10/02/2018

Censura y tergiversación en el periodismo dominante ante la matanza de Tlatelolco

El 68 a medio siglo
Anticomunismo exacerbado


Los medios de comunicación de México no recogieron en sus páginas y noticiarios el registro de los sucesos históricos de 1968. Silenciaron la tragedia de Tlatelolco. O la tergiversaron, uniformando las versiones oficialistas, por consigna o por convicción.
De ahí que la escritora Rosario Castellanos, una de las ensayistas más prolíficas de la época, asentara en su famoso poema, que quedó inscrito en piedra, en la Estela de Tlatelolco que se erigió 25 años después:
Al día siguiente nadie. La plaza amaneció barrida; los periódicos dieron como noticia principal el estado del tiempo.
Un botón de muestra: el periódico El Día, el 3 de octubre, tituló: La tropa fue recibida a balazos por francotiradores. Y El Universal: 29 muertos y más de 80 heridos en ambos bandos. Ese fue el tono de la cobertura periodística de esa fecha en los principales diarios de la ciudad. Choque de dos bandos, enfrentamiento, fuego cruzado. La responsabilidad del presidente Gustavo Díaz Ordaz y del Ejército –con su famoso Batallón Olimpia– fue encubierta.
Un cronista de Excélsior, ubicado en el tercer piso del edificio Chihuahua, en Tlatelolco, desde donde se pudo observar la magnitud del ataque contra la multitud, sólo registra heridos: tres policías de la judicial y tres de la federal de seguridad. Y el general José Hernández Toledo, grave. Diez días después la misma prensa reportaba el excelente estado de salud del militar, ya recuperado de un balazo que recibió en un glúteo; es decir, un disparo por la retaguardia.
Ninguno de los que cubrían la nota de la manifestación de estudiantes esa tarde mencionaron a los civiles muertos que oscurecían la explanada. Pero sí reportaron que se veían ametralladoras, pistolas 45 mm, calibre 38 y 9 mm. Sostuvieron que fueron descubiertos temibles arsenales.

Correr, como en una pesadilla
El relato más vivo y fiel de la masacre del 2 de octubre se publicó en uno de los periódicos más conservadores bajo la pluma de María Luisa La China Mendoza, en su columna La O por lo redondo: “[…] vi mujeres jóvenes y viejas, hombres maduros, muchachos de suéter, niños y bebés en brazos, correr, correr, como en una pesadilla. Los oí gritar y oí las balas y las vi cruzar el aire, coloradas, y traspasar las paredes de los departamentos”. Ella sí reportó los muertos, uno tras otro en fila, en el suelo, tapados con las pancartas inútiles, empapados bajo la lluvia pertinaz que duró dos horas.
Pese a que los periódicos de la época se plegaron a la censura y el autoritarismo que regía la relación entre la prensa y el poder, durante décadas el público acudió sin cesar a la Hemeroteca Nacional a revisar los ejemplares de aquellos días. La prensa del 68 fue consultada constante e indiscriminadamente, tanto, que en muchos casos se llegó a la destrucción absoluta de los ejemplares, asienta el prólogo de un magnífico tomo que la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y la Biblioteca Nacional publicaron en 1998 con copias facsimilares de más de 600 registros de notas de prensa, ­primeras planas y páginas de opinión de los seis principales periódicos de aquellos años: El Día, Excélsior, El Heraldo de México, Novedades, El Sol de México y El Universal. 1968, Antología Periodística fue coordinada por Aurora Cano Andaluz.

Comunistas, rojillos
FotoEl movimiento estudiantil que marcó la agenda social y política de aquellos meses fue visto por la mayoría de los periodistas de la época a través del prisma de un exacerbado anticomunismo: Manos extrañas en los disturbios estudiantiles, cabeceaba una nota Excélsior. Agitadores rojos instigan los disturbios: Novedades.
▲ Aspecto de una exposición sobre la matanza del 2 de octubre de 1968. Imagen de archivo.Foto Marco Peláez
El Sol llenaba de epítetos al movimiento universitario: Motineros, azuzados por agitadores de etiqueta roja, principalmente extranjeros; peones del ajedrez del marxismo-leninismo, apóstoles del odio y la anarquía.
Hacia agosto, la polarización se extremó. El discurso del presidente Gustavo Díaz Ordaz, en el que aseguraba tener la mano tendida para el diálogo, fue elogiado. Unos, como Agustín Barrios Gómez, en El Heraldo, se congratulaban de la intervención del Ejército y secundaban la versión de una conjura internacional.
En el bando contrario, principalmente desde las páginas de opinión de Excélsior, donde hacía pocos meses había asumido la dirección el entonces joven Julio Scherer García, sus plumas principales intentaban un sensato punto medio. Alejandro Gómez Arias, Froylán López Narváez y Francisco Martínez de la Vega exhortaban al diálogo. Francisco Carmona Nenclares, pedagogo y filósofo refugiado español, describía como lógico y legítimo el movimiento estudiantil: Una crisis de crecimiento, un estirón.
El 27 de agosto, cuando los jóvenes marcharon desafiantes al Zócalo y alguien izó la bandera de huelga, se generó un ataque de histeria en algunas redacciones. “Profanaron el asta de la insignia patria, invadieron la catedral, tapizaron el Palacio con la efigie del Che. A medianoche el Ejército puso fin a la batahola”, cabeceó El Sol.
La intelectualidad tenía que pagar desplegados para hacer oír su voz, opuesta al uso de la fuerza. Sostenían: La agresión no es el lenguaje de un régimen de libertades.
El novelista Ricardo Garibay, quien ya había escrito Beber un cáliz y dos libros de cuentos, elogió el 10 de septiembre a los estudiantes en huelga, algo que era tabú en la prensa de esos momentos: su movimiento, sostuvo, es legítimo y ha dado ya excelentes frutos, como la creciente politización de vastas masas populares y clase media.
Y Pablo González Casanova, en aquella época director del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM, refería que el movimiento estudiantil ha comprobado, ante sus propios ojos, la importancia que tiene en esta etapa histórica de México la lucha cívica.
El día ominoso de la ocupación militar en la UNAM, el 18 de septiembre, El Universal entrevistó al presidente del Movimiento Universitario de Renovadora Orientación (MURO), Manuel Alonso Aguerrabere, quien dijo que los líderes estudiantiles son terroristas apátridas que merecen ser capturados.
El Día publicó un desplegado firmado por 200 creadores, crítico de la ocupación militar de la UNAM. Firman, entre otros, Juan Rulfo, Carlos Monsiváis, Rosario Castellanos, Manuel Felguérez, Juan García Ponce, Efraín Huerta, Alejandro Aura, Olga Costa y Fanny Rabel.
El 2 de octubre, por la mañana, los diarios celebran la salida de los soldados de la UNAM. Por la tarde, la matanza.
A la mañana siguiente, 3 de octubre, no habrá notas ni crónicas que reflejen el horror en la Plaza de las Tres Culturas. Sólo Rosario Castellanos acusa recibo de la censura, en su Carta a los Reyes Magos; el rumor vence a la verdad, publicada el 4 de enero de 1969, después de que varias de sus entregas semanales en Excélsior no se publicaron: Me atrevo a solicitarles a ustedes (a los míticos reyes) una ­ex­pli­cación: ¿Qué ha pasado aquí? ¿O es que no ha pasado nada? ¿Se puede llamar democrático al régimen en cuya cúspide reina el misterio y en el que la verdad es patrimonio de unos cuantos privilegiados? Lo cierto es que el silencio de la prensa en el 68 mantuvo a las generaciones siguientes en la oscuridad.

Blanche Petrich 
Periódico La Jornada
Lunes 1º de octubre de 2018, p. 12

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