El
4 de diciembre de 2006, apenas cuatro días después de haber asumido la
presidencia de México, Felipe Calderón pronunció un discurso bastante
revelador de lo que sería su gestión. En un famoso hotel de la colonia
Polanco en la Ciudad de México, acompañado del futuro rey de España
Felipe de Borbón y de empresarios mexicanos y españoles, Calderón
anunció que el gobierno mexicano estaba “trabajando fuertemente para
ganar la guerra a la delincuencia”.
Desde entonces
México se encuentra sumergido en una de las peores crisis de su
historia: más de 180 mil personas asesinadas, más de 30 mil personas
desaparecidas, más de 200 mil desplazados de guerra, según cifras de las
organizaciones sociales, son algunos de los terribles efectos de la
guerra iniciada por Calderón y que hoy continúa Enrique Peña Nieto.
A
pesar de los graves impactos, desde el pensamiento crítico y militante
son pocos los trabajos que se han producido para explicar la guerra en
México. La mayor parte son panfletos que animan a luchar contra el
Estado y la clase política, sin profundizar el análisis de lo que
enfrentamos. En otras ocasiones, las tesis unicausales, las lecturas
lineales o las explicaciones generales, impiden comprender el problema y
su particularidad.
Es desde los distintos géneros
del periodismo o los informes y análisis de las organizaciones sociales
y comunidades en resistencia dónde con mayor profundidad se han
aportado elementos para comprender la guerra. Al respecto vale destacar
la 2ª. Declaración de la compartición Congreso Nacional Indígena –
Ejercito Zapatista de Liberación Nacional. Sobre el despojo a nuestros
pueblos1, valiosísimo trabajo que da cuenta de la relación Crimen organizado–Estado– Empresas extractivistas nacionales y extranjeras para facilitar e incrementar el proceso de despojo.
Con
el objetivo de aportar al análisis, de debatir sobre las posibles
causas de la guerra y de los actores que la protagonizan es que
compartimos las siguientes líneas. Estas son las tesis principales de
una investigación más extensa.
1ra. tesis.
El discurso de la “guerra contra el narcotráfico” ha ocultado el
problema del crimen organizado trasnacional y su función en la economía
global.
En la bibliografía sobre el tema,
diferentes autores sostienen que la legitimidad que Calderón no ganó en
las urnas, la buscó confrontado al narcotráfico. La figura del “padre
protector” encargado de velar por la seguridad y bienestar de la “gran
familia mexicana” buscaba hacer de Calderón una figura necesaria para
enfrentar al “mal”. Desde el inicio de su mandato, el panista se refirió
a la “delincuencia”, al “narcotráfico” y a las “drogas” como el
adversario, el enemigo interno al que el Estado debía enfrentar
con todos sus recursos para garantizar su función más básica:
seguridad. Esta explicación nos plantea que en el fondo la “guerra
contra el narcotráfico” buscó legitimar a Calderón en el poder. Desde
esta estrategia la guerra se presentaba como necesaria, con su
consecuente suspensión/violación de derechos y sus “daños colaterales”.
Otra
explicación recurrente, casi siempre utilizada para acompañar o
reforzar la anterior, es la que sostiene que Calderón y la clase que
dirige el país, emprendieron la guerra con la intención de militarizar
el territorio nacional para sofocar la insurrección popular y el
descontento social que predominaba en aquellos años. Recordemos que en
2006 distintos actores sociales encausaban el malestar de la sociedad:
la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca, en Atenco el Frente de los
Pueblos en Defensa de la Tierra; el movimiento obrero en la Siderúrgica
Lázaro Cárdenas en Michoacán y en todo el país La otra campaña
del zapatismo y los adherentes a la Sexta Declaración de la Selva
Lacandona por un lado, y el lopezobradorismo y sus alianzas luchando
primero contra el desafuero y luego contra el fraude electoral, por el
otro.
Las tesis no son descartables, y en general
coincidimos con ellas; sin embargo, lo que nos interesa resaltar es la
predominancia que tomó el actor “narcotráfico” en los análisis
académicos y de coyuntura. Ni Calderón ni sus asesores mediáticos
inventaron al narcotráfico, ya fuera para legitimarse o para sofocar la
insurrección popular. El narcotráfico era y es un problema real, una
actividad económica que fue ganando presencia en el territorio nacional
hasta convertirse en una de las principales fuentes de ingreso. Pero,
tanto el narcotráfico como la delincuencia organizada son tan sólo dos
actividades de un problema más general y de alcance global: el crimen
organizado trasnacional.
Según la Oficina de las
Naciones Unidas contra la Droga y el Delito, el crimen organizado
transnacional “incluye virtualmente a todas las actividades criminales
serias con fines de lucro y que tienen implicaciones internacionales”2.
Sus actividades están relacionadas con al menos 23 delitos. En 2009 el
crimen organizado transnacional generó ganancias por 870 miles de
millones de dólares en todo el mundo, equivalente al 1.5% del PIB
mundial de ese año. Entre los negocios más redituables estuvieron la
venta de cocaína y heroína, la trata de personas y el tráfico ilícito de
armas y de recursos naturales3.
El
crimen organizado transnacional es un negocio que involucra a
banqueros, políticos, fabricantes de armas –entre otros– y a grupos
criminales. Sin embargo, en el caso mexicano se ve al narcotráfico como
una actividad aislada, desligada de otras actividades y de su función en
la economía regional y global.
Así, el discurso
del combate al narcotráfico dotó de agenda de investigación y encausó la
opinión pública: el crecimiento de los “carteles de la droga” ante la
pérdida de hegemonía en la “transición democrática” o la configuración
de un “Narcoestado” en el país son algunas de las lecturas que emanan de
ésta visión fragmentada del problema. Por eso, en nuestra primera tesis
sostenemos que, más allá de las causas que animaron la guerra, el
discurso que la acompaña -combatir al narcotráfico- ha servido como
elemento distractor del problema estructural, de un problema de la
economía global y del papel que México juega en ella: el crimen
organizado trasnacional.
2da. tesis. El crimen organizado trasnacional es una expresión del capitalismo global, una forma de capitalismo criminal.
El
crimen organizado trasnacional es un negocio que articula diferentes
actividades de lucro e involucra a diferentes actores legales e ilegales
de múltiples países. El dinero que este negocio genera, circula por
todo el mundo y es parte de la dinámica económica global.
De manera muy general, hay tres grandes lecturas sobre el crimen organizado trasnacional:
- La que lo observa como un problema de seguridad y como una anomalía del mercado. Generalmente, esta lectura emana de un análisis económico neoclásico que observa como imposible que el mercado autolimite al crimen organizado transnacional. Por tanto, se prefiere establecer que el crimen organizado transnacional es una falla del mercado y que el Estado debe intervenir con sus fuerzas de seguridad, antes de admitir que es un resultado esperado en la lógica del mercado, es decir, una expresión del capitalismo.
- La que concentra su análisis en problemas como la corrupción y aspectos de la “cultura política”. Quienes sostienen esta visión, se olvidan de vincular su objeto de análisis con fenómenos estructurales y de plantear el problema en perspectiva histórica, por lo que no identifican que la “corrupción” es funcional al capitalismo.
- La corriente crítica, erigida principalmente sobre conceptos y teorías marxistas clásicas y contemporáneas. Esta corriente se compone de dos líneas de analíticas: A) Los trabajos de autores que sostienen que el crimen organizado es resultado de estrategias neoimperialistas y recolonizadoras. El crimen organizado es visto como una empresa o corporación capitalista, mediante la cual se asegura la acumulación por desposesión con la que las metrópolis garantizan el abastecimiento de recursos naturales y materias primas. El problema es visto fundamentalmente desde una dimensión sistémica y geopolítica, y B) Los que destacan al crimen organizado y al terrorismo como instrumentos para generar control a través del miedo, reproducir el sistema a través de la biopolítica y asegurar la reproducción del capital.
Por
nuestra parte, recuperando algunos elementos de las diferentes líneas
explicativas, coincidimos en que el crimen organizado transnacional
refuerza la economía global y a la élite político-económica mundial. Lo
anterior, al facilitar los procesos de circulación, despojo y
acumulación, pero también al generar nuevos instrumentos de control,
dominación y la eliminación de poblaciones que son consideradas como
“desechables”.
El crimen organizado no es una
“anomalía” sino un producto del sistema capitalista: le es completamente
funcional, de hecho es quizá su expresión más acabada. Magdalena
Galindo llega a esta misma conclusión:
“La
industria criminal no es un asunto marginal, surgido en las orillas
oscuras de las sociedades capitalistas, sino que responde, en todos sus
aspectos, a la lógica del capitalismo general y en particular en su
etapa de globalización. Es, además, en todas sus ramas, un espacio
privilegiado para las ganancias extraordinarias”4.
Es a este protagonismo de la economía criminal o capital en las sombras de la economía global y a la utilización de lo legal para la reproducción del capital ilegal lo que aquí denominamos capitalismo criminal.
Permítasenos
dos aclaraciones. Primero. El capitalismo siempre ha sido criminal. Un
sistema basado en el despojo, la explotación, la dominación y sostenido
sobre el asesinato de pueblos enteros para generar la acumulación
originaria es fundamentalmente criminal. Utilizamos esta expresión para
señalar cómo el crimen organizado se ha convertido en uno de los actores
principales del capitalismo global. Segundo. No sostenemos que el
capitalismo criminal sea una nueva etapa del capitalismo, sino una
expresión de éste, que junto al capitalismo financiero, al capitalismo cognitivo y al capitalismo extractivista, son hoy pilares de la explotación y la dominación global.
Por
lo anterior, en nuestra segunda tesis planteamos que el crimen
organizado trasnacional es la expresión de una forma de capitalismo
criminal, el cual tiene por objeto dinamizar la economía, facilitar los
procesos de despojo y acumulación, eliminar las resistencias y la mano
de obra desechable, al mismo tiempo que mediante el miedo y el terror,
busca controlar a diferentes sectores de la sociedad.
3ra. tesis. La unidad básica de operación del capitalismo criminal es la corporación criminal.
En
el pasado fueron las mafias. Su forma de organización era bastante
“artesanal”, semejante a los pequeños burgos que potenciaron el
desarrollo del capitalismo. Eran grupos organizados de forma gremial,
compuestos principalmente por familias y redes de familias que
compartían una misma identidad –étnica, nacional o religiosa–, con
territorialidades limitadas y con nula división del trabajo. Con los
procesos de industrialización e internacionalización del capital las
mafias fueron encontrando nuevos nichos de trabajo. Al Capone es quizá
la figura más representativa de ésta fase.
Conforme
las mafias fueron creciendo económica y territorialmente, se vieron en
la necesidad de establecer alianzas con otras mafias, con el objetivo de
enfrentar a otros grupos criminales, de incrementar su zona de
influencia o de acceder a otras redes que les proporcionaban impunidad y
seguridad. Así surgió por ejemplo The National Crime Syndicate en los Estados Unidos de América, una especie de “confederación” que articulaba a diferentes mafias en todo el país.
Las
articulaciones nacionales e internacionales de mafias fueron
evolucionando, siempre de acuerdo a las exigencias del mercado, hasta
convertirse en corporaciones criminales. Estas corporaciones se vieron
beneficiadas del proceso de globalización y lograron tejer una compleja
red de alcance global capaz de penetrar a diferentes estados nacionales,
sin importar las orientaciones político-ideológicas de sus gobiernos.
Algunos de sus principales enclaves son México, Colombia, Estados
Unidos, Italia, España, Rusia, China y Tailandia.
Como
las corporaciones más sofisticadas, las corporaciones criminales se
organizan en red, lo que les garantiza fluidez y flexibilidad. Si bien
dentro de cada nodo la organización suele ser extremadamente jerárquica,
la comunicación entre distintos nodos suele ser más horizontal,
respondiendo siempre a los intereses de la red, lo que no exime que
sigan reproduciendo su carácter monopólico. Por eso de nada sirve cuando
se detiene “al capo de la droga”, o cuando se juzga al “político
coludido con el crimen organizado”, mucho menos cuando se multa al
“banquero que blanqueó dinero”: la red seguirá intacta porque atacarla
de raíz implicaría ir contra el propio sistema.
El
capitalismo criminal y las corporaciones criminales también han
posibilitado el florecimiento de una élite criminal que interactúa con
el resto de las burguesías nacionales y trasnacionales. Bien podría
denominarse burguesía criminal. Al respecto, Jairo Estrada y Sergio Moreno nos dicen:
No
estamos, pues, frente a un simple “agente parasitario” extraño al
bloque de poder, sino frente a una fracción de la clase dominante y, lo
que es más importante, estamos frente a una parte del engranaje de un
bloque transclasista en cuyo interior la función hegemónica es
desarrollada por los estratos más ricos y poderosos, sean estos legales o
ilegales (o una combinación de los dos) que fácilmente podrían ser
denominados como una auténtica “burguesía mafiosa”5
Como
toda burguesía, la burguesía criminal busca acrecentar su poder,
conservar sus privilegios y garantizar su impunidad mediante el aparato
de Estado. De hecho, también le interesa tener el control de cierta
infraestructura para continuar llevando a cabo actividades criminales.
Es así se va configurando un Estado criminal.
4ta. tesis. En México se ha configurado un Estado criminal y autoritario.
Las
corporaciones criminales operan en distintos países y no han generado
los mismos efectos que en México. Sostenemos que la diferencia
fundamental recae en cierta particularidad del Estado mexicano actual.
La
discusión sobre qué tipo de Estado y régimen político enfrentamos en
México es la que quizá más reflexiones ha generado. Entre las diversas
tipificaciones que se han propuesto están la de Estado Fallido,
Narcoestado, Estado de Excepción, Dictadura cívico-militar, Democracia
deformada, Regresión autoritaria, etc. Complementando y debatiendo con
estas caracterizaciones, aquí proponemos que el Estado mexicano tiene
dos rasgos principales: es criminal y es autoritario. Analicemos el
primer rasgo.
¿Cuál es la particularidad criminal
del Estado mexicano? Una posible respuesta apunta a los altos grados de
corrupción y de impunidad. Sin embargo, en otros países donde opera la
relación corporación criminal/corrupción/impunidad no se
producen los mismos efectos que en México. Aunque la corrupción y la
impunidad son elementos que forman parte de la explicación del fenómeno,
no son determinantes.
Otra línea explicativa
señala que la guerra responde a la disputa por el territorio y el
control de recursos naturales e infraestructura. Esta mirada geopolítica
enfatiza el carácter estratégico del territorio nacional. Además, aquí
queremos insistir en una característica sobre la que poco se ha hablado
en relación con la guerra y que tiene que ver con la relación Poder formal – Poder real.
A
lo largo de su historia, el Estado mexicano se apoyó en estructuras
coloniales a las que otorgó cierta autonomía. Caciques, hacendados y
finqueros son figuras de este tipo. Poderes facticos que acrecentaron su
poder político y económico no al margen del Estado, sino a expensas de
él. Esta relación cordial entre el poder real y el poder formal
fue terreno fértil para que las mafias de la droga primero, y las
corporaciones criminales después, acrecentaran su poder desde dentro del
propio Estado.
Al respecto, Gustavo Esteva ha
señalado que “experimentamos [un] lodo social y político. Del mismo modo
que en el lodo no es posible distinguir el agua de la tierra, en México
ya es imposible distinguir claramente entre el mundo de las
instituciones y el del crimen. Son la misma cosa; encarnan conjuntamente
el mal que padecemos”6.
Ahora
bien, en los últimos años hemos visto un fenómeno novedoso: las
corporaciones criminales, como nuevos miembros de las burguesías
nacionales y transnacionales entran también a la disputa por la
materialización del Estado; es decir, por las instituciones y los
gobiernos. Ya no sólo financian campañas o utilizan a sus aliados en la
política para acrecentar su negocio, ellos mismos se vuelven parte de
dichas instituciones y utilizan esas infraestructuras para sus
intereses. Así, en el Estado criminal se borran todas las fronteras
entre lo legal y lo ilegal, entre lo institucional y lo criminal; peor
aún, lo ilegal ocupa lo legal para seguir reproduciéndose.
En
lo se refiere al carácter autoritario, pensamos no en la forma
tradicional del autoritarismo, sino en una forma nueva, una especie de Autoritarismo del siglo XXI.
Este autoritarismo tiene toda la apariencia de ser compatible con un
sistema democrático -en el sentido de que no muestra en su discurso
tintes totalitarios o fascistas, sino que aparenta que no hay
contradicción entre autoritarismo y prácticas democráticas- y aprovecha
las nuevas tecnologías para generar control. Desde luego descansa en el
poder militar, pero para ocultar su matriz, militariza policías y leyes,
al mismo tiempo que hace un uso faccioso de éstas. La militarización de
la sociedad y de la vida pública son sus principales características.
Igualmente, por medio de la generación del terror, se busca anular toda
capacidad de respuesta social, al tiempo que genera política y discursos
que alimentan la desmovilización, la despolitización, la reclusión en
la vida privada, la desilusión y el desencanto. El sujeto ideal del
Estado criminal y autoritario es aquel que se muestra triste, apático y
obediente: cuerpo también ha sido colonizado.
Así,
el Estado criminal y autoritario mexicano utiliza una política
criminalizadora, mediante la cual busca silenciar el descontento social y
neutralizar las múltiples formas de resistencia que surgen en
contraposición a las clases dominantes. Se vuelven cotidianos los
crímenes de Estado, el encarcelamiento por motivos políticos, la
desaparición o asesinato de líderes sociales, periodistas y defensores
de derechos humanos, así como la censura y la vigilancia.
En
México el Estado criminal y autoritario se ha convertido en un aparato
de guerra al servicio de las clases dominantes y en contra el pueblo.
5ta. tesis. El capitalismo criminal se reproduce en la vida cotidiana de las personas y ha generado una sociedad criminal
El
capitalismo criminal ha generado una importante base social en
diferentes puntos del territorio nacional. Esto tiene una doble
explicación: en algunas zonas en dónde nunca llegaron las instituciones
del Estado, la mafia de la droga se encargó de llenar el vacío. Son
cientos los pequeños poblados en el norte del país en los que la mafia
se encargó de construir el hospital o la iglesia, o bien construyó
carreteras para trasladar su mercancía, la cual también sirvió para el
desarrollo de la población y la comunicación con el exterior. Al mismo
tiempo que generó infraestructura, la mafia estableció toda una serie de
estructuras de poder, instituciones informales, prácticas, parámetros
del éxito y pautas culturales. El líder de la mafia local, mediante una
forma de dominación carismática, adquirió fuerte influencia dentro de la
sociedad: era el que propiciaba el desarrollo del pueblo, el que
garantizaba empleo para sus habitantes y al que todos querían como
compadre. Una representación a escala de la figura presidencial.
Por
otra parte, con la desestructuración y “adelgazamiento” del Estado
mexicano producto del neoliberalismo, las corporaciones criminales
comenzaron a llenar el vacío de las políticas de justicia social y de
trabajo. Fueron ellos los que emplearon a miles de campesinos que se
quedaron sin tierra y sin apoyos como producto de la descampenización de
la economía nacional. Fueron también ellos los que dieron trabajos a
miles de migrantes nacionales y extranjeros que no alcanzaron a cruzar
la frontera.
Más recientemente, las corporaciones
criminales se han vuelto el principal instrumento de movilidad social en
algunas regiones del país. Muchos jóvenes prefieren vivir poco tiempo y
ganar bien. Dedicarse al crimen organizado se ha convertido en una
forma de obtener ingreso, distinción social, virilidad, poder y acceso.
Pero,
para que una corporación criminal funcione requiere de contadores,
abogados, médicos, comunicadores, banqueros, cajeros, políticos,
transportistas, policías, militares, paramilitares, diplomáticos y un
sinfín de perfiles. Estas personas saben bien que incurren en un crimen,
pero que ya sea por ambición o por única opción, se vuelven empleados
de la corporación criminal.
Sí a esto sumamos la
degradación del tejido social, la destrucción de la comunidad en pro del
capital y del individuo, la convivencia cotidiana con el terror, con
fosas clandestinas, con cuerpos desmembrados y decapitados y la
normalización de la violencia, entenderemos que la frontera de lo
permisible se rompe diariamente.
La sociedad
criminal es la evolución lógica de una sociedad a la que se le inculcó
que “el que no tranza no avanza”, o que “nadie aguanta un cañonazo de 50
mil pesos”.
A manera de conclusión podemos decir
que parar la guerra en México es uno de los mayores retos teóricos y
políticos que enfrentamos. Las visiones fragmentadas y las respuestas
únicas no sirven. Entender que la guerra en México es una forma de cómo
se despliega el capital, nos llevara a pensar en mejores estrategias
para enfrentarla. El reto es grande y urgente. Las respuestas están
fuera del capitalismo. Empecemos a imaginar y construir ese otro mundo.
Raúl Romero
Técnico Académico en el Instituto de Investigaciones Sociales y Profesor en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales-UNAM.
Publicado en Revista Memoria no. 259, año 2016-3
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