l tema de las alianzas partidarias hacia 2018 no se lo creen ni sus promotores. Aventaron la red para ver qué pescaban y recogieron llantas viejas, latas de cerveza, pañales de plástico y dos o tres sardinas, una de ellas muerta.
Los diversos promotores de las alianzas se notan desesperados, entre otras razones porque saben que no son confiables para el ciudadano común que, aunque se sorprendan, sí sabe distinguir entre el PAN y lo que queda del PRD a pesar de lo mucho que se parecen por cuanto al pragmatismo (¿oportunista?) que caracteriza a sus dirigentes. Algunos de éstos se llenan la boca hablando de la conveniencia y hasta la necesidad de cambiar el régimen político mediante el solo expediente de que el PRI pierda de nuevo el gobierno de la República. Y parecen olvidar que el régimen actual, consolidado por Salinas de Gortari y sucesores, se inició con una alianza del entonces presidente precisamente con el PAN para reformar la Constitución General de la República en favor de los terratenientes, de la banca privada y extranjera y de la Iglesia católica (la más favorecida de todas).
¿Por qué los perredistas aliancistas piensan que los panistas de ahora son distintos a los de hace unos años? ¿En qué cambiaron? ¿De verdad creen que la alianza con un partido defensor del modelo neoliberal y que en el gobierno demostró ser tan corrupto como el PRI, va a cambiar el régimen político dominante en la actualidad y desde los años 80? ¿Son ignorantes de nuestro pasado o sólo desmemoriados a conveniencia?
Ninguna de las dos cosas; son acomodaticios, al igual que lo fueron cuando al inicio del peñismo firmaron el Pacto por México, precisamente con el PRI (que ahora quieren sacar de Los Pinos) y con el PAN. En realidad, lo que quieren los aliancistas del PRD es mantenerse dentro del presupuesto y minar, en lo posible, la candidatura de López Obrador. A éste le han declarado la guerra entre otras razones porque al formar Morena los descoyuntó y, si es por esto, nadie se los puede reclamar ya que sí se vieron afectados, más de lo que ya estaban en su declive electoral durante el calderonismo y antes de que el mismísimo López Obrador los salvara con casi 16 millones de votos en 2012. Sobre todo los de Nueva Izquierda (fracción perredista al parecer hegemónica) y los lopezobradoristas no se quieren, ambos grupos se tiran a matar (valga la figura) y por momentos dan la impresión de que el hígado está dominando sobre el cerebro.
No defiendo a López Obrador, como pudiera creerse de las anteriores líneas. No veo con buenos ojos la incorporación de varios políticos y supuestos líderes sociales que ha llevado a su partido; pero sí estoy convencido, hasta ahora, de que es el único que ofrece una alternativa real al PRI y al PAN, que son la misma gata pero revolcada o, si se prefiere, el mismo producto con diferente presentación. El que de verdad puede cambiar el régimen neoliberal y tecnocrático que tanto ha perjudicado a México en los últimos 30 años es López Obrador (o alguien similar) si gobierna el país a partir de 2018. No hay otra opción, nos guste o no. ¿Perfecta? Ninguna, pero pienso que vale la pena arriesgarnos por un cambio y no sentarse a esperar más de lo mismo.
El pasado 2 de julio Alejandro Moreno de El Financiero publicó una encuesta en la que López Obrador resultó puntero, seguido (dios nos libre) por Margarita Zavala. En esta ocasión AMLO no lo acusó de salinista y calderonista como sí lo hizo en la encuesta de abril en la que no estaba a la cabeza. Se concretó a decir, el mismo día en Texcalyacac (estado de México), que las encuestas de ese periódico no son confiables y, en política –agrego yo–, los matices sí importan. Alejandro Moreno, dicho sea de paso, es un politólogo serio y quiero pensar que sus encuestas también (su sondeo en el estado de México, publicado el 24 de mayo, no estuvo muy alejado de los resultados oficiales que, obviamente, no se conocían todavía). Tal vez el problema esté en Andrés Manuel ya que tiende a desestimar lo que no le gusta o lo contraría. Quizá éste sea su mayor defecto que, por cierto, es compartido por la mayoría de los líderes, incluyendo al antes tan apreciado subcomandante Marcos, hoy Galeano. Quizá el ego es indispensable para ser líder, no lo sé.
En otro tema, quiero referirme a la situación que ha estado atravesando nuestro periódico, La Jornada. Dije nuestro pues soy uno de los fundadores, además de colaborador semanal. Como fundador y cercano colaborador me duele que una facción sindical haya intentado llevarlo a una crisis económica que en estos tiempos debiéramos evitar a toda costa. ¿Evitarla aún a costa de algunas prestaciones de sus trabajadores? En mi opinión sí y por una razón muy importante: La Jornada es no sólo un diario nacional sino también un referente periodístico asociado con la izquierda y las llamadas fuerzas progresistas de este país.
Los vientos derechistas y tecnológicos soplan en contra de periódicos como el nuestro y hasta de diarios mucho más poderosos que, por salir en papel, han tenido que recortar su personal. La Jornada ha tratado de no hacerlo y, hasta donde me consta, se ha resistido a la tentación de contar con un socio capitalista que lo salve de los recortes en publicidad, tanto privada como pública. Personalmente y para lo que sirva invito a los jornaleros de todas las tendencias no sólo a salvar nuestro periódico sino a fortalecerlo en un ambiente de diálogo y camaradería. Sólo recuerden cómo fue fundado y que los accionistas, fundadores y no, no recibimos un solo centavo por reparto de utilidades, mismas que se han reinvertido para tener lo que tenemos.
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