Abraham Nuncio
La Jornada
Teresa Buchman (12/6/17, 16:48) escribe en las redes sociales: ¿De qué nos sorprendemos? ¿Acaso no sabíamos que iban a amañar las elecciones? Siempre pasa lo mismo. No es ella la única mexicana que piensa así. Contra una larga historia de fraudes persistentes e impunes donde la elección que se ha pensado más aceptable –la de Vicente Fox– llevó a imponer al PRI una multa de mil millones de pesos (el llamado Pemexgate), y al PAN-PVEM (a través de Amigos de Fox) otra por 545 millones de pesos, hay una memoria como la que se advierte en la expresión de esa ciudadana.
Las de este año han respondido al mismo patrón ensayado en 1929, refrendado en 1940, aceptado por 20 años más (las guerrillas de Rubén Jaramillo y los hermanos Gámiz, en los sesenta, y las de Genaro Vázquez Rojas y Lucio Cabañas, y la guerrilla urbana de los jóvenes en la década siguiente, significaron el fracaso rotundo de la simulación); desprestigiado después, con la crisis de 1982 y, paradójicamente, rescatado por sus beneficiarios de las dimensiones pública y privada del Estado entre ese año y 2000, al cabo fue reciclado plenamente por la derecha bipartidista entre 2006 y 2012.
A voz en cuello difundida por la mayoría de medios comparsas, los hampones y sus intelectuales en los organismos electorales y otros foros se rasgan la vestimenta ante quienes señalan el fraude. La palabra, empero, tiende a gastarse por el sobreuso inevitable que se le da y pierde su significado desnudo. Cuauhtémoc Cárdenas, ante el fraude que cometió el grupo dirigido por Carlos Salinas de Gortari para impedirle llegar a la Presidencia de la República, llamó al fraude electoral por su nombre: golpe de Estado. A esta realidad nos enfrentamos ahora y en el curso de los meses que siguen hasta las elecciones de 2018.
Un maestro de Nuevo León, donde ya hay signos de represión contra el magisterio disidente, se manifiesta por el correo de Internet: “Somos 120 millones. ¿Por qué no demostramos la fuerza de nuestra mayoría?
“¿Qué nos falta hacer para unirnos en una acción contundente?
“Ellos ya saben que se tienen que ir. ¡Adelantemos el festejo!
“Fijemos un día, tomemos los centros del poder político y económico:
Palacios municipales, estatales, Palacio Nacional, o lo que se necesite.
Sin duda hay hartazgo. La indignación se percibe en la retícula de la ciudad, en el comentario suelto del parroquiano que no ve improbable la concreción de nuevos poderes espurios, en muy diversos grupos organizados y, por supuesto, en los partidos agraviados. Es preciso, sin embargo, apelar a la serenidad y al tejido de una estrategia en la cual nos eduquemos y nuestra mayoría se eduque y entrene.
Sin haber llamado a las movilizaciones que han tenido lugar en Coahuila, Andrés Manuel López Obrador es atacado con todo lo que el Estado tiene a la mano. Clara es la fuente de la cólera: los hampones saben que Morena triunfó en las elecciones del Edomex y que, para colmo, el PAN ganó en Coahuila. Saben también que no hay otro líder que supere al tabasqueño en fuerza política por más ex gobernadores, ex rectores, independientes, marineros, defensores de muy diversas causas (alguno respetable, por supuesto) y otros precandidatos que quieren inventar para que le reste votos una vez llegada la contienda electoral.
Las elecciones de este año y las de 2018 no son sólo del interés de quienes ya se ve que por encima de leyes, instituciones y la ciudadanía pretenden continuar detentando el poder en medio del escándalo que causa su impudicia. Las palabras de Elena Poniatowska surcan la conciencia del tiempo infame que nos han impuesto vivir: Y me pregunté qué México es este, en qué país vivo, cómo parar todo esto, quién es el enemigo.
Alguien, en Brasil y en Venezuela, se hará preguntas semejantes. Porque interés de grandes fauces, a quienes sirven los hampones en México, los tiene a ellos de aliados menores para que en 2018 hagan hasta lo imposible para que AMLO no llegue a la Presidencia de la República. Son los mismos aliados menores con que cuenta ese interés en Venezuela para ver derribado el régimen de la mayoría que se ha identificado con lo que Hugo Chávez llamó la revolución bolivariana. Y en Brasil, con sus pares, para que impidan que avance Lula y llegue nuevamente al poder.
Por eso, aunque tengamos la certeza de que somos víctimas una vez más de que las elecciones no son sino una simulación para perpetrar golpes de Estado, nuestra alternativa tiene que ser gandhiana, mandeliana, pacífica, pero imaginativa, fincada en la organización, el debate, la formación de cuadros, el mapeo de dónde está qué para actuar en esa realidad específica; por ejemplo, llegado el momento, en esos distritos pobres donde los hampones les canjean a los pobres su dignidad y su condición soberana por el equivalente de la barbacoa que Martín Luis Guzmán consignó como testimonio supremo del abuso y el engaño del poder en La sombra del caudillo.
Antes que pensar en lo que significa un triunfo electoral, si bien al mismo tiempo no optando por abandonar ingenuamente el campo donde finalmente tienen lugar los comicios, es preciso crear convicciones. Hasta ahora, ese es el gran déficit de partidos, grupos de interés, políticos no partidarios. Por ello, si están en la oposición, se les cuelan los hampones. Sólo conocen al pueblo por la costra electoral. Esas convicciones son las que deben llevar a comprometerse para que el proverbio chino se convierta en realidad: A cada paso que el zorro da se acerca más a la peletería.
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