La
monografía “María Cambrils. El despertar del feminismo socialista
(1877-1939)”, editada por la Universidad de Valencia, reúne biografía,
textos y contextos de una escritora tan valorada en su momento como
olvidada después.
“Nos dolía su ausencia”. Así explican su empeño de tantos años Rosa Solbes, Ana Aguado y J. Miquel Almela.
La Asociación Clara Campoamor ya había reeditado a principios de los
años 90 su libro “Feminismo Socialista”, prologado por la diputada
sufragista.
Y también sorprende que en Bilbao se haya bautizado con su nombre un
centro social mientras que en su tierra (Valencia) es una perfecta
desconocida. Solo Pego, el pueblo de donde eran originarios sus padres
y donde María Cambrils fallecería de diabetes, le ha dedicado una calle
que todavía ni siquiera existe.
El problema es que la posguerra civil duró décadas, y en realidad el
franquismo acaba de terminar ahora mismo para Cambrils. Hemos tardado
mucho en localizar y exhumar aquella parcela de una “terra ignota” que
han constituido aquellas triplemente “pecadoras”: mujeres, feministas y
marxistas.
No es que nuestra protagonista no purgara ya en vida tanta falta, pero
fue a partir de su muerte, en el año infausto de 1939, cuando se cerró
con siete llaves su recuerdo y se le sepultó en una fosa sin nombre ni
lápida.
La represión, el miedo, el agujero negro de la obligada amnesia
colectiva se la acabó tragando… hasta ahora mismo, como probablemente
hizo con sus papeles, sus fotografías, sus documentos…
María Cambrils Sendra (El Cabañal, Valencia, 1877-Pego, 1939) fue
durante muchos años militante de hierro, articulista incansable,
valerosa polemista y autora de una de las “biblias” de la liberación de
la mujer: “Feminismo Socialista”, modesto volumen editado a sus
expensas en Valencia, en 1925 y dedicado a Pablo Iglesias, al que
consideraba “venerable maestro”.
Una famosa desconocida, según hicimos constar hace ya más de 20 años en
un primer reportaje aproximativo, con tantas lagunas todavía.
Una mujer generosa y entusiasta que destinó la recaudación a financiar
la imprenta de El Socialista y la nota introductoria a conminar: “Todo
hombre que adquiera y lea este libro deberá facilitar su lectura a las
mujeres de su familia y de sus amistades, pues con ello contribuirá a
la difusión de los principios que conviene conozca la mujer en bien de
las libertades ciudadanas”.
Cierto que algunas historiadoras especializadas en los estudios de
género la habían incluido en sus trabajos, siempre en referencia al
mencionado volumen, pero sin más datos sobre su vida o el resto de su
obra, hasta hace poco ignorados u olvidados.
Como Mary Nash y la propia coautora de esta monografía, Ana Aguado. Y
cierto también que al inicio de la transición hubo en Valencia un grupo
de economistas socialistas capitaneado por Ernest Lluch, que adoptó su
nombre a instancias de la que entonces era su esposa, Dolors Bramon, y
con él firmó como seudónimo colectivo unos pocos artículos sobre la
situación de las mujeres.
El Instituto de la Mujer, por su parte, estuvo paseando por toda la
geografía una exposición sobre las “100 mujeres españolas que abrieron
el camino a la igualdad”.
Interesante y divulgativa, pero con un triste panel dedicado a María
Cambrils: la portada del libro, unas pocas líneas sobre el mismo, y el
reconocimiento impotente de que “a pesar de la importancia de su
trabajo, apenas sabemos algo de su vida, y no se conoce ninguna
fotografía que la represente”.
Y fue en ese preciso instante cuando supimos que era preciso averiguar
algo más, o al menos intentarlo. Con los archivos socialistas de los
años 20 y 30 prácticamente desaparecidos, sólo podíamos consultar unos
cuantos documentos supervivientes que procedían de agrupaciones
socialistas de Valencia y Pego, custodiados por la Fundación Pablo
Iglesias en Alcalá de Henares.
De aquí había partido en los años 90 cierta hipótesis que explicaría el
misterio sobre la persona: María Cambrils podría ser el seudónimo
utilizado por un hombre para otorgar mayor credibilidad a sus escritos
sobre feminismo.
La ambigüedad de alguna de las escasas anotaciones manuscritas halladas
así parecía sugerirlo, pero la profesora Aguado pronto la desmontó: no
es posible que Clara Campoamor se prestara a tal engaño, y su texto
respira admiración por una mujer de clase obrera que se atrevió a
superar sus limitaciones sin dejar de ponerse siempre del lado de sus
compañeras.
En el prólogo escribe sobre la socialista la diputada radical: “Cree en
la mujer porque cree en sí misma… este libro es algo más que un ‘un
ariete contra la opresión masculina y las mentiras convencionales’
porque no sólo ataca, sino que llama a la lucha y conforta en ella.
Dice a las mujeres que no deben confortarse envanecidas con la
concesión del voto…”.
No sería arriesgado pensar que Cambrils y Campoamor ni siquiera se
llegaran a conocer personalmente, y desde luego nunca formaron parte
del mismo partido, aunque sus coincidencias fueron muchas en el terreno
del feminismo, y su respeto mutuo incuestionable.
Aquí hay que destacar que la radicalidad y el apasionamiento con que
María defendía sus tesis nunca le inspiró sectarismo alguno, ni le
impidió reconocer los méritos de tantas figuras destacadas que
trabajaban en campos bien distintos y mantenían ideologías diversas.
Todo lo contrario, en algunos de sus artículos realiza auténticos
catálogos de mujeres que consideraba habían sido o eran importantes
para el progreso de la Humanidad.
Volviendo a las indagaciones y localizados ya unos cuantos artículos de
María en la colección de El Socialista de los años 20 (en aquel momento
aún no digitalizada), había que intentar cuanto antes reunir
testimonios orales, hablar con quienes la hubieran conocido.
Cierto suelto en el órgano del PSOE ofreció una pista valiosa al
indicar que nuestra mujer y su compañero habían trasladado su
residencia desde Valencia a Pego por motivos de salud. Y desde esta
localidad de La Marina se incorporaba con entusiasmo a la investigación
el archivero municipal, Joan Miquel Almela.
Así, los recuerdos nítidos de un veterano guardia de asalto se unen a
los de un viejo anarquista valenciano, que nos había asegurado un año
antes que asistió a conferencias de María en el Ateneo.
La descripción de la persona coincide, y también se corresponde con el
posterior hallazgo de un único retrato, hasta entonces sepultado
probablemente por el miedo, en el fondo de una mesilla de noche de la
familia.
Almela, infatigable en su trabajo de campo, escarba en actas
municipales y otras fuentes documentales y consigue acta de defunción y
testamento. De la historia local y comarcal rescata la destacada
actuación pública del compañero de María, inserta en los muchos
avatares con que se desarrolló la última parte de la II República.
Y también certifica su trágico final, ya que José Alarcón Herrero,
nacido en Jumilla en 1872, no pudo embarcar en el puerto de Alicante y
fue preso, torturado y finalmente fusilado en abril de 1940.
Registros y censos nos han guiado, aunque de forma sincopada, al
intentar reconstruir la peripecia vital de esta mujer que llegaría a
formar parte de la élite intelectual obrera a través de un proceso de
aprendizaje absolutamente autodidacta.
Hija de obrero y de madre analfabeta, emigrados desde Pego a Valencia,
llegó a ser durante los años 20 prácticamente la única columnista
habitual de El Socialista, firmando artículos que se insertaban junto a
los del mismo Pablo Iglesias, Julian Besterio, Andrés Saborit,
Indalecio Prieto o Largo Caballero.
También colaboró con otras cabeceras de prensa obrera y republicana
como El Pueblo; El Obrero, de Elche; Revista Popular; El Obrero Balear;
El Popular; El Mundo Obrero; La Voz del Trabajo… Y han sido sus propias
colaboraciones las que han aportado indicios ciertamente sorprendentes.
María Cambrils nunca pretendió “contar su vida” en tales escritos, pero
algunas pistas se le acababan deslizando entre las argumentaciones
contra el “feminismo catequista”.
Azote de prejuicios religiosos y de “el hermetismo confesional”,
resulta que ella, descaradamente anticlerical, recuerda su “vida
conventual” y maneja textos religiosos con una solvencia pasmosa,
dejando siempre bien claro que a su entender nada quedaba del espíritu
compasivo del viejo cristianismo defensor de los más débiles, de la
esencia ideal que formuló “El Crucificado”.
Sus códigos morales son la Biblia y las Cartas de Santa Teresa de
Jesús. Pero también “El Capital” de Marx. Todo lo cual nos lleva a
concluir que la escritora feminista pudo haber sido monja durante una
temporada, tras enviudar muy joven de José Martínez Dols, sin que
hayamos podido localizar tiempo y lugar, ni mucho menos los vericuetos
que la llevaron a emparejarse después con un antiguo anarquista
murciano mudado en socialista radical.
Sí cuenta, en cambio, que lecturas y charlas con una vecina en Valencia
le abrieron los ojos hacia la doctrina de la redención proletaria y el
papel que las mujeres habían de tener en ella.
Muy inspirada por Bebel, escribe: “Las mujeres obreras españolas no
podemos olvidar que la única fuerza política de solvencia moral
francamente defensora del feminismo es el socialismo”.
Tras insistir en la necesaria vinculación entre feminismo y socialismo,
planta cara a la misoginia obrera, defiende el voto de las mujeres, y
reprocha a muchos compañeros que nunca se hayan preocupado por la
igualdad, por la formación de sus parejas e hijas, y que no luchen por
el derecho al sufragio: “La mujer moderna aspira a coparticipar del
derecho, no a imponerse, como sostienen caprichosamente los enemigos
del feminismo. No queremos piedad sino justicia”.
Además del voto femenino y del papel de la Iglesia, temas recurrentes
en sus artículos son la enseñanza, la maternidad, la investigación de
la paternidad, el “feudalismo agrícola”, el antifeminismo disfrazado,
el divorcio, los avances y los problemas de las mujeres en otros
lugares del mundo, y la organización femenina.
Maneja un léxico sumamente personal y una prosa no exenta de sentido
del humor, pero muy contundente, sin miedo a la confrontación
dialéctica sean sus contrincantes hombres o mujeres, “consagrados” o
desconocidos.
Unas son “sabias de cíngulo y de pan comer”, otros “clerocatequistas” o
“gansos de pluma estilográfica”. Marañón es “pigmeo y liliputiense” y
el doctor Bartual, defensor de “ese enorme sofisma de la craneología
comparada” merece una tunda verbal por sus conferencias sobre la
inferioridad del cerebro femenino: “Cree el eminente laringólogo
–creencia que consideramos producto de un desconocimiento absoluto de
la realidad económica– que la razón de las desigualdades civiles entre
los sexos tiene su pie forzado en diferencias establecidas por la
naturaleza”.
Nuestra autora representó un punto de inflexión clave en la formulación
de los planteamientos igualitarios y feministas en el seno del
socialismo del primer tercio del siglo XX en España, y es por ello por
lo que la Universidad de Valencia aceptó editar la monografía.
Se reúnen en ella más de un centenar de artículos publicados entre 1924
y 1934, una reedición del libro “Feminismo Socialista”, una
aproximación biográfica, un análisis histórico y otros materiales
documentales.
Y un prólogo de Carmen Alborch, en el que muestra su extrañeza por el
olvido en torno a esta importante figura: “Cuanto más sabemos, más nos
indignan estas ausencias, los silencios. Y más nos afianzamos en la
idea de que es necesario hacer historia, memoria, tener memoria
política.
“Incluir a las mujeres como sujetos de la historia, desvelar y
publicitar en los espacios educativos y de divulgación, utilizando las
redes y las nuevas tecnologías, también el patrimonio en femenino.
Porque es patrimonio de la humanidad y como tal hay que conocerlo,
reconocerlo, y conservarlo”.
*Este artículo fue retomado de la página de Pikara Magazine.