Carlos Bonfil
Amanecer en La Habana. Si bien es cierto que Viva,
recién estrenada en la Cineteca Nacional y disponible en la sección
LGBT de la plataforma Netflix, está dirigida por el irlandés Paddy
Breathnach, con un guión de su compatriota Mark O’Halloran, el productor
ejecutivo de la cinta es el actor latino Benicio del Toro y el reparto
lo integran actores de la isla caribeña, entre quienes destaca Jorge
Perugorría, el irreverente y amanerado disidente sexual de Fresa y chocolate (Gutierrez Alea/Tabío, 1993), quien aquí interpreta el papel radicalmente opuesto de un intolerante homófobo.
El contexto social en que se filma la película es singular y un tanto
paradójico. Es evidente que la apertura de Cuba al tema de la
diversidad sexual ha sido tan sostenida como errática, por decir lo
menos. Fresa y chocolate ciertamente marcó un hito cultural en
un país que no se ha había distinguido por respetar los derechos de las
minorías sexuales, y en cuyo cine oficial aún prevalece el mito de un
machismo pretendidamente revolucionario. Esta situación ha ido cambiando
paulatinamente en las últimas dos décadas, al punto de que tan sólo el
año pasado coincidieron en los festivales de cine internacionales dos
producciones locales muy rescatables que abordan de manera crítica el
tema de la homofobia en la isla: Últimos días en La Habana, del veterano Fernando Pérez, y Santa y Andrés, del joven realizador Carlos Lechuga. La película irlandesa Viva, filmada en una Habana tan físicamente deteriorada, y tan formidablemente vital, como la que mostrara Fresa y chocolate
hace ya casi un cuarto de siglo, refleja con acierto las complejidades y
contradicciones de una moral patriarcal opresiva en franca decadencia.
Lo que relata la película Viva no es particularmente
original, pero el tono en que lo hace es cautivador y sorprendente. Es
la historia de Jesús (Héctor Medina), un joven estilista que arregla las
pelucas de los travestis en un cabaret habanero regenteado por
Mama(Luis Alberto García), una personalidad cálida y temperamental que muy pronto se encariña con él. Jesús es un chico homosexual, taciturno y solitario, virtualmente huérfano, cuyo padre lo abandonó a la edad de tres años. Su cómplice y confidente único es Cecilia (Laura Alemán), una joven desenfadada a quien sólo parece interesarle el modesto cuarto que Jesús suele prestarle para llevar ahí a sus múltiples conquistas sexuales. La máxima aspiración de este peluquero es emular a los travestis que admira como estrellas en el escenario cada noche; ser como ellas y, de ser posible, superarlas. La súbita aparición de Ángel (Jorge Perugorría), ese padre suyo, boxeador retirado, hoy alcohólico y enfermo, trastornará por completo su existencia. En pocos trazos, la trama de este filme irlandés con un conflicto entre un padre intolerante y un hijo ávido de afecto y reconocimiento, deriva en una suerte de Billy Elliot tropical bien calibrado, sin desbordamientos melodramáticos, y con la sugerente ambientación de una Habana nocturna que guarda sabores de nostalgia y un repertorio musical que incluye boleros de Rosita Fornés y alguna vibrante melodía de la española Massiel.
Lo previsible de la trama no resta intensidad dramática a un
enfrentamiento filial que resume, en última instancia, la creciente
brecha generacional entre los viejos guardianes de una moral machista en
Cuba y los jóvenes que la cuestionan de modo cada vez más abierto,
reclamando para sí un tipo de dignidad muy ajeno al dogma
revolucionario. En este sentido, y sin que la película ponga énfasis en
un planteamiento abiertamente político (cosa que sí hacen las cintas Últimos días en La Habana y Santa y Andrés), el carácter intimista de Viva,
con su pequeña galería de seres marginales que transgreden el orden
establecido, con pelucas y lentejuelas, falsos corpiños y maquillaje a
raudales, con petulancia de reinas en medio de la penuria decretada,
posee una carga irreverente y potencialmente subversiva. El joven Jesús y
su padre Ángel (nombres reveladores) aparecen así, en este contexto,
como emblemas casi edénicos de una posible reconciliación entre el
homosexual perseguido y denostado, y aquella vieja energía fatigada de
quien hasta ayer perseveró en querer someterlo.
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