María Teresa Priego
La incertidumbre con respecto a la longitud del encierro y a sus consecuencias es una ansiedad contínua
Pareciera que han transcurrido años desde que circulaban en redes bromas acerca de una enfermedad de alto contagio cuya procedencia podía ser el consumo de sopa de murciélago. No sabían. No sabíamos. Nadie pudo prever ni las dimensiones, ni la longitud del "mal" que se deslizaba de ciudad en ciudad. Como en una alucinación, de país en país. Los contagios que se disparan. Cada una de las personas muertas. Cuando algunos espacios se abren, pareciera surgir una cierta esperanza. Luego leemos que tantos, vuelven a cerrarse. La incertidumbre con respecto a la longitud del encierro y a sus consecuencias es una ansiedad continua, como telón de fondo de la cotidianidad. ¿Cuánto tiempo más? ¿con cuántas personas menos? ¿en qué condiciones emocionales y materiales?
Cuando mencionan nuestros nuevos escenarios como "una película de ciencia ficción", están en lo cierto. Pero, ¿cómo habitar una realidad que nos remite a las calamidades que nos hacían temblar ante una pantalla? ¿cómo nos acomodamos por dentro? ¿cómo se maneja esa sensación de sorpresa, de irrealidad y de amenaza? Con "irrealidad" no me refiero, por supuesto, a poner en duda la existencia de la pandemia, sino a la dificultad emocional para procesarla. Hay algo que me estalla en la cabeza cuando esta "nueva normalidad" me llega. Primero, segundo o tercer pensamiento del día, para quienes no hemos vivido la emergencia, hasta el momento. Realidad que no puede "olvidarse", "posponerse" cuando el "mal" ya habita el cuerpo. Cuando es grave. Cuando implica una hospitalización. Cuando la muerte llega. Cuando se impone despedirse a distancia. Cuando las circunstancias de la despedida son tan particularmente crueles.
Una sensación de pánico por momentos. Una sensación de horror que nos cruza de golpe en las actividades más cotidianas: "Esto no puede estar sucediendo". ¿Acaso es posible este riesgo que corren los millones de personas que salen por las mañanas a buscar su sustento? ¿Acaso es posible todo lo que ahora implica una operación de emergencia para una persona mayor? ¿Acaso es posible que solo pueda ver a mis hijos para un "picnic" en los jardines comunes, a todo el mantel rectangular de distancia? ¿Acaso es posible temblar así por los que amamos y por nosotros mismos? Hay mucho de traumático en lo que estamos viviendo, entendiendo por traumático ese momento, en el que los hechos sobrepasan nuestra capacidad de aprehenderlos y procesarlos.
La pandemia nos colocó en una cierta circunstancia de sobrevivencia emocional, me refiero, por supuesto, solo a las personas cuya posibilidad de sustento, aunque disminuida, aún existe, y no a los millones de personas para quienes los golpes emocionales no pueden sino pasar a segundo plano ante las urgencias económicas. Allí están también las cargas emocionales, duplicadas. Pero ya pasaron cuatro meses de encierro, de incertidumbre y de miedos. El "Vamos a resistir, ya va a pasar". "Hay que animarse, no durará tanto". "Saldremos adelante", por momentos, no es que se desmorone, sino que tiene que tomar una nueva dirección, otros matices: pasar de la sobrevivencia (ante aquello cuya temporalidad parecía más breve), a la vida. Y en muchas ocasiones no estamos tan seguros de saber hacerlo.
¿Cómo se asume la vida desde tantas limitaciones? Las videollamadas, para quienes son factibles, han sido una fuerza que sostiene. Pero, ahora, con los meses, no puedo evitar despedirme con un coletazo de tristeza. Acariciar un rostro en una pantalla. ¿Por cuánto tiempo más? Tal vez el aprendizaje sería, no preguntarnos por el tiempo. Amanecer, tomar el café, la idea irrumpe: "la pandemia sigue aquí". Esos segundos de agitación interior. Y plantearnos, ¿qué necesitamos hoy para vivir? Para dejar de lado esa intensa sensación de sobrevivir al día a día que nos imponen las situaciones de emergencia. Un nuevo orden que nos regrese tanto como se logre, una cierta paz interior. Una cotidianidad que no posponga "para cuando esto pase", lo que no es necesario posponer. Avanzar, lo que podamos trabajar desde el encierro. Domesticar un poco las ansiedades de fondo, entender que no está siendo realista decir: "cuando se solucione la pandemia y deje de sentir esta ansiedad..." La ansiedad en sus diversas intensidades. Aprender a vivir con ella. A vivir.
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