5G, la vacuna de Bill Gates y un laboratorio de Wuhan
Fuentes: Green Left
Traducido del inglés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos
Foto:
“El COVID-19 es un engaño, el asesino es el 5G”
En los últimos meses hemos asistido a
una proliferación de memes y relatos en las redes sociales que
vinculaban el COVID-19 a todo tipo de cosas, desde la
tecnología 5G y un
laboratorio en Wuhan hasta Bill
Gates y su campaña a favor de vacunaciones globales. Incluso
parte de los medios
de comunicación y figuras políticas como el
presidente
de Estados Unidos
Donald Trump han contribuido a difundir esas teorías.
Hay indicios de que estas teorías han ganado fuerza. Una encuesta
realiazada por Essential
en Australia en mayo mostraba que el 39 % de las personas
entrevistadas opinaban que el COVID-19 se creó y soltó desde un
laboratorio chino, un 13 % culpaba a Bill Gates de la pandemia y un
12 % creía que se estaba utilizando la red inalámbrica 5G para
propagar el virus. Una encuesta
similar
hecha
en Canadá
concluía que un 46 % de las personas encuestas creía en al menos
uno de esos mitos clave del COVID-19.
Estas teorías se han extendido tanto que las autoridades se han
visto obligadas a responder
públicamente y refutarlas,
mientras que algunas personas han tratado de solucionar personalmente
el asunto y han atacado
torres de
5G en varios países, incluida Australia.
Se suele atribuir el auge de las teorías de la conspiración a la
ignorancia o a campañas deliberadas de desinformación destinadas a
provocar falta de confianza en instituciones liberales como el
gobierno, en los medios de comunicación o en el ámbito académico,
de modo que la solución
suele
ser pedir a la gente que “escuche a os expertos” o pedir a
los políticos y a los medios de comunicación que dejen a un lado la
política y se centren en un “liderazgo honesto”. Pero en general
esto no hace sino provocar que se crea aún más en estas teorías al
no comprender la razón principal del auge de las teorías de la
conspiración.
En la corriente dominante
Las teorías de la conspiración existen desde hace siglos aunque
en general su influencia se ha limitado a los márgenes de la
sociedad. Sin embargo, desde finales del siglo pasado y principios de
este las teorías de la conspiración han ido penetrando lentamente
en la corriente dominante. Actualmente importantes minorías creen en
teorías como la de que los atentados terroristas del 11 de
septiembre fueron un “trabajo
interno” o que robots
rusos hicieron que Trump ganara las elecciones.
Varias de las teorías de la conspiración actualmente en boga no
son nuevas, pero la pandemia de COVID-19 ha servido para aumentar su
difusión al tiempo que actúa como un gran unificador de ellas.
En todo el espectro político se han utilizado las propias lentes
conspirativas para entender la pandemia, lo que ha hecho que grupos
que aparentemente tienen puntos de vista diferentes (por
ejemplo,
milicias de extrema derecha que se oponen a los confinamientos
dictados por el “gran gobierno” y hippies que rechazan las
campañas de vacunación de la industria farmacéutica) coincidan en
negar que exista una supuesta “pandemia”.
Lo que tienen en común la mayoría de estas teorías de la
conspiración es la suspicacia, si no la hostilidad declarada,
respecto a la “clase dirigente” o las “élites”. Los relatos
acerca de vacunas, tecnología 5G o “pandemias del Nuevo Orden
Mundial” suelen implicar la creencia de que una fuerza maligna y
oculta controla los acontecimientos.
Lo que contribuye a que estas teorías ganen fuerza es que a
menudo contienen una pizca de verdad, aunque de una forma
extremadamente distorsionada. Por ejemplo, creer que las vacunas son
una conspiración para poner un microchip a la población es absurdo,
pero hay muchas razones legítimas para desconfiar de las empresas
farmacéuticas que buscan obtener beneficios
de crisis sanitarias mortales y de la miseria.
Lo mismo ocurre con el escepticismo respecto a la expansión de la
tecnología o de los poderes del Estado, que se han tendido a
utilizar para atacar
la intimidad y las
libertades civiles de la gente. Y el temor de que las élites
puedan estar detrás de una “pandemia” sólo tiene sentido si se
considera cómo los gobiernos y las empresas han tratado
sistemáticamente de convertir
las
crisis
en
oportunidades
para llevar adelante sus programas perjudiciales para la gente.
Aunque las redes sociales y Trump han desempeñado un papel
importante a la hora de popularizar estas teorías, su reciente y
espectacular auge no se debe a campañas bien financiadas para minar
el orden establecido, sino más bien lo contrario: el atractivo de
estas teorías se explica por el alto
índice de desilusión respecto a las instituciones existentes y
el debilitamiento o desintegración de los modelos
políticos tradicionales
para interpretar el mundo (ya sea la derecha conservadora o la
socialdemocracia o la variedad comunista de izquierda). Esto es, las
teorías de la conspiración reflejan más que crean una muy
arraigada falta de confianza en la situación actual. Cuando esto se
une a un acontecimiento vasto e inesperado de proporciones globales,
como una pandemia, el terreno está abonado para que florezcan las
teorías de la conspiración.
Superar la impotencia
Para quienes tratan de darle sentido a este mundo las teorías de
la conspiración pueden ofrecer un relato simple para entender la
compleja realidad que los rodea. No sólo explican lo que ocurrió,
sino, más importante, por qué ocurrió.
Aunque las teorías de la conspiración se basan en ideas de relaciones
de poder desiguales, sustituyen las fuerzas sociales reales existentes
(clases sociales) por tropos
sobre individuos malvados (Bill Gates) y conciliábulos secretos (el
Nuevo Orden Mundial, los Globalistas) o antisemitismo reaccionario
(conspiraciones judías).
En un mundo en el que tantas personas están desconectadas
socialmente y carecen de control sobre aspectos claves de sus vidas
se puede obtener una sensación de certeza e incluso de comodidad de
la idea de que las “élites” son todopoderosas y la “corriente
dominante” está engañada o compuesta por “personas que se
comportan como borregos”. Por consiguiente, la conclusión lógica
es que poco se puede hacer para detener a estas élites excepto
“difundir la verdad”.
También aquí las teorías de la conspiración reflejan más que
crean un sentimiento
de impotencia existente proveniente de una desvinculación más
general de la gente respecto a la política y la muy arraigada idea
de que el cambio social es imposible. Por lo tanto, el auge de las
teorías de conspiración no sólo se explica por la desconfianza
cada vez mayor, sino también por las derrotas infligidas a la clase
obrera y a los movimientos sociales en las últimas décadas.
La mayoría de la gente ya no considera la política un ámbito en
el que participar y actuar. Para algunas personas, en cambio, se ha
convertido en algo similar a The Matrix, donde las élites
manipulan la realidad y solo aquellas personas que “toman la
píldora roja” pueden ver lo que ocurre realmente. Así que no es
de extrañar que los comités de “verificación de hechos” o los
comités de expertos, como la Comisión
sobre el 11 de septiembre, solo sirvan para alimentar a los
“escépticos” que tratan de redoblar las pruebas de encubrimiento
y de encontrar otras nuevas.
Para superar el auge de las teorías de la conspiración habrá
que ganar una audiencia mayor que comprenda de forma coherente y
mucho más profunda cómo funciona la sociedad, y pueda perfilar las
verdaderas fuerzas sociales existentes en juego y cómo se puede
acabar con las relaciones de poder desiguales.
Para lograrlo hay que crear espacios para el aprendizaje y el
debate colectivos que se centren en empoderarse mutuamente en vez de
limitarse a escuchar a los expertos. La ciencia puede ser una guía
(pero nunca un sustituto) para determinar qué acción política
emprender.
Y, más importante, exigirá que resurjan unas movilizaciones
colectivas capaces de superar la sensación de impotencia existente.
Esta lucha no sólo revelaría dónde reside el verdadero poder en la
sociedad, sino que permitiría a las personas implicadas recuperar un
verdadero control de sus vidas.
Esta
traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar
su integridad y mencionar al autor, a la
traductora y Rebelión como fuente de la traducción.
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