DESDE LA LUNA DE VALENCIA
Teresa Mollá Castells*
Esta
semana escuchaba en boca de una mujer lo malas que somos, en general,
las mujeres que además de envidiosas, somos mentirosas y muy egoístas.
Comencé a discutirle, pero estábamos en ambiente informal, entre gente
amiga y al final comprendí que sólo quería escucharse a sí misma. Ya he
comprendido que en esos momentos, retirarse de la discusión es una
pequeña victoria, puesto que de lo contrario se podría entrar en un
bucle infinito. Y la verdad, estaba demasiado a gusto como para seguir
con una discusión estéril.
Pero era inevitable que le diera muchas vueltas al tema, porque no deja
de sorprenderme el hecho de los ataques gratuitos que las mujeres nos
dedicamos no sólo personalmente, sino también como grupo mayoritario de
la población mundial.
Una de las estrategias del patriarcado es reinventarse y no podemos
evitar estar socializadas en un entorno patriarcal donde los valores
imperantes son los que mandata el sistema patriarcal. Desde antes
incluso de nacer ya se nos prepara para seamos lo que se espera que
seamos como mujeres u hombres y, además, sin salirnos “demasiado” de esa
heteronormatividad impuesta.
De ahí que desde la más tierna infancia cuando se observa alguna
diferencia con las y los niños se intenten corregir lo más rápidamente
posible para que se integren y no tengan problemas en la comunidad a la
que pertenecen. Mi amiga Fran lo describe muy bien: “Para pertenecer a
la manada, has de aceptar sus reglas, de lo contrario sólo te espera
soledad y oprobio”. ¡Y cuánta razón tiene Fran!
A las mujeres se nos ha socializado para servir y obedecer. A los
hombres, por supuesto. Pero además también para que nos cueste
respetarnos y admirarnos entre nosotras, puesto que nuestra unión
sincera y honesta pone en riesgo el sistema patriarcal, que también
conoce nuestra fuerza colectiva. La estrategia del “divide y vencerás”
siempre le funciona al patriarcado entre nosotras.
No es para nada nuevo la persistencia del mito de que las mujeres seamos
básicamente mentirosas y malas, puesto que esto es herencia directa de
la Biblia a través de la manzana de Eva que, según ellos, los de faldas
largas y negras causó la perdición de Adán y del resto de la humanidad.
Pues eso. Y estos señores no son nada sospechosos de ser feministas. No,
nada. En fin.
Desde los confesionarios y los palacios que siguen manteniendo mandatan a
gobernantes de todo el mundo (pese a la teórica separación entre
Iglesia y Estado) cómo han de elaborarse las normas para que el orden
“natural” (traducido quiere decir patriarcal) no cambie. Y así nos sigue
luciendo el pelo a las mujeres.
Algunas hemos plantado cara a lo largo de la historia con resultados
diferentes. Pero en cada movimiento o cada mejora conseguida, también el
patriarcado se adapta a las nuevas situaciones.
Cuando las mujeres comenzamos a salir de los espacios privados para
ocupar los públicos, se nos acusó de abandonar familia y casa y se nos
culpabiliza constantemente por este hecho.
Somos las teóricas culpables de todos los males, puesto que con nuestra
salida de ese espacio en el que nos vendieron que éramos “las reinas del
hogar”, las y los niños están más tiempo fuera de casa y eso les impide
recibir todos los cuidados que merecen.
Nunca se habla de la función emocional de los padres, ni se cuestiona en
absoluto su papel como sustentador familiar. El de las madres se
cuestiona continuamente.
Cuando en ocasiones ha de haber remodelaciones de plantillas laborales,
casi siempre las primeras en salir son las mujeres y entre ellas además,
en demasiados casos se exige/justifica con el argumento de que “el
marido ya trabaja y la puede mantener, porque los hombres han de
mantener a sus familias” y se quedan tan anchas.
Y si por el contrario, se ha de ascender a alguien y resulta que la
ascendida es una mujer, el comentario inmediato es: “A saber qué le
habrá hecho al jefe para que la ascienda”.
Afortunadamente para nosotras, pese a que estas frases y situaciones que
he comentado las he escuchado de boca de mujeres en el último año con
la tristeza que eso provoca, algunas cosas van cambiando.
Cada día somos más las mujeres y hombres (que los hay) que oponemos
razón y corazón a estas situaciones patriarcales y hacemos pedagogía
para que no se repitan. También decir que los éxitos son desiguales.
Abrir los ojos, ponernos las gafas violetas y denunciar al patriarcado y
a ese tipo de situaciones a través de la sororidad y el respeto (a
pesar de que en ocasiones no se esté de acuerdo con las opiniones de
otras mujeres) es una buena herramienta para no dar tregua a quienes le
siguen defendiendo consciente o inconscientemente.
Es importante e incluso vital que la máxima feminista de “cuando nos
afecta a una, nos afecta a todas” sea como un mantra que nos permita
recordarnos que somos las que peor parte nos hemos llevado en la
historia de la humanidad, y que es hora de aparcar diferencias y
trabajar para alcanzar una igualdad plena que permita construir
democracias paritarias, por ejemplo.
Desmontar el patriarcado en cada una de sus reinvenciones y metamorfosis
para exigir social y personalmente nuestro derecho a una vida digna,
libre de violencias y con equidad respecto a los hombres, no es tarea
fácil.
Nadie dijo que lo fuera. Pero no podemos cejar en el empeño de seguir
luchando para que el patriarcado se vuelva visible a los ojos de quienes
se siguen alimentando de él, aprovechando de él, sin entender que son
herramientas que el sistema aprovecha para debilitarnos entre
nosotras.
Esa reinvención que tiene el sistema para adaptarse a las nuevas
realidades ha de ser desmontada día a día, situación a situación, porque
insisto que “cuando nos afecta a una, nos afecta a todas”.
Y ése es el camino que muchas hemos tomado ya y del que no existe retorno.
*Corresponsal en España. Comunicadora de Ontinyent.
CIMACFoto: César Martínez López
Cimacnoticias | España.-
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