1/23/2016

Programa Tiempo de Mujeres en CFRU la radio comunitaria de la Universidad de Guelph en Canada, sabado 23 enero 2016

TIEMPO DE MUJERES
Colectivo
Desde cfru 93.3 fm la Radio de la Universidad de Guelph
en Ontario, Canadá
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MUJERES POR LA DEMOCRACIA
Bienvenida al programa de hoy
Noticias de Género en la Red
Género en la mira con
de vacaciones por motivos academicos

el pasado 13 de enero se conmemoró los 100 años del Primer Congreso Feminista de Yucatán primero en México pero segundo en América Latina después de Argentina que fué en 1910, cien años se dicen facilmente, pero el trabajo de todas las mujeres que han luchado por las mujeres no ha sido tarea fácil,  luchar en espacios machistas y patriarcales en donde los derechos de las mujeres o no existen o son ingnorados y asi violentados, es tremenda labor, cambiar ideas, proponer otras de respeto y tolerancia ha sido el camino para llegar a este festejo, a este encuentro de mujeres


Las voces de la Península el espacio de 
Lorena Aguilar 
con Adelaida Salas
Observatorio Nacional Ciudadano de Feminicidio
Y siguiendo en el festejo de estos 100 años del Congreso Feminista, nuestra compañera Lorena Aguilar nos trae una plática con la Maestra Adelaida Salas del Observatorio Nacional Ciudadano de Feminicidio, porque es importante saber de dónde partimos y hacia dónde vamos, cuáles son los retos y que hemos ganado.

-La igualdad de la mujer empieza por lograr un buen ingreso propio-  
Ya se han hecho encuestas para saber cuál es el mejor país para vivir las mujeres, sabemos que Suecia, que van adelantados en muchos rubros más que en otras partes del mundo, y el tema de igualdad es uno de ellos, pero no cantan victoria, tenemos una entrevista con Asa Regnér, Ministra de Infancia, Ancianidad e Igualdad de Género de Suecia que nos dice que - Es verdad que Suecia está mejor, pero todavía tampoco hemos llegado a la paridad absoluta”, dice. La funcionaria desliza datos de su país: el 44% de los miembros del Parlamento son mujeres y el 30% de las empresas privadas tienen directorios femeninos 

-Gulabi Gang: a palos con el machismo- 
Y así como existe el mejor país, existe el peor país para que vivan las mujeres, cada que leemos o escuchamos alguna historia de violencia contra las mujeres en la India quedamos terriblemente impresionadas del grado de dolo con que tratan a las mujeres, pero hoy conoceremos un movimiento que esta dando mucho de que hablar y se trata de Gulabi Gang, un controvertido movimiento del sari rosa que suma ya 400.000 mujeres que no dudan en aplicar la ley del Talión, eso de ojo por ojo, diente por diente, a sus agresores, muchos cuestionan sus expeditivos métodos para luchar contra la violencia machista, pero ellas afirman que es la única fórmula que da buenos resultados


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De la “libre” elección

   

MUJERES CAUTIVAS
Por: Teresa Ulloa Ziáurriz*


Entre los argumentos más sonoros que defienden la prostitución –considerándola erróneamente un "trabajo"– está el que señala que cada mujer es libre de hacer con su cuerpo lo que considere mejor y que, si se trata de una decisión personal, ésta debe respetarse.

Como sabemos, el asunto no es tan simple como parece.

El pasado 11 de enero celebramos el Día de la Concientización sobre la Trata de Personas, a través de la campaña que en redes sociales encabezó la Coalition Against Trafficking Women (CATW), haciendo hincapié en la consigna: "A choice is only a choice if you actually have choices" ("Una opción es sólo opción si tú realmente tienes opciones").

Así, sólo en el marco del respeto a los Derechos Humanos, especialmente de las mujeres y las niñas, es posible comprender la importancia de no haber contado con opciones para quienes finalmente se encuentran en situación de prostitución.

Para quienes hemos trabajado en el tema de las formas contemporáneas de esclavitud, particularmente en lo que respecta a la trata de mujeres, niñas, niños y adolescentes y su explotación sexual, resulta muy claro el hecho de que la abrumadora mayoría de víctimas no cuenta con un abanico de opciones que les haya permitido decidir en libertad.

Los servicios sexuales que ofrecen mujeres y niñas son el resultado de un terrible engranaje económico y socio-cultural que concluye con un comprador. El funcionamiento de esta maquinaria –eficaz y sumamente lucrativo– es posible gracias a un entorno hostil donde prevalecen la pobreza y la desigualdad de género.

Este lunes 18 de enero, Oxfam dio a conocer el informe titulado "Una economía al servicio del 1 por ciento", que retoma el anuncio hecho hace unos días por Credit Suisse acerca de que el 1 por ciento más rico de la población mundial acumula más riqueza que el 99 por ciento restante.

Al respecto, Oxfam señala: "La creciente desigualdad económica también agrava la desigualdad entre hombres y mujeres. El Fondo Monetario Internacional (FMI) ha revelado recientemente que los países con una mayor desigualdad de ingresos suelen tener también mayores diferencias entre hombres y mujeres en términos de acceso a servicios de salud, educación, participación en el mercado laboral y representación en las instituciones, por ejemplo en los parlamentos.

"También se ha demostrado que la brecha salarial entre hombres y mujeres es mayor en sociedades más desiguales. De las 62 personas más ricas del mundo, 53 son hombres…".

Y aunque el informe da cuenta del recrudecimiento de la desigualdad, lo cierto es que ya no es nuevo saber que son las mujeres y las niñas quienes padecen las consecuencias más graves.

No contando, pues, con un entorno que les permita el acceso a un piso mínimo de derechos, las mujeres deben resolver su vida y la de sus hijas e hijos en dramáticas condiciones de desventaja, y es en este panorama donde las opciones se reducen, o simplemente desaparecen.

A lo anterior debemos añadir que, de acuerdo con las pocas fuentes que aportan cifras al respecto (y habida cuenta de que México no dispone de estadísticas oficiales), cada año más de 100 mil mujeres provenientes de países de América Latina y el Caribe son llevadas a diversas naciones del mundo con engaños y falsas promesas de empleo.

Tan sólo en Estados Unidos, entre 15 mil y 18 mil mujeres son traficadas anualmente, según el Informe Anual del Departamento de Estado.

Se trata, justamente, de aquellas que no tuvieron más remedio que creer en alguien que les ofrecía mejorar sus condiciones de vida y terminaron como carne de cañón para el beneficio de las redes de trata que hoy conforman el segundo negocio más redituable del mundo, sólo después del tráfico de drogas.

¿De cuáles opciones disponen las mujeres? ¿Cómo es posible afirmar que la prostitución es un trabajo o una decisión libre si previamente se encuentran cerradas todas las puertas? ¿No será que la "libre elección" es la respuesta fácil para lavarnos las manos y evadir un problema de dimensiones mayúsculas?

Las imágenes de mujeres, niñas y adolescentes desaparecidas que todos los días circulan a través de las redes sociales deben recordarnos el hambre de dinero de las redes de trata de personas que se encuentran al servicio de los que pagan por sexo.

Esas personas desaparecidas no tuvieron opciones, sólo un ambiente de pobreza, desigualdad, falta de información y violencia. Y esas no son opciones, ni libre elección.

Twitter: @CATWLACDIR

*Directora regional de la Coalición contra el Tráfico de Mujeres y Niñas en América Latina y el Caribe (CATWLAC, por sus siglas en inglés).


Cimacnoticias | México, DF.- Especial

"La igualdad de la mujer empieza por lograr un buen ingreso propio"

Diálogos a fondo con Asa Regnér, Ministra de Infancia, Ancianidad e Igualdad de Género de Suecia
Mariana Iglesias

Buenos Aires, 19 ene. 16. AmecoPress.- Como ministra de un gobierno feminista quiero trabajar para desarrollar un modelo de bienestar moderno. Los derechos individuales y la posibilidad de influencia de los más vulnerables son centrales. El objetivo es una política de igualdad de género más clara”.
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La frase pertenece a Asa Regnér, ministra de Infancia, Ancianidad e Igualdad de Género de Suecia, el país que se vanagloria de ofrecer el modelo de mayor igualdad entre hombres y mujeres. Regnér habla con Clarín en la terraza de un hotel de Retiro. Acaba de encontrarse con Fabiana Túñez, la flamante directora del Consejo Nacional de las Mujeres. “Hablamos del trabajo que hay para hacer en relación a la igualdad de género. Aquí todavía falta mucho. Es verdad que Suecia está mejor, pero todavía tampoco hemos llegado a la paridad absoluta”, dice. La funcionaria desliza datos de su país: el 44% de los miembros del Parlamento son mujeres y el 30% de las empresas privadas tienen directorios femeninos.
¿Por dónde se debe empezar para alcanzar la igualdad de género?
Una buena manera de empezar es que la mujer logre su propio y buen ingreso, que es lo que le da poder y seguridad para tomar sus propias decisiones, como dejar una relación de pareja conflictiva, tener hijos o no y en qué momento. En Suecia la mayoría de las mujeres trabaja, pero continúa la brecha salarial: a mismo puesto de trabajo, el hombre cobra un 6% más. Además, la mujer sigue siendo la que se dedica al cuidado de niños y de ancianos, que son puestos con salarios más bajos. Eso, a pesar de que el 70% de los graduados universitarios son mujeres.
¿Qué puede hacer el Estado para apoyar a la mujer para que estudie, trabaje y a su vez tenga hijos?
La licencia parental es clave. La crianza debe ser compartida, es fundamental para modificar las estructuras tradicionales que tanto perjudican a las mujeres. En Suecia, los padres tienen derecho a 480 días de permiso parental cuando nace o se adopta un hijo. Tres meses son para cada uno de los padres. El tiempo restante es indistinto, se lo puede tomar cualquiera de los dos. Después, el sistema de seguridad social brinda jardines maternales gratuitos, algunos abren las 24 horas para los padres que trabajan en horarios complicados. No hay empleadas domésticas ni niñeras, y la razón no es sólo su alto costo sino la convicción de que nadie debe hacer el trabajo sucio del otro. El sistema toma un 30% del sueldo, pero la educación y la salud son gratis. La igualdad de género es un tema de derechos, un vehículo para desarrollar a la sociedad. De esta manera los niños tienen contacto con sus dos padres, la fuerza laboral crece, aumentan los impuestos, suben los servicios sociales. Es un círculo muy positivo.
A pesar de tanto esfuerzo por la igualdad, ¿hay violencia de género?
Sí, y atraviesa a toda la sociedad. Tenemos muchos programas de ayuda para mujeres y ahora nos estamos enfocando en los hombres violentos. Es una mezcla de educación machista, infancias violentas y abuso del alcohol. Hay una línea telefónica gratuita para los que sienten o saben que están por pegar o violar a una mujer. Pueden llamar y los atienden psicólogos. No es efectivo para todos, pero a algunos les sirve escuchar que están por hacer algo malo.
La igualdad de género comienza en casa, con los padres criando a sus hijos por igual; sigue en la escuela y en los mensajes que se dan, sobre todo los que llegan desde el mundo publicitario, gran reproductor de estereotipos de género. En Suecia existe la figura del Ombudsman de la Publicidad, que es una mujer.
También está el Swedish Women’s Lobby, un grupo de mujeres independientes del gobierno y la política que combaten estas publicidades. “Reklamera” es la campaña actual contra los avisos sexistas. Si una publicidad discrimina, se la denuncia y el denunciado se ve obligado a levantar el aviso.
¿Por qué cree que es importante el aborto legal para la igualdad de género?
La mujer tiene que poder decidir sobre su propio cuerpo. Hace 40 años que el aborto es legal en Suecia. Hasta la semana 18 no se da ninguna explicación. Luego hay que pedir permiso a un consejo de médicos, pero el 90% de los abortos se realizan antes de la semana 12. Incluso el 75% se hace antes de la semana 9, con medicamentos. Es un gran mito que las mujeres son irresponsables. La mayoría sabe muy bien lo que quiere hacer, y la mayoría de los abortos se realiza justamente por un sentimiento de responsabilidad.
¿Qué opina del machismo que subsiste en América Latina?
Los niveles de femicidios son muy altos, cuando deberían ser cero. Pero sé que hay movimientos de hombres cansados de que siga esta violencia, de hombres que también se oponen al machismo. Hay que empezar a incluir a los hombres en este tema. Para bajar los niveles de violencia hay que hablar con ellos, trabajar con ellos, incluirlos, si no la violencia machista no acabará nunca.
Señas particulares
Asa Regnér es Ministra de Ancianidad, Infancia e Igualdad de Género de Suecia. Se ocupa de los derechos de niños, ancianos y personas con funciones disminuidas, y de la igualdad de género. Fue Jefa de país para ONU Mujeres en Bolivia. Tiene una maestría en sociología, ciencias políticas y literatura alemana y otra maestría en desarrollo democrático.
Foto: Archivo AmecoPress.

Gulabi Gang: a palos con el machismo


Sayah Bana fue maltratada y repudiada por su marido./ Zigor Aldama
Sayah Bana fue maltratada y repudiada por su marido./ Zigor Aldama

La relación de Janki Devi con el hombre del que se enamoró nunca fue fácil. Tenía sólo 15 años cuando conoció a Anand Kumar, un veinteañero con el que pocos meses después perdió la virginidad, y los padres de ambos se opusieron a la unión desde un principio. No en vano, en las zonas rurales del estado indio de Uttar Pradesh, y como sucede por todo el país en diferente medida, las relaciones de pareja son un asunto que se arregla entre dos familias sin tener en cuenta los sentimientos. Son una operación matemática en la que importan la casta, el estatus económico, y las relaciones políticas entre ambos clanes. El amor, dicen, surge con el tiempo y el roce.
En el caso de Janki y de Anand la ecuación no daba el resultado esperado, así que los progenitores les exigieron que dejasen de verse. Pero, al contrario, ellos decidieron casarse en secreto y apelar a los hechos consumados. Así, como manda la tradición, finalmente Janki se mudó al hogar de sus suegros en 2006. Y ahí comenzó otra pesadilla para ella. Por razones desconocidas, ya que nunca se le permitió acceder a pruebas médicas, fue incapaz de concebir un hijo. Así que, el pasado 23 de febrero, los padres de Anand la rociaron con gasolina y le prendieron fuego. Los vecinos lograron trasladarla al hospital todavía con un hilo de vida, pero esa misma noche Janki Devi murió. A pesar de la denuncia que presentaron sus padres, la Policía no llevó a cabo investigación alguna, y ningún medio de comunicación se interesó por su historia.
Janki es sólo una de las más de 300.000 mujeres que cada año sufren las diferentes formas que adquiere la violencia machista en India, un país en el que, según estadísticas oficiales de 2013, una mujer es raptada cada 10 minutos y otra es violada cada 20 minutos. Son cifras que, a pesar de su contundencia, no llegan a reflejar en toda su crueldad la situación del país. Porque, como explica Doreen Reddy, directora de programas de Mujer de la Fundación Vicente Ferrer, “por cada caso que se denuncia hay al menos otro que se sufre en silencio”. De hecho, según una encuesta gubernamental llevada a cabo entre 2005 y 2006, el 51% de los hombres -y, sorprendentemente, el 55% de las mujeres- consideran que la violencia doméstica está justificada en algunos casos. El más citado es faltar al respeto de los suegros, seguido de postergar las labores domésticas y discutir con el marido. Y no es un problema exclusivo de zonas rurales pobres: el propio Tribunal Supremo ratificó en febrero que la violación dentro del matrimonio es legal.

El padre de Janki Devi muestra una foto de la boda secreta de su hija y otra de su cuerpo en el hospital./ Z.A.
 El padre de Janki Devi muestra una foto de la boda secreta de su hija y otra de su cuerpo en el hospital./ Z.A.

Muchos también consideran que una mujer estéril es un animal inservible, pero el padre de Janki, Dinesh Prasad Panday, cree que no existe justificación alguna para asesinar a una mujer. Por eso, después de haber tratado en vano de conseguir que la Policía persiguiese a la familia de Anand, perteneciente a una casta superior y con contactos en el gobierno local, ha decidido buscar justicia de otra forma: ha acudido con toda la documentación del caso al cuartel general de Gulabi Gang, la Banda de las Mujeres del Sari Rosa, en el pequeño pueblo de Badausa. Creada en 2006, esta asociación en la que ya participan unas 400.000 personas distribuidas por toda India, se ha convertido en el terror de violadores, maltratadores, y policías corruptos. Porque su fundadora, Sampat Pal, no se anda con chiquitas.
Es una enérgica mujer de 53 años que recibe a Panday en la planta baja del edificio, revisa con el ceño fruncido las fotografías que el padre tomó en el hospital, entre las que hay terribles imágenes de las quemaduras que sufrió Janki, y escucha con atención la historia. Pocos minutos después, agarra su pequeño teléfono Nokia y llama a la comisaría en la que el oficial Ajay Kulghat se ha negado incluso a recibir a Panday. Pal sólo necesita pronunciar su nombre para que al otro lado de la línea presten atención, y vaya si la van a oír. A gritos advierte de que, si no se abren ya las diligencias oportunas para investigar la muerte de la joven, van a tener que vérselas con un tumulto de mujeres encolerizadas en la puerta.
“No soy partidaria de utilizar la violencia, pero hay ocasiones en las que sólo se puede combatir de esa forma”, explica nada más colgar. “Hay gente con la que las palabras y los argumentos no son suficiente”, recalca. Por eso, quienes engrosan las filas de Gulabi Gang van ataviadas con un peculiar uniforme que ya todos reconocen en el país de Gandhi: sari -el tradicional vestido indio- rosa, y un palo. “Es para protegernos, pero también para amenazar y, si es necesario, para proporcionar una paliza a los agresores”, cuenta Pal. Eso último es lo que hizo en una de sus primeras acciones con un policía que se negó a registrar una denuncia por violación. Y su estrategia no ha cambiado mucho: hace unos meses acusó a un magistrado del juzgado de Atarra de inacción contra la violencia machista y lo sacó a rastras a la calle.

Sampat Pal empezó a organizar a las mujeres contra el maltrato con solo 16 años./ Z.A.
Sampat Pal./ Z.A.

Salta a la vista que sus métodos funcionan, porque en la siguiente conversación que mantiene, media hora después de la primera, el comisario acuerda encontrarse con Panday, que se marcha agradecido y con esperanza renovada. Pero el de Janki no es, ni mucho menos, el único caso con el que Pal está lidiando. Cada día le llegan varios, y con la mayoría es incapaz de contener su ira. No en vano sabe perfectamente cuál es el sufrimiento de las mujeres que le piden ayuda. Ella misma, hija de unos campesinos pobres, fue obligada a contraer matrimonio con un joven de 25 años poco después de que le llegara la primera menstruación. “Me sacaron del colegio cuando apenas sabía leer y escribir, y me pusieron a trabajar de sirvienta en la casa de mis suegros”, recuerda.
Tres años después, a los 15, dio a luz al primero de sus cinco hijos, que llegaron seguidos, “uno cada año”. Pero su fuerte carácter se impuso a la dureza de su situación e hizo que su familia política la respetara. Es más, con sólo 16 años organizó a las mujeres de su poblado para humillar en público a los hombres que las pegaban. “Las palizas se hicieron cada vez menos frecuentes, así que, poco después, alentada por ese resultado, me interesé por el trabajo de grupos que decían buscar la independencia de la mujer. Pero me di cuenta de que no lograban ninguno de sus objetivos. La gente se reía de ellas”, cuenta mientras algunas de las integrantes de Gulabi Gang se suman a la conversación. “Sé que mi postura parece muy radical, pero es la única forma de lograr un cambio”.
No obstante, la figura de esta activista también tiene sus sombras. De hecho, en los tribunales hay una decena de causas abiertas contra Pal, acusada de haberse tomado la justicia por su mano. Además, en marzo del año pasado, un grupo de asociadas de Gulabi Gang trató de relevarla de su cargo como presidenta, alegando que hacía gala de un autoritarismo preocupante y que estaba utilizando la organización como forma de promoción personal. No en vano, ha escrito varios libros (entre ellos ‘El ejército de los saris rosas’, Planeta 2009) sobre su experiencia, que también ha sido objeto de documentales e incluso de un ‘biopic’ de Bollywood. Ella, no obstante, rechaza esas críticas. “Uno de los aspectos clave de nuestra lucha es su visibilidad. La mujer en India ha sido invisible y es hora de que se la vea en todas partes luchando contra el patriarcado que la oprime”.
A pesar de que son sus métodos poco ortodoxos los que más llaman la atención, Sampat Pal también ha puesto en marcha programas de corte más tradicional para conseguir trascender los casos puntuales que le llegan a diario y lograr un mayor impacto en la comunidad. “La sociedad sólo cambiará si conseguimos eliminar la subordinación inherente al papel que se le otorga a la mujer. Y esa es una revolución que tiene que partir de nosotras. Por eso, además de haber establecido grupos de autoayuda y de consejería legal para tratar casos particulares, nos centramos sobre todo en programas destinados a lograr su emancipación: desde fondos para el ahorro, hasta eventos con empresas para que las contraten.”, cuenta. De lo que huye es del sistema de microcréditos. “Hay demasiado corrupción en el sistema bancario, que es, además, uno de los más machistas. El ahorro es mejor solución”.
Tiene su meta muy clara, y es tan ambiciosa que suena a utopía. “Erradicar el matrimonio infantil y la tradición de la dote, actuar con firmeza contra la violencia doméstica, e impulsar la emancipación de la mujer a través de la educación y de la concienciación social”, enumera Pal. “Y no entiendo que alguien pueda escandalizarse por esos objetivos, porque si se implementasen las leyes, incluidos los artículos más básicos de nuestra Constitución, esta lucha no sería necesaria. Pero vivimos en un patriarcado violento que cala en las instituciones, sobre todo en la Policía, y en políticos al más alto nivel. Si las mujeres no nos salvamos a nosotras mismas, nadie lo va a hacer”, sentencia. A su alrededor, sus compañeras asienten en silencio.

Vanita, triplemente discriminada por ser mujer, con una discapacidad y de una minoría étnica

Vanita, discriminada por ser mujer, con
Más de mil kilómetros al sur, en la localidad de Anantapur, Vanita es un buen ejemplo del drama que vive la mujer india. Porque sufre una discriminación triple: por su discapacidad física, por pertenecer a una minoría tribal, y por ser mujer. Su vida refleja bien los diferentes obstáculos de un país en el que las mujeres son discriminadas incluso antes de nacer. No en vano, la popularización de la tecnología para determinar el sexo de un feto ha hecho que haya quien se gana la vida en las zonas rurales con un equipo de ecografía que lleva de casa en casa, en busca de embarazadas. Si descubren que en el vientre se gesta una niña, muchas son forzadas a abortar. Así, mientras en el mundo nacen de media 106 varones por cada 100 mujeres, en el país hindú ellos son 112. Se estima que en las últimas tres décadas 12 millones de niñas no han llegado a nacer por esta práctica del feticidio. Afortunadamente para Vanita, que ahora tiene 21 años y 4 hermanos, sus padres no supieron cuál sería su sexo cuando se guarecía en el útero. De esta forma, su verdadera pesadilla se pospuso hasta que cumplió los 15 años.
“Fue cuando murió mi madre. Tuvo un accidente en un auto-rickshaw -triciclo motorizado utilizado a modo de taxi- que volcó, y no pudieron salvarla”, recuerda entre sollozos. “Mi padre sólo tardó tres meses en volver a contraer matrimonio. Se casó con una hermana de mi madre que me maltrataba y con la que ya mantenía antes una relación secreta. Entonces, todo cambió. Mi padre me dijo que tenía que dejar los estudios y ponerme a trabajar, así que me fui al campo como jornalera, donde me pagaban 100 rupias (1,4 euros) al día. Pero como yo no aprobaba su relación con mi tía, ella decidió quitarme de en medio casándome con otro tío mío, mucho mayor que yo”.
La ley india permite estas uniones entre familiares, pero Vanita se negó. Para forzarla, su madrastra dio con una solución demasiado habitual: pidió al pretendiente que la violara para que no pudiese rechazar el matrimonio tras haber perdido la virginidad. “La violación premeditada es una de las fórmulas más habituales, incluso con niñas de menos de 12 años, para forzar a una chica a casarse con un hombre en concreto o para obligar a que rompa una unión que mantiene por amor contra el criterio de los padres”, explica Sampat Pal.
Afortunadamente, Vanita se enteró del plan que urdía su madrastra y decidió preservar su dignidad. “Hice polvo las pulseras de cristal que suelo llevar y me lo bebí para suicidarme”, cuenta. En un hospital consiguieron salvarle la vida, pero desde entonces su familia le ha dado la espalda. “Ahora me han buscado otro pretendiente. Ya está casado, pero como no tiene hijos puede contraer matrimonio otra vez. Yo no lo quiero. Es gordo y viejo. Pero sé que será difícil encontrar a alguien que me acepte con mi discapacidad”. Vanita sufrió un episodio de fiebre cerebral que le provocó la parálisis en la mano derecha y en la pierna izquierda. No es muy evidente, y apenas afecta a su movilidad, pero en la India rural supone una pesada losa social. “Al final terminaré casándome con quien escojan para mí”, se lamenta.
Aunque la mayoría de los matrimonios en la India rural no tienen nada que ver con los sentimientos de los cónyuges, Sampat Pal es contraria al divorcio. “Es una forma de convertir a la mujer en una mera mercancía. Los hombres tienen que entender que las mujeres no son como las sandalias, que las puedes cambiar cuando te da la gana”, justifica. A su lado, Sayah Bana, una joven musulmana de 22 años, asiente. Hace dos años que fue repudiada por su marido, un profesor de escuela que la maltrataba física y psicológicamente y que decidió casarse de nuevo, de forma ilegal, con otra mujer.
“A mí me dijo que volviese a casa de mis padres con los dos hijos que tenemos en común”, recuerda Bana. “Fui a la Policía para denunciarlo por bigamia, pero nadie me hizo caso, así que hace unos meses decidí asociarme a Gulabi Gang para hacer valer nuestros derechos”. A pesar de las palizas que le propinaba su marido, sobre todo cuando bebía, ella no quiere el divorcio sino que abandone a la segunda mujer para continuar viviendo en familia. “No conseguimos avanzar hasta que sacamos los palos y nos plantamos delante de la comisaría”, cuenta.
Mujeres asociadas a Gulabi Gang con Pal en el centro./ Z.A.
Mujeres asociadas a Gulabi Gang con Pat en el centro./ Z.A.

Desafortunadamente, la Justicia puede ser el mayor enemigo de la mujer india. Lo sabe bien Suseelamma Nirugutta, que quedó viuda cinco días después de haber dado a luz a su segunda hija. Sin posibilidad de obtener ingresos y en una muestra de excesiva ingenuidad, aceptó la oferta de una mujer que le prometió un trabajo decente en la capital, Nueva Delhi, adonde fue con su hija pequeña, de sólo año y medio. “Nos llevaron a una casa en la que yo trabajaba como sirvienta y en la que me ofrecían alcohol y carne. Soy vegetariana y nunca bebo, así que no acepté”. Pero un día la forzaron, y tres días estuvo con mareos. “Me dijeron que me iban a llevar al hospital, pero acabé en un salón de belleza donde me maquillaron y me dieron ropa sexy. Allí me amenazaron con matarnos a mi hija y a mí si no hacía lo que me decían”.
Nirugutta cayó por el precipicio de la prostitución forzada. Pero no por mucho tiempo. “Durante una redada nos metieron a unas 25 chicas en un cuarto secreto. Como hacía muchísimo calor y apenas se podía respirar, una comenzó a gritar y la Policía nos encontró”. Su liberación no fue motivo de celebración. Nirugutta acabó en la cárcel, donde estuvo encerrada tres años después de que la ‘madame’ del burdel la acusara de haber traficado con mujeres. Más adelante fue internada con su hija en un centro de acogida, donde conoció a decenas de mujeres víctima de la trata, hasta que consiguió probar su inocencia y fue liberada. “Pero no podía regresar a Chinapalli -el pueblo del estado de Andhra Pradesh del que es originaria- porque no tenía dinero, así que pedí a un Policía que me ayudase a encontrar un trabajo para ahorrar durante unos meses y regresar con algo de dinero para que nadie sospechase. Mi familia creía que había muerto”, recuerda.
Grafiti en Delhi contra la violencia machista y en favor del empoderamiento de la mujer./Z.A.
Mural en Delhi contra la violencia machista y en favor del empoderamiento de la mujer./Z.A.

La suya es una historia que comparten miles de mujeres, y no siempre tiene un final tan feliz. De hecho, una encuesta realizada hace tres años entre 370 especialistas en temas de género reveló que India es el peor país del G-20 para ser mujer. Las estadísticas dejan claro el porqué: 56.000 mujeres mueren al año dando a luz, muchas son apartadas de la escuela, algo que se hace evidente en la tasa de alfabetización -55% frente al 77% de los hombres-, de media ganan un 62% del salario del hombre, y un 57% de adolescentes -52% en el caso de las chicas- considera aceptable pegar a la mujer, un hecho que aumentó un 7,1% entre 2010 y 2011. Y quien se sorprenda de que las leyes del país no protejan más a la mujer quizá no necesita más que ver la composición del Parlamento: sólo un 11% de los diputados son mujeres.
A pesar del negro horizonte que pintan las estadísticas, Sampat Pal es optimista y asegura que la situación está cambiando. “Sobre todo desde que fue violada Jyoti -Singh- en Delhi. Su caso ha supuesto un punto de inflexión en la percepción que parte de la sociedad tiene de la violencia de género”, afirma. Se refiere a la joven estudiante de medicina que, la noche del 16 de diciembre de 2012, se subió a un autobús en la capital india para regresar a casa con un amigo después de haber visto una película en el cine. Los ocupantes del vehículo privado, amigos que habían estado bebiendo, decidieron entonces golpear a su acompañante varón y violarla.
No sólo abusaron sexualmente de ella, también le introdujeron una barra de acero por el ano hasta que sus intestinos quedaron al aire. Los tiraron a una cuneta y Jyoti murió tras dos eternas semanas de agonía en un hospital de Singapur. “La brutalidad del caso, y el hecho de que se produjese en la propia capital, han hecho que mucha gente tome conciencia de la gravedad de la situación. Por eso, creemos que su muerte no ha sido en vano, y que puede haber servido de catalizador para que la mujer india sea respetada como se merece”, sentencia Reddy

Si no fuera por esas mujeres de hace 100 años, no estaríamos aquí




   Refrendan políticas compromiso de pugnar por la igualdad


Como hace 100 años, el Teatro Peón Contreras –construido con altos palcos y luces–, ubicado en pleno Centro Histórico de esta capital estatal, recibió a mujeres de todos los ámbitos para conmemorar un siglo de logros en materia de Derechos Humanos para las mexicanas, pero también para reflexionar sobre los pendientes.

Si bien hace 100 años las mujeres reunidas en este histórico recinto donde se llevó a cabo el Primer Congreso Feminista, iniciaban un camino para que la población femenina ganara más derechos a participar en política y otros rubros de la sociedad, ahora –a un siglo de distancia– falta vencer obstáculos que impiden su plena participación en diversos ámbitos.

En ello coincidieron diversas mujeres políticas al participar ayer en la primera jornada de actividades para conmemorar el centenario del Congreso Feminista, quienes señalaron que mientras hace un siglo se pensaba en cómo incorporar a las mexicanas a los cargos públicos, hoy se busca la paridad efectiva (mitad mujeres y mitad varones) en los espacios de poder.

Y fue gracias a la participación de esas feministas que hace 100 años se reunieron en el Teatro Peón Contreras, que ahora quienes son magistradas, senadoras, diputadas, ex gobernadoras y académicas que participan en este evento conmemorativo, han podido llegar a esos altos cargos.

Si hace 100 años las yucatecas, muchas de ellas maestras, no hubieran estado influenciadas por la ideología feminista de Rita Cetina, el general Salvador Alvarado Rubio –a quien se le atribuye históricamente el logro de haber realizado el Primer Congreso Feminista– “no hubiera podido hacer mucho”, observó Dulce María Sauri Riancho, quien como legado de ese primer encuentro de mujeres en 1916 pudo llegar a diversos espacios de toma decisión en la vida política nacional.

Sauri Riancho, la primera mujer gobernadora de Yucatán de 1991 a 1993, fue también diputada federal, senadora, funcionaria y dirigió al Partido Revolucionario Institucional (PRI).

En su participación en la jornada de ayer, Dulce María Sauri destacó que ese Primer Congreso de hace 100 años no fue un “paso burocrático”, sino que hubo movilización y propaganda por parte de las organizadoras, que estaban convencidas de los logros de ese encuentro.

Como hace un siglo, resaltó la priista, quienes nos encontramos aquí ahora “debemos refrendar el compromiso de seguir adelante en la lucha por la igualdad”, por lo que pidió que en el contexto de esta conmemoración se presente una iniciativa de reforma en Yucatán para que se obligue a la paridad de género en las planillas para los ayuntamientos.

Al hacer un balance de la participación política femenina, la senadora por el PRD Angélica de la Peña Gómez y la magistrada del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, María del Carmen Alanís Figueroa, advirtieron que los retos que enfrenta actualmente el feminismo son los mismos de hace 100 años, pues no se ha logrado una plena presencia de las mujeres en la esfera pública.

También las funcionarias federales y académicas reunidas cuestionaron algunos retrocesos en la entidad, como por ejemplo el que aún conserve la cuota de 30 por ciento de espacios para las mujeres en las planillas para los ayuntamientos, o que luego de ser el único estado del país que consideraba a la pobreza como causal para el aborto legal, ahora su Código Penal contenga causales referentes a la “decencia” de las mujeres.

Lo anterior, enfatizaron, no es congruente con las demandas femeninas que en su momento apoyaron los gobiernos socialistas en Yucatán tras la Revolución Mexicana.

Coincidieron también en que a estos años de distancia, la violencia ha llegado también a la política e, incluso, ha cobrado ya la vida de algunas mujeres en diversos estados de la República Mexicana, por lo que hicieron un llamado a legislar sobre el tema.
 


CIMACFoto: Angélica Jocelyn Soto Espinosa, enviada
Por: Angélica Jocelyn Soto Espinosa, enviada
Cimacnoticias | Mérida, Yuc.-

Los ataques machistas coordinados en Colonia y los errores eurocéntricos de una izquierda europea postlaica


La reacción negacionista de buena parte de las izquierdas europeas a los ataques machistas perpetrados simultáneamente en al menos 10 ciudades europeas por varones “musulmanes” fundamentalistas, señaladamente en Colonia, no sólo ha sido lamentable, sino reveladora tal vez de algo más profundo. Precisamente, ciertas izquierdas europeas sedicentemente radicales (“multiconfesionales”, “multiculturales”: postlaicas, en suma) que han ido abandonando en las últimas décadas el primer valor fundacional de la izquierda –el laicismo republicano— son objeto aquí de una crítica tan oportuna e inclemente como esclarecedora por parte de la conocida feminista y luchadora laicista argelina Marieme Hélie-Lucas: “Que la izquierda y demasiadas feministas se atengan a la teoría de las prioridades (la exclusiva defensa de las gentes de origen migratorio –recategorizadas como `musulmanes´— frente a la derecha capitalista occidental), es un error mortal que la historia juzgará implacablemente: es abandonar a su suerte a las fuerzas progresistas de nuestros países. Deserción cuya absurda inhumanidad pone una tacha indeleble en la bandera del internacionalismo.” Los hechos
En la Nochevieja de 2015 se produjeron ataques sexuales coordinados contra mujeres en espacios públicos de cerca de 10 ciudades europeas, la mayoría en Alemania, pero también en Austria, Suiza, Suecia y Finlandia. Varios centenares de mujeres han denunciado hasta la fecha asaltos, robos y violaciones. Esos ataques fueron perpetrados por hombres jóvenes de origen migratorio (inmigrantes, peticionarios de asilo, refugiados, etc.) procedentes del Norte de África y de Oriente Próximo.
No resultan sorprendentes las reacciones: ocultación de los hechos hasta donde les fue posible –de su coordinación internacional, de su magnitud— por parte de los gobiernos, de su policía y de los medios de comunicación: sacrificaron, como es habitual, los derechos de las mujeres a la paz social. Levantamiento preventivo de escudos vociferantes por parte de buena parte de la izquierda europea y de no pocas feministas, a fin de defender a los extranjeros, presuntos “musulmanes”, como potenciales víctimas del racismo. (Repárese en el giro semántico: no “árabes” o “norteafricanos”, según los describieron en términos geográficos las propias mujeres atacadas y la policía, sino “musulmanes”.) Exigencia de mayores medidas de seguridad por parte de la extrema derecha, y paso a la acción de la misma en Alemania, en donde se dio un primer pogrom indiscriminado contra población no blanca. Negacionismo y racismo: las respuestas habituales, desde los años ochenta, al auge del fundamentalismo musulmán de extrema derecha en Europa.
La memoria
En el corazón de Túnez. Una protesta de las feministas laicas contra Ben Alí. Grupos de jóvenes varones fundamentalistas –hay pruebas de su afiliación— rodearon a las manifestantes (eran mayoritariamente mujeres), las aislaron y las atacaron sexualmente manoseando sus pechos y sus genitales y golpeándolas con gran violencia, todo ello a pesar de los intentos de rescate de los varones que habían acudido a la manifestación para apoyarlas solidariamente. La policía se limitó a observar los acontecimientos.
Plaza de Tahrir, El Cairo. La plaza en la que se reunía la oposición antigubernamental. Por vez primera, las mujeres aprovechaban la oportunidad para ejercer sus derechos de ciudadanía. Grupos de varones jóvenes (¿miembros de los Hermanos Musulmanes, o manipulados por ellos?) empezaron a molestar sexualmente a centenares de mujeres manifestantes (y a periodistas extranjeros), las fotos publicadas por la prensa las mostraban parcialmente desnudas, y hubo denuncias de violación. También la policía se acercó, pero para golpear a las mujeres manifestantes y forzarlas luego a someterse a tests de “virginidad”... La política de terror sexual durará meses en El Cairo, al punto de que las organizaciones de mujeres desarrollaron un mapa electrónico de emergencia de El Cairo para poder registrar los ataques en tiempo real y dar oportunidad de actuar a los grupos de varones rescatadores.
Memoria mucho más vieja. Argel. Verano de 1969. Primer Festival Cultural Panafricano: centenares de mujeres sentadas en el suelo en la gran plaza de Correos, que ha sido cerrada al tráfico rodado. Asisten a uno de los muchos conciertos públicos que tienen lugar cada día entre las cinco de la tarde y las cuatro de la madrugada, eventos culturales a los que las mujeres acuden en masa. Muchas de ellas visten el tradicional haïk blanco típico de la región, y han venido con niños. De anochecida, hacia las 20 h 30’, un grito atronador: “en- nsa, l-ed-dar(¡las mujeres, a su casa!) coreado por cientos de hombres que también habían acudido al concierto. Grupito tras grupito, y con harto desconsuelo, las mujeres y los niños abandonan la plaza. Los hombres, triunfantes, despectivos, se mofan de ellas. Los nazis definían así el lugar de las mujeres: KKK (iglesia, cocina, niños, por sus siglas en alemán). Siete años después de la independencia, el lugar asignado en el ámbito público a las celebradas heroínas revolucionarias de la gloriosa lucha de liberación argelina quedaba ahora claramente definido. Patriarcado y fundamentalismo, cultura y religión volaban alto y de la mano.
¡Qué extraño que no se hagan esas asociaciones a la vista del actual ataque en ciudades europeas, ni siquiera por parte de feministas que dieron su apoyo a las mujeres asaltadas en la Plaza Tahrir!
Una izquierda postlaica entre el negacionismo y el racismo
Diríase que Europa no puede aprender nada de nosotros. Que nada de lo que ocurra o haya ocurrido en nuestros países puede llegar a tener relevancia alguna para lo que que ocurre en Europa. Por definición. Un racismo subyacente, y jamás expuesto a la luz entre la izquierda radical, admite implícitamente una diferencia insalvable entre los pueblos civilizados y los subdesarrollados: entre sus respectivas conductas, culturas, situaciones políticas. Bajo esa alteridad esencializada hay una jerarquía demasiado vergonzosa como para que merezca siquiera mención: la ciega defensa que la izquierda radical hace de los reaccionarios “musulmanes” abraza implícitamente la creencia de que, para no europeos, una respuesta de extrema derecha es una respuesta normal a una situación de opresión. Es claro: no se nos ve a nosotros como capaces de respuesta revolucionaria. (No hay espacio aquí para explicar el modo en que esa creencia se exporta incluso a las élites de la izquierda en Asia, África [y América Latina].)
Casandras a las que nadie presta oídos, no hemos dejado, sin embargo, de desgañitarnos en estas últimas tres décadas alertando de similitudes políticamente ilustrativas. Las mujeres argelinas especialmente, que sufrimos el terror fundamentalista en los 90, hemos apuntado sin desmayo a pasos dados en Argelia entre los 70 y los 90 similares a los ahora registrados en Europa y Norteamérica: ataques a los derechos legalmente exigibles de las mujeres (reivindicación de leyes específicamente “musulmanas” en materia de familia, de segregación por sexo en los hospitales, piscinas y otros espacios públicos), junto con reivindicaciones comunitarias en educación (carreras académicas distintas, no laicas); luego, ataques lanzados contra individuos que no se allanan a esas exigencias (muchachas apedreadas y quemadas hasta la muerte) y, enseguida, contra cualquier laico estigmatizado como kofr (periodistas, actrices, Charlie); finalmente, ataques indiscriminados contra cualquiera cuya conducta no se ajuste a la observancia de normas fundamentalistas (Bataclan, terrazas de cafeterías, partidos de fútbol, etc.). Todo eso se fue desarrollando acorde a esa progresión en la Argelia de los 70 a los 90, empezando igualmente con ataques a los derechos de las mujeres y aún a la existencia misma de las mujeres en el ámbito público: nosotros sabemos y ellos saben que los gobiernos no vacilan a la hora de entregar los derechos de las mujeres a cambio de una forma de tregua social con los fundamentalistas.
Sin embargo, la izquierda europea parece incapaz de substraerse a su propia situación, en la que gentes de diversos ascendientes migratorios, entre ellos pretendidos “musulmanes”, arrostran la discriminación. Esa izquierda extrapola y exporta su comprensión del auge fundamentalista a nuestros propios países, en los que los “musulmanes” ni son una minoría ni están discriminados (salvo por sus propios hermanos). Pero aún peor que eso es que la izquierda entregue a las fuerzas de la extrema derecha tradicional la exclusiva del discurso sobre la otra extrema derecha, la del fundamentalismo musulmán, ofreciéndole así en bandeja el monopolio de la legítima denuncia de la llamada derecha religiosa originaria de nuestros países.
Yo me temo, muchos de nosotros nos tememos, que esa negación pueda conducir a acciones punitivas populares indiscriminadas: las que, en efecto, satisfacen el deseo de venganza de la extrema derecha xenófoba tradicional y, a la vez, las ansias de la extrema derecha fundamentalista de ampliar sus bases de reclutamiento en Europa. Ya empezamos a ver iniciativas de varios alcaldes de extrema derecha tendentes a legitimar la formación de milicias populares armadas a fin de “proteger” a los ciudadanos franceses. Es verdad: la izquierda, lo mismo que la socialdemocracia, se oponen a esas iniciativas. Pero: en la medida en que se niegan a afrontar el problema del fundamentalismo musulmán y se entestan en la negación, abandonando de facto el terreno ideológico a la extrema derecha racista.
¿Cómo ignorar los pasos dados hasta ahora por los fundamentalistas en Europa? El reciente y brutal desafío lanzado a la presencia de mujeres en el espacio público el pasado 31 de diciembre no es sino una ilustración más del asunto... La distorsión propiciada por la mirada eurocéntrica obnubila al punto de no querer ver las similitudes con lo que ocurrió en, por ejemplo, el Norte de África y en Oriente Próximo. En Europa, los “musulmanes” se ven como víctimas, como minoría oprimida, lo que aparentemente justificaría cualquier comportamiento agresivo y reaccionario de su parte. Pero basta cruzar unas pocas fronteras para apreciar, cuando son mayoría o llegan al poder, la naturaleza de su programa en relación con la democracia, el laicismo, los fieles de otras religiones y las mujeres. La total carencia de análisis político es lo que permite su crecimiento en Europa. Gracias a la opresión capitalista y xenófoba en Europa, la extrema derecha fundamentalista resulta blanqueada en sus políticas archi-reaccionarias. Y no sólo en Europa, sino también en sus propios países de origen. ¡Bonito enfoque eurocéntrico!
Que la izquierda y demasiadas feministas se atengan a la teoría de las prioridades (la exclusiva defensa de las gentes de origen migratorio –recategorizadas como “musulmanes”— frente a la derecha capitalista occidental), es un error mortal que la historia juzgará implacablemente: es abandonar a su suerte a las fuerzas progresistas de nuestros países, una deserción cuya absurda inhumanidad pone una tacha indeleble en la bandera del internacionalismo. Y a esa pesada losa conceptual con que carga la izquierda (enemigo principal y enemigo secundario) viene a añadirse otra, esta vez procedente de las organizaciones de derechos humanos: una implícita jerarquía de derechos fundamentales, en la que los derechos de las mujeres quedan muy por debajo de los derechos de las minorías, de los derechos religiosos o de los derechos culturales, por limitarnos a los más comúnmente contrapuestos a los derechos de las mujeres. Y eso incluye a la ONU.
Desde el 11S de 2001 en los EEUU y las medidas de seguridad que le siguieron, se observa un verdadero juego de prestidigitación malabar ejecutado por las organizaciones de derechos humanos y por la izquierda radical: ocultar las causas en beneficio de las consecuencias. El tema principal de análisis y de debate es “la guerra contra el terror”, los innegables y notorios abusos engendrados por ella, la limitación de las libertades civiles, el temor por las perspectivas de futuro de la democracia. (No entro aquí en el fondo de esas acusaciones; me limito a observar la metodología empleada.) Todos esos asuntos dominan ahora el escenario en Francia para combatir el estado de emergencia adoptado luego de los ataques de noviembre en París y el consiguiente miedo a que llegara a prosperar en Francia un equivalente de la Patriot Act estadounidense.
Al propio tiempo, el “terror” mismo desaparece del discurso público, pierde realidad, y se convierte en una mera ilusión, en un hombre de paja utilizado por los gobiernos para emprender acciones liquidadoras de las libertades. A juzgar por el discurso, habría —¡desde luego!— una “guerra contra el terror”. ¡Pero no habría “terror”! Se trataría meramente de una fantasía de la extrema derecha xenófoba. Habría, claro es, bombas que explotan en París, pero no guerra en Francia... Hay un sinfín de cábalas sobre lo que no debería hacer el gobierno, sus propósitos son denunciados como perversos, manipulatorios, dañinos para las libertades. Se dice que ninguno es necesario para asegurar la seguridad de la sociedad. Se dice que son provocaciones a los “musulmanes”.
Prestigiditación, megalomanía y degeneración eurocéntrica de la izquierda postlaica
Un sistema de causas y consecuencias reaparece ahora. Pero con imagen invertida. Un ilusionista tradicional sacaría el conejo de la chistera en la que lo hizo desaparecer; pero aquí lo que hacemos es sacar la chistera del conejo...
Un fenómeno de alcance mundial –el auge de una nueva cepa de la extrema derecha: por ejemplo, el fundamentalismo musulmán— no sólo queda justificado, sino que desaparece casi literalmente tras la cortina de la crítica de las reacciones que engendra. Cualquiera que sea nuestra posición respecto de la naturaleza y la deriva actualmente observada en esas reacciones, no deberíamos permitir que el fenómeno mismo se evaporara: en el mundo real, a diferencia de lo que ocurre en los discursos de la izquierda radical y de las organizaciones de derechos humanos, la negación de las cosas no las hace desaparecer.
Creer, ya sea por un instante, que un fenómeno político de alcance mundial podría estar determinado por el capitalismo occidental y sólo por él (cualesquiera que sean los regímenes y las formas de gobierno en que ese fenómeno aparece, los estadios de desarrollo económico y cultural de esos países, las clases y las fuerzas políticas en presencia, etc.) es una forma de megalomanía.
A lo largo de estos últimos treinta años, enterrar la cabeza en la arena no ha servido para frenar las crecientes exigencias avanzadas por los fundamentalistas de extrema derecha. Ni en Europa, ni en parte ninguna. Lejos de eso, el fundamentalismo ha surfeado a su buen placer sobre la ola de ocultación de su naturaleza política a través de su cínica explotación de las libertades democráticas y los derechos humanos.
Lo que anda aquí en juego va mucho más allá de los derechos de las mujeres: es un proyecto de establecer una sociedad teocrática en la que, entre muchos otros derechos, los de las mujeres se vean gravemente cercenados. La acción concertada que se desarrolló a escala europea el pasado 31 de diciembre y su abierto desafío al lugar de las mujeres en el espacio público juega exactamente el mismo papel que la inopinada invención del llamado “velo islámico”: es una exhibición de fuerza y de visibilidad.
Esa exhibición de fuerza puede verse coronada por el éxito, como en buena medida ocurrió con la imposición del “velo islámico” a las mujeres. El consejo ofrecido ahora por algunas autoridades alemanas [por ejemplo, la alcaldesa democristiana de Colonia] a las mujeres atacadas es buen indicio: adaptaos a la nueva situación, alejaos de los hombres (“a un brazo de distancia”), no salgáis solas, etc. En suma: someteos o pagad el precio de la insumisión. Si algo te ocurre, será por tu culpa,y advertida quedas...
Un consejo que trae a la memoria lo que solía decirse en los tribunales de justicia a las mujeres violadas no hace tanto tiempo: ¿qué hacía usted allí? ¿A esas horas? ¿Y vestida así? Un consejo que los predicadores musulmanes fundamentalistas harán definitivamente suyo...
Que la preocupación principal haya sido la de proteger a los victimarios, y no la de defender a las víctimas, es una variante de la habitual defensa de la violencia masculina contra las mujeres. ¿Hasta qué punto es una defensa del patriarcado o una defensa de la población migrante, de las minorías étnicas o religiosas? Cuando los intereses del patriarcado –que la izquierda no osa defender ya— pueden confundirse con la noble defensa de los “oprimidos” (cuyo prestigio, incluso para la izquierda, quedó algo tocado luego de los ataques de noviembre en París), no poca gente se siente cómoda.
Que a estas alturas se pueda todavía dudar del carácter concertado de los ataques simultáneos perpetrados a la misma hora contra mujeres en al menos 5 países diferentes y una decena de ciudades en Europa, le deja a una estupefacta. ¡Menuda muestra de mala fe y ceguera –o perversión— política!

Marieme Hélie-Lucas es una reconocida activista feminista argelina. Socióloga de prestigio internacional, ha sido la fundadora de la Red de Mujeres bajo la Ley Musulmana, así como coordinadora internacional de Secularism Is A Women’s Issue (El laicismo es cosa de mujeres).
Traducción: María Julia Bertomeu

¿Cómo que feminista?


   LENGUANTES
Por: Cynthia Híjar Juárez*



¡Adiós 2015! Me despido del año haciendo una revisión de mis dolorcitos en el cuello por leer las notas de los periódicos virtuales donde la violencia machista es normalizada, por ver cómo los casos de feminicidio se presentan como muertes espontáneas (“Muere mujer en una discusión”, “Amanece muerta” y el largo etcétera de lamentables encabezados) y por la carga de rabia que me guardo en la mochila cada vez que confronto el acoso callejero, entre otras aventuras a las que me obliga la violencia machista. Recientemente me pasa con mayor frecuencia que, al señalar estas cuestiones en mis espacios cotidianos como la escuela y otros círculos, siento un poco de rechazo y de pronto es como si me echara una culpita a la espalda, y luego otra, y luego otra, hasta que tengo un dolorcito en el cuello que me dura dos días.

Llego así a este cambio de año, regalándome un auto-masaje en el cuello y preguntándome si acaso estaré siendo muy incorrecta al nombrar los tipos y modalidades de la violencia machista, o si debería dejar de ver una intersección entre las violencias de clase, raza y género cada vez que escucho un chiste del que todo el grupo con el que convivo se ríe. Cuando trato de recordar cómo era señalar de un chiste la falta de gracia y contenido violento sin ser “la feminazi” del grupo, me parece que no era tan distinto. Igual no me reía.

(¿Debería?)

Por pura curiosidad de las experiencias ajenas, decidí abrir una pregunta al estilo de los foros de internet en mi perfil de facebook.

La pregunta saltó a mi cabeza sin que yo imaginara las coincidencias que íbamos a tener muchas chicas y yo cuando fuimos describiendo cómo reaccionaba la gente a nuestro alrededor cuando nos asumíamos feministas. Incendios por doquier. Decir que eres feminista en un país donde la violencia hacia las niñas, mujeres y corporalidades fuera de las de la categoría de El Hombre es tan normalizada provoca un montón de incendios, y cuando leí a las compañeras relatando con ironía lo que hace muchos años nos hubiera dado miedo vivir, me descubrí entre un mar de fueguitos de esos que, decía Galeano, arden la vida con tantas ganas, que no se puede mirarlos sin parpadear.

Las chicas que responden a mi pregunta cuentan sobre los incendios que van provocando en sus escuelas, en sus trabajos, en sus familias. Me cuesta trabajo entender cómo es que cuando se está hablando de derechos de las mujeres, de derechos humanos, los grupos o personas puedan reaccionar con indirectas en salones de clase, gritos en los pasillos de la universidad, fiscalización del tono, segregación en los espacios cotidianos o miradas burlonas y reprobatorias en la oficina. Cómo es que los amigos pueden alejarse por eso, y las familias desconcertarse. Sucede, supongo, que es sólo que a algunas personas no les gusta ver el estado de las cosas arder.

La vocación incendiaria es un síntoma de las personas que viven sus emociones, sus alegrías o tristezas sin pretextos, y este sistema se ha encargado de mantenernos anestesiadas casi todo el tiempo. Y de ponernos culpables cuando no estamos anestesiadas. Y de matarnos cuando no estamos en culpa. Quizá sea que desde muy pequeñas nos enseñaron que la anestesia no nos es suficiente nunca, porque sólo así nos olvidaremos de arder.

Al leer las respuestas de tantas mujeres, leo entre líneas cómo los sentimientos de goce y dolor están a flor de piel. Es vida la que siento aquí, conmigo, transformándome, después de pasar por las almas y cuerpos de un montón de mujeres que se saben fuego.

Antes, tal vez, nos asustarían las respuestas ante la declaratoria: soy feminista, pero hoy la sabemos de memoria: ¿Cómo que feminista? Te vas a quedar sola. Malcogida. Yo la verdad prefiero la igualdad. Yo no entiendo por qué te etiquetas. El feminismo es lo opuesto al machismo. Quieres llamar la atención. Estás bien loquita. Todos somos seres humanos. Cuando te cases me cuentas. Paquita la del Barrio. Las feministas son odia-hombres. Las primeras machistas son las mujeres. No aguantas un garrafón. A las mujeres les dan dos vagones en el metro, ¿eso no es sexismo? Es que estás amargada. No has encontrado al que te sepa querer ¿Pues qué te hicieron de chiquita? Feminazi.

¿Qué es lo que hace una feminista, que genera esos incendios a su alrededor? Básicamente, defiende los derechos humanos y visibiliza cómo las niñas y las mujeres enfrentan violencias particulares por su condición de clase, raza y género. Seguro que quienes se asustaron de que en pleno 2015 existan feministas estarán poco alegres de que este año una feminista se les cuele en el salón de clases, en la fiesta del viernes o (peor) en la oficina, y querrán hacerle creer a las chicas que intuyen sus fueguitos, la necesidad forzada de la anestesia, a la cual, probablemente, otras se aferren gritando los clásicos de ayer y hoy: “Yo no estoy oprimida” y “Yo no soy como las demás”. Eso no es asunto de este texto, sino comunicarle a las que arden que estamos aquí, una cadena ancestral de fuego y dignidad, para recibirlas y encontrarlas y discutir y analizarnos juntas.

Y sobre todo, sepan las que sienten la vida arder que eso de ¿Cómo que feminista? Se responde desde tantos estilos, que da gusto leerlas así, al fuego. Desde este ser feminista como que quema, como que quemo, como que ardo la vida. Feminista como cuando necesitas explicarte el mundo desde tu propia persona, como cuando quieres ver justicia, o salir a caminar sin miedo por la noche en tu barrio. Feminista como cuando quieres bailar reggaetón o escuchar a Pink Floyd sin que eso te haga más o menos que las demás personas. Feminista como que quieres decidir cuántas hijas o hijos tener, o si quieres o no tenerlos, o si quieres o no seguir embarazada.

Feminista como que quieres poder emborracharte sin que eso implique que alguien se aprovechara de ti sexualmente, o como que decides no emborracharte nunca. Feminista como que amas hondamente a tu amiga de la infancia, a la de la pubertad y a la de la oficina. Feminista como cuando no crees que ninguna persona con un título universitario pueda tratarte mal si tú no tienes el certificado de la prepa, o como que tienes el derecho, si lo deseas, de tener ese certificado y todos los títulos que quieras. Feminista como que quema, como que quieres vestirte como se te da la gana porque te gustas de cualquier manera.

Como que no quieres competir con las otras chicas por el chico malo del salón, o como que ni te gustan los chicos. Como que te gustan las chicas, o las chicas y los chicos a la vez, o sólo ellos, o sólo ellas, o los que no son ninguno de los dos o sólo una persona en el mundo. Feminista como que tu experiencia en el mundo es válida para explicarte ese mundo a ti misma, como que deseas saber más, pero sabiendo que tu voz vale lo mismo que las demás, aunque de pronto cause incendios.

Feliz año nuevo.
Y gracias por el fuego.

*Cynthia Híjar Juárez es educadora popular feminista. Actualmente realiza estudios sobre creación e investigación dancística en el Centro de Investigación Coreográfica del Instituto Nacional de Bellas Artes.

Lenguantes es una columna semanal escrita por jóvenes feministas.

Tomar la palabra, ejercitar la lengua, gritar y romper el silencio son actos transgresores ante el obligado silencio público de las mujeres.
Cuatro plumas, voces, lenguas se unen para compartir reflexiones desde su ser joven y feminista. #Lenguantes

@CynthiaHijar
 

CIMACFoto: César Martínez López
Cimacnoticias | México, DF.-