Francisco López Bárcenas
Na Cándida
contuvo el llanto, se llenó de valor y se dispuso a cumplir el ritual.
Tomó el cuerpo inerte del niño Antonio Santiago Jiménez, su hijo, que
acababa de fallecer; lo colocó en el altar familiar, reservado para los
santos, y le encendió cuatro cirios para alumbrar el camino que su alma
iba a emprender. La sorpresa invadía a los presentes y nadie atinaba a
explicar qué había sucedido. La noche anterior el niño se había acostado
tranquilamente, pero ya no despertó. Cuando los familiares y vecinos se
enteraron del deceso comenzaron a llegar a dar el pésame a la familia
por la pérdida y a acompañar al difunto en su último viaje. Lo velaron
toda la noche y al día siguiente, cuando se disponían a llevarlo al
panteón para que se cuerpo descansara, el niño se levantó tranquilo,
como si despertara de un sueño. No mostró ninguna sorpresa, sólo dijo a
los presentes que había viajado muy lejos y que no podía volver a su
cuerpo.
Todo sucedió en la sección séptima del municipio de Juchitán. Años
después, ya joven, Antonio Santiago Jiménez marchó a la Ciudad de México
a cursar estudios preparatorios con la esperanza de estudiar una
carrera profesional. No lo logró porque en esos años Na Cándida,
su madre, falleció y se vio obligado a regresar al pueblo. En el Istmo
hay quienes afirman que la muerte de su madre fue sólo un pretexto y que
su regresó a Juchitán fue porque ese era su destino. Sea como fuere, se
asentó en el municipio y desde entonces su vida estuvo ligada a su
historia. Su hija, la profesora Cándida Santiago Jiménez, Na Cándida, se casó con el profesor y líder campesino Víctor Pineda Henestrosa, Víctor Yodo,
secuestrado el 11 de julio de 1978 por un comando del onceavo batallón
de infantería del Ejército federal, según documentó Amnistía
Internacional. Su casa en la sección séptima pasó de domicilio familiar a
espacio de reuniones populares.
No era algo nuevo. Desde que el profesor Víctor Yodo vivía,
ahí llegaban los campesinos en busca de asesoría, igual que los
peloteros del equipo de béisbol que él animaba. Con la desaparición del
profesor Víctor Yodo se formó el Comité de Pescadores del
callejón la séptima sección al que pusieron su nombre; la maestra
Cándida Santiago lo animaba y desde ahí luchaban para que apareciera con
vida. De entonces viene el apodo del señor Antonio Santiago Jiménez de Ta Toño Cándida,
que lo acompañó hasta su muerte. A él le toco mantener a la familia,
mientras sus otros integrantes se movilizaban en busca del desaparecido
político. Era un hombre muy amable y conversador excepcional, contaba
historias fabulosas y siempre tenía algo que ofrecer a quienes lo
visitaban. Su gusto por el béisbol era fuerte; por muchos años elaboró
los roles de juego, fue anotador oficial y elaboró las estadísticas de
equipos completos en la liga regional de béisbol. Como muchos de sus
contemporáneos, también leía el tiempo y predecía el clima, algo
necesario para ser un buen campesino, como él lo fue.
Cuando se formó la Coalición Obrero Campesino Estudiantil del Istmo
(COCEI) el Comité del Callejón de Pescadores fue uno de sus baluartes.
Ahí se instaló el altavoz para llamar a la organización, de ahí salían
los volantes elaborados con mimeógrafo para repartir en la población
informando lo que pasaba, ahí se elaboraban las mantas que engalanaban
las marchas. En 1981 el pueblo juchiteco derrotó al caciquismo
atrincherado en el Partido Revolucionario Institucional, instalando uno
de los más emblemáticos gobiernos populares de los muchos que surgieron
en esa época de insurgencia municipal. Ta Toño Cándida fue
elegido juez municipal y él aceptó desempeñar el cargo porque era la
manera de continuar la lu-cha por la defensa de las tierras comunales.
La experiencia duró poco. El gobierno la ahogó en sangre y Ta Toño Cándida, como muchos otros integrantes del ayuntamiento y líderes de la organización, regresó a sus actividades en el campo.
Pero ya no había forma de volver sobre sus pasos. En su casa muchos
encontraron protección y solidaridad ante la represión. Desde ahí se
siguió luchando por la libertad de los presos políticos y la
presentación de los desaparecidos. Nadie se sorprendía que por ahí
pasaran intelectuales y políticos de renombre y fama internacional. El
pasado 7 de julio Ta Toño Cándida cumplió 90 años. Sus familiares lo festejaron, pero el ya no se sentía a gusto. En su interior preparaba su viaje al Yoo ba’, la mansión de los muertos según las creencias de los binnizá; tenía ganas de encontrarse con Xunaxido,
la diosa del inframundo. Como aquella su primera muerte, de la que tuvo
el privilegio de volver, el 22 de julio se acostó a dormir, pero el
siguiente ya no despertó. Esta vez sí emprendió el viaje. Se fue
tranquilo, dignamente, como vivió. Sus familiares y amigos lo
acompañaron al panteón, discretamente, como lo imponen las actuales
circunstancias. A todos nos dejó la herencia de una vida ejemplar.
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