La Jornada
El pasado miércoles apareció en diversos medios de comunicación virtuales e impresos, y en la página 12 de La Jornada,
un pronunciamiento suscrito por 161 organizaciones, movimientos y
colectivos de la sociedad civil –entre ellas de defensa de derechos
humanos, vecinales, urbano populares, etcétera–, y por más de 150
personas –académicos, intelectuales, artistas, escritores y dirigentes
de organizaciones civiles y sociales–. Su propósito es bastante
explícito: denunciar
la forma concertada como diversas instituciones, entre ellas la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, la Procuraduría General de la República, la Consejería Jurídica de la Presidencia y el Tribunal Superior de Justicia de la Ciudad presentaron acciones de inconstitucionalidad y controversias constitucionales sobre la recientemente aprobada Constitución de la CDMX.
Si uno contrasta estas acciones promovidas por el Ejecutivo federal
–que además de carecer de fundamento jurídico, ponen en riesgo la
credibilidad de algunas instituciones, como la de la Comisión Nacional
de los Derechos Humanos, que debiera ser siempre su activo principal–,
con las opiniones sobre la Constitución de la Ciudad vertidas por
organismos de las Naciones Unidas, como la Unesco y la Comisión
Económica para América Latina, y más recientemente por el Consejo
Latinoamericano de Ciencias Sociales, que alaban enfáticamente el avance
en el reconocimiento y protección de los derechos humanos, en la
promoción de políticas públicas para poder realizarlos concretamente, y
en la intervención de la ciudadanía en los asuntos públicos y en el
control del gobierno en ese texto, uno no puede menos que preguntarse
por qué las opiniones del gobierno federal son tan diametralmente
opuestas a las de estos organismos, que gozan de tanto prestigio en la
opinión pública internacional.
El texto promovido por ciudadanos y colectivos expresa una hipótesis, al señalar que se trata de
un intento de freno conservador al avance de los derechos y la democracia en la Ciudad de México, y, por lo mismo, se convierte en un freno a cualquier avance en el régimen político del país. Ciertamente el temor a que se multiplique en las distintas entidades la innovación política en la vida pública de la capital, y a que también se vuelva una exigencia de actualización de la Constitución del país, es algo que puede preocupar a una perspectiva conservadora de la política. Si así fuera, uno no puede dejar de preguntarse cómo un gobierno que presume de ser altamente modernizador en la economía, puede con su discurso y su práctica, altamente conservadores, no conciliar con la política.
Es claro entonces que la perspectiva del ex presidente Salinas de
Gortari sigue imperando. Cuando se le preguntó al final de su gobierno
por qué había hecho la apertura económica sin hacer la correspondiente
apertura política, respondió utilizando el ejemplo de la caída de la
Unión Soviética, afirmando que ese hecho demostraba que no podía haber perestroika (modernización económica), al mismo tiempo que glasnost
(transparencia política). Habrá que reconocer que en ese aspecto
quienes en ese tiempo y ahora detentan el poder gubernamental en el
país, tienen razón, pues no se pueden hacer reformas económicas
impopulares y a la vez aceptar el avance de la democracia. Ésta
terminaría con aquéllas, y por ello todo avance democrático les resulta
incómodo. A la anterior hipótesis puede sumarse otra, que antes que
contradecirla, es más bien una de sus consecuencias. Uno de los
principales obstáculos a la garantía de los derechos humanos en el país
son las graves deficiencias en la impartición de justicia. El capítulo
correspondiente en la Constitución de la CDMX estableció correctivos
bastante claros a las tendencias prevalecientes, pues propone terminar
con el control que el Poder Ejecutivo ejerce sobre el Judicial –control
real, aunque algunos le llamen eufemísticamente
autonomía–, toda vez que es quien propone al Legislativo los magistrados que ha de confirmar. La Constitución de la Ciudad establece que estas propuestas al Legislativo tienen que estar a cargo de un cuerpo colegiado, seleccionado por un grupo de ciudadanos electos por el Legislativo, a partir de las propuestas de centros de educación superior y organizaciones de la sociedad civil, ambos de reconocido prestigio. Con lo cual también se termina con el sistema de reparto de posiciones entre los partidos políticos. Es claro que habrá quienes tengan razón en suponer que perder el control del Ejecutivo sobre el Poder Judicial puede ser riesgoso para sus intereses.
A pesar de ello, y contrariamente a lo que han venido
sosteniendo algunos opinadores, con la convocatoria a la sociedad civil
que realizan los grupos de ciudadanos que promovieron este
pronunciamiento a defender la Constitución, queda claro que sí hay
ciudadanos interesados en continuar la democratización de la ciudad.
Para ello proponen informar a la opinión pública internacional sobre
estas supuestas acciones concertadas de inconstitucionalidad y
controversia que atentan claramente contra la democracia y contra los
derechos humanos; argumentar ante la Suprema Corte de Justicia de la
Nación por medio de la figura de derecho internacional amicus curiae,
y sobre todo informar más ampliamente a toda la sociedad acerca de los
contenidos, implicaciones, beneficios y ventajas para su convivencia de
la Constitución de la CDMX, pues revertir la situación artificial creada
es tarea tanto del gobierno como de la sociedad civil. Ello no
obstante, esta última ha dado ya un paso decisivo en el necesario
proceso de defensa, y a ello estamos convocados todos los que aspiramos a
que los derechos y la democracia sean los pilares de nuestra vida
pública.
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