¿Cómo no van a estar
enojados los trabajadores mexicanos si el gobierno pretende imponerles
para 2018 un tope salarial de la mitad de la inflación reconocida
oficialmente y una cuarta parte de la inflación real? ¿Acaso piensa
Enrique Peña Nieto que su ofrecimiento de 3.4 por ciento de incremento
salarial frente a 6.7 por ciento de inflación iba a generar beneplácito?
¿Qué reacción esperaba Peña Nieto de los hombres y mujeres que viven
de su trabajo frente al golpe más severo a sus ingresos en los últimos
17 años?
¿Cuál debería ser su ánimo cuando la mayor parte de la población
padece los mayores incrementos de precios y servicios del sexenio frente
a un salario raquítico e insuficiente para vivir?
Para describir este ánimo vale referir, como muestra, a un nutrido
grupo de trabajadores de una fábrica llantera trasnacional en donde más
de la mitad no recibía prácticamente salario alguno, porque semana tras
semana debía entregárselo a los prestamistas, fauna que ha ido creciendo
alrededor de los centros de trabajo. Finalmente, los trabajadores
optaron por ser liquidados por el patrón para pagar sus deudas y no
perder su pequeño patrimonio, aunque no supieran qué pasaría el día de
mañana.
¿Qué grado de indignación tendrán los trabajadores universitarios de
las instituciones públicas que al final del presente mes concluirán sus
negociaciones de salarios y prestaciones al recibir las respuestas de
sus rectores de que la Secretaría de Hacienda y Crédito Público les
ordenó no rebasar un incremento de 3.4 por ciento que otorgó a los
trabajadores administrativos de la Universidad Nacional Autónoma de
México el pasado 1º de noviembre? Seguramente habrá movilizaciones y
tendrá que buscarse una salida con incrementos mayores para evitar la
paralización de labores, pero este desgaste era previsible, sin embargo,
a Peña Nieto y a José Antonio Meade, que asumió estas decisiones antes
de dejar la Secretaría de Hacienda, no parece importarles el futuro de
estas instituciones que son fundamentales para el desarrollo del país.
¿Qué sentirán los trabajadores de salario mínimo que reciben tan sólo
88.36 pesos diarios, esto es 2,650 pesos mensuales? Salario que el
gobierno se negó a incrementar en el monto que el mismo sector patronal
recomendaba. ¿Qué decir de los salarios mínimos profesionales que son
aplicables a 59 actividades u oficios como carpintero, plomero o
electricista, los cuales se han quedado en la congeladora? La mayoría de
estos salarios varía entre 99.99 y 117.60 pesos diarios, algunos de
monto mayor, como el aplicable al operador de bulldozer con
121.09 pesos y la única excepción que excede a los 200 pesos es el de
reportero de prensa, con 236.28 pesos diarios. A propósito, los
jornaleros agrícolas de San Quintín aún esperan se cumpla la promesa de
incluirlos en la lista de los salarios mínimos profesionales.
Motivo de indignación adicional se deriva de la iniciativa de Reforma
a la Ley Federal del Trabajo presentada en el Senado de la República a
principios de diciembre de 2017 por dos senadores priístas,
supuestamente obreros, que no sabían en qué lío se metían al cumplir el
encargo del equipo de Peña Nieto y del ex-secretario de Hacienda, Meade.
Este intento de reforma es tan regresivo que ha sido considerado, con
razón, como el golpe más brutal a los trabajadores en los últimos 100
años. Transforma el derecho laboral de social a mercantil y el trabajo
en mercancía flexible y barata, dejando a la población trabajadora en
estado de indefensión. Principios, derechos, protecciones, reglas de
equilibrio, todo quedó fuera.
La iniciativa surgió del mandato de reglamentar la reforma
constitucional del 24 de febrero de 2017, la cual respondía a dos
objetivos: contar con un nuevo sistema de justicia laboral respetuoso
del estado de derecho y acabar con los contratos de protección patronal
firmados a espaldas de los trabajadores mediante una negociación
colectiva auténtica, producto del voto secreto, libre y personal de los
trabajadores.
En contraste al mandato constitucional, la iniciativa Peña
Nieto-Meade asigna la impartición de justicia en materia colectiva, a un
instituto teóricamente autónomo, pero en realidad sometido al burdo
control de patrones y sindicatos corporativos, que de manera
discrecional obstaculizarán el ejercicio libre y democrático de los
derechos colectivos de asociación, negociación colectiva y huelga, por
medio de una telaraña de requisitos y procedimientos administrativos que
sólo con el apoyo patronal se podrán cumplir.
Así, el Poder Judicial se convierte en una figura decorativa en temas
colectivos que eran la causa fundamental de la reforma. En este punto
es importante destacar el engaño que la Secretaría del Trabajo y
Previsión Social realizó al solicitar a las legislaturas de los estados
que aceleradamente crearan sus propias leyes laborales para regular los
centros de conciliación, a pesar de no tener facultades constitucionales
para ello y, peor aún, recomendándoles que, en lugar de preservar su
autonomía, se rigieran por órganos tripartitos. Todo este circo para
conservar los contratos colectivos de trabajo de protección patronal.
Por todo ello, crece la exigencia de que sea retirada la iniciativa
Peña Nieto-Meade y se abra –como de manera regular sucede en otros
países– un amplio debate público sobre la legislación laboral que
necesitamos en beneficio de los trabajadores, del sector productivo y
del país, sin perder de vista que, tratándose de una legislación
reglamentaria, ésta deberá estar acorde con los principios de la
reciente reforma constitucional que tantas esperanzas generó. Ahora es
fundamental darse el tiempo necesario para diseñar adecuadamente la
reforma e instrumentar su cumplimiento.
PD. Más allá de colores partidarios, apoyamos al pueblo de Chihuahua y
a su gobierno en la exigencia de que César Duarte sea extraditado y
rinda cuentas del saqueo que con otros cómplices cometió.
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