El 12 de enero de 2013, fecha en que se celebraba
el 60 aniversario de uno de los libros fundamentales de la literatura
mexicana, El llano en llamas, de Juan Rulfo, el finado Subcomandante
Marcos escribió el comunicado “Apagando el fuego con gasolina”. El
título no sólo era una afirmación de que el contenido de ese libro
emblemático –el fracaso de la Revolución Mexicana y la miseria de los
campesinos– seguía siendo un hecho. Era también una posdata a la “Carta
gráfica” que el propio Marcos había publicado cuatro día antes y en la
que, haciendo uso de sus dotes de monero, mostraba que quienes buscaban
denostar al zapatismo denostándolo a él, lo único que hacían era apagar
el fuego zapatista, el fuego de ese llano en llamas que es México, con
gasolina.
Cuatro años después la afirmación resultó más grande y
terrible. El llamado “gasolinazo” con el que el gobierno de Enrique Peña
Nieto celebró la entrada de 2017 y con él, sin saberlo, el centenario
de Rulfo, hizo más grande y profundo el incendio. Las llamas del
zapatismo no sólo se extenderán rumbo a 2018 por todo el país, sino que
el incendio se volvió por fin real y concreto en la vida de todos los
mexicanos. Lo que no logró el levantamiento zapatista en 1994 –los
indios y las vidas agrarias eran para muchos sólo una parte de la vida
del país que no les afectaba directamente–, lo que no logró el
Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad (MPJD) y el horror de los
asesinados y desaparecidos de Ayotzinapa –los muertos y los
desaparecidos por más grande que sea su número son siempre los muertos y
los desaparecidos de otros–, lo que no logró el constante chorro de
gasolina con el que la clase política no ha dejado de inundar al país
–mentiras, traiciones, corrupción, pactos de impunidad, nexos con el
crimen organizado, violaciones a los derechos humanos, arrasamiento de
selvas, territorios, culturas y vidas– parece, por desgracia, estarlo
logrando el “gasolinazo”. Esa alza en el precio del combustible, que
toca directamente a todos, parece habernos hecho entender por fin lo que
tanto el zapatismo como el MPJD no han dejado de repetir, que el
sistema político mexicano es un sistema criminal e inhumano que es
necesario refundar si queremos apagar el fuego y trazar una ruta para el
país.
El incendio que el “gasolinazo” ha suscitado puede, por lo
mismo, convertirse en un verdadero proceso social que, mediante una
revolución no-violenta, se transforme en una corriente de agua que
apague el incendio. Los zapatistas han puesto nuevamente el ejemplo. Se
trata ya no sólo de resistir y de demandar –lo hemos hecho demasiado
tiempo sin resultados–, sino de tomar esa vez la ofensiva mediante un
movimiento que le arranque a las partidocracias lo que nos usurparon y
nos pertenece: la democracia y el proceso electoral. Se trata de
construir una plataforma civil que, bajo un programa verdaderamente
democrático y con el apoyo y el respaldo de la indignación ciudadana,
tome el poder en 2018 y cree un nuevo pacto social donde la gente y la
vida del país, y no el dinero y los intereses económicos de la
macroeconomía, sean el objetivo. Ese movimiento debe tener una lógica
absolutamente distinta a la de los partidos y debe estar representado
por liderazgos que no pertenecen a ellos. No es con las partidocracias y
sus líderes, profundamente contaminados de la barbarie priista, con los
que podremos refundar a la nación. Ellos, lo hemos visto a lo largo de
esta última década, son, con sus formas corrompidas de hacer “política”,
quienes tienen incendiada la nación. Así como los zapatistas se han
lanzado en esta ofensiva, es necesario que otra plataforma política,
conformada por las otras reservas morales del país –pienso, lo he dicho
en otras partes, en Raúl Vera y la Constituyente Ciudadana-Popular, en
las Comunidades Eclesiales de Base, en Cuauhtémoc Cárdenas y Por México
Hoy, en lo que fue Alianza Cívica, en el MPJD y las organizaciones de
víctimas y de defensa de los derechos humanos– se unan y hagan lo mismo.
Con una organización así, fuerte y decidida, se podría entonces hacer
una alianza con los zapatistas y refundar la nación. No veo otra salida.
Si esta vez el incendio que el “gasolinazo” ha producido no encuentra
su cauce para esa transformación y una parte de la sociedad vuelve otra
vez a la apatía, al miedo, a la indiferencia, y otra al resentimiento, a
la movilización intermitente y fragmentada, al insulto y la violencia
en la que toda frustración deriva, entonces la clase política continuará
apagando el fuego con gasolina y el llano en llamas será para siempre
el páramo desolado y sin salidas que describió Rulfo.
El incendio
que hoy vivimos es más grave que nunca, pero, por lo mismo, guarda la
posibilidad de transformarse en una corriente de agua que apague las
llamas y fertilice la tierra. Esa es su posibilidad en 2017, una
posibilidad que empezó con la decisión que el Congreso Nacional Indígena
y el zapatismo tomaron el domingo 1. “El mundo entero –escribió el
poeta y monje Thomas Merton– está […] en llamas./ Las piedras queman,/
aún las piedras queman./ ¿Cómo puede un hombre aguardar/ o escuchar a
las cosas quemándose?/ ¿Cómo puede atreverse a sentarse con ellas/
cuando todo su silencio está en llamas?”
Además opino que hay que
respetar los Acuerdos de San Andrés, detener la guerra, liberar a José
Manuel Mireles, a sus autodefensas y a todos los presos políticos, hacer
justicia a las víctimas de la violencia, juzgar a gobernadores y
funcionarios criminales, devolverle su programa a Carmen Aristegui y
abrir las fosas de Jojutla.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario