Lorenzo Meyer
El exsecretario de Hacienda (1977-1982), David Ibarra, con el respaldo de su experiencia, fue contundente: al sumarse al neoliberalismo, México ganó en estabilidad económica, pero perdió en crecimiento. Con un incremento del PIB que hoy ronda el cero, con más de la mitad de su fuerza de trabajo en el sector informal, el crecimiento es un imperativo tan urgente como modificar una distribución donde el 10% de la población se lleva el 60% del ingreso. A estas alturas, Ibarra no ve sentido en “seguir de neoliberales cuando éste [modelo] ha perdido el piso y ya es una figura obsoleta”. México debe cambiar e inventar sus propias estrategias de desarrollo (La Jornada, 15 y 16/01/20).
En economía, como en cualquier ciencia social, hay varias corrientes teóricas que se disputan el diagnóstico y solución de los grandes problemas de una realidad nunca bien aprehendida. Uno de tales problemas es cómo lograr que países atrasados recuperen el tiempo perdido y cierren la brecha que les separa de las sociedades punteras en desarrollo. Esta cuestión, de importancia vital para millones, ha dado pie a numerosas propuestas en competencia y conflicto.
En el México del siglo XXI, el gobierno de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) ha planteado poner en práctica lo que sugieren David Ibarra y muchos otros: dejar atrás el neoliberalismo. Ello tiene una clara limitante: tras la desaparición de la URSS no queda alternativa al modo capitalista de producción y el cambio se tiene que dar como una variante de la economía de mercado.
En nuestro caso, sigue sin quedar claro cuál será esa variante que pueda sustituir al proyecto que se echó a andar con Miguel de la Madrid y que se ha tornado tóxico. Carlos Urzúa, también exsecretario de Hacienda, sostiene que, hasta ahora, la política encabezada por AMLO sigue preservando rasgos centrales del neoliberalismo, y que abarcan desde el T-MEC hasta la insistencia en la inversión en energía fósil, (EL UNIVERSAL, 06/01/20). Un economista de El Colegio de México, José Romero (JR), se ha propuesto esbozar en “La herencia del experimento neoliberal” (El Trimestre Económico, enero-marzo 2020, pp. 13-49), una ruta para dar forma a otro modelo económico con más ingenio propio y “menos creencias neocoloniales” (Ibarra dixit).
Se parte de esta premisa: el desarrollo de los hoy subdesarrollados es un asunto demasiado importante como para dejárselo al mercado. Es el aparato de gobierno el que debe impulsar el cambio y reactivar el nacionalismo como disparador de la imaginación mayoritaria para legitimar y hacer tolerables políticas que sacrifiquen el consumo presente en aras de la inversión y del largo plazo. Los recursos de inversión públicos y privados deberán dirigirse a la reindustrialización de México —la planta industrial es fuente insustituible de una base tecnológica realmente propia, (en EU el sector manufacturero representa apenas el 14% del PIB pero genera más del 90% de las patentes)—, y para ello hay que reformular la relación con Estados Unidos y con el esquema creado alrededor del TLC, ahora T-MEC.
Si el T-MEC va a funcionar como el TLC, México seguirá siendo un mero maquilador, pues el 80% de sus importaciones son bienes intermedios incorporados a sus exportaciones. Si al inicio de los 1980, el 60% de las importaciones mexicanas eran bienes de capital para la manufactura, hoy la cifra es un escuálido 10% pues la parte medular de la industria en México no es mexicana. De las 15 empresas armadoras de autos, ninguna es nacional y de las 30 que fabrican autopartes, sólo seis son mexicanas. Como las grandes empresas exportadoras extranjeras suelen utilizar relativamente poca maquinaria y equipo y mucha mano de obra, su transferencia de tecnología es mínima.
La tesis central de Ibarra y de JR es que el enorme esfuerzo que ha significado establecer un nuevo régimen político en México debe aprovecharse no para conformarse con negociar “con éxito” el T-MEC, sino para algo más sustantivo: mexicanizar a México. Y eso sólo se puede hacer desde el Estado, rompiendo inercias, confrontando intereses y movilizado a la base social.
JR considera que el ejemplo asiático da sostén a su propuesta, pero para que esta tenga sentido entre nosotros debe evitarse una de sus características históricas: el autoritarismo que ha caracterizado temporal o permanentemente a muchos de esos éxitos —Japón, China, Taiwán, Corea, Vietnam—, pues de autoritarismo los mexicanos estamos escarmentados y, esperemos, vacunados.
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