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Pedro Miguel
La Jornada
Renunció Manlio Fabio
a la dirigencia del PRI y levantó una polvareda de comentarios, rumores
e interpretaciones sobre los movimientos digestivos en las tripas del
régimen tras la catástrofe electoral de dos semanas antes. Pero la
afrenta de Nochixtlán, con sus muertos y sus heridos inocentes a manos
de las fuerzas federales, estaba en carne viva. El aún jefe de la
Policía Federal, Enrique Galindo Ceballos, dijo con toda la tranquilidad
del mundo que sus efectivos, unos 2 mil, habían acudido desarmados y
que habían sido víctimas de una emboscada; también, que los documentos
gráficos que demostraban lo contrario seguramente eran engendros del
Photoshop.
En los días siguientes, el régimen tuvo que abrir, por medio de la
Secretaría de Gobernación, la válvula de las negociaciones con el
profesorado democrático y en los días siguientes ensayó ademanes
distractores. Luego de 48 horas de clandestinidad, Aurelio Nuño
compareció con gestos inseguros y temblorosos –cuándo, él– para asegurar
que no tenía nada que ver, etc. Luego se anunció un brutal recorte en
el gasto federal de educación y salud y se le echó la culpa a los
ingleses porque se habían salido de la Unión Europea y con ello habían
introducido factores de desasosiego en las finanzas mundiales. Y seis
días más tarde, en la localidad mixteca asaltada por las fuerzas del
gobierno, había heridos de bala que no habían recibido atención médica.
Peña Nieto presumía su insólito disfraz de progre y enviaba
saludos por Twitter a la Marcha del orgullo LGBTTI. Pero Nochixtlán
seguía doliendo, y nadie en el régimen explicaba quién y por qué ordenó a
los efectivos policiales –los federales propiamente dichos y los de la
Gendarmería– disparar contra los integrantes de la barricada, gasear a
todo un barrio, capturar a los deudos que asistían a un entierro en el
cementerio y emprender una cacería de inocentes en el pueblo.
Amnistía Internacional habló del escándalo de las mujeres detenidas y
torturadas de manera habitual por las corporaciones policiales y
militares, y con ese agregado al telón de fondo Enrique Peña Nieto
marchó a Canadá para escuchar los gritos de
¡asesino!y para que Barack Obama y Justin Trudeau lo despreciaran en forma explícita y a cámara. De paso, y a contrapelo de los encuentros en curso en Gobernación, dijo que la reforma
educativa
no estaba sujeta a negociación. Pero Nochixtlán siguió doliendo y exasperando.
Diez días después de la barbarie gubernamental, la SG anunció que los
daños a las víctimas de Nochixtlán serían reparados y que una
delegación oficial viajaría a la localidad para que el gobierno se
enterara de las consecuencias de lo que él mismo había perpetrado. Bajo
la lluvia de mentiras urdidas por las cúpulas empresariales nacionales y
oaxaqueñas sobre
desabastoen Oaxaca, Miguel Ángel Osorio Chong dijo que se había
agotado el tiempoy que las autoridades procederían al desalojo de los bloqueos. Como si el azaroso reloj gubernamental no se hubiera cansado desde antes, desde el 19 de junio, cuando policías federales mataron e hirieron a civiles en Asunción Nochixtlán.
El peñato traicionó su promesa de que la reforma energética
impulsaría reducciones en las tarifas de la energía y la CFE anunció
alzas en los costos de la electricidad. Un día después, el país entero
fue sacudido por una jornada de manifestaciones de los maestros en lucha
con apoyo de padres de familia y ciudadanía en general. El gobierno
buscó una salida fácil y sacó del bote de la basura a la cúpula charra
del SNTE para hacerle unas concesiones que hasta ahora se niega a
realizar al magisterio democrático. Dieciocho días después de la masacre
un alto funcionario gubernamental –Roberto Campa Cifrián– visitó por
primera vez Nochixtlán, en medio de gritos de protesta. Hizo promesas.
El Senado se dio cuenta de que era necesario cuando menos
revisarla reforma
educativa. Y Nochixtlán seguía doliendo.
Peña pidió perdón a los mexicanos por sus escándalos de
corrupción –no por los actos que los generaron–, pero no por las muertes
de civiles a manos de la policía bajo su mando ni por la brutalidad que
se abatió sobre una población entera. Hacienda volvió a apretar las
tuercas –y a traicionar las promesas gubernamentales– con un nuevo gasolinazo.
El último día de agosto cerca de un centenar de sobrevivientes de
Nochixtlán llegaron hasta la capital de la República con sus heridas a
cuestas. Expusieron con detalles la barbarie de la que habían sido –y
seguían siendo– víctimas. Contaron cómo fueron perseguidos en sus casas,
cómo fueron gaseados con granadas y desde un helicóptero, cómo se les
negó la atención médica, cómo se persiguió a los heridos.
Los empresarios aumentaban el nivel de su chantaje. Pedían sangre de
maestros y comunidades a cambio de seguir pagando impuestos. Pero la PGR
se vio obligada a soltar a los dirigentes de la sección 22 que había
mantenido presos. En Río de Janeiro el régimen evidenció su pésimo
manejo de la política deportiva. Peña se quejó de quienes dan malas
noticias. Y Asunción Nochixtlán seguía curándose las heridas con sus
propios recursos, y seguía doliendo.
La CNDH estableció que el 22 de mayo del año anterior, en Tanhuato,
Michoacán, la Policía Federal había asesinado a 22 personas. La misma
Policía Federal comandada por Enrique Galindo Ceballos que atacó la
localidad mixteca poco más de un año después. En San Salvador Atenco, 10
años después de la brutal represión lanzada por Fox y Peña Nieto en
contra de ese pueblo mexiquense, integrantes del Frente de Pueblos en
Defensa de la Tierra fueron atacados por un grupo de golpeadores que los
desalojó del plantón que sostenían para impedir la construcción de la
autopista hacia el negocio inmobiliario del nuevo aeropuerto.
Se descubrió que Peña había plagiado al menos un tercio de su tesis
de licenciatura, y las redes sociales tronaron en su contra. Llegó el
anuncio del reinicio de clases. En los muros de la parroquia de
Nochixtlán seguían los clavos usados para colgar las botellas de suero y
el bloqueo carretero usado como pretexto para la represión seguía
siendo un sitio de congregación para el pueblo. Los deudos de las
víctimas desconfiaban de todo y de todos, pero se avenían a contar las
razones de su desconfianza: el gobierno los masacró, los gaseó, los
persiguió, los privó de la libertad y después les mintió, los engañó,
les hizo promesas falsas. No faltó quienes salieran a lucirse ante la
opinión pública ni los visitantes de ocasión que pretendieron utilizar
el nombre de la población para
obtener
dividendos políticos. Y los deudos seguían llorando a sus muertos sin
justicia, sus heridas no sanadas, su pueblo aún estremecido por el
miedo.
Galindo Ceballos fue echado del puesto por lo ocurrido en el rancho
michoacano, no por lo sucedido en la población mixteca oaxaqueña. Y vino
Trump, y Peña Nieto fue a China a ponerle buena cara a Obama, y
Videgaray se fue a su casa de Malinalco a descansar de tantos servicios
prestados a la patria, y en Nochixtlán siguen pendientes la reparación y
la justicia, y sigue doliendo.
Twitter: @navegaciones
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