Carlos Bonfil
El director alemán Rainer Werner FassbinderFoto cortesía de la Cineteca Nacional
La Jornada
Una comedia humana.
Pocos cineastas han podido plasmar, en sólo 15 años de actividad
artística, una obra tan dinámica y proteica como la del alemán Rainer
Werner Fassbinder. Lo que distingue su trabajo del de tantos otros
realizadores de su generación –el llamado Nuevo Cine Alemán de los años
70– es la ambición de querer abarcar en una sola mirada todo un periodo
de la historia alemana contemporánea. Esa vocación de desmesura tiene
sus antecedentes más prestigiosos en la literatura. Fue el propósito en
la creación monumental de Balzac, con sus más de 50 novelas, divididas
en escenas diversas de la vida cotidiana, y también el de Zola con su
registro puntual de la vida francesa bajo el Segundo Imperio. En el
cine, sólo Eisenstein y Griffith, y después Rossellini, hicieron de su
obra el reflejo artístico más preciso de la época en que vivieron.
Considérese la producción del realizador bávaro fallecido a los 37 años:
más de 40 largometrajes, dos series de televisión (una de ellas de 15
horas, Berlín Alexanderplatz), más de 20 obras de teatro,
cuatro piezas radiofónicas, un trabajo intenso como guionista editor,
productor y comediante, y una vida personal tan agitada y controvertida
que bien podría secundar la irónica confidencia del irlandés Óscar
Wilde, quien afirmó haber puesto todo el genio en su vida y tan sólo el
talento en su obra.
Es justo esta última paradoja aparente la que explora con
detenimiento, a 33 años de la muerte del cineasta, el documental de la
directora Annekatrin Hendel, en colaboración con Juliane Lorenz,
titulado escuetamente Fassbinder. El cometido artístico de este
trabajo es, a imagen del cineasta evocado, tan ambicioso como
desmedido. Al espectador se le convida a conocer, a partir de
entrevistas con algunos de sus actores y actrices –Hanna Schygulla,
Margit Castersen, Irm Hermann, Harry Baer– la dinámica de trabajo al
lado del cineasta, que era toda una prueba de resistencia considerando
el temperamento cambiante, a menudo tiránico, de quien con ritmos
laborales de hasta 20 horas diarias y una gran compulsión artística
podía realizar en un año (1970) hasta siete largometrajes.
El personaje literario emblemático que mayormente fascinaba a
Fassbinder era el Franz Biberkopf creado por Alfred Döblin en su novela Berlín Alexanderplatz, al punto de elegir ese nombre para el personaje que él mismo interpreta en La ley del más fuerte. Ese
ex convicto, fracasado marginal nato, perseguido por la fatalidad,
incapaz de redención, traicionado por las mujeres, aparece, bajo
diversas formas, en sus primeras cintas, y es la prueba más elocuente
del fracaso de la mayor ilusión de la posguerra alemana: el intento de
acceder a la prosperidad económica imitando el modelo estadunidense y
traicionando la espiritualidad y los ideales de la Alemania de Goethe y
de Schiller.
El documental Fassbinder retiene algunas escenas de
ese primer trabajo e ilustra con los comentarios de Margit Cartersen y,
sobre todo, de Hanna Schygulla, las coincidencias entre los personajes
masculinos creados por el director y esa leyenda que él mismo labró para
sí en su muy corta vida. Es interesante ver hasta qué punto el cineasta
revelaba en Las amargas lágrimas de Petra von Kant su propia
relación tormentosa con Günther Kaufmann, actor quien fue su primera
obsesión pasional, y cómo esa manera de vivir las relaciones amorosas,
con hombres y con mujeres, tendría una culminación en el virulento
relato autobiográfico que libra en un episodio de Alemania en otoño, cinta
imprescindible para entender a una nación que en poco tiempo transitó
de un clima de prosperidad a la cruda realidad del autoritarismo a
finales de los años 70.
Para Fassbinder, algo quedaba muy claro, y ese algo lo dijo mejor que
nadie: la Alemania de la posguerra mantenía muy vivos los demonios de
intolerancia que habían provocado la tragedia nacional del totalitarismo
nazi, y que, con facilidad, podían volver a provocarla. La crónica
social de Fassbinder se extiende desde los años de Weimar, en su
vigorosa adaptación de Döblin, hasta la próspera Alemania de Adenauer que con acidez retrata en El matrimonio de María Braun. El
documental de Hendel y Lorenz evoca esa trayectoria artística de un
modo inevitablemente rápido e incompleto, sin sentimentalismos y sin el
estorbo de un juicio moral, aludiendo al final a lo insoslayable: la
vocación de kamikaze artístico y vital que condujo al
realizador a un frenético consumo de drogas, y que él mismo expuso, con
franca lucidez testamentaria, en su episodio de Alemania en otoño. La
vigencia del cine de Fassbinder es hoy más que evidente en una Europa
atenazada ya por la ultraderecha moral y política. Con todos sus logros y
limitaciones, la creación prolífica de la que el Instituto Goethe y la
Cineteca Nacional proponen una retrospectiva selecta, constituye hoy una
obra eminentemente visionaria.
Fassbinder se exhibe únicamente hoy en la sala 2 de la Cineteca Nacional.
Twitter: @Carlos.Bonfil1
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