Cristina Pacheco
Sentado en el sillón
junto al ventanal, Arturo observa a las familias y los grupos de
excursionistas que van llegando al hotel. Se pone de pie cuando su
esposa, Linda, sale del elevador.
–Y mi mamá: ¿por qué no bajó contigo?
–Le faltaba meter unas cosas en su bolsa. ¿Ya pediste la cuenta?
–Sí, pero como está llegando tanta gente a lo mejor se tardan en cerrarla.
–Anoche te dije que la pidiéramos de una vez y, como de costumbre, no me hiciste caso.
–Estaba molido: entre la bailada y las margaritas... Además, como vamos en el coche no hay tanta prisa.
–A tu mamá le gusta viajar por carretera. ¡Odia los aviones! –Linda le acaricia el cabello: –Te sentó muy bien el descanso.
–¿Cuál? Ni una sola noche me dejaste dormir.
–No te quejes: bien que te gustó. Oye, ¿por qué no te acercas al mostrador para que se apuren?
–De acuerdo. Tú ve a buscar a mi madre.
II
Unos minutos más tarde, cuando reaparece en el vestíbulo
acompañada por su suegra, Linda ve a su marido discutir con el gerente y
corre a su lado. Doña Federica, a quien todos llaman cariñosamente Fefa, se acerca al árbol de Navidad que adorna el vestíbulo.
–Mi amor ¿qué sucede?
–Me están cobrando por algo que no pedimos. Mira. –Arturo señala el renglón donde se especifica:
Alquiler película para adultos.
–Es un error –afirma Linda mirando al gerente. –Nosotros no acostumbramos ver ese tipo de cosas.
–Permítame. –El gerente recupera la cuenta: –Ustedes se hospedaron en
la habitación 505, pero el consumo se hizo en la 609, donde estuvo la
señora Federica Sánchez. Vinieron juntos, ¿no?
–Claro: es mi madre y, la verdad, dudo mucho que se haya puesto a ver una película pornográfica.
–Señor, me disculpará, pero el sistema no miente.
Arturo sabe que el gerente dice la verdad, pero le queda otra duda y
se encamina hacia donde su madre los espera. Su mujer lo sigue:
–Arturo, déjame hablar primero –Linda se dirige a su suegra: – Fefa: ¿anoche vio en la tele una película?
–¿Por qué me lo preguntas?
–Porque nos la están cobrando, mamá, por eso –interviene Arturo.
–Pero cómo, si sólo vi un pedacito –aclara doña Federica.
–Entonces sí la alquilaste, mamá.
–No la alquilé, Arturo, apareció en la tele...
–Ay, madre, ¿cómo es posible que no sepas..?
–¿Qué? ¡Dímelo! No te entiendo, hijo. Yo no sé nada de hoteles y menos de estos tan modernos.
–Arturo, estás poniendo nerviosa a tu mamá–. Linda sonríe para tranquilizar a su suegra: –No se preocupe, Fefa, todo está bien.
–Es que no quiero que gasten más por mi culpa. Ya bastante hicieron con traerme...
–Mamá, entiende: no me pesa haberte invitado a venir; al contrario,
me dio mucho gusto. Es más, si quieres que nos quedemos otro día...
–No, no, no: mejor llévame a mi casa. Allí no molesto a nadie ni meto la pata.
–¿Por qué lo dice, suegra?
Doña Federica desvía la mirada y frota la medalla que cae sobre su pecho:
–Cuando ustedes me dejaron en el cuarto prendí la tele. Estaba
pasando una película infantil. Se me antojó ver otra cosa, apreté el
controlador sin fijarme y apareció en la pantalla un letrero que decía:
Película para adultos. Allí le dejé. Fui al baño y cuando volví a la cama ¡por poco me muero! Vi algo horrible: un hombre y una mujer, casi encuerados, estaban haciendo unas cosas que yo francamente jamás había visto; bueno, ni siquiera me las había imaginado, y eso que mi matrimonio duró...
–Mamá, olvídalo, ¿sí? Ahí muere–. Arturo saca de su cartera la
tarjeta de crédito: –Voy a que me cierren la cuenta, pero no sé qué
decirle al gerente.
–Nada. A él lo único que le interesa es que pagues. Te esperamos en el coche. Dame la llave.
III
Las dos mujeres atraviesan el estacionamiento. Al llegar a donde está su automóvil doña Federica se detiene:
–¿Sabes cuánto le cobraron a Arturo por la película esa? –No espera
la respuesta: –Lo que sea, se lo pago. Bien merecido me lo tengo, por
tonta, por ignorante.
–Ay, suegra, no se diga tan feo. Usted qué iba a saber que
película para adultosquiere decir... –Linda no puede contener la risa: –Perdone, Fefa, pero es que me parece tan gracioso...
–Asqueroso, dirás... –corrige doña Federica.
–Tampoco creo que haya sido para tanto, ¿o sí? –Linda mira a su
suegra con expresión maliciosa: –Dígame: ¿qué vio, qué decían los
actores?
–¡Esos qué iban a hablar! Nada más se movían de aquí para allá y de
allá para acá, pero a lo mejor después hicieron otras cochinadas...
–Doña Federica cierra los ojos y agita la mano derecha.
–¿Qué le pasa, suegra?
–Pienso en la cara que pondrán Sara y Loló cuando les diga que ya vi una película pornográfica.
–No exagere: nada más vio un pedacito.
–Sí, pero eso
¡de tonta se los digo!
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