Una bolsa de plástico es su único equipaje
Periódico La Jornada
Apenas cruzan la puerta de cristal se sienten
libres. Algunos tienen marcas de las esposas en muñecas o tobillos. La
mayoría no trae más equipaje que una bolsa de plástico transparente con
una torta mordisqueada, una botella de jugo y una fruta.
Son los pasajeros de un avión, cuyo vuelo no tiene número, pero que
cada martes y jueves, desde hace más de un año, arriba a la Terminal 2
del Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México procedente de El
Paso, Texas, con 133 mexicanos deportados en promedio.
Mariana espera impaciente a un primo que se fue a Estados Unidos a los 18 años y que ahora, una década después, fue expulsado.
Tuvo problemas con una novia, lo detuvieron y tardó dos meses para ser repatriado, comenta.
Un funcionario se acerca y le extiende una bolsa con medicamentos.
Ya le dimos su medicina, le dice dirigiendo la mirada hacia el hombre que lo acompaña.
¿Cómo estás?–pregunta Mariana a su primo. Él responde con monosílabos, mientras dibuja una sonrisa nerviosa.
Apresurados, uno a uno de los deportados va saliendo. A su paso
preguntan cómo pueden llegar a tal o cuál colonia, y los que son de
provincia, si hay un camión o Metro que los deje en alguna terminal de
autobuses.
Aseguran que los engañan para que firmen su salida voluntaria, sin darles la oportunidad de ver a un juez de migración.
Y aun así me tuvieron tres meses en una prisión con todo tipo de delincuentes; ese es el castigo que nos dan, cuando el único delito que cometí fue cruzar la frontera en busca de mejor empleo, recrimina Eduardo.
Rememora el momento en que lo detuvieron junto con 30 personas más, que al igual que él le habían dado al pollero un adelanto de 10 mil a 15 mil pesos para que los pasara.
Te cobran de 5 mil a 7 mil dólares, el resto lo tienes que dar al llegar allá.
Eduardo permaneció este tiempo en una cárcel de Tucson, Arizona, y
una vez que se programó la fecha de su deportación lo trasladaron en
camión al Centro de Procesamiento del condado de Otero, Chaparral, Nuevo
México.
Otros tenían más de cuatro lustros de vivir y trabajar en
alguna de las ciudades fronterizas del país vecino, por lo que dejan
allá esposa e hijos. Sin embargo, al igual que cuando se fueron,
regresan a su país sólo con la ropa que traen puesta.
Antes de ser deportados pasaron por dos o tres cárceles, en espera de ser trasladados a Otero.
Ignacio tiene 40 años; se fue hace 18 años. Trabajaba en una empresa en Utah donde, dice,
ganaba 8 mil pesos a la semana. Aquí qué voy hacer, dónde me van a pagar esa cantidad.
Juan llegó a Las Vegas cuando era niño. “Estudié allá hasta la high school,
luego pasó lo del 11 de septiembre y las cosas se pusieron feas; ya no
puede seguir estudiando”. Dejó en Las Vegas a su esposa con sus cinco
hijos, cuyas edades van de cinco años a tres meses. Trabajaba de
asistente de manager, con un salario de 10 dólares la hora.
Narran que los llevan esposados al aeropuerto de manos y pies y que
al subir al avión les dicen que al cruzar a territorio mexicano se las
quitarán. El vuelo dura en promedio dos horas, pierden la noción del
tiempo. Algunos calculan que hicieron unos 15 minutos antes de
aterrizar, otros, cinco minutos.
En coordinación con el Instituto Nacional de Migración, por medio del
programa de repatriación humana, la Secretaría de Desarrollo Rural y
Equidad para las Comunidades gestionó este año 575 atenciones directas a
personas migrantes que fueron repatriadas y arribaron a la ciudad de
México procedentes de Estados Unidos.
Además, brindó 2 mil 651 asistencias a migrantes, así como a
huéspedes y sus familias procedentes en su mayoría de Estados Unidos.
El primer vuelo de repatriación de mexicanos salió del aeropuerto
internacional de El Paso, Texas, en julio de 2013, luego de que México y
Estados Unidos firmaron un acuerdo en el que se establece que ambos
gobiernos aportarán recursos humanos y económicos para este fin.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario