Las niñas y mujeres indígenas y campesinas de Guatemala son el último eslabón
Carolina Vásquez Araya
Doña Juana Ramírez
Santiago era una autoridad en su pueblo. Desde joven había comprendido
su misión y había dedicado su vida a ayudar a otras mujeres como ella:
marginadas, campesinas e indígenas privadas de servicios adecuados de
salud y carentes de oportunidades para adquirir los conocimientos
necesarios que les permitieran alcanzar una adecuada calidad de vida.
Doña Juana era una de las más de 20 mil comadronas guatemaltecas cuya
labor es proporcionar un entorno saludable a las mujeres en el proceso
de embarazo, parto y lactancia.
Consciente de los obstáculos
enfrentados por su comunidad para tener acceso a los servicios de salud
en el área rural, doña Juana dedicó sus esfuerzos a compartir y aplicar
sus conocimientos, salvando la vida de muchas madres gestantes. A
sabiendas de que el entorno cultural y social de las comunidades más
alejadas de los centros urbanos es profundamente hostil para las niñas,
adolescentes y adultas, usualmente privadas de acceso a la educación y
sujetas a la autoridad patriarcal, ella se convirtió en una activa
defensora de las mujeres de su etnia, ya que los escasos recursos
disponibles para gozar de servicios de salud adecuados en la mayoría de
aldeas y caseríos indígenas representa una seria amenaza y es causa de
muertes maternas evitables, una de las más elevadas en América Latina y
el Caribe.
Es allí en donde el papel de las comadronas resulta
esencial. Sin embargo y pese a la trascendencia de su papel en atención
sanitaria para comunidades alejadas de los centros urbanos, han debido
soportar innumerables obstáculos cuando entran en contacto con algunos
de los centros de salud del sistema estatal al acompañar a sus
pacientes, debido a la barrera cultural entre el personal ladino no
suficientemente entrenado para comprender ciertos usos y costumbres
-como la necesidad de las mujeres indígenas de mantener su traje típico
durante el proceso del parto, hablarles en su idioma y respetar su
intimidad- lo cual consideran opuesto a las normas establecidas.
En este ámbito trabajaba doña Juana y, por su liderazgo en el seno de
su comunidad, se había convertido en una voz importante y una
protagonista activa en los programas de desarrollo y en la defensa de
los derechos de las mujeres ixiles. Quizá no habrá mayor repercusión
pública de su importante labor humanitaria, quizá nunca se conozca en
detalle la trayectoria de esta lideresa indígena por pertenecer a uno de
los sectores más abandonados de la sociedad guatemalteca. Pero la
recordarán con respeto y admiración quienes conocieron el alcance de su
misión.
Cuatro balazos fueron suficientes para derribar a doña
Juana Ramírez Santiago, fundadora de la Red de Mujeres Ixiles. Quizá los
asesinos no sabían a quien eliminaban. Quizá solo recibían órdenes de
otros, dedicados con furia a exterminar a toda voz disidente, a todo
opositor de un régimen de represión política y social. Lo que sin duda
ignoraban es que a doña Juana no lograron callarla porque su pensamiento
y sus ideas desde hace tiempo echaron raíces en su comunidad, una de
las más golpeadas por el exterminio y la represión durante el prolongado
conflicto armado interno.
En Guatemala, ser activista en pro de
los derechos humanos y por la protección del ambiente equivale a
colocarse directo en el centro de la diana. Más de 20 líderes
comunitarios han sido asesinados en lo que va del año y el escenario
actual permite suponer que la represión contra este importante sector
continuará mientras las instituciones garantes de la justicia no actúen
de manera firme, tal y como lo manda la Constitución.
Blog de la autora: www.carolinavasquezaraya.com
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