Arte y Tiempo
Raúl Díaz
El llamado cuarto poder, es decir, el peso que la prensa y algunos periodistas tenían sobre la vida pública nacional, aparecía como realmente importante allá por la mitad del siglo pasado y décadas posteriores. Lo que no se decía públicamente, aunque se sabía, era que ese cuarto poder era producto de la corrupción y la complicidad de los gobernantes en turno, los grandes medios de difusión y quienes en ellos escribían.
Auténticas fortunas y auténtico poder acapararon al amparo del gobierno personajes carentes de toda ética y dignidad cuyos nombres se conocen, pero no vale la pena repetir. Su pluma mercenaria callaba o publicaba únicamente lo que sus amos ordenaban. Esa época del periodismo mexicano es vergonzosamente real.
De eso se ocupa en su obra A ocho columnasalguien que sirvió y se sirvió del régimen establecido, Salvador Novo. Conociendo perfectamente las entrañas del monstruo, puesto que vivía en sus entrañas, Novo tuvo la valentía o el cinismo (no me detendré a dilucidarlo), de denunciarlo en esta obra que, con gracia, desparpajo y mucho filo, pone al descubierto cómo operaba (y desgraciadamente, en cierta forma, aún opera) la gran prensa y su enorme estela de corrupción. El talento del gran maese satírico Salvador Novo no está a discusión.
La trama es sencilla, se trata de desprestigiar y quitar toda credibilidad a un médico honrado y de reconocido prestigio profesional que pone en entredicho medidas del gobierno pero al que no le encuentran cola que pisar. Casualmente, a un joven e ingenuo aspirante a reportero de El Mundo,El mejor periódico de México, le concede una entrevista en la que sale a luz un detalle que, tergiversado y perversamente manejado, puede servir a sus enemigos.
Y eso es exactamente lo que hacen El Mundo sus personeros, y otro aspirante a periodista, sólo que éste no es nada ingenuo y sí está corroído por la ambición y el deseo de figurar y gozar de la vida social, el dinero y el poder. Las consecuencias son por demás predecibles. Nada del otro mundo como dramaturgia, pero sí de una enorme efectividad y, aunque estrenada en 1956, por desgracia vigente en periódicos como El Mundo y quienes en ellos lucran, perdón, escriben.
La atinada dirección es de Fernando Bonilla y gran trabajo actoral de Luis Miguel Lombana, perfecto en su cinismo; Sophie Alexander Katz, deliciosa en su cursilería; Pedro de Tavira, despreciable en su arribismo; Alondra Hidalgo y José Carriedo, grises con exactitud, y con menos fortuna porque se quedó en el estereotipo, Arnoldo Picazzo.
A ocho columnas no puede dejar de verse, de jueves a domingo, en el teatro Orientación.
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