Leonardo García Tsao
▲ Fotograma de La cueva.
Gracias al cine documental,
una guerra lejana como la de Siria se nos ha hecho palpable, con
imágenes imposibles de olvidar. Recién estrenada en el circuito
comercial (en atención, seguramente, a su candidatura al Óscar), La cueva, de Feras Fayyad, debe ser el testimonio más angustioso del conflicto.
Filmado entre 2017 y 2018, el documental se centra en las actividades
heroicas de los médicos que atienden un hospital subterráneo en la
ciudad de Al Ghouta, en las afueras de Damasco. Constituido por una
intrincada red de túneles y facilidades bajo tierra, el lugar resiste
así el incesante bombardeo de los aviones rusos y del ejército sirio. La
protagonista es la doctora Amani Ballor quien dirige el nosocomio a sus
29 años por votación popular entre sus colegas. Como es pediatra, le
toca atender a las víctimas más inocentes de la guerra, los niños.
Una y otra vez la veremos ocuparse de niños y bebés que son llevados
de emergencia al hospital después de un bombardeo. Es difícil concebir
imágenes más terribles y dolorosas que las de esos infantes heridos,
incapaces de comprender lo que les está sucediendo.
A todo ello, la doctora Amani se mantiene imperturbable, aunque es
evidente el desgaste emocional que su práctica le representa. Ella sólo
se sale de sus casillas cuando un hombre, que busca medicinas
inexistentes, le recrimina que debería estar en casa cuidando a su
familia y no dirigiendo un hospital. La exasperación de la doctora habla
volúmenes sobre qué tan cuesta arriba es la causa feminista dentro de
la cultura musulmana. Sin embargo, como le recuerda su padre orgulloso
en una llamada telefónica:
La gente olvidará la guerra en un momento. Pero no te olvidará.
Para aliviar la tensión constante del documental, Fayyad introduce
breves momentos de ligereza, como cuando sus colegas le preparan una
fiesta sorpresa a Amani el día de su cumpleaños, o cuando la desenvuelta
enfermera Samaher tiene que lidiar con productos escasos y de mala
calidad para cocinarle a los médicos. También hay detalles pintorescos,
como el del veterano doctor Salim Namour, que opera al compás de la
música clásica que emana de su celular.
No hay entrevistas de cabezas parlantes en este documental, sino que
el espectador se siente como un testigo intruso de las diferentes
acciones. Ya que el director no pudo entrar a la zona de sitio de Al
Ghouta, les dictaba remotamente sus instrucciones a tres camarógrafos
que, milagrosamente, han filmado los momentos de emergencia sin
estorbar, sin explotar el dolor de las víctimas y manteniendo a todo
momento la estabilidad visual en situaciones extremas.
Tal es la intensidad de La cueva que la música dramática de Matthew Herbert sale sobrando. Incluso el empleo de la Lacrimosa del Réquiem de Mozart parece subrayar innecesariamente lo que las imágenes han dicho con contundencia.
Mi única queja es que la distribuidora no ha traducido los letreros
en árabe, que tal vez expliquen algo más sobre la situación documentada
(me enteré, por otra parte, de que la doctora Amani ya se ha exiliado de
Siria).
La visión de La cueva para cualquiera con un mínimo interés
humanitario se antoja obligatoria, pero el interesado debe apresurarse.
En la función que me tocó asistir había apenas cuatro espectadores.
La cueva
(The Cave)
D: Feras Fayyad/ G: Alisar Hasan, Feras Fayyad/ F. en C:
Salama Abdo, Mohammad Eyad, Muhammed Khamir Al Shami, Ammar Suleiman/ M:
Matthew Herbert/ Ed: Denniz Göl Bertelsen, Per K. Kirkegaard/ P: Danish
Documentary Production, National Geographic, Hecat Studio, Madam Films.
Dinamarca, Estados Unidos, Alemania, Francia, Qatar, Reino Unido, 2019.
Twitter: @walyder
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