, La diosa coronada, Camelia la texana… Sean
hombres o mujeres quienes asumen el rol principal de las narraciones
televisivas, lo común es que prive el crimen. Las escenas muestran
masacres perpetradas con armas largas de mira telescópica, granadas de
mano, pistolas de grueso calibre. Vemos también violaciones, tortura,
asesinatos a mansalva. Mucha de la violencia es gratuita, se regodean
en ella con el afán de mantener una tensión insoportable” (Proceso
12-IX-2015). Por añadidura, cabe recordar que en 2008 Grupo Televisa de
México (proxeneta de las fechorías del gobierno federal) firmó un
acuerdo con NBC Universal, para transmitir 1.000 horas de programación
de Telemundo durante los próximos 10 años y a través de la televisión
abierta mexicana, que naturalmente incluye telenovelas de narcos. Ahora
también las plataformas en internet incursionan sin rubor en la
producción de narcoseries de alto rating, que por cierto se transmiten en todo el mundo
La hipocresía es indecorosa: los países más castigados por la
narcoviolencia, y presuntamente más comprometidos con la lucha contra
el narcotráfico, son sedes de las grandes producciones de narcoprogramación.
Con las leyes de Seguridad Nacional, los agentes de Estado pueden
entrar a un domicilio particular sin una orden de cateo, solo por la
caprichosa disposición de un funcionario. ¿Por qué esas leyes,
pretendidamente inflexibles, no disponen regular los contenidos de las
televisoras?
Esto debe parar. Que los poderes constituidos nos condenen a la victimización o la muerte con su narcoguerra
es inexcusable. Que además otros hijos de puta lucren haciendo apología
de la tragedia humanitaria en México enciende la rabia. Y que toda esta
luctuosa trama se traduzca en la creación de una infracultura que nos
condena a la bancarrota cultural es absolutamente inaceptable.
Tristemente, no está tan distante ese execrable horizonte cultural en
el que todos los varones de nuestro país aspiren a ser
narcotraficantes, y todas las mujeres sueñen con llegar a ser “muñecas”
de los narcos. Colombia sabe de esto. Y ahora su gente lucha sin tregua
para eliminar ese cáncer social
Está en juego la conservación de nuestras tradiciones e historia… el destino de nuestro país.
Urge frenar el avance de la narcocultura.
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