Acurrucada en un pozo cerca de la frontera junto a su esposo y sus
tres hijos mientras escuchaban las explosiones a su alrededor, Ilyas
estaba segura de que aun si su cuerpo lograba sobrevivir, su mente
quedaría para siempre en ese lugar. Cómo se iba a imaginar que en dos
años estaría ayudando a otros refugiados sirios y a jordanos
desamparados a cambiar sus vidas en Zarqa, su ciudad adoptiva.
El viento y el polvo le dieron la bienvenida a ella y su familia al
llegar al campamento de Zaatari, construido en el estéril desierto, muy
lejos del barrio en el que vivía en la cosmopolita Damasco, de donde
había escapado 10 meses atrás.
“Debía
ser esa refugiada a la que todo el mundo tiene que cuidar, pero ahora la
gente me agradece por ayudarla": Emelline Mahmoud Ilyas.
“Juré que si no podía salir de Zaatari, regresaría a Siria y moriría
allí”, confesó Ilyas a IPS, recordando su estadía en el campamento. A
los pocos días, le pagaron a un tratante de personas para que los sacara
de forma ilegal, sin documentos, y así llegaron a esta ciudad de Zarqa.
Cuando las cosas mejoraron y su esposo consiguió trabajo en una
barbería, ella sintió en carne propia la soledad de estar refugiada en
una ciudad extraña. Recuerda que no tenía con quién hablar de la guerra
ni del sentimiento de pérdida.
“Me quedaba sentada sola en casa, deprimida, culpando a mi marido de
todo, de habernos tenido que ir de Siria y de que no hubiera salida”,
recordó.
En Siria, Ilyas era funcionaria de un ministerio y se dedicaba a
monitorear e inspeccionar la corrupción en la función pública. No poder
trabajar en Jordania aumentó su desesperación.
Pero cuando sus hijos comenzaron la escuela, se volvió renuente a
regresar a Siria, donde las escuelas abrían de forma esporádica, en el
mejor de los casos, en un contexto de agitación. Los tres menores se
integraron bien y estaban contentos, solo ella no era feliz.
En la actualidad, la prensa cubre masivamente la llegada de
refugiados a Europa, pero desde 2011, solo Jordania, y en silencio, ya
albergó a más de 700.000 sirios, según registros del Alto Comisionado de
las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur), y quizá sean 1,5
millones, sumando las que ingresaron sin documentar.
La superficie del reino hachemita es de 89,35 kilómetros cuadrados y
tiene una población de 6,5 millones de habitantes, además de 2,77
millones de refugiados. Jordania ha asilado a miles de personas a lo
largo de su historia, principalmente palestinos e iraquíes.
Pero cuatro años después de la llegada de los primeros refugiados de
Siria, no hay señales de que el flujo vaya a cesar, y los desafíos no
hacen más que aumentar.
Numerosas organizaciones no gubernamentales e instituciones
gubernamentales alertan de que los refugiados están dispersos en las
ciudades y no se concentran en los campamentos, donde pueden acceder
fácilmente a los proveedores de servicios; los viejos enfoques de
atención no alcanzan para hacer frente al desafío.
Refugiados en ciudades
Zarqa, conocida como la ciudad natal de Abu Musab al-Zarqawi, el
fallecido líder de la red extremista Al Qaeda, está en el noreste de
Jordania, tiene una población de más de 500.000 personas, además de las
50.000 sirias, y no es ajena a las crisis de refugiados.
En 1948, se creó un campamento para refugiados palestinos a las
afueras de la planta urbana, que gradualmente se incorporó a esta
empobrecida ciudad.
Zarqa tiene un elevado número de personas desempleadas y, como las
facciones islamistas gozan de un apoyo generalizado entre los sectores
más marginados, está bajo un estricto control gubernamental por temor a
una desestabilización política. Pero las demoradas reformas hacen que el
descontento fermente bajo la superficie.
“Los alquileres en Zarqa aumentaron 600 por ciento desde 2011, y a
veces viven tres familias refugiadas en un apartamento”, relató Ohud
Bayidah, coordinadora de la organización ActionAid en esta ciudad, al
ser consultada por IPS.
La constante llegada de refugiados agrega presión al sistema de salud
y escolar, y la población local se queja de que los sirios trabajan por
magros salarios, lo que perjudica las relaciones entre ambas
comunidades.
Pero el tradicional modelo de atención de la organización no alcanza
para hacer frente a problemas como aislamiento, violencia doméstica,
falta de oportunidades educativas, desempleo o abuso de drogas.
Comunidades movilizadas
Para Ilyas la situación comenzó a mejorar cuando se enteró de un
taller psicosocial organizado por el Centro para Víctimas de Tortura.
Compartir recuerdos de su atribulado país le permitió aliviar un poco la
presión.
“Después sentí que no estaba sola, me volvió la esperanza”, contó a IPS.
Tras recorrer las calles buscando actividades en organizaciones
humanitarias, hizo una fila afuera de un centro comunitario de la
Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados Palestinos en Próximo
Oriente (Unrwa) y se enteró de los círculos comunitarios de ActionAid,
que acercan a sirios y jordanos. Pronto se convirtió en una más.
“Gracias a los círculos pude ayudar a mujeres como yo, y también
jordanas”, explicó. Se reúnen una vez por semana, hombres y mujeres por
separado. “Discutimos asuntos personales o familiares y hablamos de cómo
podemos resolverlos recurriendo a los proveedores de servicios o
apoyándonos unas a otras”, detalló.
Los círculos comunitarios ayudan a las organizaciones a identificar
los principales problemas que afectan tanto a sirios como a jordanos y a
suministrar la ayuda necesaria. “La violencia doméstica es un gran
tema, al igual que la explotación infantil”, puntualizó Bayidah.
Nueva vida
Los círculos comunitarios también ayudaron a la coordinadora de
ActionAir, originaria de Karak. Es la primera en su familia en terminar
la universidad y la primera en trasladarse por su cuenta a Amán.
“Mi padre siempre fue de mente abierta en cuanto a mi educación, pero
convencerlos de mudarme sin estar casada fue duro”, confesó Bayidah, de
28 años.
Cuando le dije que la alternativa a esta oportunidad laboral era
quedarme triste en casa, accedió a probar un mes. “Trataron de
convencerme de volver, pero ahora se dan cuenta de que soy feliz. Ayudo a
mi comunidad y están muy orgullosos”, remarcó.
En cuanto a Ilyas, si bien llevar un hiyab para mezclarse en Zarqa
significó un gran cambio para ella, los círculos le abrieron la puerta
al activismo como nunca lo hubiera imaginado. “Hablaba con mi hermana,
que todavía está en Siria, y no podía creer que eso fuera posible aquí,
que la gente se organizara a sí, libremente”, relató.
A Ilyas por ahora le alcanza con que los círculos le hayan ayudado a trepar aquel pozo de la frontera.
“Debía ser esa refugiada a la que todo el mundo tiene que cuidar,
pero ahora la gente me agradece por ayudarla, creen que soy jordana”, se
alegró.
Traducido por Verónica Firme
No hay comentarios.:
Publicar un comentario