En 2008 se firmó la primera carta de acuerdo sobre la Iniciativa
Mérida, a través de la cual el Congreso de Estados Unidos habría de
apoyar la lucha del Estado mexicano contra el narcotráfico y el crimen
organizado. ¿Qué ha pasado con esos cuantiosos apoyos? Veamos.
Primero. El primer propósito era “afectar la capacidad operativa del
crimen organizado”. Para ello, el Congreso de Estados Unidos donó
“cuatro aeronaves de vigilancia marítima CASA 235, valuados en 50
millones de dólares cada uno, fueron entregados a SEMAR y una aeronave
de vigilancia Dornier 32, valuada en 21 millones de USD, fue entregada a
la Policía Federal”, de acuerdo con el boletín oficial de la embajada
de Estados Unidos en México.
Resulta que sobre la aeronave de vigilancia Dornier 32, de acuerdo
con la solicitud de información con folio 0001300060317, “no se cuenta
con registro de lo solicitado en las actas de entrega y recepción de los
Comisionados Generales de esta Policía Federal, toda vez que de
conformidad con el artículo sexto del Acuerdo que establece las
disposiciones que deberán observar los servidores públicos al separarse
de su empleo, cargo o comisión, para realizar la entrega recepción del
informe de los asuntos a su cargo y de los recursos que tengan
asignados, los documentos e información que se agreguen al acta entrega
recepción, deberán circunscribirse a los aspectos más relevantes de la
entrega, debiendo presentarse en forma concentrada y global por los
titulares de las dependencias y entidades, y en forma analítica por los
servidores públicos obligados”. ¿En verdad una aeronave de vigilancia
valuada en 21 millones de dólares estadunidenses no es relevante?
Segundo. Según la embajada de Estados Unidos “se estableció un
sistema fronterizo de telecomunicaciones seguro entre 10 ciudades
hermanas de Estados Unidos y México valuado en 13 millones de dólares.
Este sistema proporciona a las fuerzas de seguridad pública en ambos
lados de la frontera la capacidad de solicitar e intercambiar
información referente a investigaciones criminales activas”.
¿Qué ha pasado con ese sistema? La PGR respondió: “Considerando que
el contenido de su solicitud resulta genérico, no se desprende el tema,
materia o asunto sobre el que versa su requerimiento, aunado a que no se
logra advertir a qué documentos preexistentes quiere usted acceder. Por
ende, y a efecto de que esta Procuraduría esté en aptitud de atender su
solicitud, así como con el objeto de allegarse de mayores elementos, se
le requiere que indique: El ‘Documento’ generado por esta Institución
que requiere. O bien, proporcione mayores elementos que faciliten la
búsqueda” (folio 0001700043715).
Y la Secretaría de Gobernación: “Las solicitudes de acceso deben
contener la descripción clara y precisa de los documentos que se
solicitan así como cualquier otro dato que propicie su localización, por
lo que si los detalles proporcionados no bastan para localizar la
documentación o son erróneos, la Unidad de Enlace podrá requerir que se
indiquen otros elementos o se corrija la solicitud, con objeto de
facilitar la búsqueda requerimos: identificar el documento que requiere o
aportar otro elemento que permita realizar una búsqueda más
específica” (folio 1700100049117). Gobernación dio esta respuesta aun
cuando se le proporcionó el dato respecto del acuerdo y el boletín de la
embajada estadunidense. Si la dependencia aplicara un mínimo de sentido
común, no podía haber duda.
Al inquirir respuestas a la Secretaría de Comunicaciones y
Transportes, ésta dijo: “Al respecto, se informa que esta Secretaría de
Comunicaciones y Transportes no tiene competencia para tramitar su
Solicitud de Información, por lo que sugiere dirigir la solicitud a la
Secretaría de Gobernación o a la Procuraduría General de la República”
(folio 0000900033115).
En suma, nadie vio, nadie supo qué pasó con ese sistema. Si no se
“localizó”, menos aún es posible saber cuáles fueron sus resultados.
Como hipótesis, no sería descabellado considerar la posibilidad de que
el referido “sistema fronterizo de telecomunicaciones seguro” haya
quedado en manos de algún funcionario para fines de lucro mercantil,
político o delincuencial.
Tercero. Conforme al Acuerdo firmado y el boletín oficial de la
embajada estadunidense, se donaron al gobierno mexicano “nueve
helicópteros UH-60M Blackhawk que fueron entregados, tres a la Marina
mexicana (SEMAR) y seis a la Policía Federal. Estas aeronaves han sido
una ayuda invaluable para confrontar a las organizaciones criminales que
de otra forma habrían usado a su favor la poca accesibilidad del
terreno para operar con impunidad”.
Y la misma interrogante: ¿dónde están esas carísimas aeronaves? Las
destinadas a la Marina llegaron y están en funcionamiento. Pero al
preguntar por las seis aeronaves a la Policía Federal, la respuesta fue
en estos términos:
“Se hace de su conocimiento que a través del programa ‘Iniciativa
Mérida’, fueron donados a esta Institución Policial, 06 helicópteros
marca Sikorsky modelo UH-60M, tipo Black Hawk, por el Gobierno de los
Estados Unidos de América mismos que se encuentran registrados en el
inventario de bienes de este Órgano Administrativo Desconcentrado”
(folio 0413100015315).
Esta solicitud fue hecha en 2015. Al hacerla de nuevo en 2017, la
respuesta fue: “No se cuenta con registro de lo solicitado”. Visto así,
resulta grave lo que pasa en México, pero no lo es menos que el Congreso
de Estados Unidos no lleve seguimiento de lo que se hace con los
impuestos de sus contribuyentes. ¿En verdad no les importa a los
ciudadanos del país del norte contribuir involuntariamente a enriquecer,
aún más, a funcionarios del gobierno mexicano? Es posible pensar que
buena parte de esos donativos no fueron destinados a los objetivos
esperados, sino a los negocios de algunos altos funcionarios. Seguiremos
con el tema.
ernestovillanueva@hushmail.com
Este análisis se publicó el 28 de enero de 2018 en la edición 2152 de la revista Proceso.
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