CIUDAD DE MÉXICO (apro).- El lunes 26 de septiembre se cumplen dos
años de la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa en la ciudad
de Iguala a manos de policías y narcotraficantes. Este hecho marcó el
declive que hoy registramos del gobierno de Enrique Peña Nieto que ha
mostrado el desinterés y la ausencia de una política efectiva de
seguridad pública, justicia y protección de los derechos humanos.
Pero la desaparición de los jóvenes también expuso la cara más
terrible de lo que podríamos llamar la “guerra negra” que ha cobrado la
vida de miles de ciudadanos atrapados en el combate contra el
narcotráfico.
A
diferencia de la “guerra sucia” de los años 70 del siglo XX que el
estado mexicano desplegó contra los grupos disidentes y guerrilleros,
generando la desaparición de mil 500 personas durante una década, la que
podríamos llamar “guerra negra” ha provocado una herida más profunda en
la sociedad mexicana por la violencia extrema y absurda que ejercen los
perpetradores que, lo mismo forman parte de las filas del crimen
organizado que de las agrupaciones policiacas, militares y del gobiernos
en sus tres niveles federal, estatal y municipal.
Ayotzinapa es el caso más emblemático de esta “guerra negra”, donde
ha habido miles de cuerpos ejecutados, mutilados, torturados,
incinerados, disueltos en ácido o colgados en los caminos. Se trata de
una guerra no convencional donde los desaparecidos se cuentan por miles,
lo mismo que las familias desplazadas de sus lugares de origen
convertidos en infiernos por sicarios salvajes que divagan por los
caminos marcando sus territorios a base de terror y violencia.
A dos años de la desaparición de los estudiantes de la escuela rural
de Ayotzinapa, el caso es un expediente abierto pues las indagaciones
del gobierno federal, que acusan la incineración de los jóvenes por
manos criminales, siguen siendo insatisfactorias para los familiares que
han perdido la confianza en las autoridades mexicanas, no así en el
grupo de expertos de varios países que señalaron la posibilidad de
participación de militares en la ocultación de los jóvenes en el cuartel
de Iguala.
La “guerra negra” es más violenta, sangrienta y terrorífica que la
llamada “guerra sucia”. Si en esta última el Estado mexicano usó
prácticas de espionaje, persecución, detención y desaparición de líderes
sociales generando un clima social de miedo, ahora en la “guerra negra”
algunos de los integrantes del propio Estado, coludidos con el crimen
organizado, usan no sólo estas prácticas, sino otras más que han
desarrollado para crear un imperio de terror.
Las historias que se han generado desde hace dos años con la
desaparición de los estudiantes normalistas son ejemplo de lo que ocurre
en el escenario infernal de la “guerra negra”.
La sola idea de que la policía municipal entregó a los jóvenes a una
banda de criminales que los torturó hasta matarlos para luego
incinerarlos, describe una escena dantesca inimaginable, como lo es
también la otra posibilidad de que fueron llevados al cuartel militar
para desaparecerlos en los incineradores que ahí tienen o la idea de que
se los llevaron a trabajar como esclavos en alguna zona de cultivo de
amapola de la sierra guerrerense.
En la historia contemporánea del país, estos años de “guerra negra”
–que empezó con Felipe Calderón y continúa con Enrique Peña Nieto–,
serán recordados por los graves niveles de violencia, por las historias
de terror y horror que han vivido pueblos enteros sometidos bajo el yugo
de delincuentes y funcionarios fundidos en un solo cuerpo: el crimen
institucionalizado.
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