En México va corriendo
la novedad de las disculpas oficiales. Ya son varios los
acontecimientos que han merecido la postulación de palabras, a nombre
del Estado mexicano, en solicitud de la benevolencia de familiares o
afectados por actos criminales que no cometió el actual gobierno.
El problema de fondo es, sin embargo, que más allá de los sentidos
discursos y las dolidas imágenes gráficas del momento no hay procesos
verdaderos de reparación de las zonas de catástrofe de ese Estado
mexicano. Mucho menos, los adecuados castigos a los culpables de algunos
de esos actos seleccionados para fortalecer la política sexenal de la
amnistía, el perdón, el olvido.
Diariamente se producen declaraciones de funcionarios de diversos
niveles que relatan con detalle la manera en que fue saqueada la
corrupción. La película de la corrupción nauseabunda es exhibida en
colores vivos y descriptivos, pero sin castigo proporcional. Bueno, en
realidad, casi siempre sin castigo. Baste recordar que se mantiene la
impunidad de los militares que asesinaron y difamaron a dos estudiantes
de excelencia del Tec de Monterrey a las puertas de la matriz regiomontana, acusándolos de ser narcotraficantes
armados hasta los dientes. Pero, eso sí, el Estado mexicano ya ha ofrecido las más puntuales disculpas.
Ahora, el tema ha llegado al rey de España y al Papa. Desde Tabasco,
antes de iniciar la conmemoración de la batalla de Centla, conmemorativa
de los
500 años de la batalla de los españoles contra la resistencia de los mayas-chontales, el presidente Andrés Manuel López Obrador precisó la exhortativa hecha para que se reconozcan los abusos cometidos por los españoles a partir de la conquista de lo que ahora es México. Y, desde luego, que ese reino hispano se disculpe, al igual que el Papa: la espada y la cruz como instrumentos de dominio.
Visto en lo general, el planteamiento tiene sustento, a la luz de los
múltiples crímenes cometidos en su momento por aquellos conquistadores o
invasores. Ya en lo particular, hay una corriente de pensamiento que
proclama que no deben juzgarse los hechos del pasado a la luz de los
criterios actuales. Sin embargo, el gobierno mexicano cree indispensable
la revisión histórica y la petición española de disculpas, para dar
paso al 2021 (año de elecciones intermedias en México) como el año de la
gran reconciliación.
En 2021 se cumplirán 500 años de la caída de Tenochtitlán y 200 de la
consumación de la independencia mexicana, siendo esta la primera de las
tres transformaciones que la narrativa obradorista proclama, para
asumir los tiempos en curso como secuencia en cuarto tiempo. No debe
perderse de vista que, con esta exigencia de reivindicación a los
pueblos originarios de México, AMLO busca ponerse al frente de
exigencias cuando menos históricas que hasta ahora han enarbolado los
grupos de la izquierda social (neozapatismo, Congreso Nacional Indígena y
grupos defensores de la tierra y los pueblos, como Huexca).
Como era de suponerse, la solicitud andresina de disculpas regias y
papales provocó rechazo en las instancias hispanas. El gobierno español
se ha declarado tajantemente adverso a la exigencia mexicana. En el
propio México, la postura de López Obrador ha caído en el cuenco de
ácido de las opiniones polarizadas.
Para ser congruente, el ajuste solicitado por Palacio Nacional desde
hace un mes, respecto a los abusos españoles del remoto pasado, debería
actualizarse con acciones de gobierno que frenen y atemperen los
actuales abusos de capitales hispanos en diversas actividades
económicas, entre ellas la hotelera y, en particular, la bancaria.
Además, ya entrado en gastos y si tal va a ser el criterio de la
diplomacia revisora, México debería exigir disculpas a los países que lo
han invadido, como Francia y Estados Unidos y, en especial, a las
administraciones que han ofendido a México, como la encabezada por
Donald Trump.
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