La ONU afirma que solo el 1% de las víctimas de
trata sexual salen a la luz. Ni es trabajo sexual ni son mujeres que han
optado por este camino. Son “las excluidas de las excluidas”
Cd. de México, 31 jul. 20. AmecoPress/SemMéxico.- La
trata de personas -mujeres en su gran mayoría- para la explotación
sexual forzada constituye un delito preocupante tanto por sus
consecuencias en las víctimas como por la cantidad de leyes nacionales e
internacionales que infringe. A pesar de que se trata de un negocio en
continuo crecimiento, es un problema que no recibe atención suficiente
por parte de los Gobiernos y medios de comunicación, y las víctimas y
las atrocidades que sufren suelen quedar en el olvido. Son “las
excluidas de las excluidas”.
Cuando hablamos de esclavitud y comercio de esclavos, lo primero que
nos viene a la mente son los grandes barcos negreros europeos que
cruzaban el Atlántico repletos de esclavos africanos para trabajar en
todo tipo de plantaciones en América, allá por el siglo XVI. Parece que
es un fenómeno que se quedó en el pasado, como la lucha con espadas o el
transporte a caballo. Sin embargo, la realidad es muy distinta. Aunque
la proporción sea menor, el número de esclavos actual es muy superior al
de aquellos tiempos. Para hacernos una idea, durante los 700 años de
mayor auge del comercio esclavista —entre los siglos XII y XIX— se
comerciaron 12 millones de esclavos, mientras que solamente en las tres
últimas décadas 30 millones de mujeres y niñas fueron forzadas a la explotación sexual, a las que habría que añadir los millones de esclavos presentes en otros sectores, como la agricultura o el trabajo doméstico.
La trata y tráfico de personas continúa siendo un negocio muy
rentable por razones obvias: las víctimas trabajan completamente al
margen de la ley, sin derechos laborales ni sanitarios, recibiendo poco o
nada a cambio y sin tener otra opción. Se calcula que en muchos países mueve el mismo dinero que el tráfico de armas y drogas juntos, aproximadamente seis billones de euros al año,
lo que supone el 1,5% del PIB mundial. El proceso que lleva a estas
personas a verse atrapadas en esta situación es muy complejo y
cambiante; para comprenderlo correctamente se deben analizar todos los
factores y partes implicadas y evitar caer en clichés y prejuicios
generalizados.
Un viaje lleno de amenazas y promesas truncadas
Para evitar confusiones, es importante tener clara la diferencia
entre trata y tráfico de personas. El tráfico implica introducir de
manera irregular en un Estado a una persona que no es nacional o
residente del mismo con el fin de obtener un beneficio, y en ocasiones
se realiza por iniciativa de la futura víctima, mientras que la trata de
personas puede ocurrir dentro del ámbito nacional - o comunitario
- y supone que la víctima realice trabajos forzados por voluntad del
explotador. De hecho, una de las nacionalidades más frecuentes en las
mujeres explotadas de los países miembros de la UE corresponde a las rumanas.
Las férreas políticas migratorias de los países más desarrollados —y,
por lo tanto, más atractivos para el resto del mundo—, como Estados
Unidos o los países ricos de la Unión Europea, han hecho muy difícil
acceder a ellos de manera legal. En estos casos, generalmente se recurre
a la figura del facilitador, una persona u organización que se encarga
de introducir de manera irregular a aquellas personas que quieran huir
de su país por situaciones tan variadas y desesperadas como la pobreza
extrema, amenazas personales o a familiares, persecuciones por motivos
de raza, religión, sexo u orientación sexual o conflictos bélicos.
En otras ocasiones, el contacto con las redes de explotación sexual
se produce a través de personas que gozan de la confianza de la víctima,
como parejas o incluso sus propias familias, que esperan que las
víctimas les manden dinero desde el país de destino. La manera en la que
las víctimas caen en los dominios de los proxenetas cambia mucho según
su situación, por lo que no se puede generalizar: en ocasiones es
voluntario; en otras se trata directamente de una venta de seres
humanos. En lo que sí se suele coincidir es que nadie escapa de su hogar
por apetencia.
Una vez estas personas se ponen a disposición de los facilitadores,
se inicia un proceso que muestra la verdadera naturaleza de muchas de
estas organizaciones, que no es otra que captar gente con el fin de
explotarla sexualmente en el país de destino. Este proceso, en unas
ocasiones sutil y en otras todo lo contrario, tiene como objetivo minar
la autoestima de la víctima y aumentar sus sentimientos de culpa,
vergüenza y, sobre todo, miedo, de manera que la posibilidad de escapar o
denunciar la situación en la que viven sea vista como utópica e incluso
se nieguen a hacerlo cuando las organizaciones que luchan contra esta
situación les ofrecen su ayuda.
La estigmatización de las prostitutas es uno de los factores que más
hace mella en la resistencia de las víctimas de explotación sexual. A
pesar de haber sido forzadas, la sensación de culpa y vergüenza por
haberse convertido en una puta se convierte en una de las principales
barreras a la hora de denunciar lo sucedido a las personas de su
alrededor o a las autoridades. Además de ello, sufren amenazas, deudas
que no terminan, violencia física y verbal, tratos vejatorios,
intoxicaciones con drogas y sedantes…; todo vale con tal de garantizar
el control total de las víctimas y su sumisión. Ello resulta en que la
mayoría de las víctimas jamás son identificadas. La ONU afirma que solo el 1% de las víctimas de trata sexual salen a la luz,
por lo que es complicado saber con exactitud la cantidad de afectadas.
Aun así, se calcula que la trata de personas con fines de explotación
sexual es el negocio criminal con mayor crecimiento de todos. Y nada de esto sería posible sin la otra cara del negocio: los clientes.
Para ampliar: “A pie de calle. Actuaciones con menores víctimas de trata”, APRAMP, 2016.
Sin demanda no hay oferta
Al hablar de la prostitución, la gran mayoría de los prejuicios y
estigmas se centran en las prostitutas, mientras que los clientes se
mantienen en un segundo plano. Esto no solo pasa en las conversaciones a
pie de calle; también se aplica en las legislaciones de la mayoría de
los países que prohíben la prostitución. Así, en Egipto se condena a las
prostitutas a ir a la cárcel - incluidas las menores de edad -, pero al
cliente no se le imputa ningún delito; es más, generalmente es uno de los testigos principales en el juicio posterior.
Sin embargo, nada de esto cambia el hecho de que sin clientes no
funcionaría el mal llamado “oficio más viejo del mundo”; un oficio deja
de serlo cuando, en países como España, el 90% de las prostitutas son en realidad víctimas de trata y tráfico de personas. Además, muchas de estas víctimas son prostituidas cuando todavía son menores de edad; la ONU calcula que el 62% de las prostitutas fueron forzadas a prostituirse siendo menores. Ni es trabajo sexual ni son mujeres que han optado por este camino; es simple y llanamente explotación sexual y esclavitud.
Muchos clientes afirman saberlo,
pero no lo denuncian por miedo a ser descubiertos por sus familias o
las mafias que controlan a las prostitutas o simplemente por
indiferencia. Algunos de estos puteros - como se los conoce
coloquialmente - reconocen abiertamente
que, en el momento en el que se convierten en prostitutas, da igual si
es de manera forzada o voluntaria, las mujeres pasan a ser objetos para
su disfrute y sus penurias y traumas no suponen nada que no se merezcan,
otro exponente de la cosificación que las mujeres sufren en la mayoría
de las sociedades. En muchas ocasiones, esto no es lo peor que hacen los
clientes: las prostitutas se encuentran entre las ocupaciones más
peligrosas del mundo, ya que están expuestas a palizas, violaciones,
enfermedades sexuales y todo tipo de abusos que no se denuncian la
mayoría de las veces, ni siquiera cuando suceden en el ámbito de la
prostitución legal. Las prostitutas tienen una tasa de mortalidad 200 veces mayor que la media de mujeres de su misma edad y el 95% de ellas afirma haber sufrido un acoso sexual que en otros sectores llevaría a acciones legales.
Posiblemente motivados por estos hechos, varios países han decidido
cambiar el enfoque con el que intentan combatir la trata de mujeres y
las agresiones que sufren. En países como Suecia, Islandia, Canadá,
Francia o Noruega no se criminalizan a las prostitutas, sino a quien busca este servicio,
lo que ha llevado a una reducción significativa de la prostitución
callejera y la explotación sexual. Este resultado contrasta con el de
aquellos países que optan por la criminalización de las prostitutas, donde la trata de mujeres y la explotación sexual ha ido en aumento,
motivada por la creciente demanda de sexo por dinero, ya sea local o de
los denominados turistas sexuales, personas que viajan a países donde
la ley —o su aplicación— es débil e ineficaz con la intención de usar servicios sexuales que muchas veces incluyen menores de edad o prácticas abusivas. Los informes más recientes afirman que en estos países hay 50 prostitutas en la cárcel por cada usuario preso.
Un problema de derechos humanos
Una de las principales reclamaciones de las asociaciones que luchan
contra la trata de personas con fines de explotación sexual es que el
problema se trate siempre como una violación de los derechos humanos y
no como un problema de inmigración. Este enfoque, presente en la
Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación
contra la Mujer (1979) o en el Protocolo de Palermo (2000), se ha
incluido progresivamente en las leyes de los principales países
destinatarios de tráfico y trata de mujeres, aunque todavía está muy
lejos de ser aplicado consecuentemente. Cuando las autoridades se
encuentran con un caso, la atención se centra mayoritariamente en la situación irregular de la víctima.
Por ello, la situación generalmente desemboca en cárcel y posterior
deportación de la víctima, que posiblemente volverá a quedar atrapada en
las redes de explotación sexual una vez regrese a su país; el caso se
cierra sin perseguir a los culpables detrás de la trata. En palabras de
una víctima de trata, es el único caso en el que la persona abusada es puesta entre rejas.
Otro de los obstáculos al que se enfrentan las víctimas es conseguir
que las identifiquen como tales, ya que la ley encierra varios trucos
—que los proxenetas conocen— que hacen muy difícil probar que una mujer
ha sido forzada, encerrada y sometida a la voluntad de sus explotadores.
Por otro lado, prácticamente solo aquellas que han entrado en contacto
con asociaciones de apoyo a las víctimas de trata conocen la totalidad
de sus derechos, lo que hace que muy pocas los reclamen cuando son
descubiertas por las autoridades.
Por su parte, las autoridades muchas veces pecan de los mismos
prejuicios que la sociedad civil tiene contra las víctimas de trata, lo
que incluye racismo y discriminación por sexo.
La falta de empatía y cercanía que sus historias personales producen en
los responsables de protegerlas hace que no se persiga con la
determinación necesaria a los culpables, quienes en ocasiones también corrompen a las fuerzas de seguridad del Estado para asegurarse su silencio y permisividad.
Si las víctimas normalmente desconfían de las autoridades por su
situación irregular, estas actuaciones no hacen más que dificultar su
colaboración.
Autor: Burgos, 1994. Graduado en Relaciones Internacionales por la
URJC y máster en Antropología de Orientación Pública por la UAM.
Interesado en descubrir las verdaderas causas de los problemas de
nuestro tiempo.
Fotos: Archivo AmecoPress. SemMéxico.
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