“Nadie será objeto de injerencias arbitrarias en su vida privada,
su familia, su domicilio o su correspondencia, ni de ataques a su honra
o a su reputación. Toda persona tiene derecho a la protección de la ley
contra tales injerencias o ataques”, Artículo 12, Declaración Universal
de los Derechos Humanos.
“Violencia contra las Mujeres: Cualquier acción u omisión, basada
en su género, que les cause daño o sufrimiento psicológico, físico,
patrimonial, económico, sexual o la muerte, tanto en el ámbito privado
como en el público”, Párrafo IV, articulo 5, Ley General de Acceso de
las Mujeres a una vida libre de violencia.
UN ESCENARIO EN EL NORTE DEL PAÍS (Septiembre 2015. Monterrey)
Cuando el ex gobernador príista de Nuevo León, Rodrigo Medina de la
Cruz ofrecía su último informe, la diputada local panista Leticia
Benvenutti se puso de pie al lado suyo con una pancarta: “No pasarán las
cuentas mochas”, aludiendo a las acusaciones de desvío de recursos
contra el gobernador. Unas horas después en redes sociales comenzaron a
circular carteles con comentarios ofensivos y las fotos (tomadas hace
ocho o nueve años) de la diputada modelando lencería. Antes, Benvenutti
ejerció el oficio -legal en México- de modelo.
Benvenutti enfrentó a sus agresores: “Las imágenes son de dominio
público”.“Son fotos de las que no tengo por qué avergonzarme. Que se
avergüencen los que roban, los que dejan un estado endeudado, los que se
llevan el dinero del estado”. “Lo volvería a hacer”. “El cuerpo de la
mujer es hermoso”. La “coincidencia” entre el cuestionamiento de la
diputada al gobernador y la inmediata exhibición de sus fotos con la
intención de dañar, nos deja claro un supuesto que el discurso misógino
nutre y sostiene: una mujer que muestra su cuerpo es “indigna”, su
conducta es “inmoral”. Esa “inmoralidad” sugerida, no tiene nada que ver
con un daño a terceros, ni con la más mínima alteración del orden
público, ni con la calidad de su desempeño.
¿De qué se trata entonces? De intimidar, para controlar. Tenemos
clara la definición de “hombre público”. En cambio, y aún a las alturas
del siglo XX, una “mujer pública” era una trabajadora sexual obligada a
soportar todos los estigmas con los que las sociedades han tenido a bien
perseguirlas. Esa diferenciación entre “la mujer pública” y “la
privada” –tan obsoleta y tan vigente- atravesada por connotaciones
sexuales, nos revela una realidad que fue rotunda: para una mujer no
había vida “digna” concebible más allá del umbral de su hogar. "Sepa una
mujer hilar, coser y echar un remiendo, que no ha menester saber
gramática ni hacer versos", Calderón de la Barca.
El espacio de lo público era para una mujer –en sí mismo- el espacio
de la trasgresión. El legendario “castigo” a la trasgresión femenina ha
sido y al parecer sigue siendo el acoso moral. Intentar descalificar su
calidad como persona y su desempeño profesional (y aún su maternidad en
muchos casos) a través de insinuaciones que se deslizan hacia el
cuestionamiento de sus: “sus costumbres”, “su liviandad”, en pocas
palabras: su sexualidad. Consideraciones arbitrarias y ajenas a sus
compromisos con su cargo y en este caso, con las personas a quienes
representa.
El ataque cayó –más o menos- en el vacío. Los tiempos y las sociedades cambian.
UN ESCENARIO EN EL SUR DEL PAÍS (Octubre 2015. Villahermosa).
Una abogada es nombrada a un puesto público en Tabasco. Apenas
transcurrida la toma de posesión comenzaron a circular en redes sociales
carteles con fotos que la muestran desnuda. A las imágenes se les
agregaron letreros como: “Playboy Tabasco”. No tengo la impresión de
que las únicas mujeres que se desnuden en este mundo sean las modelos de
revistas para “caballeros”, pero déjenme investigar a fondo. El acoso
moral estaba en marcha. La abogada renunció “por motivos estrictamente
personales”.
Se ha hecho público que su cédula profesional está aún en trámite lo
que explicaría –nos dicen- su retiro del cargo. No creo que este dato
disminuya de ninguna manera la vileza, inscrita en el acoso del cual
fue objeto. Nadie puede pretender –y menos lograrlo- fragilizar
emocionalmente a una mujer violentándola en su intimidad para llevarla
hacia un regreso forzado al ámbito de su hogar, del que seguramente
algunos opinarán: “jamás debería de haber salido”. La trasgresión en la
que incurrió la abogada no fue su desnudez, tampoco fue permitir que la
fotografiaran. La trasgresión en esta circunstancia concreta fue asumir
su derecho a participar en la vida pública del estado dentro de su
ámbito de especialidad.
Benvenutti, posó –como parte de su trabajo- para fotografías que
sabía serían públicas, la abogada en Tabasco fue víctima de un siniestro
abuso de confianza. La diferencia en este punto es enorme, por
supuesto. En el primer caso hay una elección: las imágenes son públicas.
En el segundo caso una imposición. En el caso de Benvenutti el
fotógrafo no tiene nada de qué avergonzarse. En el segundo el
“fotógrafo” infligió uno de los daños morales más dolorosos: la
traición. Las fotos de la abogada fueron tomadas y subidas a las redes
hace muchos años (sin mayores consecuencias), pero alguien, justo ahora,
se hizo un honor en ir a buscarlas y hacerlas circular.
ACOSO MORAL
“Práctica ejercida en las relaciones personales, especialmente en el
ámbito laboral, consistente en un trato vejatorio y descalificador hacia
una persona, con el fin de desestabilizarla psíquicamente,” Diccionario
de la Real Academia Española.
Ambas vivencias pese a sus muy notorias diferencias convergen en un
punto: el acoso moral que se detona en el exacto momento en el que
Benvenutti toma la palestra para cuestionar a un gobernador, y el
momento en el que la abogada tabasqueña asume un cargo público. ¿Qué
intentan sugerirnos? Para comprender sólo tenemos que detenernos en lo
que los misóginos consideran un “argumento” de fondo: “una mujer
‘decente’ no se desnuda ni se deja fotografiar”. Porque, ¿cómo les
diré? Hay quien todavía pretenda dividir a los millones de mujeres que
somos en dos absurdas categorías cortadas además, de tajo: “las
decentes” “y las que no”.
¿En qué consiste esta noción concreta de “decencia” que durante
siglos ha sido utilizada como una jaula? Es muy confusa, pero es muy
clara su utilidad: mantener la sexualidad femenina bajo amenaza.
Mantener a las mujeres encadenadas a esa amenaza de “el qué dirán” –no
importa cuán falso o arbitrario sea- que tendería a “colocarnos en
nuestro sitio”. La historia nos muestra que acotar la sexualidad
femenina no se limita a controlar el derecho de las mujeres a ejercer su
sexualidad a la manera en que lo elijan, sino que se convierte en una
herramienta de intimidación y de poder utilizada para reducir sus
espacios de participación.
Que las mujeres obtuvieran derechos tan elementales como el de votar y
ser votadas, fue por décadas un escándalo nutrido más o menos de las
mismas insinuaciones y “argumentos”: “El libertinaje sexual”, “la
disolución de las costumbres”, “la pérdida de la femineidad”, “la
decadencia de la dignidad femenina y la familia”. También era un llamado
a la “indecencia” y a la “ligereza de costumbres” que una mujer
estudiara, aprendiera un oficio, asistiera a una universidad o
cualquier otro espacio de aprendizaje compartido con hombres. Los
tiempos cambian. Y sin embargo, imaginar la exhibición de un cuerpo
femenino desnudo como una manera de dañar la integridad de una mujer
para hacerla retroceder en la vida pública nos muestra que los
imaginarios de dominio siguen allí, ahora reforzados por el anonimato en
las redes sociales.
EL DERECHO A LA INTIMIDAD
El Derecho a la Intimidad es un bien protegido por la Constitución, como nos explica el jurista
Miguel Carbonell en su libro
Los derechos fundamentales en México.
Es –también- un derecho protegido por los acuerdos que México ha
firmado ante organismos internacionales como la ONU. Acosar a una
persona y estigmatizarla está muy lejos de ser un
divertimento sin consecuencias. Significa allanar su espacio privado, como quien entra a su casa pateando la puerta.
“Habrá violaciones al Derecho a la Intimidad por lo menos en los
siguientes casos”, afirma Miguel Carbonell en su estudio de Derecho
Comparado:
- Cuando se genere una intrusión en la esfera o en los asuntos privados ajenos.
- Cuando se divulguen hechos embarazosos de carácter privado.
- Cuando se divulguen hechos que suscitan una falsa imagen del interesado a los ojos de la opinión pública.
- Cuando se genere una apropiación indebida para provecho propio del nombre o de la imagen ajenos.
- Cuando se revelen comunicaciones confidenciales, como las que
se pueden llevar a cabo entre esposos, entre un defendido y su abogado,
entre un médico y su paciente o entre un creyente y un sacerdote”.
No es aceptable, de ninguna manera, que en éste, como en cantidad de
casos que tienen que ver con abusos y delitos cometidos contra mujeres,
se pretenda –además- culpabilizar a la víctima. “¿Para qué permitió que
le tomaran la foto?”. “Pero si las fotos ya eran públicas, qué más
daba”. ¿No les recuerdan otros clásicos del discurso misógino?. “¿Cómo
iba vestida su hija cuando la agredieron? Seguro traía escote y
minifalda”. ¿Pero señorita, ¿qué se esperaba si andaba sola en la calle a
las diez de la noche?
La mayoría de las mujeres nos desnudamos y nos hemos desnudado con
objetivos más entrañables que el de deslizarnos en la regadera o
ponernos la pijama. Si nos quedara alguna duda, no tenemos más que
preguntar alrededor para disiparla. Desnudarse ante el ojo de la cámara
tras del cual mira el ojo de un hombre –en su momento- amado, es parte
de un juego erótico inscrito en los territorios de la intimidad y de la
confianza.
¿Quién correría un riesgo tan “descabellado?”, escribieron por allí.
Cualquier mujer que jamás alcance a imaginar que ese hombre en el que
depositó su confianza podría traicionarla. ¿Se equivocó? Casi todas/os
nos hemos equivocado en nuestra elección amorosa alguna vez. ¿Qué tiene
de dudoso o de extraño que una mujer pose desnuda? Es un acto que
corresponde a la vida privada: Como parte de un juego erótico, o porque
ella se toma
selfies frente al espejo, o porque tomaba el sol en una playa nudista. ¿Quizá a ella le gusta de esa manera indagar su femineidad?
Imagínense si los millones de mujeres que somos tuviéramos que dormir
disfrazadas de buzo, por miedo a que una cámara traidora nos atrape
mientras dormimos. Aún casadas por varias leyes. ¿Una nunca sabe lo que
vendrá en el futuro? Me permito nombrar ese escenario paranoico y
absurdo, porque así de absurdo es lo que sucedió en Tabasco. Colocar las
“culpas” del lado de la mujer es legitimar el acoso y sus técnicas
intimidatorias.
Quien está en cuestión es la primera persona que hizo pública una
foto privada, quien fue capaz -con fines revanchistas- de un abuso de
confianza de ese tamaño. Quienes están en cuestión son las personas que
justo llegado el momento del nombramiento, decidieron ir por ellas y
exhibirlas. “Esta mujer tiene un ‘pasado’”, algo así parecen decirnos,
pero con tonos sórdidos como de telenovelas de las de antes.
En los culebrones de antaño, las mujeres tenían “algo que ocultar”,
un “secreto infamante” que de saberse “destruiría su honorabilidad”. “Un
pecado”. No, no eran delincuentes de cuello blanco, ni abusadoras de
niños y ancianos, ni asesinas en serie. No se trataba de circunstancias
“inmorales” en el sentido verdadero: el daño a terceros. Esas
referencias al “pasado femenino” se reducían a los dimes y diretes que
señalaban sus vidas sexuales. Ella, la mujer en cuestión tenía que
sufrir, y hacerse “perdonar”.
No hay nada de que “hacerse perdonar”, no vivimos ya en un mundo de
“perdones” que se dispensan, ni de “pecados que no debimos haber
cometido”, sino en un mundo de derechos que se respetan. No toleramos un
discurso en el que se cosifique a una mujer intentando denigrarla con
el arma de su desnudez. En el que la sexualidad femenina siga siendo un
tabú y un arma (exhibida de manera vil y a deshoras), para acotar las
posibilidades de cada una de vivir en paz y de participar en la escena
pública.
QUE LA DIFERENCIA SEXUAL NO SE TRADUZCA EN DESIGUALDAD
Se han dado casos de denuncias (que se han hecho muy públicas)
relacionadas con la “vida privada” en el caso de hombres que han ocupado
y/o ocupan cargos públicos: Un ministro de la Suprema Corte denunciado
por no pagar la pensión alimenticia. Un ex gobernador denunciado por
retener a sus hijos a pesar de que la custodia fue concedida a la madre
de los niños y de que existía contra él una orden de aprehensión
internacional. Un candidato denunciado por violencia doméstica.
La diferencia es muy clara: Ninguno de ellos fue “exhibido” en su
sexualidad, sino denunciado en hechos relacionados con el incumplimiento
de la ley. El doble rasero de lo femenino y lo masculino. ¿Por qué?
Porque ¿quién se detendría a cuestionar el derecho de un hombre a su
sexualidad, a condición, claro, de que ese hombre cumpla las reglas de
la heteronormatividad?
No son las épocas de la
sabana sancta por suerte para casi
todos. El amor, la ternura, la sexualidad, ya tienden a estar en otro
lado. Más respetuoso, más equitativo. Más lúdico. Cada vez nos liberamos
más de aquellos silencios obligados: “Si te agreden, baja la mirada y
sufre en silencio, porque aunque la víctima del acoso seas tú, te pueden
culpar y excluir”. Un desplegado en apoyo a la abogada tabasqueña
despertó una oleada de firmas de mujeres y hombres en dos días. Ya no
es –tampoco- época de apelar “a la caballerosidad” y al “piensa que
podría ser tu hija, tu madre o tu hermana”.
No estamos hablando – sobre todo cuando se trata de personas
desprovistas de respeto y de empatía como los agresores de la abogada-
de graciosas concesiones, sino de derechos adquiridos. Como suele decir
Marta Lamas: “La diferencia sexual no tiene por qué traducirse en
desigualdad”. Ni en desigualdad, ni en el profundo dolor que provoca la
injusticia.
La conciencia de una urgencia de equidad y de respeto a los derechos
de las mujeres se han deslizado de tal manera en nuestra cotidianidad,
que resulta difícil encender una computadora, mirar los memes que
descalifican a una mujer (con el “argumento” de su sexualidad) y no
sentirnos indignadas/os ante esos discursos decimonónicos y
rudimentarios que insisten en repetirse. Como si se conservaran entre
bolitas de naftalina. Exhibir un cuerpo femenino como arma de insulto es
cosificarlo. Es pretender perpetuar esa voluntad de poder y de dominio.
La andanada en contra de la abogada fue tan grave, que si ella así lo
deseara y obtuviera su cédula (suponiendo que realmente no la tenga)
una propuesta justa sería solicitar al gobernador que la convoque –si le
es posible- a reconsiderar su renuncia. Sentar así un precedente
importante para el estado: Los ataques misóginos no pueden continuar
volando como guillotinas –impunes- sobre las cabezas de las mujeres. Que
los talentos, la formación, los compromisos y el desempeño de una mujer
pública, sean analizados desde donde corresponde: los resultados de su
trabajo. Su conocimiento del tema, su honestidad, su capacidad de ser
justa, su eficacia.
No subestimemos el daño que provocan las conductas misóginas: Estigmatizar es ejercer violencia.
@Marteresapriego