Que el presidente del país más poderoso del mundo pueda actuar de esa
manera obliga a la cautela. Tener como contraparte a un socio tan poco
confiable es un juego de alto riesgo. Sin embargo, tal es la condición
inevitable de las relaciones entre los gobiernos de México y Estados
Unidos en el futuro próximo. Más vale hacerse a la idea de que así será;
al menos hasta 2020.
En México eso se ha interpretado en círculos oficiales como señal del
gran interés en Estados Unidos por el TLCAN y por lo tanto, del apoyo
para el mantenimiento del mismo. Es una manera de verlo. También se
puede pensar que los intereses por modificar, mantener o desaparecer
cláusulas del Tratado son numerosos y diversos. Se hacen sentir mediante
grupos de presión que actúan a través del Congreso. Avanzar sus puntos
de vista es importante para mantener contentas a sus clientelas locales.
Por ello, como dicen los conocedores del sistema político
estadunidense: toda política es local.
El contraste con México no podía ser mayor. Aquí el asunto de la
renegociación del TLCAN es de interés para un limitado grupo de
tecnócratas que viene especializándose en negociaciones de acuerdos de
libre comercio desde hace varios años (la mayoría de tales acuerdos, de
poca utilidad si con ellos se buscaba contrarrestar la concentración de
exportaciones en Estados Unidos).
El “cuarto de al lado”, es decir el espacio para la expresión de las
voces no gubernamentales con intereses directos en el Tratado, es muy
pequeño y bastante oscuro. Allí han estado siempre los grandes
empresarios que se benefician del TLCAN. Quiénes son y a quiénes
representan no es transparente. El Tratado y sus beneficios siempre se
han visto de arriba hacia abajo, no al revés. De allí su legitimidad
dudosa, la poca o nula participación del Legislativo, el escaso interés
de la ciudadanía. Al acercarse la renegociación cabe preguntarse si hay
nuevas propuestas que provengan de la sociedad civil más fuerte que
existe en México hoy en día.
Es difícil saber si tiene algún costo político para los negociadores
no darles suficiente fuerza a las demandas de las pequeñas y medianas
empresas, las que mayormente cuentan cuando se trata de crear empleo
pero que no participan todo lo que debieran de los beneficios del TLCAN.
Prueba de ello es que el componente interno de las exportaciones de
manufacturas a Estados Unidos es muy bajo, comparado con el de otros
países, como China.
México llega a la nueva etapa del TLCAN sin que se haya despejado la
incógnita de cuáles son los intereses propiamente nacionales que
orientaron su creación hace más de 20 años y hoy en día alientan su
redefinición. Hubiera sido deseable que estos momentos de cambio de
paradigmas que ocurre a nivel mundial se hubiesen aprovechado para una
profunda reflexión sobre si tener como eje principal para el desarrollo
económico del país la exportación de manufacturas a Estados Unidos o la
producción conjunta con algunas de sus grandes empresas automotrices era
la mejor opción para hacer frente a las necesidades más urgentes de la
nación.
Un país tan dividido geográfica y socialmente, tan desigual en
oportunidades, con tan altos índices de pobreza y tan bajas
calificaciones en educación, ciencia y tecnología, debería ver la
relación con el exterior, de las cuales el comercio es uno de sus
componentes más importantes, en función de su contribución a resolver
tales problemas.
Es claro que no ha sucedido así. Quizá porque quienes se ocupan de
esos temas se preocupan por engrandecer el valor del libre comercio en
sí mismo, independientemente de a quiénes favorece y a quiénes deja en
el camino. Sin acompañarlo de una política económica que lo hiciera un
instrumento para contribuir a la creación de empleo, integración
productiva y desarrollo regional, el TLCAN propició, indirectamente,
mayor desigualdad.
Han surgido recientemente análisis de algunos “grupos de pensamiento”
que centran su argumentación en las ventajas de un destino compartido
de América del Norte. Semejante interpretación deja de lado un punto
central, como es la asimetría entre México y los otros dos países que
forman la región. Si se pierden de vista las enormes diferencias, las
cuales se han profundizado paralelamente a la existencia del TLCAN, en
el PIB per cápita de los tres países, se puede llegar a conclusiones
erróneas. Elevar la competitividad de la mano de obra puede significar
algo muy diferente para México. En realidad la competitividad de la
región se apoya, en gran medida, en la mano de obra barata mexicana.
Es posible que los tiempos para concluir la renegociación del TLCAN
sean cortos, es posible que dure meses o años, es posible que Trump
decida retirarse de un plumazo, es posible que acabemos acogiéndonos a
las reglas de la Organización Mundial de Comercio. El reto a vencer es
otro: elaborar una política económica que, entre otros objetivos,
utilice el comercio exterior como instrumento para enfrentar la
desigualdad y baja productividad a lo largo del territorio nacional.
Mientras ello no ocurra, la discusión sobre el TLCAN es una pantalla
detrás de la cual persisten y se profundizan los problemas que hoy
agobian al país.
Este análisis se publicó en la edición 2123 de la revista Proceso del 9 de julio de 2017.
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