¿Existen los privilegios masculinos? La respuesta rápida es que sí. Pero, ¿qué son los privilegios masculinos? ¿Qué diferencias hay entre privilegios y derechos negados? ¿Son voluntarios los privilegios?
“No sé quién habrá descubierto el agua, pero dudo que haya sido un
pez”. Con esta frase, Patricia Leavy apunta en un libro suyo la
dificultad que existe a la hora de percibir objetivamente los
privilegios cuando vivimos inmersos en ellos.
Estos últimos meses
se han ido viralizando discusiones en redes o en los medios sobre el
tema de los privilegios masculinos. Famoso fue el hilo de Facundo Moreno o el más reciente de Nicolás_M0. También golpeó bastante fuerte el célebre Quiz de Beatriz Serrano
para Buzfeed. En las filas del machismo también los privilegios son
mencionados constantemente, pero como ataque: te retan constantemente a
nombrarlos y cuando lo haces te contraatacan con los problemas de los
hombres —“¿cómo vamos a tener privilegios si somos víctimas de suicidio,
de guerras, de homicidios, etc.?”— como si todo fuese una suma-cero y
como si por los costes de la masculinidad los privilegios no existiesen.
Sin embargo, hay que reconocer que el debate sobre los
privilegios sigue siendo complejo y esquivo. La noción de privilegio
sigue estando poco definida y resultaría muy enriquecedor discutir más
detenidamente sobre esto.
¿Existen los privilegios masculinos? La
respuesta rápida es que sí. Existen. Sin embargo, una respuesta más
elaborada nos permite matizar muchas cosas. ¿Tenemos claro qué son los
privilegios masculinos? ¿Qué diferencias hay entre privilegios y
derechos negados? ¿Son voluntarios los privilegios?
QUÉ SON LOS PRIVILEGIOS
Etimológicamente, privilegio se refiere a las leyes privadas (privuslegio)
que ostentan unas personas o grupos de personas. Leyes privadas que se
traducen en una serie de beneficios especiales, unas ventajas sociales
de un grupo respecto a otros.
La forma de justificar esta ventaja
suele estar ligada a una noción de méritos personales (“me lo gané con
el sudor de mi frente”), que convierten las ventajas en una suerte de
derecho merecido. Y quizás por eso la palabra “privilegio” causa tanta
urticaria a los privilegiados. En nuestras sociedades meritocráticas es
difícil entender que muchas de las cosas buenas que nos pasan no
dependen de nosotros, sino de rasgos que no controlamos. Nuestra cultura
individualista nos educa en pensar que el fracaso o los problemas que
tiene alguien se deben a sus malas decisiones o malas actitudes en lugar
de a sus características de género, piel, etnia o sexualidad.
Si entendemos que los privilegios provienen de una serie de rasgos heredados, la lógica capitalista del “sudor de la frente”, el “ganarse el pan” y el “trabajo os hará libres” pierde fuelle
Pero, si entendemos que los privilegios provienen de una
serie de rasgos heredados —y por lo tanto, no voluntarios— que suponen
ventajas en sociedades jerarquizadas en lugar de verlos como resultado
de la meritocracia, el supuesto mérito individual queda en entredicho.
Si vivo bien no tanto porque “me lo he ganado” sino porque tengo una
serie de características estéticas —determinado color de piel, sexo
atribuido coherente con el género, procedencia étnica que pasa
desapercibida, estatus socioeconómico percibido, etc.— y características
sociales —documentos legales, capacidad adquisitiva, accesibilidad
física/cognitiva, orientación sexual aceptada, etc.—, la lógica
capitalista del “sudor de la frente”, el “ganarse el pan” y el “trabajo
os hará libres” pierde fuelle.
QUÉ NO SON LOS PRIVILEGIOS
Ahora
bien, no todo es privilegio. En los hilos de Twitter mencionados más
arriba se intentan listar los que podrían ser los privilegios de los
hombres. Allí se pueden leer cosas como “nos pagan más por hacer lo
mismo”, “podemos salir a la calle sin miedo”, “como camarero nunca he
tenido que aguantar que me toquen en el trabajo”, “no nos ningunean por
jugar a videojuegos”, “no nos echan por pedir la licencia por
maternidad” y un largo etcétera. En el Quiz de Beatriz Serrano aparecen,
en la misma línea: “nunca he sido criticado por el tono de mi voz”, “no
suelen interrumpirme cuando estoy hablando”, “No me suelen pedir que
sonría más”, etc.
Muchos de los privilegios masculinos que suelen
mencionarse tienen algo en común: no resultan privilegios en sí mismos,
sino que se convierten en privilegios cuando a las mujeres se les
niegan derechos como el de un sueldo equitativo, seguridad urbana, no
ser cosificadas sexualmente o no ser desvaloradas a priori.
Peggy
McIntosh, en uno de los textos más célebres en torno a los privilegios
masculinos y blancos (“El privilegio blanco: deshaciendo la mochila
invisible”), habla de que necesitamos herramientas de análisis fino y
claro para entender correctamente qué son los privilegios. Muchos de los
que consideramos “privilegios” son más bien“derechos” que tendríamos
que universalizar. Y esta confusión hace que los mezclemos con esos
privilegios que debemos eliminar por reforzar jerarquías y dar licencia a
los privilegiados para poder seguir alimentando relaciones de
desigualdad.
Muchos de los privilegios masculinos que suelen mencionarse no resultan privilegios en sí mismos, sino que se convierten en privilegios cuando a las mujeres se les niegan derechos
Yo suelo hacer un ejercicio para saber qué es un
privilegio y qué no: ¿Es deseable quitar ese privilegio al privilegiado?
¿No? Entonces no es un privilegio. Un ejemplo: ¿Es deseable que los
hombres pasen también inseguridad en las calles? Entonces la seguridad
no es un privilegio, es un derecho no cumplido en las mujeres. ¿Es
deseable que a los hombres nos deje de salir gratis opinar/tocar/valorar
cuerpos de mujeres? Entonces parece que la impunidad del hombre para
con la interacción no deseada con otros cuerpos sí es un privilegio.
¿La
desigualdad de salarios que hace que hombres cobren más es un
privilegio? ¿Es deseable que el hombre cobre menos? Si la respuesta es
no, más que un privilegio es una discriminación contra la mujer.
¿Es
un privilegio que la voz de los hombres se escuche mucho más que las
mujeres cuando dicen lo mismo? Es deseable que al hombre se le deje de
dar más credibilidad por su autoridad presupuesta. Ojalá se fuese tan
crítico con lo que dicen los hombres como cuando lo dice una mujer. Esa
credibilidad extra sí que es un privilegio.
El problema no es que el hombre camine seguro por la calle sino que la mujer no lo pueda hacer
Los privilegios son elementos que, desde cualquier
pensamiento igualitario, deben eliminarse. ¿Quién puede defender un
privilegio? Por eso, más que considerar como privilegios el caminar
tranquilos, el ser escuchados, el ser valorados o el poder disponer de
nuestro cuerpo quizás debamos considerarlos como derechos fundamentales
que no se están cumpliendo para todas.
Ese desplazamiento
permitiría entender que el problema no es que el hombre camine seguro
por la calle sino que la mujer no lo pueda hacer. Eso también permitiría
que tú (yo), hombre cis hetero, por fin entendiera(mo)s que no te están
echando en cara el no tener miedo, sino el no estar luchando por que
esa tranquilidad de la que disfrutamos sea universal.
En resumen:
¿Hay privilegios masculinos? Sí, por supuesto. Las estructuras sociales
nos valoran más a la hora de hablar —incluso cuando tomamos malas
decisiones—, se nos presuponen habilidades masculinas, somos más
contratables y fiables según el “efecto Jennifer-John” del que habla
Barbijaputa en este artículo,
escalamos más en puestos organizativos debido a las redes informales de
fraternidad, nos podemos ausentar de los trabajos de cuidados, podemos
ejercer violencia cuando queramos y un largo etcétera. Sin embargo, hay
que tener cuidado con confundir con privilegios los derechos básicos que
se les niegan a los grupos oprimidos.
LAS DIFICULTADES DE PERCEPCIÓN
Decíamos
al principio del artículo que resulta muy difícil notar un privilegio
cuando vives desde siempre en él. Michael Kimmel, en su libro Privilegio,
menciona una investigación realizada a jóvenes estadounidenses donde se
les pedía que nombrases una lista de las cinco características más
relevantes en su vida social. En esa respuesta, prácticamente todos los
estudiantes afroamericanos mencionaron el color de piel mientras que
ninguno de los estudiantes blancos hicieron dicha mención. Lo mismo con
la religión: casi todos los judíos y árabes mencionaron su credo,
mientras que sólo el 25% de los cristianos hicieron lo mismo. Casi todos
los jóvenes de orientación sexual no normativa reconocieron esta
condición mientras que ningún joven heterosexual puso su orientación
como relevante.
Existe una dificultad de percepción fundamental. Lo visible suelen ser los límites y barreras que nos frenan, pero no tanto facilidades que tenemos para correr más rápido.
Ojalá me hubiesen sensibilizado con mis privilegios de género tanto como lo hicieron con el tema de la pobreza
Vuestros mayores os habrán dicho mil veces eso de
“cómete todo lo del plato porque no sabes la suerte que tienes por comer
todos los días”. Ojalá me hubiesen sensibilizado con mis privilegios de
género tanto como lo hicieron con el tema de la pobreza. Pero no. Hemos
tenido una muy mala educación en lo que a concienciación de los
privilegios se refiere. Y eso nos pesa a la hora de valorar la suerte
que tenemos de no sufrir determinadas injusticias.
Es
fundamental, pues, la visibilización de la diferencia de acceso a los
derechos más básicos de seguridad y dignidad. Sobre todo, urge el
trabajo constante y temprano de concienciación en los estratos que menos
sufren estas desigualdades. Una mirada rápida por las discusiones en
redes sociales sobre los privilegios permite ver que aún existe un
rechazo enorme de los hombres a la hora de entender que las
desigualdades y los derechos no se reparten de manera equitativa.
Sin
embargo, cuando intentamos señalar los privilegios y las injusticias,
es muy fácil individualizar la responsabilidad y caer en moralismos
éticos. ¿Es siempre cuestión de voluntad el ejercicio de un privilegio?
Gran
parte de los privilegios de los que gozamos son estructurales: mayor
legitimidad de palabra, mayor capacidad de decisión sobre nuestro
cuerpo, menor presión a nuestro físico, etc. Los privilegios no son algo
que se posea individualmente, no son una cosa. Son situaciones de
ventaja en relaciones sociales. Y en ese sentido, para modificarlos, las
acciones individuales no suelen tener mucho efecto. Como decía en otro artículo,
las soluciones individuales a problemas sociales suelen fallar. Y como
decía McIntosh respecto a los privilegios blancos: el racismo no acaba
porque los blancos cambien de actitud. Seguramente se avanza, pero no se
soluciona el problema.
Individualizar los debates en torno a los
privilegios nos hace perder de vista lo estructural de la desigualdad.
Sin embargo, es importantísimo concienciar a los privilegiados de cómo
grupos enormes de población sufren desigualdades de manera continuada.
En última instancia, se trata de caminar por la delgada cuerda de
responsabilizar a individuos sin caer en la culpabilización.