Andrés Avila Armella
En cierta forma se podría decir que son pocas las novedades que se han presentado recientemente, aunque el destape de José Antonio Meade como candidato del PRI y el de Ricardo Anaya como candidato del Frente ciudadano por México (coalición PAN-PRD-Movimiento Ciudadano), se han presentado como novedosas desde el punto de vista periodístico, la verdad es que no ofrecen elementos sustanciales desde el punto de vista histórico, pues no son más que expresiones superficiales de situaciones que de por sí ya se han venido presentando de manera regular. Aun así, es de reconocerse que en muchos aspectos despiertan la curiosidad y la suspicacia de muchas personas preocupadas por el futuro de México, y es por ello que tampoco podemos pasar por alto la necesidad de ofrecer algunas explicaciones al respecto. De la misma forma ocurre con la presentación de las propuestas de Andrés Manuel López Obrador, quien recientemente hizo pública su propuesta de gabinete presidencial.
Así pues, comenzaré por subrayar algunos aspectos que nos permitan ir discutiendo los alcances y limitaciones del proceso electoral en México, con el fin de precisar hasta qué punto el resultado final del proceso puede incidir en la vida económica y política del país en los años subsiguientes, y hasta dónde este porvenir está atado a otros procesos.
En primer lugar, resulta fundamental deslindarnos de la concepción liberal del Estado, ideología de clase de la burguesía, la cual pretende explicar públicamente el terreno de la política sin desentrañar cuáles son sus verdaderas determinantes. La concepción liberal, dicho sea de paso, abrazada por todos los actores de la presente contienda, parten del supuesto de que un estado liberal, autodefinido como democrático y representativo, en verdad puede y quiere representar el sentir y el pensar de los ciudadanos de manera libre, y de ese modo, el resultado del proceso será a final de cuentas un reflejo de la voluntad popular.
Como marxista corresponde señalar que para nosotros, el Estado no puede definirse a partir de supuestos ideológicos, sino como una representación histórica del poder, comprendiendo que mientras haya clases sociales y exista una dominante, la voluntad del Estado será de manera esencial y tendencial, la voluntad y el accionar organizado de la clase dominante[1].
Nada nos obliga a dar por hecho que la voluntad popular puede medirse en procesos electorales como los que se llevan a cabo en sistemas burocráticos como el que impera en el Estado mexicano así como en la inmensa mayoría de los países donde predomina el capitalismo. Hemos de comprender que los dueños del mundo, quienes son principalmente también los dueños de México, no están dispuestos a dejar en manos de una mayoría trabajadora, por la cual sienten un profundo desprecio, el futuro de sus negocios ni de sus decisiones políticas que sí puedan tener un carácter histórico.
Esto no quiere decir que el factor de la voluntad popular sea completamente un factor nulo en el posible resultado electoral, sino que este puede incidir de manera indirecta cuando se hace sentir como un factor realmente protagónico en la lucha de clases, forzando así a tomarlo en cuenta como una variable significativa para la toma de decisiones.
Así pues, la clase dominante tiene una agenda que cumplir, de su cumplimiento dependen muchos millones de dólares que pueden engrosar las arcas del capital imperialista, o bien, pueden significar ante algunos escenarios, una pérdida potencial de lo que ellos consideran oportunidades para acrecentar sus negocios, su capital y su poder. Dentro de esto, la clase dominante ha de tener una estimación de cuál es la situación política actual de sus antagonistas de clase, para así poder determinar la forma en que habrán de imponer su agenda, los tiempos y los métodos a emplear. Es ahí donde interviene el factor electoral como una arena de juego en donde los distintos equipos de burócratas ofertan a la clase dominante sus propuestas y negocian con ellos la agenda a cumplir a cambio de su respaldo político y económico durante las campañas electorales.
Aclarando esto, haremos una breve observación sobre las posibilidades y perspectivas de las campañas que están en curso.
Meade y el PRI
En México los partidos políticos son cada vez menos Partidos en toda la extensión de la palabra y son más alianzas temporales de burócratas profesionales con una escasa o nula carga ideológica, los cuales simplemente se van amoldando a las exigencias de la administración del Estado mexicano, de corte oligárquico-dependiente e integrado plenamente al imperialismo. Es por ello que no es tan sorprendente que el PRI haya elegido como su candidato a un burócrata cercano a los organismos financieros internacionales a pesar de no ser priísta. Y es por ello también, que hasta ahora, los mismos gobiernos, a distintos niveles, han sido integrados por elementos que provienen de distintos partidos políticos y que el estilo de gobernar entre ellos es cuasi indistinguible.
Una de las realidades más lamentables en México es que en la pobreza del debate y el análisis político, que desconcierta todo el tiempo a los analistas liberales, el PRI, como alianza de burócratas, parece tener más claro el funcionamiento real de la política, por ello no es gratuito que a pesar de su retórica confusa, resulte ser la fuerza política idónea para tomar las riendas de la burocracia en muchos momentos y en diversos espacios. El PRI sabe desde hace mucho que su lealtad es hacia el capital imperialista, y que el amplio aparato burocrático de retórica social-demócrata, algo nacionalista, algo popular, construido durante más de noventa años, sólo tiene sentido si se sabe vender y rentar con eficiencia a dicho capital.
El PRI combina dos aspectos que lo hacen atractivo para los grandes capitalistas. La cúpula desde hace años está controlada por los llamados tecnócratas, un grupo de políticos cuyos elementos más visibles cuentan con formación económica en las Universidades norteamericanas quienes fueron aleccionados y comprometidos a guiar a la burocracia mexicana en el cumplimiento de la agenda de clase de la burguesía imperialista financiera más poderosa del mundo hegemonizado por el capital norteamericano[2] , pero que abajo, han sabido mantener una burocracia corrupta hasta el tuétano, que tiene la capacidad de copar la política en muchos niveles, organizaciones populares, campesinas y sindicales por ejemplo[3]. Esa capa de burócratas corruptos se mantiene amarrado a la cúpula tecnócrata a pesar de ser fisonómicamente distintos, gracias a que tienen el acuerdo implícito de dejarlos tomar las grandes decisiones a cambio de cheques en blanco para delinquir en los municipios, colonias populares y sindicatos charros. Todo consiste en respetar niveles, los de la cúpula no molestarán a la burocracia baja, y estos sólo serán reprendidos cuando entorpezcan las acciones de la cúpula alta.
El PRI comprende mucho mejor que los analistas liberales que las determinaciones del voto pocas veces tiene que ver con la conciencia política y la mayoría de las veces está simplemente atada al interés económico inmediato. Así, saben que el respaldo de la clase dominante lo obtendrán haciendo compromisos con ella, lo cual ya les asegura buena parte del camino, y en la baja burocracia, el PRI obtiene votos a cambio de concesiones, inscripciones a programas sociales, protección y algunas esperanzas de salir beneficiados en el otorgamiento de despensas, material de construcción, regularización de predios o plazas laborales. La mayoría de la gente que vota por el PRI, lo hace sin tener que convencerse de que representen algo positivo para el país, y lo más probable es que muy pocos de ellos crean ideológicamente en sus propósitos.
Por ello no es de extrañarse que la pequeña burguesía liberal, se horrorice cada vez que el PRI gana una elección y se lamente diciendo “¡¿Qué nos pasa?!” o que termine culpando al pueblo por haber permitido que ganara. En el pequeño mundo ilusorio y confuso de la pequeña burguesía liberal, parece que no puede comprenderse que el motor de las decisiones políticas es el interés material y que sus sueños liberales no son compartidos ni comprendidos por la clase dominante ni por las clases explotadas.
El militante del PRI no es aquel que cree que su partido es revolucionario ni institucional, es aquel que está tratando de vivir del ejercicio burocrático para beneficio propio y tiene perfectamente claro que el discurso nunca se antepondrá a ese interés. Es por ello que esas personas aceptan la candidatura de Meade aunque no sea priísta, aunque no crea en el “Partido” porque ellos tampoco creen en él, y en este caso simplemente confían en que las cosas sigan el rumbo acostumbrado, que los tecnócratas de la alta cúpula escojan a quienes ocuparan los altos puestos, mientras ellos seguirán con la carta abierta para operar en otros niveles. Para esa burocracia baja priísta, no existe debate sobre el neoliberalismo, ni sobre la historia de represión política, ni siquiera hay una conciencia nacional; son operadores locales o gremiales con mucha habilidad para insertarse en la burocracia, pero en general, desconocen la política a gran escala, y la verdad es que no les importa. Aquí los actores claves son los cuadros intermedios del PRI, quienes logran la conexión entre unos y otros, logrando así el resultado esperado, el capital imperialista confía en ellos por su compromiso para con éste, y por su capacidad de controlar al pueblo[4].
Independientemente del resultado concreto de la elección de julio de 2018, hay un hecho que a estas alturas no se alterará, el PRI va a ganar, tanto la cúpula como la burocracia baja. Esto no significa necesariamente que Meade va a salir electo como el próximo presidente, pero también es una ilusión liberal el suponer que las campañas sólo se hacen para ganar siempre el mismo puesto. Digo que el PRI va a ganar porque es seguro que se mantenga como una de las fuerzas políticas más significativas en ese nivel de la política, seguramente ganará gubernaturas, alcaldías, diputaciones y puestos en el senado de la República, y seguramente, tanto la cúpula tecnócrata que está postulando a Meade como los burócratas bajos, seguirán operando el Estado a muchos niveles. En otras palabras, es demagógico hablar de la posibilidad de que el PRI salga del gobierno con la fuerza de las elecciones, eso también es una ilusión liberal derivada de sus confusiones políticas; la clase dominante en México necesita al PRI, cuando menos por un buen tiempo y en muchos niveles, y para nada está dispuesta a deshacerse de él a corto plazo; aun cuando sea otro personaje el elegido para presidente de la República, el PRI estará ahí en muchas formas.
Anaya y el Frente Ciudadano por México
Desde el punto de vista liberal pareciera que una colación entre un partido claramente de derecha como el PAN, y otro que se hace llamar de izquierda como el PRD, es una contradicción, pero esta tesis sólo podría sostenerse para un materialista, si es que esas declaratorias se sostuvieran con hechos históricos tendenciales y claros. Sin embargo el PAN y el PRD, así como el partido llamado Movimiento Ciudadano, son también alianzas de burócratas que cada vez tienen más en común los principios del PRI, aunque no logran tener su fuerza.
Es cierto que el PAN es el partido de la Iglesia Católica en México, y que el PRD fue fundado por algunos de los personajes que venían de la izquierda, pero no debemos olvidar que ni los ideólogos católico-conservadores más puristas, controlan el PAN, ni los “personajes” que venían de la izquierda son quienes controlan al PRD. En ambos casos, ha ocurrido algo parecido, el partido los ha mantenido como símbolo ideológico para algunas circunstancias específicas, o bien, los ha ido relegando hasta desaparecerlos como una posición interna de dichos partidos.
Tanto el PAN como el PRD, sirvieron al Estado mexicano para revitalizarse tras un prolongado período de desgaste político del PRI, pero han funcionado prácticamente como un solo partido, el partido del Capital. Para el Estado mexicano, resultó efectivo permitir que cuadros del PAN gobernaran en sitios en donde la presencia de la Iglesia católica en todas su formas es mayor (Jalisco, Guanajuato, Querétaro), y dónde habían pequeñas aristocracias regionales con influencia política y buena posición en negocios internacionales (Baja California, Chihuahua, Nuevo León), y al PRD le permitió gobernar en sitios donde la conflictividad social exigía una izquierda disfrazada que tuviera la capacidad de cooptar y dividir a la izquierda que se mantenía activa en colonias populares, sindicatos independientes y luchas campesinas, indígenas y estudiantiles (Guerrero, Michoacán, Ciudad de México, así como municipios importantes de Chiapas, Oaxaca y del Estado de México).
Los resultados han sido pobres desde la perspectiva de Estado, esta alternancia ha servido para evitar un desgaste mayor del Estado normalmente representado por el PRI, pero a nivel popular, ni panistas ni perredistas en el gobierno se han distinguido significativamente de los priístas, dando lugar a que su estancia en gubernaturas y alcaldías sea también temporal y se estén alternando con el PRI.
Por otra parte, es necesario mencionar que las alianzas PAN-PRD, no son nuevas y también han sido una alternativa para presentar opciones de cambio temporal en sitios y momentos específicos en donde la imagen del priísmo estaba por demás desgastada y sobre todo, cuando su efectividad está en duda, tal fue el caso de la gubernatura de Gabino Cué en Oaxaca, la cual se dio en medio de dos gubernaturas priístas, la gubernatura de Moreno Valle en Puebla y la de Yunes Linares en Veracruz.
Esta alianza no tiene por tanto nada de ideológica y sólo un liberal ingenuo puede suponer que más allá de la derecha y la izquierda está la democracia liberal, y tratar de atribuir a un principio tan vago una alianza de burócratas corruptos sedientos de sacar ventaja de su posición en puestos gubernamentales. Las alianzas PRD-PAN, son simple y llanamente una opción para el capital para cuando es necesario sustituir temporalmente al PRI, o dicho de otro modo, es algo así como un PRI que viene de la banca de sustitutos, para relevar a un protagonista cuando se encuentra desgastado o lastimado. La supervivencia de estos gobiernos de coalición, dependen por tanto de su capacidad para demostrar mayor, o cuando menos la misma efectividad que los priístas, y por tanto, en el mero ejercicio de gobierno, resultan prácticamente indistinguibles del mismo PRI.
Sobre su situación interna no hay mucho que decir, el PAN busca mantenerse como la opción idónea para la alternancia con el PRI, y su alianza con el PRD no amenaza esa posición, pues el PRD no suele sacar ventaja sobre del PAN en este tipo de circunstancias, y por su parte, el PRD, trata de sobrevivir a su desaparición inminente, toda vez que MORENA[5] ha ocupado el lugar que en los últimos veinte años habían ocupado ellos. Y si alguien aún se pregunta, cómo hará el PRD para justificar ante la izquierda una alianza con la derecha, es porque no se ha dado cuenta aún, de que el PRD funciona como el PRI, y que a estas alturas, sus votantes los consigue de la misma forma que aquél, a cambio de inscripciones a programas sociales y preferencias en algunas cuestiones económicas mínimas, por lo tanto su atractivo no está en la defensa de principios sino en la posibilidad de lograr un engranaje entre la alta burocracia y la baja, por lo que desde esa perspectiva, su alianza con el PAN, es para ellos la única opción viable en este momento.
MORENA y López Obrador
Afirmar que MORENA es una mera escisión del PRD, es cierto sólo si se entiende lo que ha sido el PRD, lo cual describimos anteriormente, y por lo tanto entender que en ello lleva en su sangre mucho del PRI.
López Obrador, junto con Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo, pertenecían a una generación de burócratas priístas cuyas aspiraciones dentro del partido fueron truncadas por el ascenso de los tecnócratas, estando condenados si permanecían ahí, a mantenerse como cuadros intermedios del mismo. Si no se hubieran salido de ahí, probablemente hubieran sido relegados a embajadores, diputados o en el mejor de los casos gobernadores, y decidieron salir antes de que sus posibilidades internas se siguieran devaluando. Amparados en la Historia del cardenismo, trataron de emular aquel período tratando de proponer un Estado que si bien obedeciera a las órdenes del imperialismo, mantuviera su capacidad de seguir teniendo la directriz de ciertos procesos socio políticos surgidos desde abajo para conjurar la posibilidad de que surgiera una verdadera izquierda independiente o revolucionaria en México.
La clave del asunto es que a estas alturas, combinando el análisis de la situación nacional e internacional, la oligarquía imperialista en México no parece tomar en cuenta el temor del ascenso de la izquierda revolucionaria en el país como una posibilidad latente. No han visto la necesidad inminente de otorgar los principales puestos de gobierno a este equipo de burócratas porque simple y sencillamente no lo consideran necesario. Es por ello que permitieron tanto que Cuauhtémoc Cárdenas como López Obrador se perfilaran como opciones competitivas pero sin ganar. En otras palabras, ese equipo de burócratas ha sido necesario para el Estado mexicano como parte del mismo, pero no como sus principales dirigentes. Estos personajes, han sido críticos y opositores al grupo de los tecnócratas, pero nunca han sido opositores de Estado, por el contrario, desde su juventud han formado parte de él, en distintos partidos, puestos y expresiones.
La campaña presidencial de López Obrador empezó prácticamente en el año 2000, cuando asumió la Jefatura de Gobierno del Distrito Federal, y desde entonces ha oscilado en sus posiciones políticas una y otra vez, de pronto asumiendo un discurso más cercano a la izquierda, pero regularmente asumiendo una posición política de centro republicana, liberal y burguesa, evocando como referentes a personajes como Franklin D. Roosevelt y Benito Juárez, y prácticamente nunca a personajes como el Ché, Fidel Castro, Hugo Chávez, Sandino, Carlos Fonseca, Schafik Hándal, etc. Las oscilaciones discursivas de López Obrador no se deben a verdaderos cambios de posición política, sino a una indecisión material en cuanto a cuál es el perfil idóneo que él necesita para llegar a la presidencia. Esa indecisión ha estado en cuanto a captar cuál es su mayor capital político, si la administración del conflicto o simplemente la administración estatal.
A estas alturas parece claro que la actual campaña de López Obrador está orientada a presentarse como un buen administrador estatal, capaz de reducir gastos de operación, de reducir la corrupción y de dedicarse de manera cuasi apostólica a la labor de gobernar. Para ello ha reunido a un equipo de personas que han tenido experiencia en otros gobiernos del PRI, caso emblemático es el de Esteban Moctezuma Barragán, ex Secretario de Gobernación en el gobierno de Ernesto Zedillo, personajes cercanos a la oligarquía financiera (prácticamente todo su gabinete económico), a los promotores de la agroindustria con fines de exportación y con aplicación de transgénicos como Víctor Villalobos y el apoyo de grupos empresariales importantes como el encabezado por Carlos Slim y por Ricardo Salinas Pliego.
Sin embargo, esta estrategia que por un lado le ha permitido contener un ataque ideológico dirigido por los medios de comunicación en contra de su campaña, encierra una contradicción que pone en entredicho su posibilidad real de ganar la presidencia ¿Qué ventaja real tendría López Obrador sobre Meade o Anaya ante los ojos de la oligarquía imperialista que controla al Estado mexicano? Por ahora, lo único que ha podido demostrar es que puede ser tan bueno o tan malo como ellos, ni más ni menos, lo cual no amerita una fobia de clase que incite a dicha oligarquía a aferrarse a cerrarle las puertas, sin embargo, desde mi punto de vista, no ha logrado mostrar cuál sería la mejor razón para abrirle dichas puertas, por lo tanto luce como una apuesta arriesgada, con expectativas poco claras y con cierto nivel de riesgo de ingobernabilidad, pues como dijimos anteriormente, aún ganando, tendría que gobernar con el PRI, con el PAN y con lo que queda del PRD, y su relación con dichos partidos no es buena, lo cual puede provocar un desgaste innecesario en la toma de acuerdos en las cámaras de representantes a nivel nacional y a distintos niveles en las entidades federativas.
Las posibilidades de que una oligarquía imperialista elijan como mejor opción a un partido socialdemócrata de reciente fundación, suelen estar atadas a la emergencia de la combatividad de los sectores populares tal como ocurrió en el Brasil previo a Lula o la Argentina previa a Kirshner. En México, cuando esa posibilidad se asoma, aparece López Obrador como la opción idónea para revitalizar la hegemonía del Estado mexicano. Pero la contradicción aparece aquí de manera prematura, pues López Obrador y MORENA, no son parte del movimiento social y sus conexiones con el mismo son muy limitadas, en otras palabras, López Obrador, para evitar la aversión de la oligarquía, conjura él mismo la posibilidad de serle útil. No está por demás recordarles a quienes suponen algún paralelismo con Pepe Mújica, Lula o incluso Bachellet, que López Obrador no tiene una historia política, militante, o familiar que lo ate simbólicamente cuando menos, a las fuerzas populares combativas. MORENA no es y no ha sido un movimiento social que al llegar a cierta madurez se convierte o se inserta a algún partido político y trata de hacer cumplir su agenda desde el gobierno, por el contrario, el equipo que rodea a MORENA es más bien, parte de la estrategia del Estado y prácticamente no forma parte de la estrategia del movimiento social, aun cuando parte de él pueda ser cooptado por dicho partido.
Desde esta perspectiva, la factibilidad de un triunfo electoral de López Obrador y MORENA, dependen de qué tan necesario sea políticamente para esa oligarquía, y esto ocurrirá sólo en dos situaciones;
El surgimiento de conflictos sociales que amenacen con descontrolarse el próximo año, y ante lo cual López Obrador parezca tener la capacidad de controlarlos.
Una debacle catastrófica del resto de las opciones, lo cual lo colocaría en primer lugar por el descenso de la efectividad de las otras fuerzas más que por el ascenso de su propia capacidad.
Cuando digo que sólo los liberales piensan que el resultado de la elección depende principalmente de la simpatía popular, estoy tratando de mostrar su incapacidad para ver detrás de los movimientos superestructurales los verdaderos fenómenos estructurales que los explican tendencialmente, sin embargo, como ya aclarábamos anteriormente, eso no significa que la simpatía popular sea un factor nulo; evidentemente, ese es un punto a favor que tiene López Obrador, sólo que no significa que sea el más importante ni definitivo. Por ello, es muy probable que de manera regular, pudiera él ganar la mayoría de votos directos, para lo cual el Estado mexicanos siempre tiene el as bajo la manga del fraude electoral.
En cualquiera de los dos casos, parece haber una situación que a estas alturas es clara, y difícilmente sucederá algo distinto a las siguientes dos posibilidades:
MORENA queda en segundo lugar con algo de fraude de por medio, pero logra consolidarse como un “partido de izquierda” con gubernaturas, alcaldías, diputaciones y mayor capacidad de negociación, y su papel como oposición sería meramente simbólico, lo cual resultaría muy funcional para el Estado mexicano.
MORENA logra ganar la elección presidencial con un estrecho margen y se vería obligado a negociar casi en igualdad de condiciones con el PRI, PAN, PRD, pero sobre todo con la oligarquía imperialista, de tal suerte que la diferencia entre el gobierno morenista y los otros gobiernos sea apenas perceptible y apenas simbólica[6].
En el primer caso, simplemente MORENA ocupará el lugar del PRD, y en el segundo caso, López Obrador puede sufrir una suerte parecida a la de Ollanta Humala en Perú, gobernar aceptando las condiciones impuestas y al final salir por la puerta trasera de la historia.
Los llamados “independientes”
No dedicaré muchas líneas a hablar sobre esto pues en realidad no son opciones para la presidencia para este período electoral, las precampañas mas vistosas son la de la exprimera dama Margarita Zavala de Calderón, y la de Jaime Rodríguez “El Bronco”, exgobernador de Nuevo León. Estas tienen el propósito de Estado de legitimarse a sí mismo, aparentando representar un amplio espectro democrático dentro del régimen, y en un nivel menor, son jugadas de grupos de burócratas que demostrando tener fuerza, buscan negociar con otros grupos algunos apoyos y posiciones posteriores para contiendas a darse en el futuro. Las candidaturas independientes también funcionan como un mero ensayo de esa posibilidad a contemplarse a futuro cuando las circunstancias lo ameriten.
Tampoco incluyo aquí un análisis sobre la precandidatura María de Jesús Patricio y el Concejo Indígena de Gobierno, pues por lo que hemos entendido de sus comunicados, no es propiamente una campaña electoral sino una táctica de acumulación de fuerzas en otro terreno, y por lo tanto amerita un análisis aparte.
A diferencia de las conclusiones a las que llegaríamos dando por válidas las tesis liberales, las transformaciones en el orden económico y político, a gran nivel, no ocurren por la voluntad de ciertos personajes, ni siquiera por las convicciones sociales, y tampoco dependen de manera central de los procesos electorales; la voluntad popular no puede hacerse sentir cuando dentro del pueblo prevalece la desorganización, y cuando sus aspiraciones son interpretadas y conducidas por profesionales de la política y de los negocios. El problema de fondo en México es que la clase dominante en el país está sólidamente organizada como un bloque histórico, y tiene por ahora mucha ventaja, lo cual le permite controlar las variables que puedan aparecer en el proceso electoral y posterior a él. Los partidos políticos más que ser intereses en sí mismos, dependen de su capacidad para representar intereses. La particularidad en el presente político mexicano, es que todos estos partidos y frentes, están tratando de representar el mismo interés, el de la oligarquía imperialista en México, es decir, están tratando de llegar por arriba a ocupar los principales puestos del gobierno. Las diferencias entre ellos son mínimas y además, la verdadera clase dominante, no está en la posición ni convicción de dejarlos actuar a su libre albedrío, pues mantiene su papel rector sobre la política. Los dueños del capital tienen la capacidad de moldear a su antojo a cualquiera de estas opciones políticas, y sin embargo ellas, tienen muy poca capacidad de moldear al capital.
Por otra parte, trabajadores y explotados, no aparecen como una variable a considerar cuando se encuentran inmóviles y desorientados, y es necesario reconocer que a pesar de que en México aparecen periódicamente movimientos de resistencia, casi siempre son de carácter gremial, o bien, son de corta duración, por lo que hasta ahora la capacidad de incidencia sobre las grandes decisiones ha sido mínima.
El presente análisis por tanto, no pretende afirmar que no existan posibilidades de transformación social y política en México, no se trata de frenar el optimismo revolucionario, sino de señalar que ese optimismo debe ponerse en el lugar indicado, tampoco se trata de promover la sensación de que estamos derrotados, pero sí de tener claro que para pasar a la ofensiva es necesario que ideológicamente salgamos de la lógica liberal que continuamente provoca confusión y decisiones poco acertadas desde el punto de vista político. La ideología liberal, mientras perdure en el análisis, implica no sólo una posición ideológica sino principalmente una subordinación de clase; es la forma en que la burguesía nos explica la política y nos orilla al continuo y fatal error.
A estas alturas, las tendencias aquí proyectadas pueden ser alteradas sólo por un cambio significativo en la correlación de fuerzas entre las clases sociales, ya sea en México o en el mundo. A nivel internacional, esto podría provenir de algún sismo en la política imperialista, sobre todo si este tiene como epicentro a Estados Unidos, tanto por su influencia en el mundo como por su influencia particular en México. A nivel nacional, estas tendencias podrían ser alteradas ante una emergencia realmente amenazante de la clase trabajadora y los sectores populares del país, quienes desenvolviéndose de manera independiente a esta politiquería logren forzar a los grupos de burócratas a atarse a algunas de estas fuerzas, ya sea para combatirlas frontalmente o para tratar de cooptarlas y dividirlas.
En cualquiera de esos casos, como organizaciones comunistas y revolucionarias, nos corresponde seguir nuestra propia agenda, concentrarnos en las luchas de los explotados y oprimidos de México y en el internacionalismo proletario, de ésta manera, lograremos construir una fuerza que nos permita hacer que la clase trabajadora organizada esté en posibilidad real de tomar el poder, pero aunque no lo lográramos a corto plazo, esto obligaría a los grupos empresariales y burocráticos que hoy se disputan la presidencia y el control de la burocracia en México, a tomarnos en cuenta como un factor decisivo en la política y aprovechar esa situación, si tenemos la habilidad para hacerlo, para seguir acumulando fuerzas y no sólo esperar sino construir históricamente nuestro momento. A ellos, les corresponde jugar su juego, a nosotros nos corresponden los quehaceres irrenunciables de nuestra clase, eso no lo podemos perder de vista ni por un momento.
[1] Así está sintetizado por Engels y Lenin, pero también Gramsci, en sus escritos políticos lo entiende de este modo, pues sus aportaciones al tema, en cuanto al tema de la hegemonía por ejemplo, no contradicen los supuestos básicos de Engels y Lenin, sino que son complementarios a ellos, y por tanto se opone a las concepciones liberales.
[2] En este grupo se han encontrado personajes como los expresidentes Carlos Salinas de Gortari y Ernesto Zedillo Ponce de León, Pedro Aspe, ex Secretario de Hacienda de Carlos Salinas, los tres de filiación priísta, pero también a este grupo pertenecen algunos de filiación panista como Javier Lozano, Ernesto Cordero y Vicente Fox, pero también hay tecnócratas asociados a ellos, aún más cercanos a los organismos financieros, y menos cercanos a la burocracia partidista como Agustín Carstens y José Antonio Meade, los cuales se han adaptado bien a gobiernos panistas y priístas. Este grupo ha sido el principal impulsor del neoliberalismo en México.
[3] Entre estas organizaciones están la Confederación de Trabajadores de México (CTM), la Confederación Nacional Campesina (CNC), y otras de carácter contrainsurgente como por ejemplo Antorcha Campesina-Movimiento Antorchista
[4] Durante algunos años, el principal referente de éste tipo de cuadro, fue Elba Esther Gordillo, quien siendo la Secretaria General del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación, SNTE, tenía interlocución directa con los principales gobernantes, sin necesidad de ser postulada para ocupar cargos dentro de un gabinete presidencial por ejemplo.
[5] Movimiento de Regeneración Nacional. Partido fundado por Andrés Manuel López Obrador y sus seguidores, después de haber roto sus vínculos orgánicos con el PRD.
[6] Cabe recordarles a quienes nos leen en países distintos a México, que la no reelección es un principio constitucional muy fuerte en la tradición política mexicana, y que eso implica que a los seis años, López Obrador tendría que dejar la presidencia con muy bajas posibilidades de generar un relevo de su mismo partido. Por lo cual, aun en el supuesto de un triunfo de MORENA en 2018, lo más seguro es que para el 2024, sea otro partido quien gane la elección.
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