Enrique Peña Nieto, Titulra del Ejecutivo, Foto Miguel Dimayuga
MÉXICO,
DF (Proceso).- Se ha dicho que sólo el que se ilusiona se desilusiona.
El gatopardismo de Lampedusa (cambiar todo para que todo siga igual) es
hoy un rasgo distintivo del sistema partidista de diseños
institucionales, de repartos al margen de méritos y del descrédito de la
política y los políticos. No hay signos de que las cosas vayan a
cambiar en el último tramo del gobierno de Enrique Peña Nieto. Pero en
una oda imaginaria a la alegría siempre hay una salida, que bien podría
ser la que expongo en las líneas siguientes.
Primero. México es
un país de máscaras (Octavio Paz), de esperanzas incesantes de que
alguien vendrá a arreglar lo que como sociedad no ha hecho, pues la
sociedad organizada es una metáfora que vive, en casi todos los casos,
de las notas que puede vender a los medios para existir; mientras las
universidades, el “último reducto de la conciencia”, son, en la inmensa
mayoría de los casos, zonas de confort donde se paga por ver, como si de
un partido de futbol se tratara, y los partidos negocian todo lo que se
puede negociar, sea o no de interés público. En suma, cada quien ve
para su santo porque sabe, intuye, que no hay nada que hacer, que no hay
futuro y sólo queda obtener un beneficio ahora en espera de mejores
épocas, de oportunidades que, como actos divinos, pueden llegar.
La mayor parte de los medios no ofrecen garantías al derecho a saber de
la sociedad, porque el mismo está atrapado entre la conciencia a la
venta y el erario usado para desinformar, para generar ilusiones de que
las cosas no están bien pero lo estarán en un futuro cercano, aunque
incierto. Mientras tanto, apartarse del camino de la ilusión para
traducirlo por la acción no es algo bienvenido en muchos círculos:
“conflictivo” se llama a quien exige que el derecho se cumpla y no sea
sólo un fetiche; “resentido” se califica al que ve contradicciones
esenciales entre la equidad y la justicia y el derecho.
Segundo.
La distancia entre lo que existe y lo que debiera existir es cada vez
más grande. La resignación también, porque es un destino ineluctable de
los “buenos”, de los que no son “conflictivos” ni “resentidos”, de los
que esperan –sin desesperar– una felicidad que está más allá de esta
vida. Hasta ahora, razonan, nadie ha vuelto para quejarse de que las
santas enseñanzas no están llenas de verdad. Lo que ocurre son “pruebas”
de que algo bueno va a pasar en algún momento. Son “bendiciones” que
templan el espíritu y deben ser aceptadas con júbilo, con gozo, porque
en ello reside la verdadera “salvación”, la que hará de la felicidad un
camino infinito y duradero.
¿Cómo explicar que los políticos, los
gobernantes, tengan grandes sueldos y no resuelvan casi nada? ¿Qué
decir de quienes dirigen universidades y han recibido observaciones y
sanciones por el uso indebido de recursos públicos de manera burda y
abierta? ¿Qué pensar de los integrantes de los organismos autónomos
constitucionales que tienen sueldos que superan varias centenas el valor
de los salarios mínimos? ¿Qué opinar de los elevados ingresos de los
legisladores que no legislan y se dedican a la venta de su conciencia al
mejor postor? ¿Qué decir de la línea 12 del Metro de la Ciudad de
México, que tuvo un costo fuera de toda lógica y todavía no funciona?
Todas son cosas materiales que van y vienen, las “pruebas” que hay que
pasar. No se necesita comprender, sino creer.
Tercero. La
crítica, luchar en esta vida por un mundo de equidad y justicia y buscar
que las malas personas se vuelvan buenas o sean castigadas con las
leyes humanas, es como predicar en el desierto. No se debe ver lo que
pasa en los demás, si no es para ayudarlos. Lo importante es ver hacia
el interior cómo se puede ser mejor cada día. La humanidad es
imperfección, y querer descifrar los designios del Señor causa dolor y
desesperanza por la imposibilidad de comprender lo incomprensible. El
camino de la dicha es dual: por un lado, las pruebas de esta vida
material e injusta y, por otro, la expectativa de otra donde la bondad,
el gozo del otro como si fuera de uno, va a generar un círculo virtuoso.
Este 2016 que inicia puede ser el principio de una vida de esperanza,
felicidad en la fe y en la convicción de que lo que pasa fuera de
nuestro espíritu es sólo temporal y pone a prueba la fortaleza interna
para recibir un mundo mejor. A mayores evidencias en este mundo material
de injusticias, de afrentas y falta de oportunidades, mayores serán las
gracias en esa otra vida que abnegada y ordenadamente hay que esperar
con el corazón abierto y henchido de convicción de que la felicidad está
ya a la vuelta de la esquina.
ernestovillanueva@hushmail.com
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