Madrid,
19 sep. 16. AmecoPress/Mugarik Gabe.- En un capítulo de la obra
colectiva ‘Defender a quien defiende’, Marta Mato analiza la represión
que sufre el movimiento feminista en el Estado español. Charlamos con
ella sobre las estrategias de resistencia de las activistas, que hacen
frente al Estado y a los roles de género con fórmulas revolucionarias.
¿Es el movimiento feminista un movimiento represaliado?
Sí,
pero la represión no está muy visibilizada. Los movimientos anarquistas
y libertarios, y en menor medida el movimiento ecologista, aparecen
siempre como paradigma de la represión. A pesar de que es un vector
central en los nuevos modelos de lucha política en la calle, pocas veces
aparece en los medios la represión específica que sufre. El caso de la
capilla de Somosaguas, por ejemplo, se ha hecho tan público por Rita
Maestre. Incluso en los espacios en los que se habla de represión se
ignora el feminismo como movimiento represaliado y eso es una manera de
no reconocerlo como una lucha fundamental.
¿Tiene alguna especificidad?
No
sólo se trata de la violencia política ante la voz que diside, sino que
también es una violencia contra los cuerpos de las mujeres. Hay un
vídeo, del primer aniversario del 15M, en el que se ve cómo se produce
una carga brutal de los antidisturbios, algo a lo que nos acostumbramos
entonces, y luego se ve cómo un policía coge a una tía, la neutraliza y
la pone contra la pared. Él está detrás de ella en una postura de clara
agresión sexual. Eso es un acto de discurso que pretende decir algo así:
“Vamos a mantener el orden público controlando a la gente que
protesta”, pero también: “Vamos a controlar a las mujeres y a
disciplinar esos cuerpos que se atreven a cuestionar la dicotomía
fundamental”. Las mujeres somos eso a proteger, las que guardamos la
esencia de las comunidades, la familia, el honor, la feminidad. En la
teoría de la guerra, los hombres luchan para proteger el honor de sus
mujeres y ganar significa conquistar el cuerpo de las mujeres del
enemigo. Las activistas rompen esa dicotomía de alguna manera. Aparecen
en el espacio público no como cuerpos a proteger por el orden público,
sino como cuerpos amenazantes.
¿Y ante qué represión se encuentran?
Se
produce a partir de discursos entrelazados: las leyes, pero también los
pequeños discursos de nada, pequeño discursos cotidianos; cómo te mira
un policía municipal o lo que cuentan los medios de comunicación.
Discursos que vienen de diferentes instancias, que están entremezclados y
que se apoyan mutuamente. Todo esto provoca que estemos muy expuestas a
la violencia de todo tipo.
Has analizado casos de represión al movimiento feminista en el Estado español, ¿qué te has encontrado?
El
movimiento feminista es un movimiento de disidencia no sólo al orden
político actual, sino también a los modelos de género que construyen la
comunidad política. En el caso de la Eskalera Karakola, por ejemplo,
cuando la Comunidad de Madrid empezó la burorepresión contra el espacio,
siempre enviaban a hombres policías. Es un espacio no mixto y eso
quiebra su propia lógica. El modo en el que la policía interpelaba a las
miembras del espacio era llamándoles “guarras” y “bolleras”.
Podríamos
considerar eso incitación a los delitos de odio. Tenemos que tenerlo en
cuenta porque no sólo se trata de reprimir la protesta en términos
generales, sino que estamos en un momento en el que se están protegiendo
especialmente los roles de género que sostienen el orden neoliberal.
Necesitan volver a los roles más tradicionales y rígidos.
¿Para qué?
Se
necesita para mantener el poder actual: la industria militar, para
mantener el discurso del “enemigo exterior”, para los nuevos nichos de
acumulación del capital. En un momento en el que el empleo es un espacio
muy solicitado, porque el empleo no es real sino financiero, al sistema
no le interesa que las mujeres compitan en igualdad de condiciones y
prefieren que volvamos a hacernos cargo de la reproducción.
Las
mujeres nos encontramos en un momento en el que asistimos a discursos
contradictorios. Por un lado, el discurso neoliberal nos incita a ganar
más y más dinero, a ser más exitosas; pero para ser sujetas de ese
sistema tendríamos que disidir de nuestro rol de madre y esposa
tradicional. Tenemos que ser exitosas, pero el marco político genera una
metáfora de la mujer relegada al hogar, a la maternidad. Sólo hay que
ver algunas propuestas legislativas: el intento de reforma de la Ley del
Aborto de Gallardón, la negación del acceso a la reproducción asistida
para las lesbianas y mujeres solas, o muchas sentencias judiciales.
Además, intentan continuamente acallar las voces de las mujeres que
estamos proponiendo un modelo radicalmente distinto, que no estamos
dispuestas a sostener el peso de la crisis en silencio.
¿Qué tipo de modelos de género son convenientes en esta nueva etapa de deriva autoritaria de los Estados?
Hacen
falta unas metáforas de género específicas que son mutuamente
constitutivas. El género y el lenguaje de la violencia se crean entre
sí. Para tener violencia se necesitan conceptos y modelos de
masculinidades hegemónicas y militarizadas. La propia existencia de esas
masculinidades hace que existan los estados represivos, las guerras… La
gente que se quiera preocupar por cómo funciona la represión se tiene
que preocupar por cuáles son las metáforas de género que están en la
base de todas las instituciones de violencia: el Estado en todos sus
sentidos, el poder judicial, la industria militar.
Pero mientras se propugnan roles de género más tradicionales, el movimiento feminista cada vez es más fuerte…
El
intento de reforma de Gallardón fue un momento de construcción de
feministas muy importante. El 15M supuso un momento de pedagogía general
de nociones básicas feministas también muy potente donde se consiguió
que mucha gente, que no estaba vinculada al feminismo, se hiciese con
conceptos como la sostenibilidad de la vida, que es una idea que la
economía feminista trae de Centroamérica y Latinoamérica, donde las
mujeres desde la precariedad se estaban organizando ante los ajustes de
austeridad. Muchas mujeres jóvenes están llegando al feminismo gracias a
todas las leyes represivas que se están aprobando. El poder y la
resistencia son siempre simultáneos, son choques de discursos. La
resistencia genera poder y el poder, resistencia.
¿Se está rompiendo el espejismo de igualdad con las más jóvenes?
No
lo tengo muy claro porque habitamos micromundos. En el mundo grande hay
informes sobre violencia de género entre la población más joven que
asustan, pero cada vez hay más iniciativas y referentes. Empezamos a
tener más modelos de mujeres disidentes de sus roles tradicionales,
donde las jóvenes pueden verse representadas, y de ahí coger la fuerza
para enfrentarse. Hay que tener cuidado porque muchos de esos referentes
culturales son superficiales y no nos ayudan a entender la raíz del
sistema. Ya tenemos el matrimonio, ya tenemos Chueca, ya tenemos Pikara
Magazine, la inseminación… ¡Ya está! No es verdad. El sistema se hace
cargo de ciertas identidades superficialmente. Luego, además, para el
neoliberalismo, la diversidad es una cosa que vende mucho. Vender
especialidades. Se reconoce la categoría porque de ahí se genera un
nicho de mercado de la hostia. El capitalismo rosa o la diversidad
cultural de Lavapiés, por ejemplo.
¿El Estado toma en cuenta al movimiento feminista?
Creo
que le cuesta, porque no le interesa vernos como un lugar contestatario
real y eso tiene que ver con cómo concebimos ser mujer en esta
sociedad. Le interesa seguir manteniendo la idea que afirma que el poder
está en los hombres. Es inconcebible que las mujeres amenacemos el
orden público porque nuestro lugar no es lo público, es lo privado.
Luego, el paternalismo. Es muy interesante también analizar qué leyes
utilizan para la criminalización del feminismo. No se aplican con tanta
frecuencia los delitos de desobediencia o atentados contra la autoridad.
En el caso de la capilla de Somosaguas, se les acusó de ofender los
sentimientos religiosos. ¿Dónde nos sitúan? ¿Qué tipos de ofensas somos
susceptibles de hacer? En una manifestación provida, al hilo del tema
Gallardón, las compañeras de Guerrilla Abortista desplegaron una
pancarta desde el escenario. ¿Cuál es el artículo de la ley de seguridad
ciudadana anterior que utilizaron para empezar el proceso de
burorepresión contra ellas? El artículo 23.4, que decía que es una
infracción grave provocar reacciones violentas en el público.
Los
cuerpos de mujeres activistas extrañan al orden público, son
problemáticos y tienen que ser disciplinados porque protestan contra el
orden establecido y porque rompen con la dicotomía de hombres que
protegen y mujeres protegidas. Los feminismos son peligrosos, aunque hay
una invisibilización, un no reconocimiento, un no darles importancia…
pero van desde siempre a la raíz interseccional de los sistemas de
opresión y se ponen a pensar muy profundamente en esto. En el siglo XIX,
ampliaron la visión de ciudadanía; en el XX hicieron de lo personal lo
político; las marxistas hablan de la reproducción como un lugar de
acumulación de capital; las mujeres negras hablan de la raza como el
lugar desde el que se establecen las jerarquías del sistema-mundo; las
feministas expertas en Relaciones Internacionales ponen en cuestión la
propia idea de Estado. Son cuestiones muy profundas, que ponen patas
arriba el orden social y lo hacen con métodos de lucha disidentes en sí
mismos: desde el arte, desde lo lúdico, desde lo emocional…
¿Eso hace que nos tomen menos en cuenta?
No
nos quieren tener en cuenta. El 15M se apropia de lo lúdico, de lo
festivo, del arte, de la expresión del cuerpo… De la sexualidad, no. Los
feminismos sí que luchan desde la sexualidad también. Yo creo que ya
empiezan a entender que esas formas de protesta son peligrosas aunque no
sean una barricada o no se estén tirando piedras. Hoy se criminaliza
todo porque saben que el feminismo lo está haciendo bien, que tiene
maneras de protestar distintas a muchos niveles: lúdicas, artísticas,
corporales. Claro que no tenemos tanta tradición de lucha en la calle
con barricadas. ¡Eso es imposible! Las mujeres estábamos cuidando de los
hijos.
¿Qué te parecen las propuestas de realizar
manifestaciones nocturnas con la idea de mostrarnos violentas y decir
alto y claro que el miedo tiene que cambiar de bando?
A
mí me parece fenomenal. Yo creo que hay mucho miedo porque asumimos la
responsabilidad de parecer amigables, divertidas, poco beligerantes. No
estoy de acuerdo con eso. No nos sirve sólo con ese modelo de protesta,
pero, con esos actos, estamos diciendo: ¡Que somos peligrosas! No nos
tratéis como un subsujeto político, como sujetos marginales. Somos un
sujeto político central y si hay que entrar en conflicto, se entra.
¿Crees que estamos preparadas para entrar en conflicto?
Ya
estamos en conflicto. El movimiento feminista lo que quiere decir es
que la calle es nuestra, que si siguen así vamos a tener que
organizarnos. El problema es que nunca hemos tenido apoyo en el mundo
grande. Si miras cuáles son las políticas contra la violencia de género…
¡Un par de anuncios! Eso no sirve para nada. Para dinamitar la
estructura tenemos que generar algo mucho más potente: “Ante la duda, tú
la viuda”. Eso deberían decirnos los poderes públicos. Es legítima
defensa.
¿Y podríamos luego apoyar a las mujeres que se vieran viudas?
Lo
tenemos jodido a muchos niveles. Las feministas más porque estamos ante
una estructura histórica de opresión. ¿Cómo no va a ser difícil que
verdaderamente haya respuestas rápidas, multinivel, dentro del
movimiento feminista? Para el activismo necesitas tiempo, condiciones y
estamos en un momento de feminización de la supervivencia y la pobreza.
Las mujeres estamos en peores condiciones para hacer activismo. ¿Cómo
nos vamos a organizar más mientras cuidamos a los abuelos, a las hijas,
mientras convivimos con jefes autoritarios y sobrevivimos en trabajos
parciales de mierda? Necesitamos estrategias a todos los niveles y eso
es difícil: redes de defensa jurídica desde el feminismo para estar
atentas a todos los discursos de género de los operadores judiciales.
Deberíamos tener gente en los juzgados que documente el trato machista,
redes de alerta y de respuesta rápida para víctimas de violencias
machistas… En los colectivos, en las universidades, en los puntos de
encuentro para niños y niñas. Mujeres que estén formadas en lo jurídico;
periodistas que lancen la alerta comunitaria, mujeres que pongan su
cuerpo ante los juzgados, ante la policía.
¿Hemos
abandonado, de alguna forma, la lucha más directa desde que el Estado se
ha hecho cargo, al menos a nivel formal, de la igualdad?
Pero
es que las redes comunitarias informales ya no sirven. Eso ha
desaparecido con la nueva faceta de la economía. Ahora el valor más
privilegiado es el individualismo. Ha triunfado el neoliberalismo y
priman más los derechos individuales que los colectivos. Ya no vivimos
como vivíamos antes. Ya no vivimos en corralas ni tenemos un barrio en
el que poder construir comunidad porque cada vez estamos más atomizadas y
con una movilidad impuesta: buscar un lugar para ser un poco menos
precaria.
Las redes comunitarias se han perdido. Federici y las
feministas marxistas ya lo cuentan: con la llegada del capitalismo se
pierden los lugares comunes y con su desaparición, estamos solas ante el
peligro. Pero es que estamos atomizadas, precarizadas, habitamos muchos
espacios a la vez… Puedes sentirte a salvo cuando vas a la asamblea,
¿pero en el curro? Estás a salvo en el curro, ¿pero en casa? Te sientes a
salvo en la universidad, ¿pero en tu familia? Necesitamos muchas redes y
muy conectadas entre ellas.
Entrevista publicada originalmente en Mugarik Gabe.
Foto: Mugarik Gabe. Marta Mato.
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