Pablo Gómez
Por Pablo Gómez
En ocasión de
la ceremonia en la que Enrique Peña Nieto entregó entre otros a Felipe
Calderón un diploma que otorga el Instituto Tecnológico Autónomo de
México (ITAM), el presidente designó a esa institución que ha cumplido
ya los 70 años como “gran ejemplo del modelo educativo que estamos impulsando”, dijo.
La imagen publicada de Peña y Calderón en el ITAM nos muestra
gráficamente uno de los problemas contemporáneos del México actual: la
insistente búsqueda de un sistema bipartidista basado
en el programa neoliberal, la cual es encabezada por encumbrados
políticos y grandes empresarios. Así como ese instituto, fundado como
una de las alternativas de banqueros e industriales frente al entonces
joven Instituto Politécnico Nacional, se convirtió al neoliberalismo tan
luego como éste se difundió en el mundo, tanto el PRI como el PAN
también abrazaron el mismo canon para desmantelar el estatismo mexicano y
reivindicar además el paradigma liberal de los tiempos corrientes, es
decir, el uso oligárquico del Estado en aras de la privatización de
funciones eminentemente sociales de administración solidaria.
La alianza entre el PRI y el PAN se ha llevado a
cabo en medio de un conflicto por el ejercicio del poder público, pero
eso no quiere decir que aquélla sea inexistente. La pelea por los cargos
entre panistas y priistas es continua pero su convergencia en el
contenido de la acción de gobierno ha de mantenerse como lo hemos visto
desde la segunda mitad de los años ochenta, en especial desde la
reestructuración de la izquierda con motivo del liderazgo de Cuauhtémoc
Cárdenas y la presidencia fraudulenta de Carlos Salinas. Fue justamente
en el sexenio 88-94 cuando se perfiló con mayor claridad la
contradicción entre neoliberalismo y Estado social, mucho más allá de
las contradicciones del anterior estatismo a la mexicana. Se legalizó
entonces la privatización de ejidos y bienes comunales, es decir, un
nuevo despojo liberal institucionalizado de la tierra por parte de la
burguesía.
Hace menos tiempo, ambos partidos votaron por el carácter individual
de los fondos de pensión y su manejo como negocio privado fabuloso y
extraordinario. Desde entonces las cosas han continuado
como se pudo apreciar aún con más nitidez cuando el PRI y el PAN
signaron el acuerdo para llevar a cabo la llamada reforma energética que
legalizó las privatizaciones de los hidrocarburos y del servicio
público de electricidad, objetivos ambos que habían sido grandes
obsesiones tanto de políticos como de empresarios de tendencia
neoliberal, incluyendo naturalmente a las trasnacionales del ramo y a
los ideólogos de la OCDE.
El hecho de que en el transcurso de la aplicación del programa
neoliberal se hayan presentado tropiezos no significa que éstos hubieran
sido producto de contrariedades entre el PRI y el PAN. Por el
contrario, siempre estuvieron juntos. Las mayores dificultades de los neoliberales
se han presentado en el terreno de la sociedad, no en la esfera interna
del Estado. Como ejemplo, el fracaso de la implantación del sistema de
altas cuotas en la educación superior se debió al movimiento de los
estudiantes de la UNAM, los cuales en dos ocasiones derrotaron el
proyecto privatizador luego de luchas que conmovieron la conciencia
nacional popular mexicana en contra del intento de arrancar el carácter
social de la enseñanza y la investigación científica. Esa derrota del
neoliberalismo estuvo a cargo de la izquierda vista en términos
ampliamente sociales. Sin embargo, no cerró el ciclo neoliberal de la
política dominante, como ya lo hemos podido apreciar.
Mas el otro problema es que frente a esas relaciones tan cercanas y
solidarias entre los dos grandes partidos neoliberales del país, las
izquierdas parecen conmoverse mucho menos. La división del PRD,
largamente promovida, así como la gravedad de la inclemente crisis en
ese mismo partido, por un lado, y el liderazgo excluyente de López
Obrador, por el otro, se han convertido en factores que favorecen el
proyecto bipartidista neoliberal. Las izquierdas políticas y sociales,
mientras tanto, parece que no están pensando en reaccionar. Lo que se
requiere es una reformulación de la izquierda como corriente nacional.
Sí, las principales instituciones deben ser enviadas al diablo con el
propósito de crear unas nuevas basadas en la democracia, el Estado
social y el respeto a la legalidad. Sí, existe una oligarquía que domina
la esfera política cuya derrota debería ser prioritaria. Sí, las
alianzas del PRD con el PAN favorecen el bipartidismo, derrótese o no al
PRI en cada lance, porque tienden a borrar a la alternativa verdadera
que es la izquierda. Sí, todo giro oportunista de las izquierdas
políticas y sociales es un elemento a favor de la alianza entre el PRI y
el PAN porque significa ceder o acercarse a los puntos programáticos
neoliberales. Sí, el sustento social de esa alianza histórica es la gran burguesía mexicana
y los dos grandes partidos de Estados Unidos, hacia donde la izquierda
no debería recurrir en busca de convergencias políticas por coyunturales
que pudieran ser presentadas. Sí. Pero hace falta también pavimentar el
camino de la unidad de la izquierda para convertir los discursos en
realidad al tiempo que se hacen discursos nuevos.
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