Mujeres y revolución rusa
Unos documentos del Archivo Lafuente recuerdan a la musa y amante de Maiakovski y a la primera mujer en ganar el Goncourt. |
Hubo
un tiempo en que Lili Brik confió en el futuro. Coincidió cuando era
luz, musa y factótum entre las principales figuras de la cultura en
plena Revolución Rusa. A su hermana Elsa Triolet, en cambio, más a la
sombra en los salones de Moscú y Leningrado, le costó más valorarse a si
misma. Pero lo logró, hasta el punto de hallar su camino como novelista
pionera en Francia y convertirse en la primera mujer que ganó en Premio
Goncourt.
Lili fue el arrebato constante del poeta Maiakovski hasta que este se
suicidara a los 36 años de un tiro en la cabeza.
Elsa,
aparte de forjar su carrera literaria, se casó con Louis Aragon, un
cómplice con quien fomentar los valores revolucionarios en el exterior.
En casa de Lili, a lo largo de sucesivas décadas, podían cruzarse por su
salón el cineasta Eisenstein, los literatos Anna Ajmatova, Boris
Pasternak o Maxim Gorki; músicos como Shostakovich o gentes del teatro y
la danza como Meyerhold o Maya Plisetskaia. Mientras, en el París de
Triolet, a lo mejor se pasaban a cenar Picasso o la tropa surrealista
con Breton al frente, el poeta Pablo Neruda y Albert Camus o Henri
Matisse, que la retrató.
Un
documento al que ha tenido acceso EL PAÍS, perteneciente al Archivo
Lafuente especializado en vanguardias a nivel mundial, muestra un
ejemplar de Pro eto. Yei i mne (Sobre esto. Para ella y para mí)
autografiado por Brik. Se trata del poemario que compuso Maiakovski a la
amante que lo inspiró durante años pese a estar casada con el crítico
Osip Brik. El ejemplar lleva una dedicatoria de esta, encargada por su
hermana.
Ambas
fueron agitadoras de causas, hoy, poco halagüeñas. Mantuvieron hilo
directo con la cúpula revolucionaria. Stalin no las tocó un pelo. Ni su
condición de judías puso en contra al líder que además de sátrapa y
genocida era antisemita. Sabían jugar sus cartas y al tiempo que
defendían los valores revolucionarios, protegían a disidentes como
Pasternak o Alexandr Sholzhenitsyn. No predicaban con el ejemplo. Antes
que una trinchera, preferían cubrirse de perfumes caros y bolsas de las
mejores tiendas de moda. Pero congregaban y agitaban. Conseguían fondos,
diseñaban estrategias y alianzas junto a la propagación de las
consignas. Según Jean-Noël Liaut, autor de una biografía conjunta de
ambas publicada en España por Circe, “fueron una mezcla de encanto,
inteligencia, talento y… ¡oportunismo!”.
La vanguardia rusa en la colección Lafuente
Más
de un millar de documentos, fotografías, publicaciones y carteles
componen la colección del Archivo Lafuente en Cantabria. El poder de la
imagen fue fundamental en el periodo revolucionario, de ahí que la
fuerza de carteles diseñados por artistas de diversos campos de
vanguardia resultara uno de los activos del cambio. Las casi 400
publicaciones de la colección pertenecen a los años que van de 1912 a
1940. “Representan tres importantes etapas en la producción editorial
del país: el arte previo a la Revolución (1912-1917), los primeros años
del constructivismo ruso (1918-1924) y el arte al servicio del régimen
de Stalin (1925-1940)”, afirma José María Lafuente, dueño del archivo
que se ha aliado con el Museo Reina Sofía para desarrollar una sede
conjunta en Santander. “El estudio cronológico de los libros de
vanguardia rusa da testimonio del entusiasmo motivado por la
experimentación durante la década de 1910, el idealismo utópico de los
años post-revolucionarios y, finalmente, el poder militar y la opresión
del régimen de Stalin”.
Con sus contrastes: “Lili era muy lista, espabilada como un zorro, sin
cortapisas morales.
No
hay que olvidar que Osip, su marido, fue miembro de la checa. Seguían
sus propias reglas”, afirma el autor del libro. Y mantuvieron relaciones
abiertas en un pacto que duró hasta el fin de sus días. Tan, tan
abiertas que en el caso de Maiakovski, el poeta llegó a tener habitación
propia en casa del matrimonio para que Lili, sobre todo, pudiera
controlar cómo y cuánto creaba.
La
memoria y la influencia después de su muerte, incluso habiéndose
desviado de los principios ortodoxos de la revolución, no hubiese sido
la misma de no quedar todo al cuidado de los Brik: “Ella luchó como una
tigresa para proteger su memoria, escribió incluso a Stalin, algo con lo
que arriesgabas tu vida, como todo el mundo sabe. Hasta el día de su
muerte, 48 años más tarde, fue el mejor apoyo de Maikovski fuera de la
URSS. Se convirtió en su responsabilidad y nunca lo traicionó en ese
aspecto. Claro que resultaba muy halagador para una mujer así pasar a la
Historia como musa eterna”, dice Liaut.
Así la definió Neruda. Pero alargando el foco y extendiéndolo a buena
parte de los creadores revolucionarios. Fue el caso también de su
hermana Elsa.
Maiakovski
fue su gran amor, pero se vio incapaz de competir contra Lili por él.
El poeta no pasó de considerarla más que una buena amiga. No tanto
Gorki, que fue su mentor literario. Ni Louis Aragon, con quien
finalmente se casó. La carrera en las letras de Elsa resultó un hito.
Más, al no ser forjada en su lengua materna, sino en francés. A su
primera novela, Buenas noches, Teresa, le siguieron
En
Tahití, mezcla de autobiografía y ficción, El caballo blanco y su
consagración: El primer enganche cuesta 200 francos, con la que
consiguió el Goncourt. Alternó la literatura con el periodismo porque
poco después, el periódico Les Lettres Françaises la envió a cubrir el
proceso de Núremberg contra los criminales de guerra nazis.
Las hermanas mantuvieron contacto constante.
Los
viajes de la pareja Aragon-Triolet a Moscú fueron frecuentes ya que el
poeta, además, era uno de los iconos de apoyo soviético en Europa. Lili
Brik aprovechaba la residencia en París para pasar temporadas sin que
tuviera jamás problemas de visado para abandonar Moscú. En los
documentos del archivo Lafuente, dejan huella de su importancia en mitad
de todo ese magma que de este a oeste, para bien y para mal, impregnó
la cultura de todo un siglo.
AFP/Getty Images AFP AFP/Getty Images
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