2/02/2020

Chicago, ácido atrás de la miel

Arte y tiempo

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▲ Escena de Chicago.Foto Medios y Media
Quien se conforme únicamente con la superficie, disfrutará sin duda de Chicago, la estupenda comedia musical escrita por Bob Fosse, quien también creó la coreografía y se encargó de la dirección, apoyándose en la música de John Kander y el libretista Fred Ebb. Sucederá así porque Chicago tiene todos los ingredientes para hacer de ella lo que se espera de una comedia musical –llamadas ahora más sencillamente musical o el musical– o sea, música pegajosa, despreocupada, gran boato, estupenda coreografía, vistosos bailables, enorme colorido y despliegue de luces, lujo, alegría, en fin, todo aquello que hace de su presentación algo espectacular y muy fácil de digerir. El argumento puede ser insustancial o así lo vuelve la forma en que está presentado, porque se trata de entretener y divertir, y de ninguna manera causar preocupación.
Esto es precisamente lo que sucede en Chicago que, si se ve a mayor profundidad, pone al descubierto todo un sistema judicial sumamente permeable y unos medios de comunicación masiva capaces de trastocar toda realidad y convertir a un criminal cualquiera en un héroe. En este caso, a dos asesinas en heroínas. Que sean culpables o no, que el sistema sea corrupto o maleable, que abogados mercenarios sean capaces hacer ver lo que no existe, etcétera, eso no es cuestión de Chicago, el musical. Su tarea es ser el gran espectáculo y, hay que admitirlo, la cumple a cabalidad.
Basada en hechos reales, la historia de Chicago es por demás interesante, ya que arranca de la cobertura periodística que la reportera Maurine Dallas Watkins hizo de los casos de Beulah Annan y Belva Gaertner, a quienes se acusaba de homicidio y resultaron inocentes, pese a las pruebas en su contra.
Según reportó Watkins, en el importante Chicago Tribune, Beulah Annan se puso largo tiempo a escuchar música después de matar a su amante, quedándose en el lugar del crimen y antes de llamar a su marido para que acudiera en su ayuda. El amante de Gaertner fue encontrado muerto por arma de fuego en el coche de ella. Dos policías declararon bajo juramento que habían visto a una mujer dentro del vehículo poco antes de escuchar más de un disparo, pero al llegar ya sólo estaba el cadáver. Gaertner juró que su amante se había suicidado. Las dos mujeres fueron absueltas y convertidas en estrellas del espectáculo por el manejo que hizo la prensa de sus casos. Todo esto sucedió en 1924.
Los reportajes de Watkins tuvieron tal éxito que dos años después ella los convirtió en obra de teatro y fue sensación en Broadway; 50 años después, en 1975, a instancias de su esposa, Bob Fosse la convirtió en comedia musical, y en esta forma ha recorrido el mundo. A México llegó por primera vez en 2001 y volvió a finales del año pasado presentando la versión que se estrenó en Broadway en 1996, la que más éxito ha tenido de las muchas que se han dado en diferentes países.
Pese al oropel que las encubre, la denuncia y crítica están allí. No de balde la autora de la primera versión teatral vivió los hechos como testigo privilegiada y supo plasmar en ella, para decirlo de la manera más suave, lo dúctil del sistema y sus panegiristas.
Ese mismo sistema es el que ha creado esta, por demás disfrutable aunque descafeinada, versión musical del Chicago de las primeras décadas del siglo XX, que actualmente se presenta en el teatro Telcel de Polanco, de jueves a domingo.

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