Carlos Bonfil
El violador
desconocido. Hace apenas dos años, al celebrarse el 70 aniversario de la
derrota nazi por los ejércitos aliados en la Segunda Guerra Mundial,
salieron a la luz documentos que ratificaban lo que era ya muy conocido
por investigaciones anteriores: el grado de violencia sexual ejercido
contra muchas mujeres en los territorios liberados por las fuerzas
vencedoras, también la cantidad de suicidios femeninos y abortos
practicados en Berlín o en Varsovia por traumatismos derivados de una
brutal misoginia revanchista.
Una película de 2008, Anónima: una mujer en Berlín (Anonyma – Eine Frau in Berlin), de Max Färberböck (Aimée & Jaguar,
1999), interpretada de modo formidable por Nina Hoss, refiere y
condensa de modo punzante el drama vivido, según los cálculos de
hospitales, por más de 100 mil mujeres violadas por militares, y por 995
peticiones de aborto, sólo en 1945, año de la liberación. La
responsabilidad del ejército soviético en esta materia ha sido uno de
los mayores tabúes en la historia reciente, y su discusión supone hoy en
Rusia una denigración al ejército que puede ser castigada con multas y
hasta cinco años de prisión.
Lo que plantea Cordero de Dios (Les innocentes), de la
francesa Anne Fontaine, no es entonces un asunto menor ni se limita a
ser una denuncia más de intolerancias religiosas. Revela el caso real de
una congregación de monjas en un convento benedictino en la Polonia de
1945, donde siete de ellas, víctimas de violaciones por soldados
soviéticos, viven su preñez como el sórdido resultado de una humillación
doble, la del sometimiento físico por el soldado que debía liberarla de
la tiranía nazi y la del daño irreparable a su voto de castidad y
entrega religiosa.
Basado en un guión de Sabrine B. Karine y Alicia Vial, con
participación de Anne Fontaine y el cineasta Pascal Bonitzer, a partir
del diario de Madeleine Pauliac, una médica francesa, testigo y
partícipe muy directo del drama vivido por las religiosas polacas. En la
cinta, su nombre es Mathilde Beaulieu (Lou de Laâge), y es una
voluntaria muy eficiente de la Cruz Roja en los territorios liberados.
Su perfil contrasta vigorosamente con el de las monjas a las que decide
prestar ayuda: es hija de padres comunistas, muy celosa también de su
independencia, y por si ello fuera poco, también se declara atea. Su
propósito, a la vez humanitario, profesional, y político, es preservar
la salud de las monjas embarazadas y la de sus hijos expuestos desde su
primer día a todo tipo de inclemencias. Los obstáculos que enfrentará
Mathilde son la sustancia de una trama interesante y cautivadora, llena
de revelaciones y sorpresas.
La cinta no brilla, sin embargo, por su originalidad en el aspecto formal, algo que sorprende en la realizadora de Las historias de amor terminan mal… en general (1993), pero que está muy a tono con el cine comercial que ha realizado en últimas fechas (La chica de Mónaco, 2008; Coco Chanel, 2009). Se diría inclusive que Cordero de Dios
tiene el aspecto de un buen telefilme, decoroso y con excelentes
intenciones de señalamientos históricos y sociales. Para volver su trama
más atractiva para el gran público, la película añade, casi con
calzador, una historia sentimental muy escueta e insubstancial entre la
protagonista y un colega médico judío. Conviene, pues, no detenerse
demasiado en esas convenciones genéricas y tomar la cinta como buen
punto de partida para cuestionar algunos mitos de la corrección
política, como el de la virtud de los ejércitos liberadores, inmune
siempre a la tentación de la barbarie.
Se exhibe en salas comerciales y en la Cineteca Nacional.
Twitter: Carlos.Bonfil1
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