Luis Hernández Navarro
Cuando yo uso una
palabra –dijo Humpty Dumpty a Alicia, la heroína de las novelas de Lewis
Carroll– quiere decir lo que yo quiero que diga..., ni más ni menos. Y,
añadió: La cuestión es saber quién es el que manda..., eso es todo.
Como Humpty Dumpty en Alicia a través del espejo, el presidente
Donald Trump está empeñado en construir una narrativa desde el poder
que deje claro que es él quien manda. Kellyanne Conway, consejera de
Donald Trump, lo explicó con precisión al justificar la afirmación de
Sean Spicer, vocero presidencial, de que la toma de posesión del magnate
tuvo la mayor audiencia que jamás haya presenciado eventos de este
tipo. Spicer –dijo Conally– dio
datos alternativossobre la realidad. Una forma poco rebuscada de decir que las palabras significan lo que el presidente quiere que digan. Punto.
Enfrentados a Trump, los grandes medios de comunicación
estadunidenses han presentado el discurso del mandatario como
ocurrencias de un personaje desquiciado, salido de la nada. Y han
vendidosus iniciativas de gobierno (y su estrategia de que los límites se conocen cuando se rebasan), no como acciones de un programa que pretende imponerse contra corriente, sino como caprichos desmesurados de un loco.
Pero, más allá de los ajustes de cuentas justicieros, estas
caracterizaciones del personaje explican apenas nada. Trump ganó las
elecciones de su país con el voto de millones de estadunidenses que se
identificaron con él y con sus propuestas, y con el apoyo de muy
poderosos intereses económicos y políticos. Triunfó gracias al soporte
de un conglomerado de fuerzas que expresan un profundo descontento con
la globalización neoliberal y que apuestan a reconfigurar el modo en que
el capitalismo funciona.
Diversos análisis han identificado muy claramente la composición de
voto en favor de Trump. En su mayoría sufragaron por él hombres blancos,
sin estudios, mayores de 30 años, trabajadores de cuello azul afectados
por la deslocalización industrial, evangélicos, conservadores, de alto
poder adquisitivo (sólo 41 por ciento de los votos de los ciudadanos que
ganan menos de 30 mil dólares al año fueron para él), de zonas rurales y
suburbanas, y de los estados desindustrializados del cinturón del
óxido.
Más allá de ese voto, Trump tuvo el apoyo de importantes fuerzas
económicas. Pero también –como ha señalado Andrés Barrera– de sectores
empresariales no muy poderosos, afectados por el proceso de
concentración y centralización del capital, producto, en parte, de la
deslocalización de muchas compañías y su migración a paraísos
tributarios, ambientales y de muy bajo costo de la mano de obra.
Según la agencia Ap, muchos fabricantes afectados durante años por
una contracción en la demanda de sus mercancías dicen que consideran que
Trump es más amigable a sus intereses de lo que fue el presidente
Barack Obama.
Cuando él utiliza el teléfono, lo hace para decir a los fabricantes que los apoya y quiere que creen empleos en Estados Unidos, dijo Jay Timmons, presidente de la Asociación Nacional de Fabricantes Industriales.
Las organizaciones que representan a los pequeños negocios, como
franquicias de tiendas y restaurantes, también han manifestado
optimismo.
Estamos increíblemente ilusionados, dijo Matt Haller, portavoz de la Asociación Internacional de Franquicias.
Pasamos de un ambiente de incertidumbre y sin ninguna esperanza real a un ambiente con cierta incertidumbre pero con mucha oportunidad, apuntó.
El triunfo de Trump es expresión de una enorme contradicción
dentro del mundo empresarial estadunidense. Su llegada a la Casa Blanca
ha abierto en el bloque dominante una fisura de consecuencias
imprevisibles. Así, el presidente ejecutivo de Netflix señaló que se ha
vivido una
semana tristey advirtió que
es tiempo de unir nuestros brazos para proteger los valores estadunidenses de libertad y oportunidad. Las industrias de hidrocarburos, construcción, farmacéutica y bancos metieron el hombro a la candidatura de Trump y se preparan a cosechar el pago de ese apoyo. El complejo industrial-militar (que nunca pierde) no fue ajeno a ese triunfo. A la victoria del republicano le siguió un fuerte repunte de las acciones de las empresas bélicas en la bolsa de valores.
Según la revista Forbes, los 10 estadunidenses más ricos
aumentaron en casi 16 mil millones de dólares su patrimonio neto
combinado desde que Trump asumió la presidencia.
Importante fue el apoyo de la industria del petróleo, gas y carbón,
que llevaba más de dos años de malos resultados. Especialmente de la
franja de empresarios que han invertido en 90 mil pozos para obtener fracking, y sufrido las consecuencias del derrumbe de los precios del petróleo.
El pago presidencial a ese soporte ha sido público. En un gesto más
que simbólico, el mandatario desapareció la página sobre calentamiento
global en la Casa Blanca. Es –dijo– un concepto inventado por y para los
chinos para volver no competitiva la manufactura estadunidense. La
medida anuncia que está resuelto a
eliminar todas las trabas a la producción energética responsable. Por lo pronto, aprobó de inmediato la ramificación del oleoducto Keystone XL, entre Canadá y Estados Unidos.
Las grandes constructoras estadunidenses han echado las campanas al
vuelo. La propuesta del magnate de invertir 500 mil millones de dólares
en mejorar las infraestructuras del país ha ensanchado su ambición.
Aunque las empresas farmacéuticas recibieron un coscorrón de Trump
que enfrió un poco su euforia inicial, en la cumbre de los amos del
universo en Davos, representantes de los grandes laboratorios dijeron
que siguen siendo optimistas con la nueva administración. Se lo
guardaron para ellos, pero la oferta del magnate de acelerar la
aprobación de nuevos medicamentos los hace olvidar cualquier posible
ofensa recibida. Por lo pronto, el gigante Bayer anunció una inversión
de 7 mil 500 millones de dólares en investigación y desarrollo en
Estados Unidos.
Como Humpty Dumpy, Trump quiere dejar en claro quién manda. Está
decidido a cambiar el mundo. Lo apoyan intereses muy poderosos. Es
necesario desnudarlos.
Twitter: @lhan55
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