Miguel Lorente Acosta
Brenton Tarrant,
el asesino que ha acabado con la vida de 50 personas y ha herido a 36
en el atentado que ha llevado a cabo contra dos mezquitas en Nueva
Zelanda, es un “hombre blanco y hetero”. Puede parecer
algo anecdótico o secundario, pero no lo es, hasta el punto de que él
mismo se ha encargado de recogerlo en su manifiesto al definirse como “un hombre blanco normal”.
“La realidad no un accidente, es un resultado”, con
frecuencia insisto en esta idea para hacer ver que muchas de las
agresiones y homicidios que se producen son consecuencia de elementos
estructurales y de un contexto violento que se mantiene en el tiempo alimentado a diario por el odio.
No son “hechos aislados” o consecuencia de circunstancias y factores
individuales que actúan de manera puntual en un momento dado,
indudablemente, al final en cada uno de los casos hay elementos
individuales y elementos del contexto que influyen en la forma de
llevarlos a cabo, pero no son la causa de esos homicidios.
Los asesinatos de Brenton Tarrant son un crimen islamófobo y racista,
pero no podemos olvidar que han sido planificados desde una posición de
ultraderecha basada en ideas supremacistas que parten de la base de que hay determinadas personas que por su condición son superiores a otras,
y que, en consecuencia, sus ideas, creencias y valores están por
encima de las del resto. Esa es la razón que lleva a que cuando deciden
que ellos, por su condición, son los que tienen la
capacidad para desarrollar determinados roles y funciones nadie
diferente pueda ocuparlos, pues si lo hacen lo interpretan como una
usurpación y un ataque que debe ser contrarrestado.
Este planteamiento es la esencia del machismo al situar, hace 10.000 años, allá por el Neolítico, la condición de los hombres como superior a la de las mujeres, pilar básico sobre el que luego se han introducido otros elementos de discriminación
conforme se iban incorporando personas de diferentes características a
los núcleos de población cada vez mayores y más complejos. La forma de
pensar no ha cambiado en esencia, tal y como se ve en el propio
Europarlamento cuando un eurodiputado como Janusz Korwin-Mikke pide
desde la tribuna que las mujeres cobren menos porque “son más débiles y menos inteligentes”,u
otro eurodiputado, también polaco y de ultraderecha, en este caso
Stanislaw Zóltel, ha insistido recientemente (7-3-19) en el mensaje de
que “hay tareas para hombres y tareas para mujeres”.
Esa idea basada en la condición como referencia para organizarlo todo es la razón de que cada vez haya más perfiles en las redes sociales que construyen sus argumentos desde la referencia de ser “un hombre blanco y hetero”, para así demostrar y reivindicar su condición y presentarla como plataforma superior para lanzar sus argumentos en cada uno de los elementos que la componen:
- Hombre como referencia superior a las mujeres
- Blanco como referencia superior a otros grupos y extranjeros
- Hetero como referencia superior a otras orientaciones sexuales e identidades de género, pues no basta ser “hombre y blanco”, sino que además hay que ser heterosexual, tal y como la cultura patriarcal dice que han de ser los hombres.
Puro machismo. Un machismo que está en la esencia de toda esta construcción, puesto que el machismo es cultura, no conducta.
La cultura que define esas identidades y al mismo tiempo establece las
pautas, formas, espacios… de relación y convivencia en sociedad a través
de lo que consideran que es el “orden social” y las ideas, valores, creencias, costumbres, tradiciones… que lo definen.
Por eso, cuando interpretan que ese orden es alterado se ven en la
necesidad de corregirlo, y de hacerlo con ese doble componente que
imprimen a su conducta: el de castigo y el de lección.
Castigo sobre las personas concretas que entienden
que lo han cuestionado (mujeres, extranjeros, practicantes de otras
religiones, homosexuales, trans…), y lección para el resto en un doble sentido, por un lado, para los grupos diana que pueden sufrir esas agresiones con el objeto de que no se salgan de los roles, espacios, tiempos… asignados; y por otro, para toda la sociedad,
con la idea de que sea consciente de los auténticos valores que le dan
sentido, y de que hay gente que está dispuesta a defenderlos en
cualquier momento.
El machismo está cada vez más organizado y articulado sobre esos elementos nucleares que vinculan la capacidad y el disfrute de los derechos a la condición de las personas,
por eso en una época en la que la Igualdad avanza de forma imparable, y
las mujeres ocupan el protagonismo y el liderazgo de la transformación
social y cultural que se está produciendo, tanto a nivel local como
global, debemos estar pendientes de todo lo que sucede cada día
para erradicar la violencia que ejercen y prevenir los golpes que dan
desde sus posiciones y condición. Algunas de las informaciones
que han aparecido estos días sobre el atentado de Brenton Tarrant lo han
recogido de forma clara, el principal problema que lleva a este tipo de
ataques es la “cultura online que existe, las redes sociales y las webs
sobre asesinos de masas”, justo lo mismo que ocurre con la violencia machista y el odio que se inyecta a diario contra las mujeres con total impunidad.
“El machismo es la ideología de las ideologías”, ya lo escribí en “La trampa del odio fragmentado” (19-6-16)
tras el atentado de Orlando contra gais y lesbianas, por eso conforme
pasa el tiempo y la Igualdad se asienta más, aumenta también la
reivindicación de sus posiciones de poder a través de la exhibición de su condición de “hombre blanco y hetero”… Lo dicho, puro machismo.