México y su cruda realidad
Pueblo, fuente del poder y la soberanía nacional y gringos violando siempre la seguridad nacional |
México es un país
prototipo de muchas cosas. De lo bueno: país modelo. La grandeza de su
gente: su solidaridad, su resistencia, su nobleza, su hospitalidad,
creatividad y hasta sus festividades que van de la conmemoración al jolgorio.
Sus riquezas: recursos naturales, sus climas, sus litorales, sus ríos,
bosques, selva, desierto, fauna y etcétera. Su cultura. Párele de
contar, porque es mucho más.
Jugoso pastel, eso sí. De lo malo,
México también es modelo. Triste ejemplo. Algunas características lo
colocan en la desgracia que su gente no se anima, todavía, a cambiar.
Pero puede hacerlo conforme lo mandata la Constitución en el Artículo 39
que dice: “La soberanía nacional reside esencial y originariamente en
el pueblo. Todo poder público dimana del pueblo y se instituye para
beneficio de éste. El pueblo tiene todo el tiempo el derecho inalienable
de alterar o modificar la forma de su gobierno”.
De estas peculiaridades malsanas mencionemos tres:
1) El modelo económico que es capitalista y durante las últimas tres
décadas es neoliberal, y por lo tanto subordinado a los intereses
extranjeros de tal modo que le han impedido progresar;
2) Su forma de
gobierno, un presidencialismo a la postre atroz que lo controla todo por
la vía de las decisiones unipersonales (de ahí que los proyectos
cambien sexenalmente sin importar la continuidad o modelo de país y de
políticas públicas); como eso del “sello personal de gobernar”,
principio clásico del sistema político mexicano;
3) Un ejercicio del
poder mediante otras variantes son los poderes reales o institucionales.
Ejemplo: la Suprema Corte y el poder judicial, las secretarías de
Estado, cuyos funcionarios son puestos a conformidad del presidente en
turno. Así como los gobernadores de los estados y las legislaturas
locales. Que lo dispersa y vuelve inoperante.
Otros
“utilitarios” para el control y la estabilidad (que nadie se salga del
redil) y responden a la voz del gobernante o presidente en turno, como
las policías federales y locales y las fuerzas armadas, todas útiles
para el sometimiento mediante el uso de la fuerza. Las asociaciones de todos los sectores. Cabe mencionar grosso modo
aquí, al corporativismo que durante décadas ha sido más que útil al
sistema vía la cooptación y subordinación de los liderazgos sindicales.
Quepa lo anterior para hacer el siguiente señalamiento:
No
siempre el pueblo merece al gobernante que tiene; una farsa vendida a
través de los medios de comunicación a la sociedad mexicana. Muchos
presidentes llegan tras procesos de elección desaseados, fraudulentos y
por ello resultan indeseables. Pero prevalecen los intereses de: unos
cuantos grupos económicos, extranjeros, partidos políticos, grupos
políticos, etcétera.
En México se dice que la sucesión
presidencial la decide el presidente saliente. Sea porque al nuevo grupo
le corresponde o porque el “nuevo” es manejable por quienes quieren la
continuidad. El caso es que, como dijo un columnista recién: el último
de los presidentes a quien el pueblo recuerda con agrado es a Adolfo
López Mateos (¡1958-1964!).
¿Qué sucede con el resto?
Indeseables, por su persona, ilegitimidad o resultados. En la lista
están, hablando de los más recientes: Gustavo Díaz Ordaz y la represión del 68 en Tlatelolco; Luis Echeverría Álvarez y el halconazo
del 71; José López Portillo, las devaluaciones y su “defensa del peso
como un perro”; Miguel de la Madrid, la opacidad, la crisis de la deuda
externa y la firma de acuerdos con el FMI y el BM; Carlos Salinas, por
el fraude electoral, los asesinatos (del candidato presidencial Luis
Donaldo Colosio, el presidente del PRI Francisco Ruiz Massieu y el
cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo), las privatizaciones que lo hicieron
millonario con tantos prestanombres y el levantamiento armado en
Chiapas; Ernesto Zedillo, por la crisis del 94-95, conocido como efecto tequila, Aguas Blancas y Acteal; Vicente Fox el que dilapidó el respaldo de la población para la transición democrática;
Calderón, por el otro fraude, la guerra contra el narcotráfico y los
miles de muertos; Peña Nieto, falaz. Con Peña, todos los partidos se
alinean al gobierno para mediante el “Pacto por México” sacar las
reformas “estructurales”, como se le conoce a las últimas reformas
neoliberales pendientes desde el sexenio salinista.
La cruda realidad que nos alcanza, con estos presidentes fallidos.
De todos ellos, durante las últimas cinco décadas (no se hace uno)
algunos han llegado por el fraude electoral, se han desempeñado como
defensores de los intereses de unos cuantos empresarios, se han
enriquecido a costa de apoderarse de los bienes nacionales vía las
privatizaciones, han buscado y conseguido hipotecar al país con el apoyo
de los gobiernos estadounidenses, y seguido al pie de la letra los
dictados, primero del BM/FMI (80 y parte de los 90) y luego del Consenso
de Washington (89 en adelante), donde además de los bancos citados se
suma el Tesoro norteamericano.
El no referir a los presidentes anteriores de México, desde la Independencia y algunos fallidos
como Antonio López de Santa Anna, no significa desconocer que con el
“tratado Guadalupe Hidalgo” —EUA declara su teoría del “Destino
Manifiesto” en 1840—, México pierde casi la mitad de su territorio
(Texas, Nuevo México y Alta California; y la Mesilla en 1853), y que
desde siempre los gringos tienen metidas las narices en este país. Lo
estuvieron en tiempo de Benito Juárez, con el llamado tratado
McLane-Ocampo para que EUA reconociera su gobierno durante la invasión
francesa; lo estuvo durante el gobierno autoritario de Porfirio Díaz;
Huerta y todos los demás hasta el presente. Últimamente con los
mencionados presidentes, y de muchas formas.
Al grado que no hay
un país más dañado por los gringos en Latinoamérica que México.
Y para
acabarla, muchos de los presidentes se han educado en universidades
estadounidenses, capacitándose para aprender las políticas del american way of life
y cumpliendo la teoría de Robert Lansinc, ex secretario de EUA:
“Tenemos que abandonar la idea de poner en la Presidencia mexicana a un
ciudadano americano, ya que eso conduciría otra vez a la guerra. La
solución necesita de más tiempo: debemos abrirle a los jóvenes mexicanos
ambiciosos las puertas de nuestras universidades y hacer el esfuerzo de
educarlos en el modo de vida americano, en nuestros valores y en el
respeto del liderazgo de Estados Unidos. México necesitará
administradores competentes y con el tiempo esos jóvenes llegarán a
ocupar cargos importantes y eventualmente se adueñarán de la misma
Presidencia. Y sin necesidad de que Estados Unidos gaste un centavo o
dispare un tiro, harán lo que queramos, y lo harán mejor y más
radicalmente que lo que nosotros mismos podríamos haberlo hecho”. (1924,
Carta a William Randolph Hearst). Se cumplió con Salinas.
Neoliberalismo, privatización y concentración económica, han conducido a
México a la extrapolación social y a una pésima distribución de la
riqueza producida. México es el país más desigual de América Latina. El
saldo de dichas políticas de achicamiento del Estado, privatización de
paraestatales, liberalización del comercio y los tratados comerciales
(TLCAN, Mérida, NorthCom, etc.). Es la sombra de Estados Unidos sobre
México ha padecido violación constante y cada vez mayor de su seguridad nacional.
Ahí está la guerra contra el narcotráfico que adoptó Calderón, quien
ganó “haiga sido como haiga sido”, y pidió apoyo, “legitimidad” a EUA
dejando al país sumido a la violencia cuando se fue. Con un negocio
boyante para los gringos. Es el México y su cruda realidad. Sus derechos
humanos vejados. Un pueblo padeciendo a sus gobernantes.
Twitter: @sal_briceo
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