En nuestra entrega anterior
aludíamos a la conjunción, en 2002, del Plan Puebla-Panamá y el Comando
Norte del Pentágono como parte de un proyecto geopolítico y de
seguridad nacional de Estados Unidos, que merced a la
doctrina Castañeday la
cesión inteligente de soberaníaque la administración de Vicente Fox habilitó en el sur-sureste de México como un
espacio vital(Lebensraum) a ser conquistado, ocupado y dominado por la hegemonía del sistema capitalista, con su lógica perversa: la producción de riqueza para las corporaciones trasnacionales y el despilfarro y la consecuente destrucción del medio ambiente.
Cabe abundar en que más allá de sus componentes militar
(contrainsurgencia y la localización de recursos bióticos apetecidos por
la industria armamentista para la fabricación de armas biológicas) y de
control migratorio (el Plan Puebla-Panamá como primer
murode contención de migrantes centroamericanos que intentaban llegar a la meca del capitalismo), el Comando Norte y el PPP fueron diseñados como parte de un proyecto destinado a lograr el dominio sobre zonas biológicamente megadiversas en el traspatio subordinado del imperio.
Por esos años, Norman Myers había clasificado a América Latina como el
epicentro de la biodiversidad mundial, porque conjuga riquezas terrestres y marinas que la ubican como la principal reserva de bosques tropicales (más de 60 por ciento de los que aún existen en el mundo) y la segunda reserva marina después de la región de Indonesia. Al respecto, Centroamérica, con sólo 0.4 por ciento del territorio mundial, concentra 7 por ciento de la biodiversidad biológica del orbe y, a su vez, México, con 1.5 por ciento del territorio planetario, alberga entre 10 y 12 por ciento de la biodiversidad del globo.
Se trata de zonas donde se encuentran corredores biológicos y áreas
naturales protegidas que, como en el caso de los Montes Azules, en
Chiapas (zona de influencia zapatista), están habitadas por comunidades
indígenas que han conservado y desarrollado culturas precapitalistas y
cuentan con un conocimiento milenario que ha sido privatizado y
patentado por compañías trasnacionales con la excusa pueril del Banco
Mundial, el Banco Interamericano de Desarrollo y fundaciones privadas
del gran capital, de
conservarlo, con el agregado de que cada corredor implica una homogeneización de las políticas, licencias y demás mecanismos para acceder a la biodiversidad, así como
engancharlos asentamientos indígenas y campesinos para vincularlos a la brevedad al proyecto como mano de obra barata, casi esclava, la famosa ventaja comparativa del Plan Puebla-Panamá.
Hay que recordar que a partir de 2002 y en los años iniciales de la
guerra de contrainsurgencia de Salinas/Zedillo en Chiapas, el Grupo
Savia (Pulsar, de Alfonso Romo, y sus subsidiarias Agrosem y Seminis),
entonces quinto líder mundial en semillas y primero en hortalizas y
frutas, había establecido bajo la óptica neoliberal el Centro
Internacional de Investigación y Capacitación Agrícola en Frontera
Hidalgo, mientras impulsaba un esquema de monocultivo de transgénicos en
esa entidad, muy criticado por sus efectos devastadores en los
ecosistemas, lo que afectó de paso la producción indígena de autoconsumo
y a los pequeños productores.
Hay que desmitificar la idea sobre la preocupación per se
que representan los capitales internacionales y las empresas de capital
mexicano como Pulsar, por defender el medio ambiente. Se trata, más
bien, de una pantalla del proceso de saqueo, biopiratería y explotación
depredadora de los recursos por el gran capital. Según consignó entonces
Gian Carlo Delgado en La amenaza biológica, al final de la
Segunda Guerra Mundial, en el marco de Bretton Woods, el secretario del
Tesoro estadunidense, Henry Morgenthau, señaló que el Banco Mundial fue
el que concibió como parte de un mundo
en el cual el comercio y la inversión puedan ser realizados por empresarios operando bajo principios empresariales. No parece casual que medio siglo después, bajo la hegemonía de EU, el Banco Mundial estuviera metido hasta las orejas en los planes privatizadores del sur-sureste de México, cuando el país era administrado por
un gobierno de empresarios para los empresarios(Fox dixit).
Eso era en parte lo que explicaba la vasta proyección de fuerza
militar estadunidense sobre áreas ecológicas relevantes del sur-sureste
de México y Centroamérica, que abarcaba al Corredor Biológico
Mesoamericano, donde se aplicaba el Plan Puebla-Panamá (y sus
posteriores cambios de nombre a Iniciativa Mesoamericana con Felipe
Calderón y luego a Zonas Económicas Especiales, bajo el mandato de
Enrique Peña Nieto).
Otro aspecto clave, junto con el fracasado proyecto del aeropuerto en
San Salvador Atenco, era el eje Coatzacoalcos-Salina Cruz. Ambas
terminales marítimas, ubicadas en el Golfo de México y sobre el Océano
Pacífico, respectivamente, son a su vez los dos polos del Istmo de
Tehuantepec, cuya importancia geopolítica, derivada de su
excepcionalidad como potencial puente comercial interoceánico, fue de
forma tempranera destacada por Hernán Cortés en sus cartas al emperador
Carlos V. En torno de ese corredor transístmico, los tres últimos
gobiernos mexicanos y sus patrocinadores foráneos han pretendido erigir
una zona económica exclusiva al servicio de las corporaciones
trasnacionales.
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