Este pasado 9 de enero,
dos meses exactos después de la firma del protocolo de admisión con el
coordinador general Cayo Lara, el Comité Político Federal de Izquierda
Unida ratificó la inserción del Partido Feminista de España en la
coalición. Este es un día muy importante para el avance del feminismo y
de la izquierda en España, y aunque parezca muy pomposa esta afirmación
en momentos como los actuales, en que toda la atención y la preocupación
de los medios y de los ciudadanos están volcadas en la independencia de
Cataluña y en el gobierno del país, no exagero un ápice. A menos que se
considere menos importante la vida, la salud, el bienestar, la justicia
y la felicidad de la mitad más uno de la población española.
Ya sé que, desgraciadamente, este ritornello
que cotidianamente repetimos de que las mujeres somos más de la mitad
de la ciudadanía no impresiona. Ni a los gobiernos ni a la justicia ni a
los partidos políticos. Por ello, durante varias décadas el Movimiento
Feminista ha luchado muy en solitario, ha tenido que nutrirse de las
fuerzas que las mujeres solas podían aportar y muchas veces en
contraposición y antagonismo no solo de los enemigos del progreso que ya
conocemos, sino desgraciadamente también de amplios sectores de sus
compañeros de lucha.
Por ello, es una victoria que la formación
política que pronto cumple tres décadas haya tenido la sensibilidad
adecuada para aceptar, inmediatamente y por unanimidad, la solicitud que
le formulamos de ingresar en la coalición.
No hubo tampoco voces
disidentes en el Consejo Político Federal que votó unánimemente a favor
de que el Partido Feminista se integrara y de esa aquiescencia
esperamos los mejores resultados. Recibimos la felicitación de la
responsable del Área de la Mujer que puso de relieve la coincidencia de
muchos años y de tantas luchas en las que las mujeres de IU han
trabajado conjuntamente con el Movimiento Feminista.
De este
primer paso han de seguirse otros muchos que se conviertan en carrera
para que las mujeres lleguen al poder. Y lo haremos desde la sólida
plataforma para esa lucha que significa Izquierda Unida.
No está
de más recordar el largo camino que ha recorrido la formación, cuyas
raíces se hunden en la fértil tierra del Partido Comunista de España,
uno de cuyos fundadores fue mi padre, el periodista y escritor César
Falcón, director de Mundo Obrero, creador del programa de radio Altavoz
del Frente en plena Guerra Civil e introductor de Miguel Hernández en el
partido y en las emisiones radiadas.
De aquella terrible época
arranca la labor tenaz y sin duda heroica de los militantes del partido,
que a pesar de las persecuciones, las matanzas, las torturas y las
prisiones, con sus consecuencias anejas de pérdida de familia, de
trabajo, de exilio, han sobrevivido, han defendido sus mismos ideales,
han sido fieles y firmes y han permitido que una formación de izquierdas
sobreviva a los ataques exterminadores del fascismo, del capital, de la
Iglesia, del imperialismo, y de los no menos peligrosos de sus
“desafectos”, “aliados”, “compañeros de viaje” y rivales políticos.
A
la persecución sistemática hay que añadir la continua propaganda
lanzada en contra de todo lo que huela a comunismo que sin tregua alguna
elabora y difunden los medios de comunicación, la escuela, la
Universidad, la intelectualidad vendida a la derecha, desde hace casi un
siglo.
Por ello, llegar a 2016 con una formación que no tiene
miedo de llamarse de izquierda, que ha asumido el único programa
realmente rupturista con el orden establecido e impuesto en 1978 por los
poderes dominantes, que se declara republicana, antiimperialista, anti
vaticanista y feminista, es un triunfo.
Que no me digan los
nuevos “progres” de Podemos —y no encuentro otra manera de llamarlos sin
que quiera ofenderlos, puesto que como ellos mismos no se definen ni de
izquierdas ni comunistas ni rupturistas, no me quedaría más que
calificarlos de cambistas, según su último eslogan del cambio— que esa
resistencia mostrada por Izquierda Unida no ha servido de nada, que sus
militantes se han quedado recluidos en una formación pequeña y marginal,
y que se sienten tan contentos de mantener unos principios que no le
importan a casi nadie.
Esta falsificación de la historia de
nuestro país es muy lamentable, porque contribuye, y eso es lo que se
pretende, a confundir a la ciudadanía menos formada.
Si el
Partido Comunista e Izquierda Unida más tarde no hubiera existido, los
jóvenes rupturistas del 15 M, los anticapitalistas de hoy –que no lo
eran hace diez años cuando el bienestar les permitía tener casa y
coche-, los podemitas de ahora, no hubieran podido ni manifestarse ni
organizarse ni presentarse a elecciones ni ganarlas.
Es ya
sabido, o debería serlo, que el Partido Comunista mantuvo la resistencia
al franquismo durante cuatro décadas, y cuatro décadas más ha sostenido
la bandera antiimperialista, y lo que se ha trabajado y luchado y
difundido ahí está, inserto en el ADN de muchos trabajadores, de muchas
mujeres, de un sector de la intelectualidad que forma opinión. Por eso
estamos y por eso seguimos. Porque somos la sal de la tierra.
De
la misma manera que la lucha del feminismo radical que representa el
Partido Feminista ha impedido que este país no se constituyera en la
reserva de la derecha más reaccionaria de Europa cuando llegó la
Transición. El Movimiento Feminista logró en esos años la declaración de
no discriminación del artículo 14 de la Constitución y después los
avances legales que ya conocemos. Pero la lucha por la abolición de la
prostitución, contra la violencia machista, por la igualdad salarial,
por la participación de las mujeres en todos los ámbitos sociales, la ha
llevado sin concesiones el Partido Feminista y ha trabajado con otros
grupos y asociaciones para ampliar el ámbito de difusión de sus
demandas.
Pero llegado el momento de plantearse si seguir en el
conocido universo del movimiento social o cumplir nuestra vocación
esencial: participar en política, era evidente que la única formación
con la que podíamos colaborar era Izquierda Unida, conocidas ya la
vocación monárquica, atlantista y vaticanista del PSOE y de Podemos, y
su repugnancia a apoyar la abolición de la prostitución.
De
nuestra alianza tienen que recogerse los mejores resultados. El Partido
Feminista, cuya primera asamblea, después del II Congreso, se celebrará
el próximo 23 de enero en Madrid, se propone lanzar una campaña
continuada y firme en defensa de los puntos aprobados en el programa de
Unión Popular: la proclamación de la III República, la anulación de los
acuerdos con el Vaticano, la salida de la OTAN y el desmantelamiento de
las bases americanas, el rechazo al TTIP, la modificación de la ley de
Violencia de Género para proteger a las mujeres víctimas de la violencia
machista, la abolición de la prostitución, la igualdad salarial, la
introducción del feminismo en la escuela, en el Instituto, en la
Universidad, la transformación de los medios de comunicación en medios
de información feminista.
Es el momento de que la estructura de
IU apoye los actos, los cursos, los talleres que el Partido Feminista va
a organizar en toda España para llevar la formación política y
feminista a todas las mujeres y hombres a los que lleguemos.
Sabemos
que miles de mujeres y de hombres, repartidos por toda España, trabajan
cada día por el progreso dentro de IU y que ante un proyecto de estas
características van a sentirse animadas a colaborar. Y también sabemos
que ninguna otra formación política desea llevarlo a cabo. Ni en su
programa ni en su objetivo se halla la determinación de que las mujeres
sean protagonistas, nuevamente, de los cambios políticos y sociales que
vamos a plantear y a exigir. Ni siquiera el PSOE ni Podemos se plantean
las rupturas que nosotras tenemos como eje de nuestra tarea partidaria.
Enfrascados en sus querellas internas y entre sí por alcanzar puestos de
poder, con lo que ello significa: escaños parlamentarios y
senatoriales, dinero de subvenciones, despachos, entrevistas
televisivas, vuelven a despreciar las necesidades profundas de las
clases trabajadoras y de las mujeres, que se merecen más que unas
cuantas ayudas limosneras en forma de pago del recibo de la luz y de
paquetes de comida.
Por ello, Izquierda Unida es tan
imprescindible como el Partido Comunista. Por ello Izquierda Unida, el
árbol que contiene las ramas de nuestros partidos y asociaciones y hunde
las raíces en la tierra que germina el progreso, regada con la sangre
de nuestros antepasados, no puede desaparecer. Nos ha costado casi un
siglo, el Partido Comunista se constituyó en 1920, hacerla crecer y
fructificar y los liquidacionistas —que los hay— pretenden que la
izquierda se diluya a imitación de ese aguado partido demócrata
italiano, para que sea cómplice del capital.
Que nadie se crea
que con la dejación de principios, la ocultación de objetivos, el cambio
de un lenguaje categórico en otro eufemístico, para intentar engañar a
la derecha, la izquierda o lo que quede de ella, va a lograr más poder.
La derecha, en esto, es más lista que la izquierda, y no se la engaña.
Todo lo que no sea estar con ella es estar contra ella. Esa es la
equivocación de la socialdemocracia, que después de la caída del Muro de
Berlín creyó que iba a ser la triunfadora única de la izquierda, y hoy
está mendigando pactos con la derecha y el centro para subsistir.
Como
decimos del feminismo, el futuro será de izquierdas o no será. Y como
demostración de esta declaración que parece pomposa no hay más que
mirar, tan cerca como lo tenemos, el horror que se ha apoderado del
Medio Oriente.
Como bienvenida a este 2016, en medio de la
convulsión de la política española e internacional, es sin embargo una
muy buena noticia la colaboración que iniciamos ahora mismo el Partido
Feminista e Izquierda Unida.
P.D. El Encuentro Feminista se
celebrará el próximo 23 de enero, a las 17 horas, en la calle Carretas
14, 3º piso, Madrid. Os esperamos.
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