La visita que Donald
Jhon Trump, candidato electo por el Partido Republicano a la presidencia
de los Estados Unidos para las próximas elecciones del 8 de noviembre,
que tuvo lugar en la residencia presidencial, Los Pinos, puso de
manifestó la dispar relación entre ambos países. El también fundador de
la empresa de apuestas y casinos, Trump Entertainment Resorts pisó
territorio mexicano porque Enrique Peña Nieto se lo pidió tanto a él
como a la candidata demócrata Hillary Diane Rodham Clinton. La
intempestiva visita –fuera de todo protocolo institucional y mientras la
opinión pública aún se encuentra consternada por el plagio que EPN
realizó en su tesis para obtener el grado de licenciado en derecho, sin
castigo a la vista– es prueba fehaciente de la decadencia del régimen y,
acabose, del mandato caótico de EPN y “el nuevo PRI”.
La estadía de
poco más de dos horas de Trump en México fue reveladora en varias
dimensiones tanto de la política exterior como interna de ambos países.
En primer lugar, y que inmediatamente dio la nota, fue la palpable
condescendencia y entreguismo, formas con los que Peña Nieto trató a su
huésped después de que éste lanzara en su dilatada campaña electoral
ataques y calificativos de “ladrones”, “estafadores” y “violadores”
hacia los mexicanos. “Malinterpretaciones” llamó EPN a las arengas
racistas que Trump utiliza para construir culpables y así ganar la
simpatía y voto de los sectores medios estadounidenses empobrecidos por
la crisis –sobre todo blancos, de edad avanzada y residentes de las
regiones industriales desmanteladas–, además del sufragio conservador y
racista que cuenta con antiguos miembros del Ku Klux Klan, National Rifle Association y creacionistas antidarwinianos entre sus incondicionales.
En
su intervención Trump dijo conocer a los “mexicoamericanos” no tanto
como conciudadanos sino por ser sus empleados. Dicha aproximación no
dista mucho del papel que han tenido las últimas generaciones de
políticos instalados en Los Pinos, respecto a sus pares norteños y los
lobbies empresariales que muchos de ellos representan (ahora petroleros,
y desde antes armamentísticos, automotrices, agroindustriales y
manufactureros por mencionar algunos). Relación servil y expedita,
acentuada a raíz del financiamiento para la seguridad regional signada
en el Plan Mérida, y la “Guerra contra el narcotráfico”, en su versión
mexicana –“la original” fue instaurada por los gobiernos de Nixon y
Reagan para contener el descontento, juvenil, feminista, afro
estadounidense y latino durante la década del setenta – que desde 2006
ahoga con sangre el territorio nacional con más de cien mil asesinados,
miles de desaparecidos y decenas de miles de desplazados ( que en muchas
ocasiones tienen como único punto de huida la migración hacia EUA).
Otro
de los puntos en común de la conferencia, –y no precisamente el que
ambos se construyesen como productos a cargo de lo peor de la televisión
de cada país – fueron sus preocupaciones por la seguridad fronteriza y
el trasiego de drogas. Como bien informó un conocedor del tema, Joaquín
“Chapo” Guzmán, en su más reciente detención, el multimillonario negocio
de la droga, que tiene en EUA su gran mercado, implica una
infraestructura logística y de transportación trasnacional que supera
con creces la frontera terrestre entre ambos países. Ante los números y
volumen que manejan los cárteles, resulta muy difícil pensar que las
autoridades tanto mexicanas como estadounidenses no conocen las rutas y
avalan el trasiego de estas mercancías propias del capitalismo criminal
que se ha configurado en los últimos años. Algunas imputaciones penales a
exgobernadores de los estados fronterizos así lo avalan.
Es así
que la respuesta al famoso muro que Trump quiere construir en los 3, 185
km de la frontera México- EUA, no debe buscarse en la retórica de la
seguridad y el combate al narcotráfico, sino en otra parte de su speech
en Los Pinos. Buena parte de su corta intervención estuvo dirigida a
las condiciones de trabajo que prevalecen en ambos países; hard working people,
mexicanos, quienes son un engrane vital para poner a funcionar la
economía estadounidense. Por supuesto que Trump quiere que los mexicanos
sigan siendo sus empleados, aunque bajo peores condiciones que no son
admitidas bajo ningún contrato legal en EUA, sino bajo la sombra del
trabajo ilegal. A mayor dificultad para ingresar y permanecer por parte
de los migrantes sin papeles, podrán contratarse en peores condiciones y
desecharse con la misma facilidad. Esto es necesario para mantener los
costos competitivos frente a China –no dejar que la industria se vaya
del hemisferio dijo el candidato republicano–, y poder ofrecer los pocos
puestos de trabajo estable a, algunos, americanos blancos. El muro de
Trump es una conveniente ecuación de racialización y criminalización de
la clase, a partir de medidas xenofóbicas y seguritarias. Estos cambios
requieren, en palabras de ambos mandatarios, una adecuación de su marco
de acción económica, el NAFTA.
Durante la conferencia, la
relación inequitativa no sólo fue un sentir generalizado sino que se
expresó en aspectos concretos como el destinatario y respuestas de las
pocas preguntas que la prensa pudo formular. Estampa casi perfecta del
estado en las relaciones bilaterales. La vista de excéntrico candidato
también fue una fuga –desesperada– del priismo para quedar bien con su
socio mayoritario, que lejos de adelantarlo en la carrera hacia las
elecciones de 2018, en 25 minutos terminó por dar duros reveses a
algunos de los pilares que le aseguraron el poder en el pasado: el
presidencialismo mexicano, la auto asumida política exterior neutral y
la retórica nacionalista frente a la intromisión extranjera.
La
reunión Trump-Peña Nieto ya se está instalando, por méritos propios,
como uno de los episodios más bochornosos y decadentes dentro de la
crisis que vive el país, la más grave de su historia reciente. El “America togehter,
amigo” pronunciado por Trump en el corazón de México, no es más que la
muestra de un régimen que construye un muro más alto de xenofobia, odio,
explotación, guerra y muerte. Nos toca a nosotros –los pueblos de EUA y
México– decidir si lo seguimos cimentado o lo hacemos caer.
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