Mario Patrón
En días recientes, la marcha
por la Verdad, Justicia y Paz, ha sido motivo de atención para la prensa
de nuestro país. Las exigencias de un alto a la violencia y una mejor
política de seguridad inevitablemente nos hacen recordar al Movimiento
por la Paz con Justicia y Dignidad encabezado por Javier Sicilia, que en
2011 de igual forma exigía un alto a la violencia y, entre otras
medidas, la aprobación de la Ley General de Víctimas. Nueve años
después, la marcha que presenta exigencias similares hace que nos sea
evidente la inefectividad de las respuestas institucionales ante la
violencia y la delincuencia en el país, y despliega la posibilidad de
volver a mirar la emergencia nacional en torno a las víctimas, su dolor y
fragilidad que desde aquel entonces no han hecho más que incrementarse
dramáticamente año con año.
Desde diciembre de 2006, momento en que inició la guerra contra el
narcotráfico, hasta 2019 se tiene registro de poco más de 280 mil
víctimas de la inseguridad por muertes violentas, de las cuáles 141 mil
378 corresponden al periodo 2015-2019. La tasa de homicidios y
feminicidios entre 2015 y 2019 aumentó 87.4 por ciento. En 2018 se tuvo
registro de 24.7 millones de víctimas de delitos, lo cual es una cifra a
la baja, pues sólo se denunciaron 10.6 por ciento de los delitos, y
peor aún, sólo en 6.8 por ciento del total se inició averiguación previa
o carpeta de investigación, es decir, se trata de un subregistro.
Al universo de las víctimas del delito, tendríamos que sumar el
propio de las víctimas de violaciones a los derechos humanos. De acuerdo
con los registros oficiales en 2018 se estiman 158 mil 758 hechos
presuntamente violatorios de derechos humanos. Sólo en materia de
desaparición, a la fecha se tiene registro de 61 mil 637 personas
desaparecidas en el país.
No hay duda que si vivimos en un México ensangrentado, igualmente
vivimos en un país con millones de personas que han sido víctimas de la
violencia, ya sea entre particulares, por parte del crimen organizado,
o, peor aún, víctimas de la propia violencia del Estado. Esta afirmación
debería llevar implícito que las estrategias y políticas relacionadas
con el combate a la inseguridad tendrían que poner en el centro a
aquellas personas que ya se han visto agraviadas por la violencia
generalizada.
Hoy en México calificar a una persona como
víctima, no lleva consigo una intención estigmatizante sino la necesidad de caracterizar una condición que conlleva una dimensión jurídica, en reconocimiento de la cual se deberían habilitar distintos derechos, pero, sobre todo, obligaciones de las instituciones del Estado para atender y acompañar a las personas, precisamente porque tienen la calidad de víctimas.
La numeralia referida arriba nunca logrará, sin embargo, expresar la
estremecedora realidad que viven las víctimas diariamente. Actualmente
podemos afirmar que de manera generalizada las víctimas están
abandonadas en México. Si bien es cierto que hay esfuerzos relevantes
que se están construyendo en el país alrededor de un sistema nacional
forense, de la Comisión Nacional de Búsqueda de Personas Desaparecidas,
de la ideación de registros no sólo más honestos, sino que también
ayuden a decantar la profundidad de la realidad; todos ellos son apenas
pasos iniciales que deben madurar y consolidarse como una política de
Estado que realmente pueda estar a la altura de las dimensiones de la
tragedia que vive nuestro país.
Poner en el centro a las víctimas significa tener plena conciencia de
cuál es la obligación de Estado frente a un hecho de violencia y luego
frente a las personas que lo padecen, pues su vida se ve fracturada en
un antes y un después, tal como apunta Arturo Aguirre (2016: 47):
se trata del daño ocasionado a, en, contra un ser singular, irrepetible en su existencia, localizable en su espacio, vulnerado en su ser expuesto. Sólo a partir de ello, se puede entender un gran paquete de necesidades de índole humana frente a la violencia, como es la atención a la salud y la rehabilitación, entre otros muchos; pero, ante todo, la necesidad de que exista justicia, verdad y reparación.
El 99 por ciento de los delitos denunciados en México no se
investigan, ese es nuestro déficit inicial frente a las víctimas. La
pregunta es ¿por qué acudir ante las fiscalías o procuradurías si no se
va investigar? Más aún, el trato que le dan a las víctimas se encuadra
en un continuum de violencia. No bastando los propios hechos
que se denuncian, cuando se acude ante las autoridades, la respuesta es
violenta, ya sea por la inacción, por la ausencia de empatía, porque se
pone en riesgo la integridad de la propia denunciante, porque se les
criminaliza responsabilizándoles de lo sucedido o porque se les traslada
la propia carga de investigar. En resumidas cuentas, eso es a lo que
llamamos
revictimización.
El gobierno de Andrés Manuel López Obrador heredó un México sumido en
la violencia, pero igualmente un México con millones de personas que se
asumen como víctimas de dicha violencia. Eso debería persuadir a los
gobiernos a poner de una vez por todas a las víctimas en el centro, lo
cual no se ha hecho en la pasada década y, en sentido contrario, se han
implementado estrategias de corte semimilitarizante que han resultado
fallidas. No es posible la reconciliación social y la reconstrucción del
tejido social, sin procesos de justicia, verdad y reparación.
Es necesario reiterarlo: toda estrategia de combate a la inseguridad, de rediseño del sistema de ombudsperson
y de la propia Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas (CEAV); de
fortalecimiento de las fiscalías, de democratización de las policías, de
construcción de paz, de ciudadanización de los poderes judiciales, de
reforma al sistema carcelario e inclusso hasta de diseño de políticas
frente a las drogas, debe poner en el centro a las víctimas. Sólo así se
comenzará a dar respuesta a los millones de personas que han padecido
en carne propia la violencia y sólo así podremos decir que estamos
aprendiendo de los errores del pasado y comenzando a trazar un futuro
distinto.
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