CIUDAD DE MÉXICO (apro).- Como a casi todo el mundo, a una
gran mayoría de mexicanos le provoca molestia e irritación Donald
Trump. El presidente número 45 de Estados Unidos a partir del 20 de
enero, pasó rápido del discurso hostil a la afectación concreta de los
intereses de México ante la contemplación de los responsables del Estado
mexicano.
La mayor vulnerabilidad del país ante las nuevas fuerzas de
poder en Estados Unidos no se llama Donald Trump, ni son sus nuevos
halcones antimexicanos y bélicos. Son las condiciones cada vez más
débiles en que han dejado al país sus gobernantes, representantes
populares y responsables de hacer justicia en décadas recientes.
La
quimera de primer mundo que a fuerza de una millonaria propaganda
construyó Carlos Salinas a principios de los años 90 con el Tratado de
Libre Comercio en América del Norte se ha convertido en una pesadilla.La apertura indiscriminada de México como “campeón del libre
comercio”, primero acabó con la industria nacional manufacturera, luego
con la banca y después con la industria petrolera, incluido el
desahucio de Pemex por parte de Peña, por mencionar sólo sectores
estratégicos del país.
Salinas, Zedillo, Fox, Calderón y Peña fueron muy eficientes
en desmantelar al Estado mexicano, sin ofrecer nada a cambio de esa
destrucción y de sus efectos sociales perniciosos, como la pobreza y la
violencia.
Hay que ser justos, Calderón sí hizo algo: echarle más
gasolina al fuego. Peña fue incapaz de apagarlo y México es hoy un país
en un conflicto interno no declarado con niveles de violencia que se
acercan a países en guerra como Siria, Afganistán o Irak, de acuerdo con
el Índice de Paz Global 2016 (Proceso 2075).
La clase política se sirvió de la afectación al Estado
mexicano a través de los programas sociales asistencialististas que
inauguró Salinas con el Programa Nacional de Solidaridad (Pronasol) y
que sus sucesores han rebautizado e incrementado para administrarlo en
su beneficio electoral.
Desde Salinas, también hubo una dedicación para acabar con
el servicio exterior y trocaron la “obsoleta” política exterior mexicana
en “diplomacia económica”. Luis Videgaray no es el único que ha llegado
a aprender. Con el nuevo embajador de México en Washington, Gerónimo
Gutiérrez pasó lo mismo cuando asumió la subsecretaría para América del
Norte de la Secretaría de Relaciones Exteriores en la segunda parte del
sexenio de Fox (2003-2006).
Más agraviante aún es que expresidentes como Zedillo y
exembajadores en Washington como Jesús Reyes Heroles y el exsecretario
de priistas y panistas, Luis Téllez Kuenzler, con toda la información
estratégica que han manejado, se han dedicado a vender asesoría a
grandes empresas estadunidenses para hacer negocios en México.
Las críticas ahora se centran en Enrique Peña Nieto por ser
constitucionalmente en quien recae la representación del Estado. Tan
incapaces como tímidos, el titular del Ejecutivo federal y sus
secretarios han demostrado su estatura ante una crisis como la que
representa Trump.
Los legisladores no pasan de ser meros testigos, casi mudos;
y los jueces mexicanos difícilmente fallan contra los intereses
estadunidenses en México, como lo demostró la resolución del miércoles
18 en la Segunda Sala de la Suprema Corte de Justicia de la Nación en el
caso de Coca Cola.
Trump podrá actuar contra México tanto como lo dejen los
responsables del aparato mexicano. Por cierto, vale preguntarse si los
jefes militares que tanto se quejan de estar sirviendo al país como
policías (porque “no estudiaron para perseguir delincuentes”, como dice
el secretario de la Defensa Nacional, el general Salvador Cienfuegos),
han pensado replantear su cooperación con el Pentágono o también van a
esperar a lo que decidan Trump y el general James Mattis, el esperado
nuevo secretario de la Defensa estadunidense.
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