Madrid, 21 juin 2016. AmecoPress/Investig’action.- Aminata
Traoré es una ensayista maliense que lucha por la autonomía de los
países y los pueblos de África, siempre dominados y saqueados por las
potencias occidentales. Ministra de Cultura y Turismo de Malí entre 1997
y 2000, la infatigable militante prosigue su lucha contra el
liberalismo sobre el terreno y ha promovido numerosos proyectos con las
mujeres y los jóvenes en Bamako. Su reciente candidatura al puesto de
Secretaria General de la ONU es una buena noticia para todos los
partidarios de la paz.
¿Cómo analiza el fenómeno terrorista que asola África y todo el mundo?
En
primer lugar hay que analizar rigurosamente las causas: ¿Por qué ahora?
¿Y por qué por todas partes? Precisamente porque se han globalizado la
injusticia, la desesperación y el desprecio. En los años 90, ante las
consecuencias de las políticas de ajuste estructural, sonó el timbre de
alarma que señalaba que «cada año, en la mayoría de nuestros países hay
entre 100.000 y 200.000 jóvenes diplomados que llegan al mercado laboral
y el modelo económico no crea empleo». Al contrario, se elimina empleo.
¿Qué se puede hacer? A menudo los jóvenes solo pueden elegir entre el
exilio y el fusil. Estos dos fenómenos contemporáneos y concomitantes
están vinculados intrínsecamente al lamentable fracaso de un modelo de
desarrollo económico que Occidente no quiere cuestionar.
Para
muchos medios y analistas el yihadismo emanaría directa y
principalmente de la religión. ¿Considera suficiente esa explicación?
Si
fuese así, ¿por qué no surgió mucho antes ese pensamiento del
radicalismo religioso? Fue a partir de las décadas de los 80 y 90 cuando
numerosas personas abandonadas por culpa de las políticas neoliberales
fueron a las mezquitas y al Corán a buscar respuestas al desempleo y a
la exclusión. Si no hubiese sido así, en Irak los generales de Sadam
Hussein no habrían encontrado islamistas en Abu Ghraib para sentar las
bases del Dáesh. ¿Cómo llegaron a introducirse en los suburbios y en los
medios pobres? ¿Por qué fascinan también a la «clase media»? Hay un
vacío ideológico abismal que se niega a admitirlo.
Si en la
actualidad los pueblos dispusieran de más justicia, más empleo y más
respeto se podrían garantizar la paz y la seguridad, pero eso supondría
que los que dominan deberían renunciar a parte de sus privilegios. No
pueden. Eso sería hacerse el harakiri reconociendo que se equivocan. No
se crea empleo y el modelo no responde a las demandas sociales. ¿A quién
beneficia este crecimiento criminal? A las multinacionales, pero
también se pegan un tiro en el pie cuando ya no pueden ir a los lugares
donde explotan los recursos naturales. Los yihadistas son conscientes de
ese reto y su objetivo son los mismos recursos, en particular el
petróleo.
A fuerza de hacer oídos sordos y poner en marcha unos
tipos de oposición que no son auténticos contrapoderes capaces y
dispuestos a encargarse de las cuestiones importantes, nos encontramos
atascados por todas partes en los asuntos institucionales y en unas
políticas de sustitución de los protagonistas sin cambio de paradigma.
Para disfrutar hoy de la paz, una paz auténtica y estable, y de la
seguridad humana –que no hay que confundir con la «segurización»- hay
que introducir en el debate los asuntos mineros, petroleros y otros.
Garantizar la seguridad humana a los individuos por medio del empleo, la
sanidad, la educación y otros servicios sociales básicos considerados
gastos improductivos.
¿Cuál es el papel de la Unión Africana y cuáles son sus principales retos?
África
tiene una necesidad absoluta de la Unión Africana (UA), la organización
que nació en 2002 del rescoldo de la Organización para la Unidad
Africana (OUA) creada hace 53 años. Al igual que la Unión Europea (UE)
que le sirve de modelo, la Unión Africana suscita muchos interrogantes
en los pueblos, que no la ven donde la esperan, es decir, cerca de
ellos. Sus detractores opinan que solo es un club de los jefes de
Estado. Es una constatación abrumadora y preocupante porque sabemos que
los padres fundadores de la institución quisieron que fuera el
instrumento de la descolonización y esta no solo no ha terminado, sino
que además el continente está en vías de «recolonización» en el marco de
la globalización capitalista. Los desafíos están a la altura de la
violencia multiforme de ese sistema.
Para desempeñar plenamente su
papel en la defensa de los intereses de los pueblos de África es
necesario que la Unión Africana entienda la naturaleza de la
globalización y las relaciones de poder. Porque padece las taras
originales de la división, la extroversión y la dependencia. A menudo
tendemos a olvidar que la Organización de la Unidad Africana (OUA), de
la que procede la Unión Africana, nació en el dolor del desgarrón entre
dos grupos que tenían una visión y un enfoque opuestos del futuro del
continente.
Fueron necesarias muchas reuniones y largas
negociaciones para que el 25 de mayo de 1963, 32 estados recién
independizados creasen la Organización de la unidad Africana (OUA) en
Addis-Abeba, Etiopía, sobre la base de un acuerdo mínimo. La redacción
de su carta se confió al presidente maliense Modibo Keita, uno de los
líderes del grupo de los progresistas de Casablanca, y al presidente de
Togo Sylvius Olympio, del campo de los «antifederacionistas». Fue la
visión del grupo de Monrovia la que prevaleció sobre la de los
progresistas del grupo de Casablanca.
¿Qué balance podemos hacer de sus actividades?
Aparte
de la gestión de la descolonización, la organización panafricana no
emprendió ningún proyecto ni ninguna estrategia de desarrollo autónomo y
emancipador. Las décadas de 1980 y 1990 estuvieron marcadas por las
orientaciones de Elliot Berg, con las que el Banco Mundial sustituyó las
perspectivas africanas de desarrollo del Plan de Acción de Lagos (PAL)
elaborado pacientemente por los Estados africanos y adoptado en 1980 en
la capital de Nigeria. Dichas orientaciones agravaron las dificultades
del continente con la congelación de los salarios y recortes en los
presupuestos de los servicios sociales básicos: educación, sanidad,
aprovisionamiento de agua potable y saneamiento.
Conscientes del
enorme coste social y político de los Programas de Ajuste Estructural
(PAS) los dirigentes africanos propusieron diversas orientaciones: el
presidente Thabo Mbeki (Sudáfrica) propuso el Plan de Acción del Milenio
(PAM), elaborado conjuntamente con Olusegun Obasanjo (Nigeria) y
Abdelaziz Buteflika (Argelia), así como el Plan Omega de Abdoulaye Wade
(Senegal). Su fusión dio lugar a la «Nueva Iniciativa Africana» (NIA),
que después se transformó en la «Nueva Asociación para el Desarrollo de
África» (NEPAD) y el «Mecanismo Africano de Evaluación por los Pares» en
2003. El Parlamento Panafricano (PP) se instituyó el 18 de marzo de
2004 con sede en Midrand (Sudáfrica).
La Unión Africana se
felicita de las políticas y estrategias macroeconómicas «saludables» que
permitieron a numerosos países miembros de la organización registrar un
crecimiento sin precedentes, así como una significativa reducción de
los conflictos, el fortalecimiento de la paz y la estabilidad y el
progreso en materia de gobernanza democrática. Para el siglo XXI cuenta
con la aparición de una clase media creciente y un cambio en la
estructura financiera internacional, con el auge de los BRICS y la
mejora de los flujos de inversiones directas.
¿Este aumento significativo del crecimiento irá parejo con una mejora de las condiciones de vida de las poblaciones?
Hay
logros materiales palpables, pero muy poca mejora en las condiciones de
vida de las poblaciones. Cada vez crece más el desempleo. En este
contexto es en el que ha surgido lo que llaman en Europa «crisis
migratoria», que no empezó en 2015. La noción de «emigrante económico», a
distinguir de la de «refugiado», significa que «en los países de origen
hay trabajo y bastaría, según los tecnócratas, con invertir más y
luchar contra la corrupción». Pero no hay trabajo y la corrupción es
inherente al sistema.
¿Cree que el proceso de democratización se ha quedado en la superficie?
Me
parece difícil encontrarme en un panorama político de entre 150 y 250
partidos. Europa sabe perfectamente que no puede haber democracia con
semejante desmenuzamiento del campo electoral sin un auténtico contenido
ideológico. ¿Cómo salir de esta «democracia» teledirigida, financiada y
supervisada de cerca, según los países y los asuntos, por Bruselas,
París y Washington?
Precisamente con respecto a eso China
está sustituyendo progresivamente a Occidente en la economía africana,
¿hay que admitir a los chinos como los nuevos «impostores», parafraseando el título de uno de sus últimos libros?
Históricamente
África no tiene los mismos tipos de relaciones con China que con
Occidente. China no es arrogante. En el imaginario de los africanos es
un mal menor porque sabemos que los chinos están ahí porque tienen una
gran necesidad de materias primas. Pero esta relación también puede ser
una trampa si nuestros Estados permanecen en la lógica de regiones
exportadoras de materias primas en vez de aprovechar para poner las
bases de la industrialización del continente. En otras palabras, si los
Estados africanos no desarrollan su propio sector privado no estarán en
condiciones de emanciparse de las relaciones de dependencia.
La
propia noción de emergencia es problemática. Se traduce en un
crecimiento que no beneficia a los pueblos. En los países denominados
«emergentes» la cesta de la compra no registra ninguna mejora. La China
emergente es fuente de inspiración para los países africanos, que saben
que un continente desmenuzado y dividido es una presa fácil en el marco
actual de «asalvajamiento» del mundo. China no se ha liberalizado sin
ton ni son, ha progresado a su ritmo y en función de sus intereses.
¿Cuáles son, desde su punto de vista, los desafíos de la sociedad civil y de los intelectuales africanos del siglo XXI?
Hay
que ir más lejos en el trabajo de desmontaje de las ideas recibidas y
de descontaminación de las mentes sobre el crecimiento, la emergencia y
otras historias absurdas. Si el sistema fuese bien, ¿por qué se
encontraría Europa en una crisis existencial que la está conmocionando?
Pienso que las soluciones prestadas han revelado sus límites a la luz de
nuestras experiencias, de nuestras vivencias, de nuestras aspiraciones.
Por desgracia una gran parte de los que se denomina «la sociedad civil»
no se atreve a levantar las cuestiones que enfadan a los «donantes».
Localmente no pueden hacer nada sin la ayuda de la «comunidad
internacional».
Sin embargo África ha tenido grandes
intelectuales, pensadores como Julius Nyerere y sus ideas motrices en
favor del derecho al desarrollo. ¿No podemos «contar con nuestras
propias fuerzas»?
Por supuesto África no solo ha tenido
corruptos y dictadores como quieren hacernos creer sus detractores. A
muchas personas que habrían podido y quisieron hacer cosas se lo
impidieron. El asesinato de Patrice Lumumba fue el acto fundacional del
caos político congoleño. Los asesinatos políticos a lo largo de los años
60 y 70 traumatizaron y disuadieron claramente a los dirigentes que
querían fundirse con sus pueblos. Más recientemente está el caso de
Laurent Gbagbo, en la actualidad ante la Corte Penal Internacional y
cuyo error ha sido tocar cuestiones que molestan. Y lo que es verdad
para los dirigentes también lo es en gran medida para la sociedad civil.
En
la actualidad cuando hablamos de la sociedad civil, la que se solicita a
menudo está formateada, es prudente e incluso timorata. Ahora está
surgiendo un sentimiento de revolución interna y de humillación frente a
la segunda recolonización del continente que no deja indiferentes a los
africanos. Hay que capitalizar esos esfuerzos de cuestionamiento para
desarrollar nuestra capacidad de proposición, de anticipación y de
acciones transformadoras de nuestras economías y de nuestras sociedades
en el sentido del interés común.
Traducido del francés por Caty R.
Foto: © Elodie Descamps.
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