Carlos Aznárez
Otra
vez la sociedad mexicana se encuentra conmovida e indignada. Cuando
Atyozinapa y sus mártires siguen arrinconados en la impunidad, la
violencia estatal, ese terrorismo forjado en las alturas del Palacio
Presidencial y expandido como reguero de pólvora por cada una de las
gobernaciones, vuelve a cantar presente. En esta ocasión como ocurriera
con los 43 normalistas secuestrados y desaparecidos en Iguala, la
masacre, esta vez en Oaxaca, tiene nombres y apellidos, y siempre
terminan en ese personaje al que impúdicamente algunos mandatarios del
continente siguen calificando de “demócrata”: Enrique Peña Nieto.
Allí
están las imágenes gritando al mundo lo ocurrido: maestros de la
combativa Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE),
que el fin de semana marcharon por decenas de miles en la propia Capital
del país, exigiendo que el gobierno ilegítimo (porque no puede
denominarse de otra manera a quien llegó al poder mediante fraude
electoral) dé marcha atrás con una reforma educativa que sólo busca
privatizar lo que debería ser gratuito. Reforma que está amasada, a no
dudarlo, en las usinas neoliberales de una derecha que no es solamente
mexicana sino regional y que ahora "está de moda", atizada por
Washington, embistiendo contra todo aquel que le plante cara. Pero los
maestros mexicanos son duros como el acero, y no se arredran tan
fácilmente. De allí que a pesar de todos los obstáculos represivos,
desafiaran en Ciudad de México a 5.000 efectivos policiales que
intentaron frenar la manifestación pacífica y bulliciosa que reclamaba
entre otros ítems, la libertad de sus dirigentes detenidos, como es el
caso de Rubén Núñez Ginés.
Sin embargo, el Gobierno estaba
necesitado de mostrar los dientes para conformar a la oligarquía local. O
al poder mediático de Televisa y otros grupos hegemónicos que no han
cesado de reclamar “mano dura” contra los “belicosos”. Ese es el mensaje
que fueron instalando durante todo el conflicto magisterial que ya
lleva meses y que ha derivado en un acampe de tres semanas de protesta
en la Capital, y barricadas y bloqueo de rutas en distintos Estados.
Por
eso no causaron sorpresa, aunque sí mucho dolor, los sucesos ocurridos
el domingo en Nochixtlán, Oaxaca. Hombres y mujeres cuya única voluntad
es educar a los más golpeados por el sistema opresivo que vive el país
desde que se traicionara la Revolución Mexicana, y que se estaban
manifestando pacíficamente, fueron brutalmente atropellados por la
jauría policial de la temible PGR. A partir de ese momento, los maestros
y maestras de rostro curtido y acostumbrados a pasar necesidades como
sus educandos, sacaron fuerzas de los confines de su dignidad para
autodefenderse y no dejarse humillar más por uniformados embrutecidos
por sus mandos.
Así se pudo ver en los primeros vídeos que
comenzaron a alertar sobre la matanza: los cuerpos de los detenidos
arrojados en camiones, como hicieron años atrás en San Salvador Atenco
con otros humildes protestantes, seis maestros asesinados, decenas de
heridos, policías tirando con sus armas a matar mientras lanzaban gritos
amenazantes contra todo aquel que se prestara a solidarizarse con las
víctimas. En pocos minutos las calles ardían por los cuatro costados, y a
pesar de la represión, por cada barricada que era destruida surgía otra
inmediatamente. Como si allí también, además de los helicópteros
policiales artillados, sobrevaloran el espíritu guerrero y el legado de
otros dos maestros ejemplares, Genaro Vázquez y Lucio Cabañas, que en
los 70 decidieron echarse al monte y comenzar la lucha armada por
razones idénticas a las del presente.
Después llegaron las
explicaciones vergonzosas del gobernador de Oaxaca, Gabino Cué
Monteagudo, ligado al otrora “progresista” Partido de la Revolución
Democrática (PRD), culpando a los maestros y mintiendo descaradamente al
decir que “las fuerzas policiales no tiraron con sus armas”. O las
reiteradas declaraciones incriminatorias a la CNTE del Secretario de
Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, y de Educación Pública, Aurelio
Nuño, dos de los grandes responsables con Peña Nieto de que México se
siga convirtiendo en un país donde la narco-política acostumbre a su
población -y al mundo- que la “democracia” se forja con fosas comunes,
secuestros, asesinatos y cárceles hacinadas de prisioneros políticos y
sociales.
Mientras tanto, en Oaxaca, en Chiapas, en Querétaro, en
Guerrero o en las entrañas del Zócalo capitalino el pueblo llano sigue
fraguando la masa subversiva de la rebelión contra un orden injusto cuya
única receta es siempre la muerte. Frente a esta actitud valiente, lo
que queda para quienes viven fronteras afuera de México es renovar la
solidaridad activa con maestr@s, campesino@s, obrer@s y estudiantes.
Urgentemente, para evitar más masacres.
Resumen Latinoamericano, 20 junio 2016.
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